lunes, 24 de julio de 2017

VIRAR EN MEDIO DE UNA GALERNA


VIRAR EN MEDIO DE UNA GALERNA





 Los que fueron subordinados míos, saben que siempre me caractericé por ser un oficial de sangre fría ante momentos difíciles que se nos presentaban. Los capitanes de los que estuve bajo su mando, conocen de cerca aquella pasmosa serenidad de la que hice gala en cada una de mis navegaciones. Sin embargo, considero que mi apariencia exterior no me convertía en un hombre súper valiente y menos aún en un héroe. Sentí miedo como cada ser humano, tanto como el que más, pero siempre estuve convencido de que mostrar nerviosismo ante aquellos subordinados que confían en tus decisiones, podía ser la causa de un estado de pánico que provocara innecesariamente víctimas entre nuestras tripulaciones. La toma de decisiones firmes, oportunas y coherentes de acuerdo con el momento que se vive, evita en todo caso la pérdida lamentable de vidas y el control de la nave. Hablemos de situaciones extremas como un fuego, colisión, varadura, motín, etc.

Creo que uno de los momentos más peligrosos que pueda enfrentar un marino, sea ese temido giro de 180 grados que se realiza para buscar el rumbo opuesto al que traíamos y darle la popa a una tormenta. La decisión tomada por el Capitán para escapar de una galerna o huracán puede ser la más acertada, solo que cuando se toma tardíamente, las olas del mar han ganado altura y esa maniobra resulta extremadamente temeraria y peligrosa.

Una de las principales asignaturas recibidas por cualquier navegante del mundo, es la “Meteorología Náutica”. No se concibe a un navegante que no sepa identificar ante cual fenómeno meteorológico se halla y sepa, además, tomar las medidas de precaución pertinentes para evitar una tragedia. Cada barco iba dotado en mis tiempos de barómetros, barógrafos, termómetros de máxima y mínimas temperaturas, anemómetros, psicrómetros, etc. Instrumentos que ayudaban al oficial en sus observaciones, las cuales debía anotar en el Diario de Bitácora a la entrega de cualquier guardia.

Los partes meteorológicos se recibían con una frecuencia diaria y cuando la situación lo requería, se le ordenaba al telegrafista recibirlo de diferentes estaciones próximas al área. En aquellos tiempos ese boletín era entregado de forma numérica (llamado entre los navegantes cubanos como “lotería”) El oficial de guardia debía descifrarlo por medio de un código usado internacionalmente para irlo ploteando en una carta gnomónica o cónica. Era un trabajo engorroso que tomaba en oportunidades algo más de una hora y una vez terminado, se mostraba tal y como ustedes lo observan en los partes del tiempo transmitidos por los noticieros de televisión. En ese mapa aparecía reflejada la posición de las galernas, huracanes, depresiones, frentes fríos, calientes, ocluidos, estacionarios, vaguadas, isobaras, anticiclones, etc.

Aún sin la ayuda de ese parte, los navegantes se encontraban capacitados para identificar cualquier tipo de anomalía al observar un decrecimiento de la presión barométrica, descensos de temperaturas, cambios de la dirección de los vientos, aparición de nubes de formación vertical, etc. Hablo de tiempos románticos de nuestra profesión donde la preparación del hombre era un factor determinante en el éxito de cualquier aventura marítima.

