martes, 25 de julio de 2017

PIRATAS


PIRATAS


Shwedagon Pagoda en Burma o Myanmar


La piratería es antigua, no puedo asegurar si tanto como la prostitución, pero convencido estoy de que ladrones han existido en toda la historia de la humanidad, solo que estos realizan sus faenas en el mar. No existe semana del año donde deje de mencionarse cualquiera de sus actuales fechorías, estos de hoy son mucho más violentos que sus tatarabuelos.

Tuve mis primeros contactos con ellos en la década de los 80, ocurrió accidentalmente, inesperadamente. Tal vez no me informé debidamente en el “Guide to Port Entry”, esa biblia marítima que ofrece información detallada de todos los puertos del mundo. Quizás se debió a la ingenuidad, pude pensar que dentro de un río no existirían piratas. Siempre los he asociado con actividades en el mar, es lo que comúnmente conoce toda persona, pero me equivoqué, existían en esos tiempos “piratas de agua dulce”.

Nos fondearon una tarde en el río Rangún, hablo de un caudaloso río que existe en un país que una vez se llamó Birmania. Ha cambiado de nombre varias veces, nada de eso es alarmante, ocurre con frecuencia en este mundo. Cambian nombres, banderas, himnos, escudos, etc. Solo que la gente es la misma, esa nunca cambia, al menos su fisionomía, no hablemos de la mente.

Debíamos esperar por la marea para dirigirnos al puerto que se encuentra en la ciudad del mismo nombre de aquel caudaloso río, solo selvas se observaban a nuestro alrededor. Una selva muy tupida con regulares intervalos de campos sembrados y chozas con techos de paja que dejaban escapar humo entre las pencas que los cobijaban. Grupos de niños saludaban con ese alboroto propio de la infancia ante las pitadas del buque y les respondíamos con igual familiaridad. Los binoculares apuntaban en diferentes direcciones tratando de adivinar algo, una señal, un anuncio que los acercara a la civilización, un auto, una antena. Te cansabas o aburrías de tenerlos suspendidos y los colocabas en sus cajuelas dispuestas en el puente o lo entregaba a otro curioso como tú. Tampoco existían auxilios a la navegación que sirvieran de referencia para tomar posiciones, cero faros o boyas, por suerte, teníamos el sistema de navegación por satélite.

-¡Fondo el ancla de estribor! Dijo el Práctico en ese inglés tan característico de la región, donde sobresale la influencia de las lenguas regionales. Esperé que lo hablaran mejor por sus antecedentes como antigua colonia inglesa, pero sucedió lo mismo que en nuestro continente, nadie pronuncia el español como nuestros conquistadores. El Práctico era un individuo bajito y de tez color canela, muy sonriente. No recuerdo si embarcó vistiendo un short o “sarong”. Es una especie de falda o saya usada tanto por hombres como mujeres en diferentes países de la región donde reciben otros nombres. Estoy seguro de que llevaba camisa que pertenecía al uniforme local usado por los Prácticos, luego he olvidado la vestimenta usada de la cintura para abajo, debido a que en aquella populosa ciudad apenas encontré hombres vistiendo pantalones.

La noche fue tranquila y continuamos las guardias de navegación. Durante el crepúsculo matutino llegó hasta nosotros el concurrido canto de los gallos, unos cantaban desde un punto de aquella comarca y otros respondían. No creo hayan sido escuchados los cantos desde ambas orillas del río, era demasiado ancho, nosotros sí podíamos recibirlos, estábamos a mitad de la distancia. Cuando era de día, comenzaron a abarloarse a nuestro buque una cantidad indeterminada de pequeños botes de fabricación artesanal. Casi siempre estaban ocupados por dos personas, unas veces el padre de la familia y alguno de sus hijos, otras, el hombre con la que suponía fuera su mujer. El poco espacio restante en aquella embarcación era dominada por canastas repletas de frutas, hortalizas y hasta animales. Todos permanecían muy tranquilos esperando que salieran a cubierta los tripulantes, eso ocurriría una media hora después del desayuno.

