domingo, 17 de septiembre de 2017

VOLANDO POR LOS OBENQUES


VOLANDO POR LOS OBENQUES


Motonave "Jiguaní", como pueden observar, el segundo mástil o llamado "palo mayor" es el que posee la machina. Su altura supera la del puente del barco, pero en esta foto carece de los "obenques", ellos se podían quitar y poner.


Los buques modernos son como las mujeres planchadas, no tienen nalgas desde que inventaron la “popa de espejo”. Su proa de bulbo parece esa cosa parada que amenaza penetrarte por atrás. Luego, sus anclas no entran totalmente al escobén. Las protecciones que les han puesto para que sus uñas no rocen con el casco directamente, le dan cierto aire de puta con pestañas postizas. Tampoco tienen palos, no de ese palo que todo cubano se imagina, carecen de mástiles y se borraron algunos nombres extravagantes y que se olvidaban los primeros días. ¡Vaya caprichitos de esa vieja profesión que elegí un día! Que si trinquete, que si mayor, que si mesana y contramesana. Vengan stays, ostas, contraostas, amantes, amantillos, cornamusas y luego tambores. Vengan patecas y cuadernales, tinteros y muletas. Vengan puntales y sus jodederas, maquinillas (de vapor primero, como las locomotoras) Vengan electricistas a medir la impedancia, el aislamiento y cuanta mierda se les ocurra antes de llegar a puerto. 

Bromas van, bromas vienen por cubierta. ¡Tarrú! Le gritan a Venancio, él se hacía llamar el Benny. Tal vez lo escribía con uve, ve de vaca como le decimos los cubanos, siempre sintió vergüenza por su nombre. Y eso que el padre había sido abogado allá en Aguada de Pasajeros, esa fue su suerte, aún así lo bautizó como Eleuterio Venancio Galarraga y Tarence. ¡Del carajo! Hay que pasar un curso para pronunciar su nombre, era buena gente. Tartamudo, qué carajo, los cubanos les llaman gagos. No uno cualquiera, cuando se le trababa el cloche para hablar siempre te escupía. Y no hablen de estornudar, Venacio siempre andaba con la nariz roja de tanto frotarla con un trapito para secarse los mocos aguados, los pañuelos los dejaba para salir. 

Esteban Casañas, Luís Catell, Venancio Galarraga y Esmirdo Rodríguez en la popa del Jiguaní.

Néstor se reía poco, no le gustaba mostrar algunas caries, siempre lo hacía con la boca medio cerrada. Estaba de contramaestre y vivía en San Miguel del Padrón. Era un cabroncito, pero buena gente, casi todos lo eran en aquellos tiempos. Pedro parecía un gringo, vaya isla para parir a gente tan variada. Tenía los ojos verdes y era medio rubio. Fuerte como un roble, pero ya se le comenzaban a caer las tetas. Tenía su estilo para pescar, lo hacía igualito que los indios que descubrió Colón, usaba una especie de lanza fabricada por el mismo. Yo gastaba horas de horas sentado en los muelles cuando me encontraba de guardia, Pedro se la pasaba caminando y mirando hacia el agua. ¡Zas! Lanzaba su arpón con tremenda destreza y siempre agarraba algo, hasta Dorados cuando nos quedábamos al garete. ¡Vaya puntería la de aquel salvaje! Hablaba muy poco y cuando se sonaba dos buches se le enredaba pronto la lengua, se transformaba. Llevaba millones de años como pañolero, bueno, mientras existieron buques con palos y las tapas de las bodegas eran Mac Gregor. Después, no, llegaron los buques culo planchados y eliminaron esa plaza. No recuerdo dónde carajo lo vi de contramaestre, él no quería ascender, se encontraba muy feliz entre brochas y rolos, engrasando cables y ruedas de las tapas de bodegas.


Hermes Cruz, Néstor, Venancio Galarraga, Esteban Casañas y Esmirdo Rodríguez limpiando nieve de cubierta en Tokio.

Chicho, no sé por cuál razón le llamaban así. Casi siempre lo hacían con los llamados Enrique y su nombre era Rafael, descendiente de italianos, Marziota era uno de sus apellidos. Un tipo simpático con cara de actor que un día fumó la mariguana del socialismo y nunca se le quitó la borrachera. Al menos, hasta la última vez que lo vi encontrándome de Primer Oficial en un buque. Iba acompañando a unas damiselas para mostrarle alguna embarcación y coincidimos. Yo sé que detrás de aquel recorrido se encontraba un culo y creo que se puso algo nervioso. Dejó la marina para dedicarse a la vida partidista, me extrañó. Tal vez su padre le hablara del partido comunista italiano y se confundió. No era mala gente y compartía nuestras bromas en cubierta, andaba de timonel.