Después de la lotería apareció el radio facsímil y aquella continuó recibiéndose, pero esta vez en lenguaje ordinario, casi siempre en inglés. El facsímil era un equipo al que solo se debía introducir la frecuencia de transmisión de una estación determinada y luego, cuando ella comenzaba a enviar el parte meteorológico, era recibido en forma de mapa pequeño donde se señalaban casi todas las informaciones importantes a los navegantes. Los tiempos cambiaron y con ellos llegaron otros adelantos técnicos disfrutados hasta nuestros días. En películas donde se muestran los equipos del puente de un buque en plena acción, el observador disfrutará de la existencia de cientos de bombillitos que lo trasladarán imaginariamente a la sala de control de una nave espacial. Ya el hombre no debe romperse la cabeza y todo llega “masticado” hasta él, convirtiéndose de paso en otro bombillito más del puente. No es que me encuentre opuesto al desarrollo y la aplicación de esas técnicas maravillosas creadas por el ser humano. Solo me preocupa el hecho de que un día cualquiera, durante una navegación, esos bombillitos se apaguen, ¿qué hará el hombre?, ¿estará preparado para continuar solo? Parte de las respuestas las obtuve cuando hizo acto de presencia su majestad “el satélite”, muchos de nuestros oficiales fueron olvidando el uso de la astronomía. Hoy es más lamentable, existen academias que han eliminado la asignatura “Astronomía”. ¿Qué harán en medio del mar cuando falle la navegación por satélite?

Disculpen la descarga, solo deseo llegar a una conclusión muy interesante. Ningún barco es sorprendido por una galerna o huracán. Puede suceder que te encuentres en ese instante en el área de formación de cualquiera de ellas, pero esos fenómenos toman su tiempo en desarrollarse. Con frecuencia yo mismo utilizo la expresión “fuimos sorprendidos” por una galerna, pero realmente es falso. O sea, todo Capitán ha tenido a mano la información necesaria sobre cualquiera de esos monstruos y pudo evitarlas si las condiciones lo permitieron. El inconveniente de evadirlo solo sucede en navegaciones por aguas restringidas, canales, estrechos, lagos, ríos, etc. En alta mar no es necesario someter a la nave y su tripulación a sacrificios extremos. No por enfrentarse a un huracán o galerna, puede calificarse como bueno o valiente a un Capitán, ese es un concepto totalmente equivocado. Luego, muchos de ellos son presas de sus temores y deciden hacer un cambio de rumbo. Solo que, en ocasiones, esas decisiones ocurren tardíamente y la maniobra es una de las más peligrosas que he vivido.


Motonave "Habana"

La primera vez que me vi envuelto en un giro de 180 grados para darle la popa a una galerna, ocurrió en el año 1968 cuando era un muchachito que viajaba como “agregado de timonel” a bordo de la motonave “Habana”. Su Capitán era Julio Justiz Calderón o Calderón Justiz. Partimos del puerto de Nicaro con destino a Rótterdam cargados de níquel, tabacos, jugos, etc. para varios puertos europeos. En medio del océano Atlántico se desata una galerna con una altura de las olas superior a los 12 metros. Aquella nave tenía una eslora de 101 metros y fue convertida por el mar en un simple barquito de papel. La vida resultó insoportable durante varios días, no se podía dormir y cuando tocaban la campana en horarios de comidas, todo se reducía a un simple sándwich y un vaso de jugo o leche condensada. Gracias a Dios, nuestros barcos eran suministrados todavía con algunos productos que, luego serían considerados exóticos y desaparecieron de nuestro menú. Podrán imaginar el inmenso miedo sentido durante todos aquellos terribles días y el espanto experimentado cuando el buque escalaba la cresta de una ola y luego su proa desaparecía bajo el mar. Siempre pensé que aquella no era la vida elegida por mí y me prometí firmemente abandonar lo que resultó convertirse en una pesadilla.

