domingo, 17 de septiembre de 2017

POR LA SAGA DE LOS MARINOS CUBANOS (12). Caso: Ropa de frío.


POR LA SAGA DE LOS MARINOS CUBANOS (12). Caso: Ropa de frío.


Tripulación del buque "Jiguaní" 1970, vistiendo los abriguitos comprados a Mister Nakkada en Tokio.


Nunca escuché a alguien referirse a ella como "ropa de invierno", era simplemente eso, "ropa de frío". El tiempo de asignación de esas prendas de vestir, estaba regulada en dependencia de las labores realizadas a bordo. No recuerdo con exactitud, si los periodos más cortos correspondían al personal que trabajaba en cubierta, creo que para la oficialidad el ciclo era cada tres años.
Ya mencioné en algún trabajo cual fue la primera "ropa de frío" que me entregaron en el año 1968. No he podido olvidar aquellas botas de fabricación nacional, resultó algo traumático, lo suficiente para conservarlo en la memoria. 

Resulta que a uno de aquellos famosos "innovadores" criollos, quizás preñado de patriotismo, tal vez ambicionando uno que otro mérito personal, creó unas botas que ni les cuento. Novato al fin, una vez en mis manos las encontré maravillosas. Debo decirles que corría una época difícil en la isla y la juventud, ante la ausencia de oferta de calzado de vestir en el mercado nacional, transformaban cualquier bota de trabajo en elegantes botines. No puede negarse que los zapateros de aquellos tiempos eran unos excelentes artesanos, solo encontraron resistencia a esas transformaciones aquellas famosas y viriles botas rusas. De modo que el modelo de botas de invierno puestas en mis manos, resultaban algo atractivas a mi gusto juvenil.


Tenían zipper y no eran tan altas, la piel era suave al tacto, dóciles, diría yo. Estaban en su interior forradas con piel de conejo, toda una atracción a la mirada de los viajeros que compartían la misma guagua que yo. No las llevaba en la mano por presumir o alardear con un producto inexistente en el mercado nacional. La situación era mucha más seria, no había nada para envolverlas en la tienda o departamento que las distribuía de la marina mercante. No recuerdo con exactitud donde radicaba en aquellos años, pero imagino, estuviera en el mismo edificio de Navegación Mambisa. Eran dignas de admirar, podía suceder que la bota izquierda estuviera forrada con la piel de un conejo negro y la derecha con la de uno blanco, detalle que no señaló a tener en cuenta el vanguardista innovador y que, no tuvo presente el jefe de producción, quien a su vez luchaba también por uno de aquellos méritos revolucionarios. Lo cierto es que la gente miraba y yo me sentía orgulloso por aquella adquisición.

Muy contento me sentí con aquellas botas de frío de un modelo ausente en todo el ámbito nacional, solo que aquella alegría, fue fusilada con disparos de nieve en mi primer viaje a Canadá. Resulta que las suelas de las botas eran casi lisas y esponjosas, ¿imaginan de lo que hablo? Resultaron peligrosísimas para andar por cubierta y eso no fue lo peor, absorbían el agua helada. Tuve los dedos de los pies a punto de congelación y no saben lo que duele cuando entran en calor.

Bueno, quiero terminar este capítulo dedicado a las botas diciéndoles algo. No crean que aquellas botas criollas fueron las peores asignadas a los marinos, ellas sustituyeron a otras de pésima calidad importadas desde la antigua U.R.S.S. Las rusas, no quisiera imaginar donde tenía el cerebro aquel dirigente que las compró. Fueron fabricadas por una especie de fieltro grueso y rígido, indudablemente absorbentes. La primera pieza tenia gran altura, llegaba a las rodillas aproximadamente. Una vez calzadas, debías ponerte una especie de zapatillas de goma, gruesas como las usadas en las botas de agua. Una vez vestido con ellas, muy bien podías parecerte al Gato con Botas o a cualquiera de los Mosqueteros. Imagino hayan sido las que distribuyeran a los campesinos rusos en los koljoses siberianos. Terriblemente feas e inservibles y usadas por los marinos que me antecedieron, ¡escapé!


¡Hablemos ahora de mi primer abrigo! Por supuesto que era de producción nacional y ya deben imaginar, con el mismo color usado para los uniformes de millones de trabajadores, gris. Lo del color era irrelevante si hubiera sido útil para abrigarnos, solo piensen que me refiero a un abrigo de kaki. Poseía de relleno una guata de producción nacional y el forro interior de nylon, para aumentar sus desgracias era abotonado. Aquel abrigo, diseñado por otro innovador vanguardista, no fue concebido para abrigar en las temperaturas frías encontradas en nuestro camino, peor aún, como se trataba de una tela absorbente, una vez expuesto a las olas o lluvias, llegaba a pesar una tonelada y ayudaba a aumentar el frío que se sufría. Estos dos fracasos de aquellos patriotas criollos, tuvo que ser razón suficiente para que perdieran sus méritos y quizás llegaran a ser sancionados, pienso. No voy a detenerme en la ropa interior, casi todas son iguales alrededor del mundo, unas con más calidad que otras, pero ellas no se pueden apreciar exteriormente. 


