miércoles, 1 de noviembre de 2017

UN VIAJE A LA CHINA DE MAO TSE TUNG.


UN VIAJE A LA CHINA DE MAO TSE TUNG.


Motonave "Jiguaní", escenario de esta historia.

Haber estado en el lugar y momento oportuno, dotó a muchos seres humanos del privilegio a considerarse un testimonio viviente de acontecimientos irrepetibles en la vida. Los marinos, debido a nuestro constante movimiento por el mundo, formamos parte de esos seres muchas veces agraciados por la casualidad. No es lo mismo lo que puedan contar otros a contar lo que realmente vieron tus ojos. 

Viajar a China en aquellos tiempos podía interpretarse como pérdida para muchos marinos cubanos pendientes de la pacotilla y puedo asegurar que, yo me diferenciaba en algo de la media que me rodeaba, nunca fui un furibundo pacotillero. Siempre traté de encontrarle el lado positivo a cada una de las travesías realizadas, yo disfrutaba conociendo y en este caso, China se presentaba ante mis ojos como un país exótico, cerrado al mundo, totalmente desconocido.

Llegamos a cargar arroz en Shanghai después de descargar nuestra azúcar en Tokio, indudablemente el cambio fue muy violento para nosotros. La navegación en demanda de ese puerto fue muy entretenida en el Mar de China y aguas próxima a su entrada, eran cientos de sampanes pescando y navegando erráticamente, desafiando nuestra proa en maniobras temerarias. El tifón del barco se mantuvo activo durante la noche y los movimientos para evadirlos fueron constantes. Yo viajaba como timonel a bordo del buque “Jiguaní” ese viaje.

Unos enjambres de chinos nos abordaron inmediatamente después de atracar, eran cientos de ellos deambulando por el muelle como si se tratara de un panal de avispas alborotados. Todos vestían de dos colores, aunque los modelos de sus ropas fueran similares, todo era gris y azul Prusia, como si se tratara de un ejército. Cada uno colgaba un medallón en el lado izquierdo de sus pechos, era una medalla de plástico con la imagen dorada de Mao sobresaliendo de un fondo rojo. Luego pude ver la diversidad de esas medallas cuando salí a la calle, el rostro de Mao podía ir acompañado de un tren, barco, avión, etc., quizás para identificar el sindicato al que pertenecía el portador. No encontré a un solo chino sin cargar aquella medalla y una que otra estrellita roja y dorada en la gorra. Vale señalar que aquellas prendas de vestir delataban haber sido lavadas durante cientos de veces en sus existencias, razones para observarlas con esos colores algos desteñidos o en el peor de los casos, raídas o gastadas.

Listo el barco para las operaciones de carga, comenzaron a salir del almacén existente en aquel muelle toda una caravana de carretas tiradas por hombres. Cada una transportaba la cantidad de sacos comprendidas en una lingada, no puedo precisar si se trataba de unos quince sacos, solo imagino que era una carga pesada para ser tirada por un hombre sustituyendo a cualquier animal. Eran rápidos y muy organizados, trabajaban como las hormigas. ¡Oh! Se me olvidaba un detalle muy importante, inmediatamente después del atraque, instalaron bocinas a lo largo de nuestra eslora y nos deleitaron las veinticuatro horas con himnos chinos y discursos. Durante el tiempo de receso, no muy extenso tampoco, un individuo los reunía y comenzaba a leerles el contenido de un librito rojo, ellos escuchaban con disciplina, devoción, admiración, pasión.

Por aquellos años China y la extinta U.R.S.S eran algo así como enemigos, varios encontronazos militares se habían producido en la frontera de la Manchuria. Razón suficiente para que fuéramos objeto del asedio constante por parte de comisarios políticos que hablaban nuestra lengua, buscando en todo momento una palabra de apoyo hacia ellos y de condena a los soviéticos. Ya nos habían advertido en el barco sobre esa situación y la prohibición de cualquier manifestación a título personal. Rusos y chinos se acusaban mutuamente de “revisionistas”, y para serles franco, yo no comprendía mucho. Aquellos comisarios se movían por todo el buque con entera libertad, poco importaba que te encontraras en los salones o pintando en el escobén, cuando menos lo esperabas estabas recibiendo una arenga sobre el gran timonel, Mao.