Febles era muy introvertido, no hablaba, tal vez sentía complejos por las huellas dejadas en su rostro aquella implacable acnés de la juventud o el abuso de las pajas. Muy liviano de peso y músculos acerados por la ausencia de grasa. Trabajaba como un animal y militaba también, pero era tan reservado o miedoso que nunca logré arrancarle una palabra. Siempre fue mi único contrincante a las cinco de la tarde. Vivía por el parque de Santa Amalia y tenía una hija, nunca más supe de él después de mi desenrolo.



Foto superior Esteban Casañas. Foto inferior, Esteban Casañas a la derecha y Febles a la izquierda dándole mantenimiento al casco.


Angelito, enano, gambao, cejijunto, velludo, inculto. Inculto ni timbales, los cubanos le llamamos “burro”. Era muy variable aquel guajiro que nunca imagino cómo carajo se enteró de la existencia del mar y los barco. Vivía en remangalatranca, quién pudiera recordar el puto nombre de aquella aldea ubicada en un pueblo de Las Villas. Angelito es el único caso conocido de un individuo que renunció a las bondades de la vida de un marino y que luego regresara al campo a ordeñar vacas. Tuvo que estar muy buena aquella guajira para lograr eso en medio de la situación que se vivía en la isla. Siempre se andaba quejando de que cuando se la metía a su mujer, ella no dejaba de caer embarazada y alguien le recomendó comprar píldoras marca “Zampo o Sampo” en Japón. ¡Vaya usted a saber! Creo que eran para introducirlas en la vagina antes de templar y quizás el guajiro obligó a su mujer a ingerirlas. Fallaron en los intentos y la guajira salió preñada nuevamente, la gente comenzó a burlarse de él y le sugirieron que llamara al niño Zampito Pérez, porque ese era su apellido.

Barreras, tenía menos obstáculos que el curso de inglés vendido por televisión. Roberto era o es un negro claro de facciones finas muy noble. Siempre andaba como un pordiosero y lo gastaba todo en su mujer (Candita, ya he escrito sobre ella) y su hijo Robertico, aquel niño debe superar hoy los cuarenta años. A Barreras se le movían frecuentemente las prótesis cuando reía o hablaba, usaba un bigotico fino muy de moda en los años cuarenta. No era muy compartidor que digamos, una vez se le ocurrió proponerme salir en Hong Kong y le dije que tenía que comprarse ropa, lo hizo. Venía de Ciego de Ávila y su incultura competía con la de Angelito, sin embargo, no tenían que ver el uno con el otro, Barreras no militaba en el partido y el guajirito, sí. Una vez salimos a compartir en un bar de Antillas que estaba montado encima de las aguas de su bahía, le llevé una putica a la mesa y no supo darle tratamiento. Aquella mujercita iba con el vaso lleno de bebida hasta la mesa donde se encontraba su chulo o maridito. Se lo advertí a Roberto y nunca logré que reaccionara, tuve que ser yo la persona que mandara pa’la pinga a esa hijaputa, Barreras tenía casi todas las células de su cuerpo muertas. Decían las malas lenguas, mejor no lo digo.

Esmirdo Rodríguez, creo haya sido una de las personas que sufrió como nadie las traiciones del “socialismo cubano”. Ya escribí sobre él una vez, pero no puedo omitirlo cuando escribo sobre esta magnífica tripulación. Un guajiro muy especial que militaba en el partido y era el secretario del sindicato a bordo. De carácter muy noble y afable, supo ganarse el cariño de toda la tripulación. Esmirdo tuvo la amarga experiencia de contar con un hijo que se coló en la embajada del Perú en el año 80 y desencadenara el famoso éxodo del Mariel. Como era menor de edad, firmó la salida del país de su hijo y tuvo que soportar todo tipo de humillaciones en su tránsito hacia el Círculo Social (Fajardo, justo al lado del Cony Island) donde se encontraban las oficinas del MININT en esos instantes. Le escupieron el rostro a él y su esposa durante la trayectoria. Luego fue expulsado de la marina mercante y me lo encontré en Miami. Su vida había cambiado radicalmente desde entonces, aquel hijo supo abrirse camino y sacarlo de Cuba junto a su esposa y hermano menor.

