UN VIAJE POR MALASIA
Motonave "Bahía de Cienfuegos", escenario de esta historia.
La primera vez que viajé a Malasia lo hice transportando 12600 Tm. de azúcar, arribamos luego de vencer la travesía más agotadora y angustiosa en mi vida de marino. Hicimos una breve escala en Singapur para abastecernos de agua y combustibles, la cantidad de víveres comprados fue ridícula, la suficiente para agotarla en menos de una semana. Las limitaciones en la compra de víveres no tuvieron como justificación la baja asignación de dinero, digamos que fue la actitud miserable del Capitán. Sobre ese viaje he escrito con amplitud en el tema titulado “La vuelta al mundo en una cafetera” y no quisiera extenderme en la presente. Se trataba de un barco, el “Casablanca”, que viajaba en aquel plan de tripulaciones reducidas y contaba con dinero suficiente para satisfacer nuestras necesidades. ¿Por qué actuaba así el Capitán? No era militante del partido y supongo haya sido buscando méritos personales al costo del sacrificio de la tripulación. Durante esa breve parada con duración inferior a las veinticuatro horas, yo no pude bajar a tierra por arribar a ese puerto de guardia. O sea, puede interpretarse que yo continuaba navegando.
Consumimos en total cuarenta y cinco días de navegación desde Cuba hasta Malasia, tuvimos alrededor de veinticinco paradas por averías. El barco no contaba con aire acondicionado y la situación era en extremo intolerable por encontrarnos navegando en aguas tropicales. El agua de consumo era racionada a limites extraordinarios y para empeorar aún más nuestra situación, la nave se encontraba infestada de ratas. A todo eso debe sumarse la mala calidad y variedad de las comidas, sabiendo que habíamos salido de Cuba mal abastecido, el Capitán Demares se negó a reabastecer al buque en el Canal de Panamá.
Con el Capitán malayo, su esposa, niños, Mary la esposa del Tercer Oficial, mi esposa y yo.
Salimos de Cuba en diciembre y arribamos al puerto de Penang en Malasia a finales de febrero. Había escuchado hablar de Malasia gracias a la novela de aventuras escritas por Emilio Salgari, uno de los autores preferidos de mi infancia. Debe suponerse que viajé por esos mares de mis sueños acompañando a Sandokan, el Tigre de Malasia. Luego desapareció por encanto aquellas viejas obras que me ilustraron cuando niño, no así el hábito de leer muy bien inculcado en aquella maravillosa escuela de huérfanos llamada Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana. Esa situación de desconocimiento o ignorancia se repitió a lo largo de mi vida como marino y no me alejaré mucho de nuestra isla, llegué un día a Venezuela y solo conocía a su héroe por el nombre, muy poco se hablaba sobre la obra de Bolívar y me actualicé gracias a unos libros que me regaló una amiga en Caracas.
Llegamos de día y el Práctico ordenó fondear una de nuestras anclas en un mar calmado y cristalino, luego nos comunicó que en ese sitio alejado de la costa finalizaba nuestro viaje y nos dio la bienvenida a Malasia. -¡Ustedes tienen prohibido bajar a tierra! Fue muy escueto y educado cuando nos dio aquella noticia. Una media hora más tarde se nos abarloa una lancha y nos abordaron las autoridades junto al agente que nos atendería. -Van a disponer de un guardia a bordo y todas las operaciones de descarga se realizarán fondeados por medio de patanas. ¡Terrible escuchar aquella noticia! Todos los sueños y esperanzas por conocer un nuevo país se derrumbaron o transformaron en pesadilla.
Con Mary, la esposa del Tercer Oficial, mi esposa y yo en Port Kelang.