Parte de la tripulación del buque "Jiguaní" a la entrada de un museo en Shanghai. Al fondo puede verse la base de una estatua de Mao Tse Tung, yo soy el primero de derecha a izquierda de los agachados.

Disfrutamos de varias visitas dirigidas y acompañados de un traductor a diferentes sitios de la ciudad. En una de esas salidas nos llevaron a un monumental museo donde estuve a punto de llorar por el dolor que sentía en los pies. No tenía calefacción y no había salido con las botas de invierno. Rogaba por llegar al final del recorrido, pero aquel museo contaba con decenas de salas de exposición, creo que pasamos más de cuatro horas de tortura rodeados de un solemne silencio y escuchando la voz celestial de las guías cuando nos explicaban que cada artículo allí mostrado, eran logros del camarada Mao, pura mierda para el que haya visitado una parte del mundo desarrollado. Unas de aquellas noches nos llevaron a una ópera llamada “La Linterna roja” o algo así, tuvo que ser. Creo que tenía una duración que superaba las dos horas, tiempo durante el cual solo escuchabas a los chinos soplarse la nariz o secarse constantemente los ojos con un pañuelito. En varias oportunidades el traductor o comisario nos preguntaba si no nos sentíamos conmovidos por la obra, y por supuesto, la respuesta era siempre positiva para nuestra desgracia, porque inmediatamente nos preguntaba la razón de no llorar como los chinos. La segunda vez que me hizo aquella estúpida pregunta, le respondí que no lloraba porque no era chino y dejó de insistir. Esta misma comedia se repitió un viaje posterior durante una visita a Corea del Norte, un país con un sistema mucho más cerrado que el de aquella China de ese tiempo.

Era permitido salir a la calle y nos aventuramos un pequeño grupo a caminar un poco para matar el tedio que se sufría a bordo. Me vestí con los mejores trapos que poseía, ya para esa fecha yo había visitado gran parte de Europa y me había avituallado de ropa que era la envidia de la juventud en mi país. No era nada del otro mundo, pero superaba en todos los aspectos a una juventud que sufría los efectos de una loca “Ofensiva Revolucionaria” impuesta por el comandante de todo en el año 1968. Disculpen que deba hacer mención de estos detalles que considero necesarios, es alarmante la mala memoria que poseen los pueblos hambreados y los cubanos somos buen ejemplo de ello. Para esas fechas las mujeres cubanas no poseían un blúmer de respeto y el de mejores condiciones, los guardaban para consultas médicas o eventos especiales, no quiero profundizar más. China sufría en ese viaje los embates de su “Revolución Cultural”, evento copiado por el Napoleón caribeño al que solo le cambiara el nombre por otro más tropical o revolucionario.

Shanghai tuvo la fama de ser uno de los puertos más prostituidos de la región y para la fecha de mi recorrido a lo largo de la zona portuaria que bordeaba el río, no solo habían borrado el dulce aroma de aquellas trabajadoras sociales, barrieron con todo lo que pudiera recordarles el pasado. Fueron decenas de cuadras donde no se observó bar, tienda o restaurante alguno, nada, solo la suciedad observada en algunos países, como el nuestro, para no extenderme mucho. 

Como copia al carbón de lo encontrado posteriormente en todo el campo socialista, cada cierto tramo podías observar grandes vallas alegóricas a su revolución con imágenes gigantes de su gran líder acompañado de su compañero de lucha “Lim Piao”, al que más tarde “Lim-piaron” con un cohetazo mientras viajaba en un avión, creo que con su familia, quisiera no equivocarme. Podías chocar con grupos de chinos interrumpiendo la acera mientras leían atentos la información que les ofrecían en los “dazibaos”, especie de murales que luego fueron muy comunes en todas las dependencias cubanas, incluyendo nuestros barcos.

