miércoles, 26 de julio de 2017

BICICLETAS

BICICLETAS


Motonave "Aracelio Iglesias"


Yo aprendí a montar bicicleta estando en la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana, recuerdo que hacíamos una colita de varios muchachos y el recorrido no era muy largo que digamos, pero en el horario destinado a los juegos lográbamos dar unas cinco o seis vueltas. Después que logras mantener el equilibrio en ella, descubres un mundo apasionante para la mente infantil.
En los pases semanales de la escuela, una tía me llevaba con mi primo hasta un “tren” de bicicletas existente en la calle Cuba, se llamaba así aquel local, “Cuba 8”. Los viejos deben acordarse de esto, y allí gastábamos horas montando en los maravillosos parques del área o sencillamente a lo largo del malecón habanero. Unos años después y viviendo en el Reparto Párraga, yo iba hasta un “tren” de bicicletas existente en la Curva. Una hora de alquiler costaba un peso, casi siempre yo pagaba por dos horas, tiempo suficiente para recorrer parte de Párraga, La Fraternidad e hice algunas incursiones por Mantilla. La Fraternidad no tenía sus calles asfaltadas, pero de verdad que me encantaban aquellas maniobras para evadir baches y piedras encontradas en el accidentado terreno. Luego de vencido el tiempo pactado en el alquiler, mi cuerpo terminaba bañado de sudor, había descargado todas las energías acumuladas en varios días, días posteriores repetiría la experiencia.


Nunca conocí los límites entre niñez, pubertad y juventud. Los saltos fueron muy bruscos y traumáticos, me hicieron brincar de niño a hombre sin darme cuenta, y como he contado en otras ocasiones, siendo un individuo socialmente preparado para matar, dentro de mi mente conservaba aquellos deseos propios de cualquier infante. Recuerdo que una vez y teniendo trece años, yo fui a comprarle juguetes a mi hermano menor con lo que fuera el primer salario del que tengo conocimiento, ganaba 30 pesos al mes. Mientras hacía aquellas compras reguladas por una tarjeta en el año 63, mis ojos devoraban todos aquellos juguetes expuestos. En ese instante me sentí tan niño como mi hermano y sentí celos por 
él. Siendo ya todo un hombre de 15 años de edad, con novia pedida y otra aventurita en el barrio El Roble de la playa Santa Fe, recorrí aquel barrio en bicicleta prestada en muchas oportunidades, el placer era indescriptible.


Nunca llegué a pensar que en un país donde el servicio de transporte era tan bueno, porque de esto deben acordarse los más viejos, una bicicleta llegara a ser tan importante como cualquier órgano del cuerpo humano, y menos aún, que por culpa de una bicicleta pudieran quitarte la vida, hasta esos extremos condujeron a nuestra isla.


La bicicleta invadió nuestro mercado también, me refiero al del contrabando mantenido por los marineros. Allí, donde cada elemento de la sociedad vive del dolor ajeno, pues la bicicleta se erigió ella sola como una mercancía de alta demanda, era justificado por su valor de uso. Nosotros siempre estábamos al día en ese parámetro que mide los valores de la oferta y la demanda, pero bueno, hubo años en los cuales esos negocios se llevaban a cabo con toda la honradez del mundo, luego llegaron años en los cuales fuimos convertidos en vulgares ladrones.


Estando de Oficial de guardia en el puerto de Tokio y a bordo de la motonave “Aracelio Iglesias”, llega una brigada de la policía y los atiendo en el salón de Oficiales, enseguida mandé a preparar té y café para aquellos visitantes.


-Primero, no sabe cuanta vergüenza sentimos por esta acción, pero estamos obligados a realizarle un sondeo al barco. Yo no dudaba de las palabras de aquel Oficial de la policía japonesa, creo que se encuentran entre los cuerpos policíacos más decentes y respetuosos del mundo.


-Señor, no pongo en duda sus palabras, pero necesito saber las causas de esta medida contra nuestra nave. Fue todo lo que dije sabiendo de antemano la respuesta.


