martes, 25 de julio de 2017

EL TELEGRAFISTA, REGALADOR DE SUEÑOS.


EL TELEGRAFISTA, REGALADOR DE SUEÑOS.






Hubo un amigo entrañable de nuestra flota que se cuenta entre las primeras víctimas aportadas por la modernidad, pocos de nosotros lo mencionan, me refiero al “telegrafista”. Toda una vida gastada entre puntos y rayas, titití y tatatá consumidos durante horas, días, años. Un hombre que trató todo el tiempo en mantenerse aferrado a su asiento durante aquellas infernales galernas para traernos algo, quizás para enviar una señal a nuestras casas de que estábamos vivos. Palabras de amor que viajaron a lo largo de varios océanos, saltaron islas y continentes, fueron manoseadas por sus manos. Malas noticias también nos supo traer, la muerte de un ser querido al que nunca pudimos despedir. La infidelidad que como amenaza latente en nuestras vidas y mal recibida, pasaba primero por sus oídos y las teclas de sus viejas máquinas antes de llegar a unos ojos que solo las recibiría con espanto. Algunas noticias sobre las guerras que nunca terminaban ocupaban su tiempo libre y luego eran regaladas como chismes. El parte del tiempo reflejado en numeritos que él mismo no comprendía Y molestaba al oficial que se encontrara de guardia en el puente. Aquel famoso ETA que anunciaba nuestra llegada y advertía a los amantes de turno el día de la despedida hasta la próxima salida. La comunicación de una avería gruesa con su arribada forzosa, bienvenida en tierras de pacotillas. En el peor de los casos, él se encontraba allí para dar la última señal, un S.O.S. que tal vez nadie escuchaba.


El telegrafista llegó a convertirse en uno de los personajes más importantes de cualquier tripulación, tanto así, que era de las pocas personas que podían detener una salida con su ausencia. Nadie podía sustituirlo a bordo como ocurría con otros cargos, el suyo era único y ningún Capitán se arriesgaría a emprender una aventura sin él.
Sabía de la vida y milagros de cada tripulante, por sus manos pasaban ese cruce de besos y aquel entrañable “te amo” con el que siempre finalizaban nuestros mensajes. Curiosos, chismosos por excelencia, aunque en la mayor parte de los casos eran muy reservados, el trabajo de un buen telegrafista era tan importante como el de los cocineros. Tenían un termómetro especial para medir el estado de ánimo en una tripulación, leían en los ojos de cualquier tripulante la necesidad de comunicación con los suyos y muchos de ellos se sacrificaban por regalarnos esa dosis de alegría con la que se premia el alma en medio de tanta soledad.

Hacían maravillas cuando se encontraban fuera del alcance de sus equipos, cadenas de eslabones entre puntos distantes de la tierra formaban un puente para recibir y transmitir nuestros mensajes. Horas de desvelos por enviar quizás una nota tonta, gastos de sus bolsillos para sobornar a los operadores que trabajaban en tierra, todo eso ha sido olvidado y a ellos se los ha tragado la tierra. Me vienen sin embargo, nombre de muchos de aquellos muchachos que nos brindaron algo de felicidad. El negro Garbey, uno de los mejores en nuestra flota. Camino, Malleza, Enriquito, Rigo, Marín, Antúnez, Plat, Del Viso, el Paye, Arnaldo González, son muchos los que debemos rescatar de ese inmerecido castigo. Los hubo malos también, no se puede negar y ya he escrito sobre algunos de ellos, pero no es razón válida para condenarlos a todos a ese ostracismo implacable y mueran como si nunca hubieran existido. 

Como el Flautista de Hámelin, los telegrafistas aprovechaban la mejor oportunidad disponible para arrancar una sonrisa. Era muy común verlos llegar al comedor con el fajo de radiogramas entre sus dedos y mencionar entre risas los nombres de los afortunados de ese día, ellos disfrutaban con nuestra felicidad.

Sirvan estas cortas líneas como homenaje a esos hombres de bien que un día fueron desplazados por los satélites.








Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2010-04-08




xxxxxxxxxx

No hay comentarios:

Publicar un comentario