Luis Castell, tenía tipo de chulo por sus patillas largas, motas sobre las orejas y toda una manifestación de gangarrias colgando del cuello, muñecas y dedos. Era el típico miraculo de la isla, la gente lo identificaba como “el mira tetas de Placetas o, el mira mira de Palmira”. Como lo conocíamos, teníamos la prudencia de perdirle se alejara de las escalas del buque cuando iban a subir o bajar nuestras novias, no se ponía bravo y nos complacía. Se daba a querer con ese cabrón defecto y nosotros lo aceptábamos tal y como era.

Miranda, ya le dediqué todo un capítulo. Tipo más burro que él debe encargarse su fabricación al extranjero, no conocí a otro más bruto en toda la historia de la marina mercante cubana. Eso sí, lo que tenía de animal, le sobraba de noble. Siempre fue el centro de nuestras bromas, nunca pudo superar la estatura de un marinero de cubierta.

“El Capitán Tareco”, así apodamos a la persona que comandaba aquella nave donde su tripulación era casi una familia y que luego fuera barrida por el paso de una historia ya conocida. Carlos García era tan enano como Angelito y solo se distinguía de aquel por sus conocimientos técnicos y cultura. Sin embargo, la suma de todos sus complejos personales, lo situaban muy por debajo de aquel simple guajirito. Tuvo que sentirse muy mal las veces que salió al alerón del puente y, debía subirse sobre la base de los repetidores del girocompás para saber lo que ocurría a proa de su nave en las diferentes maniobras de atraque o desatraque. 
Toda aquella frustración y que las mujeres visitantes eligieran fijarse en un marino cualquiera antes de él con todas sus barras sobre el hombro, provocaban descargara sus rabietas en nuestra contra y por supuesto, recibiera sus merecidos. Hace años purga su condena en el infierno y lo imagino alimentando las calderas del diablo. Carlos García ocupaba la plaza de Capitán y secretario del partido al mismo tiempo. Si te le acercabas para reclamarle algo con sentido político, no dudaba en aplicar medidas administrativas a su respuesta. Si por el contrario, acudías a él con alguna reclamación netamente administrativa, inmediatamente te aplicaba soluciones partidistas. Siempre ganaba el hijo de la gran puta y que me disculpen sus descendientes. Contaba sin embargo con un equipo de oficiales de lujo, uno de los mejores que he conocido en mi vida de marino. Camp como Primer Oficial, Méndez como Segundo Oficial y Felipito Montano de Tercero. No volví a encontrar un trío tan estelar como ese en toda la historia de la marina mercante cubana.

Los barcos comenzaron a parecerse a Yoyi “almohaditas”, planchadas, sin culo. Los palos fueron sustituidos por grúas que no requieren de ostas y contraostas, tampoco usan obenques. Los camarotes eran mejores, aún antes de poseer grúas o tener el culo plano. En el Jiguaní dormí por primera vez solo, el camarotico era sumamente pequeñito, como el cuartico de aquella putica que se enamoró de mí en Thailandia. Tal vez parecido a la de la estudiante de medicina de Varna, quizás como el de la jinetera polaca donde el agua era muy fría y tenía la calefacción muy baja. El agua era racionada en los viajes largos, no existían las destiladoras, pero tenía cuatro paredes para encuerarme y dormir así, como me diera la gana. 
Días entre semana eran dedicados a la lectura y a venirse soñando. ¿Qué saben ustedes de esto? Los huevos, cuando te encuentras en tierra, se acostumbran a llenarse y vaciarse diariamente. Así se mantienen, produciendo leche durante un mes o mes y medio, ese era el tiempo que se pasaba un barco cubano en puerto. No importa cual, lo hacias con tu mujer en el tuyo, lo hacías con otra cualquiera en el interior del país, esa era nuestra vida, la nuestra, la de los verdaderos marineros. Putas, amores, cabarets, hoteles, posadas, ron. ¿Qué otro sentido tendría la vida para quien sabe salir y no está seguro de su regreso? Después, soñabas casi diariamente durante las dos primeras semanas y te venías en la cama. Siempre sucedía eso, hasta que los huevos llegaban a comprender que no existía un huequito tibio, tierno y jugoso que los aliviara de su peso. Te encabronabas cuando despertabas embarrado de leche hasta los tuétanos, siempre era así. Entonces, guardabas esa sábana para entregarla al camarotero cuando limpiara el camarote y la enviara a la lavandería. 
Después, se acabó el dinero del lavado, el de la comida y por último, se olvidaban del pago. Siempre, cuando el camarotero venía a tenderte nuevamente la cama, debías fijarte que la sábana no estuviera manchada de leche. Nunca he visto nada con tanto fijador como el semen, los otros días, escuchando una conversación entre mujeres, oí que cuando mamaban les gustaba rociarse el rostro con ella porque tenía propiedades especiales para la piel. Sufrí mucho cuando hablaban, no se imaginan el problema que le hubiera resuelto a tantas mujeres en mi vida de marino. Sábado y domingo eran días de pajas y yo los disfrutaba en toda su magnitud. De subida, o sea, cuando me dirigía al extranjero, agotando todas las fantasías e imaginación de mi cerebro. De bajada, usaba todas aquellas revistas pornos que tendría que arrojar al mar antes de cruzar la frontera de El Morro de La Habana para evitar una segura cárcel. El ciclo se repetía cada viaje norte, imaginación y recuerdos que conoces. Sur, bollos rubios en magníficas fotografías que nunca encontrarías en la isla. Sí, te empatarías con un millón de rubias, pero cuando las encuerabas comprendías que todas eran oxigenadas.

