VIAJANDO POR JAPÓN
Motonave "Jiguaní"
Llegar a Japón por primera vez tuvo el precio de cientos de sueños, así me sucedió a mí, un joven soñador para aquellos tiempos tan románticos de la marinería que me tocó vivir. Alcanzarlo significaba vencer miles de millas desde Panamá, unos treinta días de navegación, un poco más si la velocidad es pobre. Una leve pausa al navegar entre las islas Hawai para espantar la soledad que se sufre y alejar la mente de esa enferma obsesión por el sexo, castigado por una terrible abstinencia impropia para aquella edad. Soñaba cuando dormía y durante mis guardias en el puente. No llegaba a comprenderme mucho, solo contaba con imágenes vagas de aquel país, donde entre otras cosas, podía identificarla por Toshiro Mifume o el cieguito Ichi, aquellos terribles e invencibles samurais. No existía otra información al alcance de un cubano común que esas, las películas por las que hacíamos largas colas en los cines para escapar de aquel molesto Konec. Aquella primera vez yo viajaba como timonel.
Llegar a Tokio impacta profundamente al visitante y te obliga a borrar aquel estandarte que izabas como presentación. Es fascinante y cautivadora, simplemente impresionante. Se entra en contacto con un pueblo del que puedes enamorarte a primera vista, educado, sencillo, silencioso, solidario, extremadamente limpio, comunicativo y con una reverencia especial para expresar gratitud y dispuesta a regalarte una sonrisa, un pueblo que se superó a si mismo hasta llegar a lo que es hoy.
Teóricamente los marinos tenemos que vincularnos con las capas más bajas de cualquier sociedad, bares y prostíbulos siempre han sido los paisajes que decoran nuestros pasos al bajar de un buque. Japón rompe todos esos esquemas y prejuicios, ellos son diferentes, lástima que nunca nos lo explicaron y nos vimos obligados a descubrirlos. Sin salir aun del asombro por lo que devoran tus ojos, comienzas a comprender que te encuentras en un sitio donde puedes enriquecerte cuando te sumerges entre su gente. Los estibadores, borrachos y pendencieros en muchas naciones, aquí resultaban individuos muy educados y organizados que siempre respondían a las órdenes de sus jefes con esa disciplina ausente entre nosotros mismos. Gente supuestamente “explotada” que trabajaba con guantes blancos desechables y que los marinos recogíamos en cubierta una vez terminada su faena. Antes de comenzar su trabajo en las mañanas, eran formados en el muelle y ante nuestro asombro, realizaban ejercicios durante unos minutos. Para conocer un poco cualquier país debes andarlo, mezclarte entre su gente y disfrutar las bondades o sorpresas que te brindan los nacionales. La gente de cualquier buque solo salía mientras tuviera unos centavos en el bolsillo para invertir en pacotilla, yo era diferente, además de tratar salvar esa insaciable necesidad propia de nuestro país, me gustaba conocer el suelo que pisaba.
La avenida Ginza, posiblemente una de las más populares y transitadas de Tokio, resulta deslumbrante para cualquier ser venido de un país subdesarrollado. Ese efecto se multiplica de noche cuando los anuncios lumínicos maravillosos distraen tu mirada a una y otra acera sin permitir distinguir si el cielo se encuentra nublado o despejado. Un enjambre de personas limita la velocidad de tus pasos y entre ellos, puedes admirar a mujeres u hombres vistiendo coloridos y caros kimonos, prenda que se usa por motivos muy especiales. Una visita obligada para cualquiera que llega a Tokio es sin duda el barrio de Akihabara, casi todas sus tiendas se dedican al comercio de efectos electrodomésticos, productos del que en aquellos tiempos Japón era líder mundial. Andas de una a otra vidriera sin conciencia del tiempo transcurrido y, sin poder desprenderte de ese asombro que sintiera un guajiro al encontrarse frente al capitolio nacional de La Habana. En la isla no sabían que nos encontrábamos para esas fechas a un año luz en cuanto a tecnología como a la allí encontrada se refiere.
Recorrer las partes viejas de Tokio tenía sus encantos, se trataba de viviendas reducidas a la mínima expresión de espacio. Se transitaba por pasillos limpios y frente a esas viviendas se mantenían en el exterior refrigeradores, bicicletas, etc. En esos barrios existían aun aquellos baños públicos que se mostraban en películas de samurais y un poco más modernas. Podías ver a sus vecinos andar con una toalla colgada del cuello en dirección a esos lugares para disfrutar de un baño, porque entre otras virtudes de ese pueblo que no he mencionado, los japoneses son sumamente aseados. Los viajes a Japón cargados de azúcar y destinados a cargar en cualquiera de sus puertos, no excedían nunca o casi poco de las dos semanas de operaciones, eran extremadamente eficientes y organizados en sus labores. Regresé otro viaje como timonel y nuestra entrada fue por el puerto de Chiba para descargar y luego cargaríamos en Tokio y Shimonoseki. El ambiente respirado y el deleite de visitar ese país fue el mismo experimentado el viaje anterior. Luego me perdí unos tres años de mis viajes al Asia, continente al que deseaba descubrir con demasiada avidez.