Solo unas líneas para aquel gorro de frío de producción soviética que nos entregaron, pudieron formar parte de los atuendos usados por los bolcheviques cuando la gran revolución rusa. Eran de una especie de fieltro o gruesa felpa, todos del mismo color y modelo. Poseían unas orejeras que debían amarrarse por medio de unos cordelitos debajo de la quijada. Cuando no se amarraban y por el carácter rebelde de aquella tela, las orejeras adoptaban una posición horizontal que brindaba al usuario cierto aspecto de helicóptero, horrorosos como casi todo lo que se importaba desde allá. 







Por el año 70 comenzaron a experimentarse ciertos cambios relacionados con la asignación de "ropa de frío", pero ya saben, donde se hizo la ley siempre hay un tramposo. Se autorizó a los capitanes a comprarle la ropa de invierno a los tripulantes mediante una carta entregada en Navegación Mambisa, no recuerdo cual era el departamento que la otorgaba. Como era de suponer, el tripulante desconocía la cantidad de dinero asignado para esa compra y fue víctima de los sobrecargos y capitanes picaros o corruptos. De esta manera caímos en manos de un Ship Chandler muy famoso y exclusivo de Tokio, amado por los capitanes de aquellos tiempos y que se movía por todos los puertos de Japón, me refiero a Mister Nakkada, ¿se acuerdan de él? Como se desconocía el monto de dinero asignado para esas compras, Nakkada pudo conseguir aquellos abriguitos, que a la legua se distinguían como bien baratos y venderlos a precios exagerados. Operación que muy bien pudo pactarse con los sobrecargos y capitanes. La diferencia entre el precio real y el que aparecería en la factura, indudablemente iba al bolsillo de ellos, sumados de paso al por ciento de comisiones que se recibían en esas fechas y que debió ser superior al 5 %. Estamos hablando de un tiempo donde la plata asignada para compras y reparaciones menores podía ser satisfactoria y nada ridícula como en tiempos posteriores. ¿Lo cierto? Capitanes, sobrecargos, primeros oficiales y jefes de máquinas, regresaban de cada viaje a Japón con buenos equipos eléctricos, además de cenas pagadas por Nakkada y una que otra noche con una prostituta de lujo. La foto que ilustra este trabajo, muestra a la totalidad de la tripulación del buque Jiguaní con los abriguitos comprados en Tokio. Si miran bien la fotografía, encontrarán que solo uno de ellos tiene un abrigo diferente, es el Capitán Carlos García. ¿Miento? Ustedes saben perfectamente que todo esto es cierto. Las compras de ropa de invierno realizadas en otros países como Canadá u Holanda eran de calidad superior e indiscutiblemente más caras, pero insisto, no se conocía el límite de dinero a gastar y los picaros siempre se beneficiaban con esas compras. 

Los tiempos continuaron cambiando y con él, llegó también una corrupción rampante, despiadada y desvergonzada. Te entregaban la carta de asignación para la ropa de invierno y se conocía el dinero destinado para esos fines. Una manera elegante usada por muchos sobrecargos, consistía en entregarte el dinero en efectivo y muchos de ellos lo hacían a cambio de una comisión. Plata que la gente le daba gustosa, porque disponían de una cantidad adicional para dedicarla a comprar pacotilla. ¿Qué hubo excepciones? No lo dudo, pero así actuaba la mayoría hasta el día de mi deserción. Solo existía una exigencia para recibir la plata en efectivo, debía presentarse una factura de compra para presentarla en La Habana. No era un obstáculo difícil de vencer y en la capital cubana nadie se iba a detener a traducir una factura escrita en japonés, alemán o chino.


¡Muy bien, todo perfecto! Exclamarán muchos de ustedes y no es así, aquel supuesto beneficio trajo sus inconvenientes. La gente se gastaba la totalidad del dinero en pacotilla y olvidaba que debía protegerse contra el frío. Les sucedía por brutos, si la asignación de esa ropa era cada tres años, muy bien pudieron comprarse una muda que fuera de buena calidad y estoy convencido que, soportaría mucho más allá de ese tiempo porque no siempre se navegaba a países fríos. Solo que la ambición o necesidades de su familia superaba cualquier tipo de análisis.


¿Los resultados? Estando el barco en países con bajas temperaturas, no fueron pocas las oportunidades en las que los contramaestres, venían a verme para manifestarme que la gente tenía frío. Pedían mantenerse dentro de la superestructura encontrándose el buque en operaciones o, los vi forrarse con papeles de periódicos antes de partir a una maniobra.

-¡Lo lamento, uno de los dos debe estar vigilante en cubierta!


-¡Pero es que no tienen buenos abrigos!


-¡Que se jodan! Debieron pensar en ello antes de gastarse el dinero en pacotilla, hay que vigilar las operaciones de carga.





Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.
2016-12-11


xxxxxx

No hay comentarios:

Publicar un comentario