Una vez descubiertas nuestras presencias, parte de aquel público, sobre todo el compuesto por jóvenes, nos seguían a lo largo de innumerables cuadras y nos devoraban con la vista. Se nos acercaban tanto que llegaban a molestar, bloqueaban nuestro avance y producían una lástima terrible. Nos miraban como si se tratara de extraterrestres y no desperdiciaban un solo centímetro de nuestros cuerpos, todo les llamaba la atención. Les resultaba una novedad los zapatos, pantalones, camisas, abrigos, relojes, gafas, etc. Algunos se atrevían a tocarnos y se lo permitíamos. Casi al final de nuestro recorrido y próximos a la entrada del Club de Marinos, fue posible desprendernos de un grupo que llegó a superar las cincuenta personas, jóvenes, como les dije. No se podía diferenciar a una chica de otra, no solo por la vestimenta que era común a la de los varones, todas estaban peladas iguales, fenómeno similar lo encontramos nuevamente en Corea del Norte.


Motonave "Jiguaní".

El Seaman Club era espectacular y contaba de diversos pabellones, solo que se encontraba casi vacío, coincidimos con tripulantes de un barco griego operado por la empresa CUFLET. Aquellos griegos, famosos por sus parrandas con las “cufleteras” (jineteras) cubanas, andaban muy derechitos en China, ellos como nosotros, sabíamos del palo que nos arrascábamos. Era imposible cualquier contacto con una mujer china y en el caso que eso sucediera, lo mismo desaparecían a la mujer que al extranjero, nada de bromas. Si ibas a jugar ping-pong, el salón estaba decorado con una foto de Mao practicando ese deporte. Lo mismo ocurría en la biblioteca y el restaurante, era asqueroso el culto a la personalidad que se le rendía al viejo y agotadora toda la muela que debías soportar al paso por cualquiera de aquellos salones. Donde único no encontré fotos del vejete fue en el baño, gracias a Dios.

Luego de dos semanas de operaciones de carga largamos los cabos rumbo a la isla, lo hacía muy defraudado. No encontré ninguna de las maravillas que ellos nos vendían mensualmente en la revista “China Popular” por la que sentían mucha admiración parte de nuestro idiota pueblo, aunque no era útil para limpiarse el fondillo. Luego el comandante se peleó con los chinitos y aquellos suspendieron la cuota de arroz, estuve un tiempo navegando por otros países y había olvidado ese lejano contacto con una cultura milenaria reducida a mierda por obra y gracia del espíritu santo.

Regresé a China años posteriores y visité varios de sus puertos de norte a sur. Ya su sistema de economía había experimentado un cambio radical y su mercado interno estaba abarrotado de todo tipo de productos fabricados por ellos. Siempre me llegaba esa pregunta muy normal entre los que la conocimos de su etapa maoísta. ¿Dónde coño estaban todos esos productos con los cuales satisficieron la demanda nacional y luego invadieron al mundo? La misma pregunta se extendió posteriormente a todo el campo socialista y queda latente esa pregunta para países como Cuba y Venezuela, entre otros. Allá estuve cuando los problemas de la plaza Tiananmen y siempre que les mencionabas a los chinos el nombre de Mao Tse Tung, la mayoría de ellos te respondía con el pulgar mirando hacia tierra, no deseaban recordarlo.

No fue mucha la pacotilla que se pudo comprar aquel viaje, sin embargo, adquirí el privilegio de haber estado en China en el momento oportuno, aquel donde otros deben conformarse con la información vendida por otros de acuerdo con sus intereses políticos. Hoy vivo en un barrio tomado por los chinos, son muy laboriosos y simpáticos, me caen bien. De vez en cuando me detengo con algunos para hablarle de ese viaje, pero la mayoría son jóvenes y escaparon de aquella triste y gris época.







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2107-11-01


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