DE VUELTA ENCONTRADA
Cuando regresaba del Mar Egeo siempre elegí al Cabo Passero como punto de recalada, se definía muy bien en el radar a larga distancia. Luego de una buena posición, cambiaba a rumbo en demanda de Isola delle Correnti el punto más al sur de la isla de Sicilia. La navegación por ese pedazo de mar es sumamente entretenida y te mantiene activo en todo momento. Gran tráfico de barcos que arriban desde diferentes puertos del Mediterráneo, Adriático, Mar Egeo y aguas italianas con un solo objetivo, obtener una buena posición y continuar viaje. Todo transcurre con normalidad si te acompaña un buen tiempo, las cosas se complican un poquito cuando enfrentas alguna galerna o condiciones de niebla.
Navegando en sentido contrario, o sea, desde Gibraltar hacia el Mar Negro, me gustaba planificar la derrota bordeando toda la costa argelina, es bien elevada, fácil de identificar y muy bien definida en el radar. Una vez vencido el último destello de tierra tunecina, tiraba rumbo a Sicilia y bordeando parte de su costa nos despedíamos con un hasta luego estando de través con Isola delle Correnti. Luego vendría una de las navegaciones mas hermosa que he disfrutado en el planeta, la zigzagueante derrota entre las islas griegas, todos sus islotes son de una belleza única e indescriptible. Ese gozo se multiplica en verano y en medio del éxtasis experimentado por cualquier navegante amante de su profesión, debías estar atento al intenso trafico que bajaba desde los Dardanelos. Un gran por ciento de ellos abanderados en la antigua URSS, Bulgaria y Rumania, cuyas sedes se encontraban en el Mar Negro. Es lógico que navegaran barcos de muchas nacionalidades por ese camino comercial hacia tierras atrapadas en mares interiores.
La entrada al estrecho de los Dardanelos me era familiar, ya sabía que debía tener lista la lampara Aldis, era usual ser llamados por señales lumínicas desde un punto militar perteneciente a Turquía. Por aquellos tiempos, los de navegantes que no dependían de aparaticos, pasábamos ese estrecho sin mucha dificultad, un oficial iba tomando posiciones mientras el otro maniobraba a barcos cruzados en el camino. Aquel estrés desaparecía una vez dentro del Mar de Mármara, todo regresaba a la normalidad por poco espacio de tiempo, el necesario para arribar al estrecho de Bósforo y la embriagadora ciudad de Estambul. Debía consolarme con observarla solamente, como cualquier ave de paso, Cuba no tenía relaciones diplomáticas ni comerciales con aquella maravilla cargada de historia. Allí tomábamos Práctico y disfrutaba de esa contemplación fantástica que se ofrece al viajero. Por mis binoculares desfilaban palacios y mezquitas de una arquitectura exuberante y particular, todas guardando cientos de años entre sus paredes. La antigua Constantinopla es cautivadora y puede regresarte a los sueños de cualquier joven estudiante de secundaria mientras escuchaba las clases de historia antigua. Navegas por minutos entre las batallas de grandes imperios tratando de imponerse, desciendes la vista y te sientas con sus habitantes en cualquiera de las cafeterías y restaurantes casi mojados de agua salada juntos al canal por donde viajamos. Eres un “privilegiado”, piensas, te lo han hecho pensar, no todos pueden disfrutar estas maravillas, no todos los nuestros han observado La Habana desde el mar. Te despides de Estambul y entras en el Mar Negro, existen variadas teorías sobre el origen de su nombre y no me detendré en explicarlas. Solo puedo manifestarles que una vez dentro de esa bolsa de agua, me embargaba el sentimiento de encontrarme preso y razones sobraban. Me invadía la preocupación sobre el origen de cualquier conflicto regional y que se cerraran las puertas de acceso y salida de este mar interior, en el mundo que vivimos todo puede suceder.
Habíamos terminado una reparación en el puerto de Cádiz y nos asignaron carga en Varna, tampoco se trataba de una sorpresa, el buque “Renato Guitart” formaba parte de una flotilla con línea fija a Bulgaria. Francisquito continuaba en mi guardia, los timoneles no cambiaban mucho sus horarios y preferían mantenerse con los oficiales por los que sentían mas afinidad. Yo me alegraba mucho, aunque me resultaran algo aburridas, él no era de mucho hablar, ya lo he mencionado en otra oportunidad.
