domingo, 24 de septiembre de 2017

MARCIO VALDEZ


MARCIO VALDEZ


Motonave ¨Jiguaní ¨, escenario de esta historia.


-¡Flaco, baja de ahí! Sentí a mis espaldas y viré el rostro. Marcio me esperaba en la cubierta con dos cervezas en la mano, yo me encontraba pintando la chimenea del barco. -¡Qué bajes, te dije! Descendí por la escala de gato y me entregó una de las dos botellas. 

-¡Vamos a brindar! Chocó la suya contra la mía y se llevó su botella a la boca, lo imité.

-¿Y por qué brindamos?

-Porque mañana sales de viaje para La Habana.

-Pero es que yo no tengo vacaciones. Le respondí algo preocupado, Marcio no andaba bien de la cabeza y no había parado de beber desde que el buque arribó a ese puerto.

-Yo no te dije que ibas de vacaciones, te vas a estudiar.

-¿A estudiar?

-Me pidieron que seleccionara a un tripulante con verdadera vocación de marino para pasar un curso de oficiales y solo te encontré a ti.

-¿Para oficial?

-Procura aprobar y regresar con tu charretera, si no es así, olvídate de mí.

Los años pesan, pasan sin agotarse y borran las huellas dejadas en el camino. Me aferro a los recuerdos y no deseo abandonarlos, cada minuto de mi existencia es importante para mí, lo que una vez fui, lo que soy y nunca más seré. Hay rostros que van quedando en el camino, como cualquier soldado muerto en batalla y que pocos recordarán. Trato de rescatarlos, buenos y malos, malos y más malos, todos marcaron sus pautas en las vidas de los que quedamos vivos, prestados en esta tierra preñada de placeres y amarguras. Marcio es uno de esos inquietos fantasmas que pululan en el éter, vuelan como delfines, nadan como gaviotas, respiran con sus cansadas agallas y va perdiendo sus escamas.

Aún recuerdo cuando fue enrolado en el buque "Jiguani", hacia muy poco que se desmovilizaría del ejército y conservaba ese olor a militar algo repulsivo. Alto y flaco como una vara de pescar, blanco gallego y casi rubio, pelado a lo militar, bien bajito. Quizás la memoria me traicione y devuelva esa suposición como falsa, tal vez era medio calvo, creo que lo era. Todavía usaba una que otra prenda de su antiguo uniforme, puede que se haya sentido extraño en su nuevo medio y reprimiera aquel monótono ejercicio de estar levantando la mano para saludar a un huevón, otro más que se cruzara en su camino, otro más, decenas de ellos, superiores o inferiores. Hasta que se cansó de esa levantadera de mano tan insípida, estúpida, inoportuna, improductiva y molesta cuando debes saludar a alguien que te desagrada, un hijoputa, por ejemplo. Entonces, cuando aquel brazo derecho llegó a pesar toneladas de descontento, solicitó la baja y se largó al carajo.

Llegó al carajo llevando como equipaje muy poca ropa y muchas costumbres sin aplicaciones, muchas palabras fuera de contexto, horarios, marchas, desfiles, saludos a la bandera y aquel agotador discurso sobre el enemigo eterno, el invasor. No cayó bien en su primer impacto sobre cubierta, no era su mundo, este era más dócil, mucho más hipócrita y solapado, el de la puñalada que te llega sin saber de quién es el brazo. ¡Debo adaptarme! Suerte que ahorró energías, no debo levantar el brazo, no debo levantar el brazo, no debo levantar el brazo, se repetía.

Hay gente que cae mal de gratis, tal vez por la ausencia de una sonrisa o por ser extremadamente ordenado en un mundo tan revuelto. Era un enigma, un misterio del que todos desconfiaban cuando se paseaba por cubierta con un pantalón verde olivo. ¿Y su camarote? ¿Quién ha visto a un marino tan organizado? ¿Cuántas veces tendemos la cama? ¿Quién ha mantenido diez minutos, solo diez, todos los files, lápices, libros y planos colocados en sus sitios en formación militar? Ese nunca ha navegado, no es marino, es un bicho raro. ¿Caer mal por eso? Y por menos también, el vulgo te juzga por las apariencias, te compra por el envase sin haber probado el contenido. No perdió la serenidad, apostaba a él y supo ganar. 