¿Por qué nos castigaban los malayos? ¿Qué ley pudimos haber violado? Ningún error habíamos cometido que atentara en contra de las leyes de aquel país y no fue hasta pasados unos días que supimos las razones de aquella despiadada medida contra nosotros. Resultó ser que mientras navegábamos o un tiempo anterior a nuestra partida, se había celebrado en La Habana la Cumbre de Países no Alineados y para esas fechas el Napoleón del Caribe ocupaba su presidencia. Pues a este individuo con egos de emperador se le ocurrió la brillante idea de atacar a Malasia y Singapur, no recuerdo las razones, pero nos comentó el agente que los representantes de esos países se levantaron y abandonaron la asamblea. En fin, nosotros tuvimos que pagar los platos rotos y no era la primera vez, algo muy parecido nos ocurrió en la España de Franco. Mientras ambos dictadores vivían un incomprendido romance, nosotros podíamos bajar a tierra hasta las doce de la noche y teníamos que entregar el pase que nos daban al guardia civil que permanecía a bordo las veinticuatro horas. Creo que permanecimos fondeados por un tiempo que superaba el mes, el azúcar transportado iba a granel y las operaciones de descarga con los medios del buque fue muy lenta. Partimos de Malasia rumbo a China a finales de marzo o principios de abril, deben imaginar el estado psíquico experimentado en las condiciones descritas, ya había superado cómodamente los cuatro meses sin bajar a tierra.
En casa del Capitán malayo en Port Kelang.
Regresé a Malasia unos tres años después, iba acompañado de mi esposa y pudimos bajar en Singapur donde hicimos escala para reabastecernos. Le advertí sobre la experiencia anterior y las posibilidades que nos negaran bajar a tierra. Esta vez nuestro puerto de destino era Port Kelang, más al sur que el anterior, próximo a la ciudad de Kelang y de su capital Kuala Lumpur. Permanecimos unos días fondeados y al llegar a tierra nos comunicaron que podíamos bajar en grupos limitados de personas, creo que unos quince por día. También nos advirtieron que no podíamos desplazarnos a una distancia superior a los veinte kilómetros, lo que suponía permanecer obligatoriamente dentro del poblado de Port Kelang. No recuerdo si la ciudad de Kelang superaba esa distancia y si lo estuvo no la respeté cuando ya no encontraba nada por visitar en aquel pequeño pueblo. Ese viaje fue realizado en la motonave “Bahía de Cienfuegos”, un barco de reciente adquisición, muy moderno y confortable. Sin embargo, aquellas comodidades no respetaron el dramatismo vivido durante esta nueva vuelta al mundo, al final de la cual me solicitaron la expulsión de la marina mercante, esa historia se encuentra narrada en el trabajo titulado “Mandado a matar”, ambas disponibles en este blog.
A la entrada de un templo hindú en Kelang con el Capitán malayo.
Comencé a conocer personas muy agradables en el trato y siempre las vinculaba a mi héroe de la infancia. Los malayos son gente muy pacífica y hospitalaria, una mezcla notable de razas y credos que viven en perfecta armonía. Malayos, indios, chinos, sirilankeses, vietnamitas y seres de otras regiones de Asia, conviven sin disputas de territorio alguno. Puedes visitar, y muchos de sus fieles lo muestran con orgullo, cada uno de los templos que allí existen y te dan la bienvenida. Estuve merodeando en el interior de templos budistas, musulmanes, cristianos, hinduistas, puedo afirmar que en todos fui tratado con mucho respeto y cordialidad. En el interior de muchos comercios sus propietarios mantenían un altar donde hacían reverencias a sus dioses y mantenían alguna ofrenda sin que resultara ofensivo al que no practicara su religión. En términos generales y aunque no contaran con un nivel de escolaridad elevada o fuera nula, puedo decir que los malayos son seres muy educados en su trato. Tienen muy buen sentido del humor y lo demuestran con esa sonrisa que siempre los acompaña.
Las mujeres son bellas y en términos generales planchaditas de nalgas, razón por la cual cuando salíamos a la calle era una atracción el trasero de nuestras mujeres. No fueron pocas las veces en las que detenidos por la luz roja de cualquier semáforo, los choferes que pasaban a nuestro lado tocaban el claxon de sus vehículos para celebrarlos.