-Hemos recibido información sobre el hurto de una bicicleta nueva en esta ciudad, y por la descripción del comerciante corresponde a una persona de origen occidental, debido a los antecedentes que tienen ustedes los cubanos, sospechamos que esa bicicleta se encuentre a bordo de su buque.


-Pues ni modo, pueden proceder y contar con mi colaboración, si esa bicicleta se encuentra a bordo de nuestra nave, sepa que además de las medidas impuestas por las autoridades japonesas, nosotros aplicaremos las nuestras.


-Primero, confiamos en su sinceridad, permítame entonces proceder para no perder más tiempo.


-¿Necesitan algún guía?


-No se moleste Primero, nuestro personal es experto en estas lides. Tres horas después, aquel oficial no sabía como disculparse conmigo, aún así, yo ponía mi cabeza en una guillotina, me la jugaba todo contra nada de que esa bicicleta se encontraba a bordo. Cuando el Tercer Oficial regresó de hacer sus compras le comenté sobre este acontecimiento, no observé asombro alguno en su rostro mientras hacía mi narración.


-Eso es viejo, así que no te alarmes, la historia se repetirá mientras el buque permanezca en este puerto. Fue su indiferente respuesta.


-¡Coño, compadre! De verdad que no entiendo nada, la mayoría de los tripulantes son militantes del partido y la juventud.


-¿Y qué tiene que ver eso?, ¿no son los mismos que hacen contrabando hacia Cuba y luego al extranjero?


-Bueno, en eso tienes razón, solo que unos años atrás daba gusto venir a Japón, ahora da vergüenza. Creen que todos somos ladrones y te botan de las tiendas, no es para menos.


-Así mismo debió ser, yo no viví esa etapa de la que hablas, ¿no te enteraste de lo que pasó con este mismo barco hace unos viajes atrás?


-No, nadie me ha contado.


-Pues llegó la policía igual que ahora e informó que realizarían un sondeo en busca de una bicicleta robada, pero el caso fue un poco más complicado. Se detuvo y fue hasta mi refrigerador, sacó un pomo de agua, se sirvió un vaso y ocupó nuevamente su sitio en el sofá.


-¿Qué quieres decir con eso de complicado?


-¡Ah! Déjame continuar con aquella historia, el asunto es que el Capitán se puso medio farruco, alegaba veinte cosas para evitar el sondeo mientras los policías esperaban en el muelle. Pues en una de esas un marinero arrojó la bicicleta al agua y fue sorprendido en esa acción por alguna cámara oculta. Pocos minutos después, las autoridades le informaban al Capitán sobre lo observado, le dijeron que tenían que sacar la bicicleta del agua, y que si la misma no era entregada en no recuerdo cual plazo, ellos contratarían los servicios de un buzo cuyo costo correría a cargo de la nave.


-¡Ñó! Imagino al Capitán cagado en los pantalones, porque para estas cosas es sumamente pendejo.


-Tú no sabes nada, aquello fue un verdadero espectáculo y de verdad, fue tanta la vergüenza sentida en aquellas horas que evité a toda costa salir a cubierta. ¡Mira, muchacho! Le ordenaron al contramaestre confeccionar varios grampines y se colocaron a los marineros a lanzarlos por la borda atados a jibilays, vaya, como si estuvieran pescando. Al cabo de dos horas fue enganchada por uno de ellos, pero la cosa no es tan sencilla como te lo explico, varios canales de televisión colocaron cámaras y transmitían aquella pesquería en directo a los televidentes.


-Tremendo escándalo, por esas razones es que los japoneses no nos quieren dentro de sus negocios.


-Así mismo es.