No dimos muchos viajes juntos, solo los suficientes para que se ganara el cariño y respeto de la tripulación, el necesario para que se fabricara un presente ajeno a esa vida tan estricta que conoció. Fueron tiempos tolerables los que encontró a su llegada, aun existían oficiales profesionales. Le tocó la buena suerte de compartir el mando o subordinarse a uno de los mejores capitanes de nuestra flota, me refiero a Raúl Hernández Zayaz, no conocí otro que lo superara en virtudes. Como subordinados suyos, Marcio contaba con un excelente elenco, Luis R. del Valle como Segundo Oficial y Guillermo Sánchez Oro como tercero. El resto de la tripulación era una gran familia que solo requería saber ganarse, y lo logró, le sobraba inteligencia para hacerlo.

Antes de partir me dedicó un libro de Estabilidad publicado por la Navy americana, ese libro viajó conmigo durante los años posteriores, me resultó de gran utilidad y fue abandonado en oportunidad de mi deserción, pueden imaginar cuantas veces formaría parte de mi equipaje y el cariño especial que le profesé. Algo andaba mal en su mente cuando nos despedimos en el puerto de Nuevitas, dicen que tuvo problemas familiares asociados a un divorcio, no puedo afirmarlo. Si me consta el profundo amor que sentía por sus hijitas, creo que eran gemelas y su foto permanecía siempre sobre su buró.

Después de mi partida, el buque permaneció largo tiempo en aquel puerto. Recuerdo que fue enviado desde La Habana personal de las Brigadas Técnicas para extraerle el motor del molinete, es el que se utiliza para subir el ancla cuando esta fondeada. La práctica del canibalismo se había extendido a todos los organismos en la isla y la marina no sería una excepción. El tiempo de espera era incierto, quizás el comprendido hasta la llegada de un buque gemelo o que se enviara ese motor desde España.

Me contaron que, durante ese largo tiempo de espera en el fondeadero, porque incapacitados para levantar el ancla estaban obligados a permanecer en esa condición, Marcio no dejo de beber. Lo curioso es que no lo hacía solo, era una persona muy sociable que gustaba compartir con sus subordinados. De esa manera y al paso de aquellas calmadas singladuras sin operaciones, consumió toda la bebida asignada para el viaje posterior, incluyendo la de representación en ausencia del Capitán. Por suerte y como les dije con anterioridad, era Zayas, quien solo se limitó a solicitar su relevo por enfermedad y no informó nada sobre lo sucedido.

Volví a encontrarme con Marcio unos dos años más tarde, no había vuelto a navegar y su estado era algo deplorable. Estuvo un poco incoherente en la conversación que manteníamos entre tragos, comprendí que no se había recuperado totalmente, pero continuaba siendo el hombre amable y culto que conocí. Me abordó con interés en temas técnicos de nuestra profesión, como buscando alguna razón que lo defraudara cuando me seleccionó. Al final me felicitó, ya sabía que yo había terminado mis estudios como primer expediente en la especialidad de cubierta. 

Sin darnos cuenta o bajo los efectos del alcohol, nos desplazamos por las insalubres calles de esa Habana Vieja que nunca visitara su historiador. Hicimos el resumen en un solar de aspecto tenebroso y gente muy simple, humilde y solidaria. Allí existía una piloto clandestina y bebimos sin parar, como a él le gustaba, como hicimos en Nuevitas.

Esa fue la última vez que lo vi, no sé si aún se encuentre vivo y no merece morir olvidado. Ojalá lleguen estas líneas a sus manos y pueda leerlas donde quiera que se encuentre.

A Marcio, con mucha admiración.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal.. Canadá.
2017-09-24




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