Todo transcurría con esa monotonía propia del horario, si algo adoraba de esa guardia de doce de la noche a cuatro de la madrugada, era que el puente siempre estaba vacío y brindaba privacidad a tus pensamientos. A esa hora te mueves entre los recuerdos mas frescos y aquellos que se van gastando con cada milla navegada. La última aventura, la penúltima putica que regresa con una melodía cualquiera, pegajosa. Te tiras una vez mas en el inmundo cuarto de una sucia posada y tratas de borrar la miseria que te rodea en un momento maravilloso. Todo es posible en la mente de un joven aventurero, se viaja entre placeres y arrepentimientos por lo que no hiciste. Te prometes regresar nuevamente al escenario, pero eso solo ocurre durante una guardia de navegación silenciosa, el tiempo nunca permitirá recuperar lo que una vez extraviaste.
Francisquito no hablaba, siempre pensé que era medio mudo, sabía de su existencia cuando encendía un cigarro o llegaba hasta el timón para chequear el rumbo. Aquella noche le pedí que se mantuviera junto a él y yo acomodé la silla junto al radar. La visibilidad había comenzado a cerrarse y debía estar atento al tráfico de barcos que nos rodeaba. Hoy hubiera sido un paseo con esos radares computarizados que se poseen, solo necesitas marcar cualquier barco para que el radar procese la información y te diga su rumbo y velocidad. Puedes colocar anillos de distancia a voluntad y activar la alarma para que te avise cuando un barco penetra. ¡Qué maravilla! Antes, no, nada de eso era posible y dependía de los conocimientos y experiencia del navegante. Lo recuerdo y me causa gracia, no me imagino tomando marcación y distancia al buque cercano para luego plotearla en una rosa de maniobra. Tomaba su tiempo determinar el rumbo y velocidad de esa nave, necesitabas saberlo para poder llamarlo por VHF. ¡Oh! Pero cuando la niebla es densa y el tráfico intenso, no hay tiempo para esos lujos, no podías apartarte del radar. Solo disponías de una divisa que nunca podías olvidar, “si el buque mantenía la marcación y reducía distancia, no lo dudes, viene en rumbo de colisión”. Todo transcurría con normalidad, solo que en apariencias.
-¡Francisquito, coño, pon el timón manual y cae todo a estribor! Vi cuando se agachaba a quitarle el seguro que poseía debajo del timón y continúe observando los movimientos del barco, se acercaba peligrosamente a nuestra posición y no lo comprendía. Hacia un largo rato que lo tenia marcado con una línea de marcación y no representaba peligro para nosotros. Se encontraba por la banda de estribor y nos pasaría a una distancia mínima de 2 millas. De repente tuvo que cambiar de rumbo para mantenerse en la misma marcación en dirección nuestra. -¡Francisquito! ¿Qué coño pasa? ¡Cae a estribor, cojones!
Motonave "Renato Guitart", escenario de esta historia.
-¡No puedo, este seguro está demasiado apretado! Aparté la vista del radar y pude distinguirlo agachado detrás del timón. Recordé que él tenía un problema en la mano derecha, años atrás había tenido un accidente con un cabo de maniobra que le dejó la mano casi discapacitada, no tenía presión. Me lancé a toda velocidad en su dirección y con las dos manos logré aflojar el torniquete.
-¡Pon todo a estribor urgente! Una vez junto al radar comprobé que tenía unas escasas cuatro millas disponibles para evitar la colisión. La pala del timón comenzó a responder con lentitud, era lógico que así sucediera, solo teníamos disponible uno de los dos servomotores. Gran fallo mío, pensé con cierto arrepentimiento, debí decirle al maquinista de guardia que pusiera a trabajar el otro. No tenía tiempo para lamentaciones, el barco continuaba acercándose a nosotros y debía observarlo.