Motonave "Jiguaní"
La suerte volvió a sonreírme y crucé nuevamente ese extenso océano Pacífico. Lo hacía nuevamente a bordo del buque “Jiguaní” como Tercer Oficial, una nave donde su tripulación era lo más parecido a una familia, aunque ya habían sembrado varias papas podridas entre nosotros y el ambiente comenzaba a deteriorarse. Era la antesala de lo que se nos avecinaba y todos desconocíamos. Ese viaje tuvo como destino a Tokio nuevamente y volví a disfrutarlo como si se tratara de un reencuentro con aquella novia despedida en el muelle al zarpar el barco. Fui un poco más atrevido de lo normal y me aventuré a viajar en trenes y autobuses dentro de sus horarios normales y en horarios pico. Son instantes estresantes donde se mueven como hormigas millones de personas al mismo tiempo, sin embargo, nada de eso afectaba el buen comportamiento de los habitantes en ese maravilloso país. Hay detalles al parecer insignificantes, quizás para ellos, no para nosotros, seres influenciados por las calamidades de la vida cotidiana. No sentí mal olor en ninguno de aquellos medios de transporte, tampoco la gente se expresa en voz alta como nosotros y ahorran energías en gestos innecesarios. Observé mucha cortesía hacia mujeres y ancianos, incluso hacia mí que era extranjero. Gasté unos dólares cuando me senté en un bar y luego comer en una fondita, ya conocíamos nuestros puertos de destino y quise disfrutar algo aquella visita que excedió vagamente la semana. La magia y encanto mantenían vivos los deseos de regresar a ese país que supo marcarme junto a otros dos que disfrutaba muchísimo, Canadá y Holanda.
A bordo del buque “Pepito Tey” volví a Tokio como Segundo Oficial y comenzaron a nacer las desilusiones. No acostumbraba a salir en grupo y ese día cedí ante la insistencia de unos agregados de cubierta que viajaban en el buque. Ya para entonces era muy común el uso de la barba, sin embargo, yo me mantenía afeitado y trataba de vestir mis mejores trapos cuando salía en cualquier puerto, varios de los muchachos andaban barbudos. Sin razón alguna nos expulsaron de un comercio y nadie puede imaginar la vergüenza sufrida. No alcanzaba a comprender lo que sucedía, ni la acción de aquella gente a la que tanto admiraba.
Motonave "Pepito Tey"
Una noche me rendí ante la invitación de los mismos muchachos para tomarnos una cerveza en la calle, eran sumamente divertidos y no venía mal despejar un poco la carga de aquella extensa travesía, pensé con cierta ingenuidad y me equivoqué. Tomaron un camino diferente al de la salida y nunca salimos del puerto, nos detuvimos ante una de esas máquinas similares a las de CocaCola, solo que aquella expendía cervezas enlatadas. No eran caras y cuando me dispuse a introducirles monedas, una de aquellas manos frenó mis intenciones. Uno de ellos le dio un golpe certero en un lugar específico al aparato y este no pudo contenerse. Vomitó la primera lata como si se tratara de un ser humano expulsando un cuerpo extraño después de atorarse y al que le aplicaran un golpe similar por la espalda. Me causó risa y fui cómplice de aquella fechoría juvenil, pero no estaba de acuerdo con lo que estaban haciendo. Era de noche y no existía vigilancia en aquella zona del puerto, bebimos hasta saciarnos o hasta que la máquina se negó a continuar vomitando, no recuerdo exactamente.