Luego de dos o tres días de constantes cabezadas y con un empeoramiento notable del estado del tiempo. Calderón decide maniobrar para darle la popa a la galerna y disminuir de esa manera los sacrificios innecesarios a los que estaba sometiendo al barco, tripulación, carga y pasajeros a bordo. Yo no me encontraba de guardia en ese momento y solo me limité a cumplir las órdenes impartidas a todos los que estábamos a bordo por medio del intercomunicador interior del buque. Teníamos que presentarnos en la popa con los chalecos salvavidas puestos y aferrarnos a cualquier estructura del buque. Allí coincidimos todos, incluyendo a una viejita gallega que viajaba de pasajera y a la que tratamos de proteger. Durante uno de los descensos de la nave por una de aquellas monstruosas olas, pudimos notar el cambio de rumbo a estribor y luego sufrir una de las peores escoras vividas en ese viaje. En la popa, el agua logró superar la altura de su cubierta. ¿Cómo estuvo aquella en esos instantes? Solo los que se encontraban en el puente pueden responder esta pregunta. Nunca me había encontrado tan cercano a la muerte como en aquel temerario giro, yo era un jovencito con apenas 18 años. Como no tenía los conocimientos técnicos adquiridos en años posteriores, no me encontraba capacitado para hacer una evaluación de aquel momento que me marcaron de por vida, había nacido otra vez. Hoy, encuentro muy positiva la decisión de Calderón en avisar a toda la tripulación y ordenarles que vistieran su chaleco salvavidas.


Motonave "Habana"

Mi segunda experiencia en este tipo de maniobra peligrosa ocurrió también a bordo de la motonave “Habana”. Habíamos terminado de cargar acero en los planes de bodegas, encima de esa carga fueron acomodados autos “Alfa Romeo”, completando los espacios dispuestos en entrepuentes y cubertada con ese tipo de vehículos. Viajábamos desde Italia con destino a La Habana. Se encontraba al frente del buque el Capitán Remigio Coya Prats, José Meléndez como Primer Oficial, Francisco Otero (Panchin) como Segundo Oficial y Ricardo Puig Alcalde de Tercer Oficial. Yo viajaba como timonel y ya había adquirido cierta experiencia en mi trabajo después de dos o más viajes.

En nuestra navegación por el Golfo de León, comenzamos a sufrir los efectos de una poderosa galerna con todas las consecuencias descritas anteriormente. Caída la tarde, el Capitán decide darle la popa al temporal y me pide ir probando con diferentes ángulos de timón para observar las reacciones del buque. Yo comenzaba a meterle 15 grados de timón y segundos después los aumentaba a 20. El buque iniciaba en su movimiento una escora peligrosa y el Capitán ordenaba regresar inmediatamente a rumbo, se hizo de noche. Los timoneles teníamos la costumbre de ir a buscar a los relevos del puente, durante el mismo descenso hasta la cubierta principal, se le avisaba al oficial entrante y al timonel. Esa vez me dejaron frente al timón y apelaron a otra persona para que fuera por el relevo. Como la nave no poseía piloto automático, las guardias de los timoneles eran de tres horas de guardia por seis de descanso.

Mi relevo era Abelardo Aguirre, lo conocía del curso donde estudiamos juntos y porque también compartíamos el mismo barrio. Ambos vivíamos en la calle San Juan Bosco del reparto Juanelo. Aguirre había navegado menos que yo y no contaba con experiencia alguna, creo que aquel sería su primer viaje internacional. Ya era totalmente de noche y una media hora después de entregarle la guardia me encontraba en el camarote. Recuerdo que en aquel barco la marinería vivía en camarotes ocupados por dos personas sin baños en su interior. Una escora superior o a los 40 grados estuvo a punto de despedirme de la cama y un fuerte chorro de agua salada logró llegar hasta ella. La portilla se encontraba totalmente cerrada y reforzada con una plancha de acero atornillada que usábamos en caso de mal tiempo. Las respuestas a esa violenta y repentina inclinación resultaron peores y temimos por nuestras vidas. El buque permaneció varios segundos en una escora de la que temimos no regresar, pero indudablemente y luego de haber estudiado, comprendo que estaba muy duro de estabilidad por los pesos depositados en los planes de sus bodegas. Recalamos a Ceuta para abastecernos de combustible y varios de los marinos que vivieron el susto anterior, nos reunimos en un bar a celebrar nuestro nuevo nacimiento, corría el año 1969. Analizando aquella situación y a modo de especulación, supongo que el Capitán haya dado al timonel la misma orden que me impartió, ir probando con varios ángulos de pala del timón. Aguirre, sin experiencia alguna, le metió toda la caña con las consecuencias narradas. El miedo sentido aquella segunda vez superó con creces la experiencia del Atlántico.