Lo que pueda narrarles es poco, estábamos atracados en un muelle próximo al basurero de Tokio en el último viaje que di con ese barco a Japón. No creerán si les digo que por las noches salían pequeñas brigadas de estos corsarios, y que cada una de esas pandillas se repartía los territorios del basurero. Allí se pasaban gran parte de la noche hurgando entre los despojos de esa ciudad, casi amaneciendo regresaban con sus trofeos. Una de esas mañanas se me ocurre salir por la puerta que daba acceso a la cubierta de botes. ¿Cuál no sería mi sorpresa? La encontré abarrotada de unos muebles que, al parecer, pertenecieron a una oficina de correos de esa ciudad, me refiero a esos muebles usados para escribir de pie. El encabronamiento que agarré es inimaginable, pero en esos momentos no podía hacer nada tampoco, tenía que esperar a la salida del buque y estar a muchas millas de las aguas territoriales de Japón para arrojarlos al mar. Cuando realizo algunas averiguaciones, me entero que una de esas pandillas de corsarios le había pedido al chofer del camión que le llevara aquellos muebles hasta el buque, y el chofer, generoso como la mayoría de los japoneses los complació.


La presencia de nuestros buques llegó a constituir un peligro para la tranquilidad de los habitantes de aquel país, ellos tenían la costumbre de dejar fuera de las tiendas los paraguas, bicicletas, coches de niños, y en algunos lugares antiguos de la ciudad, tenían pequeños refrigeradores en el exterior. Nuestros corsarios arrasaban con todo lo que encontraban a su paso, eran tan depredadores como las hormigas tambochas. Yo tenía que realizar inspecciones semanales al buque y hubo casos de camarotes, donde era necesario caminar de lado. En uno de ellos llegué a contar unos quince televisores viejos, alrededor de doce paraguas y no recuerdo cuantas mierdas más. Durante el viaje de regreso emplearían la mayor parte del tiempo desarmando aquellos tarecos en piezas para vender, casi siempre lograban que alguno de ellos funcionara. La cubierta de popa se convertía en un taller mecánico de bicicletas, entre ellos intercambiaban piezas o se las robaban al menor descuido.


Unos viajes anteriores a éste y encontrándome de Segundo Oficial de la motonave “Pepito Tey”, estaba yo en el portalón con varios marinos de la brigada de guardia, hacía solo unas horas que habíamos atracados en Tokio. ¡Pues, qué les cuento! Llega un patrullero hasta la misma escala y el policía me hace señas para que bajara. Saluda con mucha cordialidad y educación mientras me entrega una breve nota. Al leerla imaginé las razones, decía algo así; Al Capitán del buque “Pepito Tey”, por este medio le estamos comunicando debe pasar por la estación de policía Nr. tal, uno de sus tripulantes llamado “Chicho el cojo” se encuentra detenido en nuestro centro.


Quise saber algo de las razones por las que fuera detenido aquel marino, pero el policía no hablaba una sola palabra de inglés. Ante tanta insistencia, aquel gendarme hizo una pantomima de lo más graciosa, tomó una postura como si tuviera sus manos firmes al manubrio de una bicicleta, y allí parado le daba a los pedales. Me recordó mucho a Centurión y no pude evitar soltar una carcajada, los marinos del portalón me acompañaron en la risa y hasta el policía se descuarejingó riéndose. Nos saludamos y él partió nuevamente, la gente seguía con su relajo en el portalón y les dije cual eran las razones de la presencia de aquel policía, en esos momentos no había otro Oficial a bordo que pudiera ir por el muchacho. Bueno, la parte más triste de este caso es que aquel tripulante era Agregado de Cubierta. Se encontraba enrolado en el buque para realizar sus prácticas y aquello le costó tirar por la borda los cuatro años de estudio en la academia naval, fue expulsado deshonrosamente de la flota.


Parece que el buque Aracelio Iglesias no tenía mucha suerte en lo relacionado con el asunto de las bicicletas, estando asilado en Montreal sale en la prensa y por televisión que el buque de bandera cubana de nombre “Areíto,” se encontraba detenido en el puerto de esta ciudad. En sondeo realizado a la nave, se hallaron a bordo de la misma unas 250 bicicletas sin comprobantes de compra, pero lo infame no radicaba en esta parte de la noticia. Según se pudo conocer por investigaciones realizadas, una parte de los tripulantes le compraba esas bicicletas a menores que se las robaban, otra parte eran hurtadas por ellos mismos. Estuvo un tiempo detenido hasta que pagaron una multa y pudieron abandonar el puerto.