Uno de aquellos mediodías que me encontraba de guardia y rodeado por algunos tripulantes en el portalón, un carro patrullero se detuvo frente a nosotros. El policía quería decirnos algo y no sabía una sola palabra de inglés. Acudió a la mímica y con gestos sumamente cómicos llegó a hacernos comprender que uno de los tripulantes se encontraba detenido por el robo de una bicicleta. El fragmento de su actuación con más gracia fue cuando imitaba a una persona montando bicicleta, nos partimos de la risa y creo que hasta él se sentía feliz, estuvimos a punto de aplaudirlo. Realmente no se trataba de un chiste, lo habíamos comprendido y quedó la duda de quién se trataría, aclarada una hora más tarde por una nota recibida por mí. Fue verdaderamente penoso, se trataba de un joven agregado de cubierta que perdió por una bicicleta de uso los cuatro años de su carrera y fue expulsado de la marina mercante. No era mala persona y tuvo que realizar el viaje de regreso sufriendo el trauma provocado por la vergüenza sufrida. A partir de esos instantes decidí salir solo a la calle, lo hacía vistiendo de traje y con una cámara fotográfica colgada del hombro. Aprendí a ocultar mi nacionalidad y cuando preguntaban por mi origen, unas veces respondía que era venezolano y otras de Puerto Rico. Ese viaje regresamos directo de Tokio a La Habana y fue mayor el tiempo consumido en navegación que el gastado en puerto.
Motonave "Aracelio Iglesias"
Los próximos viajes a Japón los realicé como Primer Oficial a bordo de los buques “Aracelio Iglesias” y “Bahía de Cienfuegos”. Con el Aracelio y después de descargar azúcar en Tokio, nos dirigimos a realizar reparaciones generales en el puerto de Yokohama. Puedo asegurar que nunca más vi en reparaciones posteriores, la seriedad, calidad, eficiencia y disciplina observada en ese dique nipón. Hablo estableciendo comparaciones con los de Ámsterdam, diferentes diques de España, Hong Kong y para qué mencionar al destructivo dique de Casablanca en La Habana.
Ya para entonces la situación de nosotros los cubanos había empeorado, los hurtos se habían multiplicado y debías enfrentar la vergüenza de recibir a las autoridades para realizar un sondeo a bordo. Si los japoneses dejaban sus paraguas fuera de las tiendas, corrían el riesgo de no encontrarlos luego de pasar un cubano. No solo se inspiraron y robaron bicicletas de uso, llegaron a hurtar algunas que se encontraban en exhibición al exterior de las tiendas. De aquellos pasillos existentes en la parte vieja de Tokio, algunos refrigeradores pequeños que sus habitantes tenían en el exterior volaron hasta nuestras naves en viajes nocturnos. Huestes de corsarios tropicales salían de noche hacia el basurero de Tokio y regresaban al buque cargados con sus trofeos, pura mierda, como era de suponer. La cubierta de botes del buque “Aracelio Iglesias” amaneció una mañana repleta de pequeños buros verticales que pudieron pertenecer a una oficina de correos. Indagando me enteré de que habían llegado hasta el barco, porque se lo solicitaron al chofer del camión que se dirigía al basurero. Es de suponer que ordené lanzarlos al mar cuando salimos a navegar. Realizando inspección de camarotes en el buque “Bahía de Cienfuegos”, un viejo camarero militante del partido, exhibía una colección de unas veinticinco sombrillas, no se podía caminar en aquel reducido espacio por la acumulación de tarecos recogidos en la calle. Por esos tiempos la militancia del partido a bordo de nuestras naves superaba el 90% de la tripulación y actuaban con total impunidad ante los delitos que se cometían. Contar sobre todas las fechorías que se cometieron en la tierra del sol naciente, extendería demasiado este trabajo y no vale la pena. Kobe fue otro de aquellos maravillosos puertos visitados y donde se produjeran uno u otro hurto para vergüenza nuestra, al menos para los que teníamos un poco de ella.
Motonave "Bahía de Cienfuegos"
Aquella ansiedad y felicidad experimentada por visitar a ese admirado país fueron disminuyendo hasta desaparecer todo interés. Una muy querida amiga que vivía en Tokio, me regaló en uno de aquellos viajes la novela titulada “Shogun”, me dijo que en ella aprendería un poco sobre la cultura de aquel país y lo devoré con ansiedad durante la navegación de regreso. El comportamiento de nuestras tripulaciones había retrocedido hasta los años 1600 y no se diferenciaba mucho a la comandada por el Capitán John Blackthorne en su barco Erasmus. Nosotros llegamos a ser tan o más detestables que ellos y de poco sirvieron los siglos transcurridos.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2017-11-03
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Querido amigo tu memoria es fantastica,y ni yo que vivi tantos anos alli,podria describir tan fielmente,como es ese mi querido pais adoptivo.Me ha gustado mucho tu relato y saber que aporte uh granito de arena en hacer que conocieras mas ese maravilloso pueblo.Recuerdo que te regale el shougun y otros libros,me maravillo encontrar un marino cubano que leia,y recuerdo que hablamos de que yo queria escribir y tu me dijiste lo mismo.Tu has escrito varios libros y yo aun los tengo en mi cabeza.Estupendo lo que has escrito,un abrazo.
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