A las siete y media me llama el contramaestre para informarme que habían robado en el pañol de proa. Me presenté en el lugar y comprobé que el candado usado para cerrar la “boca de lobo” con acceso al pañol había sido violentado. Encontramos sobre cubierta un machetín de diseño artesanal muy bien afilado y nos dispusimos a realizar un sondeo sobre nuestras pertenencias. Comprobamos el hurto de dos cabos de maniobras y varias tanquetas de pintura que después averiguaríamos la cantidad exacta al verificar sus existencias en el inventario. Nada tenía solución y no podía culparse a nadie en específico. Contactados los oficiales y timoneles de guardias anteriores, todos manifestaron no haber notado nada anormal durante sus guardias. Llegamos a la conclusión de que aquellos piratas de agua dulce pudieron embarcar por la cadena del ancla o mediante el uso de grampines. Yo me inclinaba por la primera versión debido a mi experiencia personal, el “escobén”, orificio que sirve para dar refugio al ancla y por donde sale disparada su cadena cuando se fondea, tenía suficiente diámetro para permitir el acceso de un hombre. Durante mis viajes de timonel descendí por varios de ellos a pintarlos o simplemente para embarcar cuando me encontraba trabajando en la balsa de faenas. Yo era sumamente delgado y mi fisionomía era comparada con la media de aquellos seres que observaba en los botes abarloados a nuestro buque. 

Buscamos soluciones para evitar futuros atracos, la boca de lobos fue hecha firme a unos cables con tensores desde su interior y la puerta de entrada al pañol la hicimos firme a un diferencial de cadenas que manipulábamos desde el exterior por medio de una ventanita muy pequeña que pasaría inadvertida a los ladrones. Aún nos quedaban cabos para poder atracar, se levantó acta sobre el acontecimiento como establecía el reglamento y al regresar a la superestructura, observamos un intenso trueque de productos desde los botes hacia el barco y viceversa. Como la alimentación era algo flaca en aquellos tiempos y viajaba con mi esposa, cambié una caja de jugos “Taoro” por una cesta repleta de huevos. Nuestra estancia en Rangún superó las tres semanas, cargábamos arroz con destino a Costa de Marfil.

Esta vez consulté el “Guide to Port Entry” para informarme sobre calados, mareas, corrientes, clima y cuanta información necesitaría para garantizar las operaciones de descarga en Abidján. Entre líneas puedo leer que existe piratería en aquel país y recomiendan, caso de que fuera necesario esperar para entrar a puerto, se mantuviera el buque al pairo a una distancia de 30 millas de la costa. ¡Wow! Creo que la cosa es mucho más seria que en Rangún, pensé.

Las operaciones de descarga comenzaron inmediatamente después de nuestro atraque, llevábamos en nuestras bodegas unos doscientos mil sacos de arroz si la memoria no me falla. Aunque las operaciones eran ejecutadas con armoniosa fluidez, es lógico que la descarga tomara su tiempo cuando era realizada directamente a camiones. Sobrepasaría cómodamente las dos semanas, tiempo suficiente para conocer una hermosa ciudad que durante el día resultaba inofensiva y demasiado agresiva cuando caía la noche.

Nos detuvieron una vez concluidas las operaciones, no era una novedad y comenzaba a formar parte de nuestras vidas. Cuba contaba con un ejército de acreedores alrededor del mundo y su credibilidad de pago andaba por el piso. Allí nos mantendrían hasta que fueran liquidadas todas las deudas contraías en las operaciones de la nave. Vale destacar que nuestro país no mantenía relaciones comerciales con Costa de Marfil y que nuestro arribo se debió a un contrato de fletamento. Nos condujeron hasta un canal rodeado exclusivamente por una tupida vegetación y allí nos fondearon. Esa noche y encontrándose de guardia en el puente el Segundo Oficial de apellido Luaces, toca a la puerta del camarote para decirme que un grupo de hombres estaba robando en la proa. Apagué la luz de mi salón y abrí algo la cortina de la portilla que daba hacia la proa del barco. Efectivamente, pude observar ese movimiento y me vestí inmediatamente mientras le solicité que despertara a otros tripulantes. Fuimos los primeros en salir a cubierta por la banda de babor y nuestros pasos estaban dirigidos al pañol. A la altura de la bodega número dos se nos presenta un individuo de gran estatura y fortaleza apuntándonos con una pistola. Con las manos alzadas le hicimos seña de que se lanzara al agua, nosotros estábamos totalmente desarmados. El negro dijo algo y se dirigió a la brazola, sentimos cuando llegó al agua. Detrás de él se lanzaron otros cinco individuos, se asustaron con los gritos dados por algunos tripulantes que se acercaban. Me dirigí hacia la banda de estribor y observo que tienen un bote plástico amarrado a la altura de la bodega número tres. Unos tres cabos de amarre se hallaban flotando en el agua y eran arrastrados por la corriente. Sobre cubierta encontré un trozo de plancha de acero y lo dejé caer de punta sobre el bote. Después del estruendo producido vi como comenzaba a hundirse, pude ver también el rostro desesperado de uno de los asaltantes que trataba de embarcarlo.