Me perdí, les hablaba de buques con palos que tenían obenques, no eran todos los palos tampoco. Solamente los usaban aquellos que disponían de una “machina”, o sea, un puntal disponible para levantar grandes pesos que oscilaban entre 15 y 30 toneladas métricas, algunos superiores. Esos obenques eran del grueso de la muñeca de un hombre y estaban fijos desde el trinquete de esos mástiles hasta el trancanil (ángulo formado en la unión del casco y la cubierta principal. Generalmente llevaban entre tres o cuatro obenques a ambas bandas del mástil para reforzarlos de los esfuerzos a sufrir. Cada tarde y exactamente a las cinco, Febles y yo competíamos ante el gusto y demanda de una parte de la tripulación, subiendo a pulso desde la cubierta hasta el trinquete por uno de esos obenques. Creo que la altura superaba los veinte metros y lo hacíamos durante tiempos de pequeños balanceos. A pulso bajábamos también. 


Con mucho afecto a una de las mejores tripulaciones con las que me tocó navegar como timonel, pañolero y Tercer Oficial. Me refiero a la motonave “Jiguaní”.


Parte de la tripulación del Jiguaní en la fecha de esta narración.


Algunos nombres que recuerdo...

Parados y de izquierda a derecha..

1.-Miguel Haidar (en viaje de instrucción)
2.- Felipe Montano (Primer Oficial)
3.- Wendel Lafita. El sobrecargo (el negro)
4.- Obregón, un engrasador (El negro grueso)
5.-Hermes Cruz (en viaje de instrucción)
6.-Otro engrasador (el negro bajito)
7.-Eusebio (era engrasador y luego trabajó en el Dept. de Personal en Navegación Mambisa)
8.-Carlos García (el capitán y único con abrigo claro)
9.-Luís R. del Valle (agregado de cubierta) Ya falleció.
10.-Villabrille. (en viaje de instrucción)
11.-Otro engrasador (mulato a su lado)
12.-Besú (iba en viaje de instrucción también y llegó a Capitán)
13.-Rafael Marziota (Timonel, luego se dedicó al partido y dejó de navegar)
14.-Mendez (Segundo Oficial, llegó a Capitán y supervisor de la flota)
15.-Un camarero (el negro que está al lado de Mendez0
16.-Esmildo Rodríguez (marinero de cubierta y con residencia en Miami)

Agachados y de izquierda a derecha...

1.-Sánchez (cuarto maquinista)
2.-Otro cuarto maquinista que no recuerdo su nombre (el mulato)
3.-Morejón (Engrasador)
4.-El Ayudante de máquinas.
5.- El tornero.
6.-Gonzalo Marcos Pérez (iba en viaje de instrucción, años más tarde llegó a capitán).
7.-Esteban Casañas (Timonel)

El resto de la tripulación se encontraba de guardia.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2011-03-26


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