-¡Todo a estribor! Me respondió con nerviosismo Francisquito, no sabia nada de aquella repentina maniobra en medio de una terrible y peligrosa niebla.
-¡Mantén rumbo 180!
-¡Buscando rumbo 180 grados! Finalmente, el barco fue respondiendo con la misma lentitud conocida, ya me encontraba dándole la banda de babor al buque que venia de vuelta encontrada. Si acaso me golpea, la mayor responsabilidad caerá sobre él al darme por esa banda. Fue una idea que me cruzó por la mente como un relámpago. ¡Coño, con eso no resuelvo nada! ¿Y si me da por la superestructura? Todos están durmiendo y aquí se encuentra el cuarto de máquinas, nos joderemos todos. A unas tres millas de distancia o menos, observo que el buque vuelve a cambiar de rumbo y se dirige exactamente hacia nosotros. ¿Qué coño esta haciendo ese hijoputa? Se iba totalmente franco y ahora está enfilándome nuevamente.
-¡Francisquito, todo a babor!
-¡Todo a babor! Respondió con el mismo nerviosismo y yo también sentí miedo, mucho miedo, estábamos a menos de una milla de distancia y solo me quedaba encomendarme a Dios.
-¡Timón a la vía y ahí derecho, aguanta la estrepada, no caigas nada a babor!
-¡Ahí derecho! Respondió él y yo di una larga pitada. Ya el radar se encontraba en la menor escala y observé unos escasos cables entre una nave y otra, solo debía rezar mentalmente. Un silencio sepulcral invadió el puente, no sé si podía sentir la respiración de Francisquito, yo sé que exagero, pero fue lo que sentí en aquel instante.
Un tanquero yugoslavo nos pasó por la banda de babor a menos de 80 metros, una distancia extremadamente peligrosa entre dos barcos en condición de niebla. Pudimos identificar el logo de su chimenea, la llevaban encendida. No solo eso, escuchamos también el rugido de sus potentes motores, era de dimensiones superiores a la nuestra. Francisquito y yo lo observamos en silencio mientras nuestro nerviosismo iba desapareciendo, fue el momento donde él comprendió las razones de aquella inesperada maniobra.
-Yugoslav tank ship on my port side, this is the Cuban vessel Renato Guitar calling you. No respondieron los hijos de puta. Yugoslav tank ship! ¿Are you drunks, sons of bitches? I shit on your mothers. ¡Hijos de putas, maricones!
-Francisquito, ¿qué pasó con el seguro del timón?
-No sé, ya lo viste, demasiado apretado.
-¿Quién tu crees lo haya apretado así?
-El que siempre anda con esa berracada es Emiliano el electricista.
-Mañana mismo voy a conversar con él, no tiene que tocar ningún equipo del puente. ¿Te cagaste?
-¡Coño, tronco de susto! Y lo lindo, la gente anda durmiendo y no se enteran de nada, tremendo peligro acabamos de pasar. Sonó el teléfono magnético, llamaban desde el cuarto de máquinas.
-Socito, ¿qué andas haciendo allá arriba? Se me cayeron las revoluciones de la maquina principal y me asustaste.
-Tetera, tuve que maniobrarle a un loco que se tiro contra nosotros y no tuve tiempo de avisarte. Asere, hay mucha niebla y tráfico. ¡Enciende el otro servomotor!
-Sin líos, nos vemos a las cuatro como siempre para desayunar algo.
Siempre nos encontrábamos a esa hora en la cocina, allí preparábamos una tortilla gigante y colábamos café. Les hicimos el cuento de lo sucedido y también se asustaron, pocas veces se enteran en maquinas sobre lo que sucede en el puente. Como era habitual, le llevaba un jarrito de café al Cabronazo, nuestro padre o enfermero. Como era habitual también, debía pelearle al cabrón viejo por abrirme la puerta del camarote totalmente desnudo.
Tetera murió años después en el naufragio del buque cementero “Capitán San Luis”. El “Cabronazo” desertó en el mismo puerto de St. Stephen donde yo lo hiciera posteriormente. Cumplió con lo que me dijo un día, quería que le dieran las ultimas afeitadas con cuchillas Guillet.
Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2017-12-27
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