Subí al puente y toqué la alarma de zafarrancho de abandono. Unos minutos después, ordené al Tercer Oficial Miguel Cosme embarcar en nuestro botes salvavidas para rescatar los cabos de maniobra. Les instruí que se armaran con todo lo que tuvieran a su alcance y no se detuvieran para rescatar a ninguno de los asaltantes. El grupo que saldría en aquella misión estaba compuesto por unos siete hombres, ellos tomaron las hachas contra incendios cercanas, bates de pelota y las pistolas de bengalas disponibles. Se llevó consigo un walky-talky con el que mantendríamos continua comunicación. Inmediatamente comencé a llamar por VHF a las autoridades del puerto sin resultado alguno, no respondieron durante toda la noche.

Junto al Segundo Oficial y Contramaestre me dirigí al pañol de proa para evaluar las pérdidas. Esta vez se habían robado un número indeterminado de cubetas de pintura y nos habían dejado sin cabos de amarre en la proa. Varias horas después el bote regresó con los tres cabos y se dieron por perdidos otros dos.
Al amanecer respondieron las autoridades a nuestro llamado y prometieron visitarnos. Su llegada ocurrió en pleno día y les informamos de los materiales perdidos en aquel asalto. -¿Cuántos negros mató? Me preguntó otro negro vestido de militar.

El Estrecho de Malaca era una región muy activa en lo referente a piratería en aquellos tiempos y por allí debíamos viajar con frecuencia cuando nos dirigíamos a varios países de la región. En los buques donde trabajé posteriormente me dedicaba a informarle a la tripulación sobre los riesgos que enfrentábamos en esa travesía y realizábamos ejercicios con el fin de estar preparados. Imitando a otras naves que nos cruzábamos en el camino, colocábamos lámparas de bodegas a lo largo del casco por ambas bandas y su popa. También, manteníamos las mangueras contra incendios disparando fuertes chorros de agua a lo largo de toda nuestra eslora.
Uno de esos viajes y mientras navegaba en el buque “Otto Parellada”, recibimos un “notices” donde nos alertaban sobre el ataque a un barco de bandera soviética. Como los piratas no encontraron mucho por robar, decidieron llevarse a una de las mujeres que trabajaban como camarera. Algo era algo, se dirían.

En viajes posteriores y a bordo del buque “Bahía de Cienfuegos”, el mismo que sufrió los asaltos en Rangún y Adbiján, fuimos destinados a cargar en Chittagong, Bangladesh. Las operaciones de carga se realizaban fondeado y algo lejanos al puerto. Allí ofrecían los servicios de vigilantes que fueron muy recomendados por las autoridades, además de ser aceptadas, se mantuvo el sistema de guardias establecidos en nuestras naves. Una noche, el vigilante toca alarmado en el camarote para informarme sobre la presencia de piratas en la popa del buque. Junto al guardia de portalón me presenté en el lugar y pude verlos moverse en el agua con claras intenciones de embarcar. Ya tenían sobre el buque varios grampines agarrados con cuerdas para ese propósito y los fuimos soltando. Llamé al maquinista de guardia y le solicité que conectara la bomba contra incendio. Les dirigimos fuertes chorros de agua a la lancha y observamos cuando nos mostraban sus armamentos, donde se destacaba la indiscutible presencia de AKM muy conocidos por nosotros. Desistieron de sus propósitos y se marcharon, gracias a Dios, digo yo.

Los piratas de hoy no son aquellos ladrones de pinturas y cabos que fueron sus abuelos. Son mucho más agresivos y se encuentran bien armados. Sus objetivos viajan más allá del ridículo botín de aquellos tiempos. Ellos secuestran naves con todo lo que llevan dentro y exigen un rescate millonario. Para lograr sus objetivos no dudan eliminar a quien muestre resistencia y esas acciones han costado vidas en esta última década. Lo curioso es que actúan contra potencias, muchas veces los atrapan y luego dejan en libertad por asuntos netamente burocráticos. Así marchan estos tiempos y los anteriores. La piratería en mayor o menor escala ha existido desde tiempos inmemorables, es antigua, no sé si tanto como la prostitución. Lo cierto es que su presencia provoca sustos y miedos.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2013-03-18


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