-¡Me han tocado el culo! Dijo una tarde mi esposa en un mall de la cuidad de Kelang.
-Pues hazte la boba, yo no voy a pelear con todos los malayos por culpa de tus nalgas.
-¡Oye, esta empleada quiere entrar conmigo al probador! Me dijo otro día en una tienda donde se compraba un jean.
-¡Déjala! No tengas complejos, ella solo quiere comprobar si tus nalgas no son postizas. Fue una situación repetida en cada salida y siempre traté de mantener la ecuanimidad, yo sabía que solo primaba la curiosidad y que actuaban sin maldad.
A la entrada de un templo budista con el shipchandler de Port Kelang.
Una tarde llegó un señor al camarote a pedirme permiso para mostrarle el barco a su padre, me explicó que el viejo vivía en el interior del país y nunca había visto un barco por dentro. Los conduje hasta mi oficina donde les ofrecí jugos y café, las mujeres del grupo iban con la cabeza cubierta como lo llevan las musulmanas, lo eran. Luego les mostré el puente, salones, etc., salieron muy complacidos con la atención recibida. Pocos días después se apareció nuevamente aquel hombre para invitarnos a un recorrido por sitios históricos de Kelang. Resultó ser un Capitán de la marina malaya que ahora se desempeñaba como Práctico del puerto, me dijo que complacía un deseo de su padre como pago a las atenciones recibidas de mi parte, me asombró. Nos llevó a comer en su casa y sin ningún tipo de complejos nos dio a sus niños para que jugáramos con ellos. Su esposa tenía el cabello descubierto y mostraba todo el esplendor de su belleza, era ingeniera. Aquellos paseos fueron repetidos en diferentes oportunidades y fue precisamente él quien dirigió las maniobras de salida de nuestro buque. Unos dos años más tarde y navegando por las costas de Port Kelang, llamé a la estación de Prácticos y estuve conversando un rato con él, fue una sorpresa para ambos. Aún conservo fotos de aquella linda amistad que tuvo lugar hace más de treinta años y no imagino a sus niños convertidos en hombres.
Con un grupo de estudiantes musulmanas en el puente del buque en Port Kelang.
Hace poco estuve en un bar y una de sus empleadas, quien me conoce por las frecuentes visitas al local, se detuvo a conversar un rato conmigo. Ella es de tez india, bella de rostro y joven. Cuando le pregunté por su nacionalidad me contestó que era malaya y que había nacido en Kelang. Sin proponérselo, me devolvió un poco esa alegría que se va agotando con el peso de los años y me regresó a una tierra con un calor asfixiante y húmeda, donde imagino que el perro se niegue a seguir al amo al mediodía. Ella también se sintió feliz cuando me puse a narrarle todas esas boberías importantes que no están al alcance de muchos. Porque viajar, señores, no tiene precio, es muy caro y no todo se puede cubrir con una tarjeta de crédito.
Malasia fue otra de las grandes experiencias en mi vida de marino, otro país adorable con gente encantadora, inolvidable.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2017-11-11
Salimos de Cuba en diciembre y arribamos al puerto de Penang en Malasia a finales de febrero. Había escuchado hablar de Malasia gracias a la novela de aventuras escritas por Emilio Salgari, uno de los autores preferidos de mi infancia. Debe suponerse que viajé por esos mares de mis sueños acompañando a Sandokan, el Tigre de Malasia. Luego desapareció por encanto aquellas viejas obras que me ilustraron cuando niño, no así el hábito de leer muy bien inculcado en aquella maravillosa escuela de huérfanos llamada Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana. Esa situación de desconocimiento o ignorancia se repitió a lo largo de mi vida como marino y no me alejaré mucho de nuestra isla, llegué un día a Venezuela y solo conocía a su héroe por el nombre, muy poco se hablaba sobre la obra de Bolívar y me actualicé gracias a unos libros que me regaló una amiga en Caracas.