La bicicleta no solo se convirtió en una necesidad en Cuba, algunos marinos viajaban con ellas a bordo para resolver sus problemas en el extranjero. No era fácil tampoco resolver los problemas infinitos de la familia ganando dos dólares diarios solamente. Hoy mismo el precio de un pasaje en autobús por Montreal cuesta $2.50, como vemos, para realizar un viaje de ida y regreso necesitan invertir el cobro de dos días y medio de trabajo, dinerito con el cual pudieran comprar jabones en las tiendas de dólar u otra bobería en el pulguero. En Japón llegué a verlos con una lavadora montada encima de una bicicleta a varios kilómetros del puerto, aquellas imágenes me recordaron a los chinos y a los vietnamitas durante la guerra. Esos mismos espectáculos los he visto con dolor en Montreal, mis antiguos compañeros de trabajo pedaleando a kilómetros de sus barcos, sudorosos, barbudos, mal vestidos, y cargados de las mismas mierdas de aquellos años.


En el 90 le compré una bicicleta a mi hija en China, nada que ver con aquellos tractores de dos ruedas que se distribuyeron en Cuba, era bien linda. La situación del transporte comenzaba a ser caótica en ese año y los bandoleros del barrio le tiraron el ojo. Uno de ellos me lo advirtió y me dijo que no me preocupara, porque a la bicicleta de mi hija no le pasaría nada, él era una autoridad dentro de los delincuentecitos de Alamar. Al año siguiente quise llevarla a bordo para cambiarle las gomas en España, experimenté en carne propia lo que millones de cubanos realizaban diariamente. En short y camiseta partí desde Alamar hasta el Muelle de Luz, no estaba acostumbrado a ese traqueteo y a la altura de las elevaciones de la ICP me bajé y caminé un tramo hasta la cumbre. Luego me desvié para Regla y fui bordeando toda la bahía, el terreno era más llano. Por mi lado pasaron decenas de ciudadanos, unos con sus uniformes de militares y los grados de Mayor, otros con sus batas de médicos pegadas a la espalda por el sudor, simples muchachitas con sus uniformes de secundaria, en fin, mi pueblo. Los últimos viajes que realicé en guagua desde el puerto pesquero hasta Alamar me tomaron cuatro horas, todos ustedes saben que ese viaje se realiza en treinta minutos, tiempos peores vendrían después de mi salida.


Muchas veces le peleaba a mi hija y a su marido por dejar sus bicicletas montañesas en el patio de la casa sin candados, las usaban para pasear en las ciclovías existentes a solo dos cuadras de la casa. Uno de esos días yo la utilicé para esos fines también, es fantástico ese recorrido al lado del río San Lorenzo, mientras pedaleaba, me trasladaba a los parques de mi infancia. Creía por minutos encontrarme por el malecón de La Habana, pero al ver la tranquilidad de los ciudadanos, los patos nadando sin peligro de ser cazados, las ardillas compartiendo las meriendas de los seres que asistían a ese parque natural en busca de paz, cuando veía todo esto, regresaba a la realidad. Las bicicletas permanecieron muchos días en esas condiciones, no quiero decir que ocurra lo mismo en otros barrios de Montreal, pero nunca sucedió nada anormal, les hablo de bicicletas de unos 300 dólares cada una. Antes de partir de la isla habían asesinado a seres humanos para robarle una de esas pesadas bicicletas chinas, cuanto me alegro haber abandonado toda esa pesadilla.


Cuando arribamos a La Habana de aquel viaje donde las autoridades niponas me solicitaron sondear al barco, uno de los camareros bajaba del buque con aquella bicicleta nueva, el chamaco era militante de la UJC e hijo de un jerarca del país.







Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2004-01-19 


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