Motonave "Viñales"

La última vez que sufrí esa terrible experiencia, ocurrió durante el viaje que realicé como Primer Oficial a bordo del buque refrigerado “Viñales”. Habíamos partido de La Habana con rumbo a St. Stephen en Canadá, era el viaje donde tenía decidido desertar. En otros escritos he manifestado que el buque se hallaba muy pobre de estabilidad y que yo había anunciado a la empresa abandonarlo antes de la salida si no nos abastecían de combustible. Los valores del GM del buque estaban muy cercanos al límite de indiferencia y salir a navegar en esas condiciones era una verdadera locura. Finalmente nos dieron un poco de combustible, solo el necesario para resistir nuestra travesía hasta Canadá. Aun así, nuestra nave no se encontraba en condiciones de soportar bandazos violentos. Ninguno de esos detalles es conocido por la tripulación y el Capitán tampoco me solicitó los cálculos de estabilidad. Razón por la cual no cometo error alguno cuando manifiesto su desconocimiento sobre la nave durante todo ese trayecto.

Una vez paralelos a las costas de la península de La Florida, comenzamos a sufrir los efectos de una fuerte tormenta que viajaba paralela a nosotros con rumbo norte. La situación se tornó caótica y el Capitán de apellido Vázquez, decide realizar un giro de 180 grados con la intención de regresar y dar tiempo a que el monstruo avanzara. Esta vez yo me encontraba en el puente de guardia y estuve al tanto de todos los pormenores de aquella riesgosa maniobra. Vázquez era un tipo importado de la Flota Cubana de Pesca con un amplio antecedente de chivato, es muy seguro que su ascenso hasta ese grado haya resultado posible por su afiliación al partido y de una u otra manera fiel colaborador de los órganos de la seguridad del estado. Resumo todo cuando afirmo que era un ser incompetente para desarrollar el cargo que ocupaba.

Esta vez sentí mucho más miedo que las anteriores, yo sabía perfectamente las condiciones de estabilidad de aquel buque. No solo eso, mis temores aumentaron cuando lo observé proceder tan descabelladamente.

1.- No me preguntó por el límite máximo de escora que podía soportar el barco.

2.- No avisó en momento alguno al maquinista de guardia para que permaneciera cerca de los controles.

3.- No ordenó encender el segundo servomotor. (Las palas del timón de un barco son accionadas por unos motores electro-hidráulicos conocidos como “servomotores”. Durante las navegaciones normales se deja uno solo de ellos en funcionamiento y en las maniobras de entrada a puerto se utilizan ambos. Eso genera una acción más rápida en el movimiento de la pala y mucha más fuerza.

4.- No avisó a la tripulación de sus intenciones como lo hiciera el Capitán Calderón.

5.- En ningún instante lo observé calculando el sincronismo de las olas, este detalle es tal vez uno de los más importantes en este tipo de maniobras.

Me encomendé a Dios y no le dije absolutamente nada. Creo que con esta acción estaba sacrificando de paso a la tripulación y es una actitud poco ética de cualquier oficial. Esa acción negativa de mi parte tiene sus justificaciones en las malas relaciones que existieron entre ambos durante los viajes realizados con él. También en ese deseo de llegar a puerto y desertar de una vez por todas. Acompañada quizás por las grandes decepciones experimentadas en las últimas navegaciones, donde perdí todo el verdadero sentido de mi profesión de marino a causa de las innumerables traiciones sufridas.

Como quiera que sea, por una causa u otra, no se pierde el sentido de lo que me propongo expresar en este trabajo. Las maniobras de virar en el fragor de una tormenta con olas fenomenales, es tal vez uno de los momentos más peligrosos que pueda atravesar marino alguno y su vida está subordinada a la voluntad, conocimientos y experiencia de otro hombre, tal vez el equivocado y que nadie seleccionó para privarlo de la vida.


Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2012-11-03


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