Llegamos de día y el Práctico ordenó fondear una de nuestras anclas en un mar calmado y cristalino, luego nos comunicó que en ese sitio alejado de la costa finalizaba nuestro viaje y nos dio la bienvenida a Malasia. -¡Ustedes tienen prohibido bajar a tierra! Fue muy escueto y educado cuando nos dio aquella noticia. Una media hora más tarde se nos abarloa una lancha y nos abordaron las autoridades junto al agente que nos atendería. -Van a disponer de un guardia a bordo y todas las operaciones de descarga se realizarán fondeados por medio de patanas. ¡Terrible escuchar aquella noticia! Todos los sueños y esperanzas por conocer un nuevo país se derrumbaron o transformaron en pesadilla.
Con Mary, la esposa del Tercer Oficial, mi esposa y yo en Port Kelang.
¿Por qué nos castigaban los malayos? ¿Qué ley pudimos haber violado? Ningún error habíamos cometido que atentara en contra de las leyes de aquel país y no fue hasta pasados unos días que supimos las razones de aquella despiadada medida contra nosotros. Resultó ser que mientras navegábamos o un tiempo anterior a nuestra partida, se había celebrado en La Habana la Cumbre de Países no Alineados y para esas fechas el Napoleón del Caribe ocupaba su presidencia. Pues a este individuo con egos de emperador se le ocurrió la brillante idea de atacar a Malasia y Singapur, no recuerdo las razones, pero nos comentó el agente que los representantes de esos países se levantaron y abandonaron la asamblea. En fin, nosotros tuvimos que pagar los platos rotos y no era la primera vez, algo muy parecido nos ocurrió en la España de Franco. Mientras ambos dictadores vivían un incomprendido romance, nosotros podíamos bajar a tierra hasta las doce de la noche y teníamos que entregar el pase que nos daban al guardia civil que permanecía a bordo las veinticuatro horas. Creo que permanecimos fondeados por un tiempo que superaba el mes, el azúcar transportado iba a granel y las operaciones de descarga con los medios del buque fue muy lenta. Partimos de Malasia rumbo a China a finales de marzo o principios de abril, deben imaginar el estado psíquico experimentado en las condiciones descritas, ya había superado cómodamente los cuatro meses sin bajar a tierra.
En casa del Capitán malayo en Port Kelang.
Regresé a Malasia unos tres años después, iba acompañado de mi esposa y pudimos bajar en Singapur donde hicimos escala para reabastecernos. Le advertí sobre la experiencia anterior y las posibilidades que nos negaran bajar a tierra. Esta vez nuestro puerto de destino era Port Kelang, más al sur que el anterior, próximo a la ciudad de Kelang y de su capital Kuala Lumpur. Permanecimos unos días fondeados y al llegar a tierra nos comunicaron que podíamos bajar en grupos limitados de personas, creo que unos quince por día. También nos advirtieron que no podíamos desplazarnos a una distancia superior a los veinte kilómetros, lo que suponía permanecer obligatoriamente dentro del poblado de Port Kelang. No recuerdo si la ciudad de Kelang superaba esa distancia y si lo estuvo no la respeté cuando ya no encontraba nada por visitar en aquel pequeño pueblo. Ese viaje fue realizado en la motonave “Bahía de Cienfuegos”, un barco de reciente adquisición, muy moderno y confortable. Sin embargo, aquellas comodidades no respetaron el dramatismo vivido durante esta nueva vuelta al mundo, al final de la cual me solicitaron la expulsión de la marina mercante, esa historia se encuentra narrada en el trabajo titulado “Mandado a matar”, ambas disponibles en este blog.
A la entrada de un templo hindú en Kelang con el Capitán malayo.
Comencé a conocer personas muy agradables en el trato y siempre las vinculaba a mi héroe de la infancia. Los malayos son gente muy pacífica y hospitalaria, una mezcla notable de razas y credos que viven en perfecta armonía. Malayos, indios, chinos, sirilankeses, vietnamitas y seres de otras regiones de Asia, conviven sin disputas de territorio alguno. Puedes visitar, y muchos de sus fieles lo muestran con orgullo, cada uno de los templos que allí existen y te dan la bienvenida. Estuve merodeando en el interior de templos budistas, musulmanes, cristianos, hinduistas, puedo afirmar que en todos fui tratado con mucho respeto y cordialidad. En el interior de muchos comercios sus propietarios mantenían un altar donde hacían reverencias a sus dioses y mantenían alguna ofrenda sin que resultara ofensivo al que no practicara su religión. En términos generales y aunque no contaran con un nivel de escolaridad elevada o fuera nula, puedo decir que los malayos son seres muy educados en su trato. Tienen muy buen sentido del humor y lo demuestran con esa sonrisa que siempre los acompaña.
Las mujeres son bellas y en términos generales planchaditas de nalgas, razón por la cual cuando salíamos a la calle era una atracción el trasero de nuestras mujeres. No fueron pocas las veces en las que detenidos por la luz roja de cualquier semáforo, los choferes que pasaban a nuestro lado tocaban el claxon de sus vehículos para celebrarlos.
-¡Me han tocado el culo! Dijo una tarde mi esposa en un mall de la cuidad de Kelang.
-Pues hazte la boba, yo no voy a pelear con todos los malayos por culpa de tus nalgas.
-¡Oye, esta empleada quiere entrar conmigo al probador! Me dijo otro día en una tienda donde se compraba un jean.
-¡Déjala! No tengas complejos, ella solo quiere comprobar si tus nalgas no son postizas. Fue una situación repetida en cada salida y siempre traté de mantener la ecuanimidad, yo sabía que solo primaba la curiosidad y que actuaban sin maldad.
A la entrada de un templo budista con el shipchandler de Port Kelang.
Una tarde llegó un señor al camarote a pedirme permiso para mostrarle el barco a su padre, me explicó que el viejo vivía en el interior del país y nunca había visto un barco por dentro. Los conduje hasta mi oficina donde les ofrecí jugos y café, las mujeres del grupo iban con la cabeza cubierta como lo llevan las musulmanas, lo eran. Luego les mostré el puente, salones, etc., salieron muy complacidos con la atención recibida. Pocos días después se apareció nuevamente aquel hombre para invitarnos a un recorrido por sitios históricos de Kelang. Resultó ser un Capitán de la marina malaya que ahora se desempeñaba como Práctico del puerto, me dijo que complacía un deseo de su padre como pago a las atenciones recibidas de mi parte, me asombró. Nos llevó a comer en su casa y sin ningún tipo de complejos nos dio a sus niños para que jugáramos con ellos. Su esposa tenía el cabello descubierto y mostraba todo el esplendor de su belleza, era ingeniera. Aquellos paseos fueron repetidos en diferentes oportunidades y fue precisamente él quien dirigió las maniobras de salida de nuestro buque. Unos dos años más tarde y navegando por las costas de Port Kelang, llamé a la estación de Prácticos y estuve conversando un rato con él, fue una sorpresa para ambos. Aún conservo fotos de aquella linda amistad que tuvo lugar hace más de treinta años y no imagino a sus niños convertidos en hombres.
Con un grupo de estudiantes musulmanas en el puente del buque en Port Kelang.
Hace poco estuve en un bar y una de sus empleadas, quien me conoce por las frecuentes visitas al local, se detuvo a conversar un rato conmigo. Ella es de tez india, bella de rostro y joven. Cuando le pregunté por su nacionalidad me contestó que era malaya y que había nacido en Kelang. Sin proponérselo, me devolvió un poco esa alegría que se va agotando con el peso de los años y me regresó a una tierra con un calor asfixiante y húmeda, donde imagino que el perro se niegue a seguir al amo al mediodía. Ella también se sintió feliz cuando me puse a narrarle todas esas boberías importantes que no están al alcance de muchos. Porque viajar, señores, no tiene precio, es muy caro y no todo se puede cubrir con una tarjeta de crédito.
Malasia fue otra de las grandes experiencias en mi vida de marino, otro país adorable con gente encantadora, inolvidable.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2017-11-11
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