En el alerón del puente durante el viaje de esta narración.
Emilio llegaría a un palacio de ébano cuando se
enroló en el “Otto Parellada”, eso pensó o quizás le dijeron sus ecobios cuando
realizaba todos esos agotadores trámites que finalizan en el plato de la escala
real. Como iba de Tercer Oficial, podía considerarse uno de los príncipes a
bordo en aquel feudo dominado por un rey negro.
Su sonrisa sería amplísima cuando le entregaron el
pasaporte, la historia clínica, la tarjeta donde se reflejaban todas las
vacunas recibidas en su corta vida de marino, y por supuesto, la indispensable
hoja de enrolo que debía presentar ante el Primer Oficial. -¡Voy para el Otto!
Le comunicaba pleno de orgullo a todos los ambias que se encontró a la salida
de la Empresa. La misma felicidad reflejó en su rostro por todo el trayecto de
la calle Obispo y la frase la repetiría incansablemente por la avenida del
puerto hasta el muelle Sierra Maestra Nr. 3 Sur, donde tomaría la lanchita que
lo conduciría hasta el buque fondeado en aquellos momentos. Mientras esperaba
por la salida de la lancha, se llegó con otros felices aseres hasta la piloto
del Two Brothers y se tomaron unas pergas de cerveza para celebrar el
acontecimiento.
La pequeña mesita donde permanecían parados y atentos
a las manecillas del reloj, soportaba unos seis vasos enormes que debían
disputar a las moscas de turno. La fragancia del Tulipán Negro, perfume que
adoraban por su precio y nombre, no podía anular el rancio aroma de azufre que
despedía el baño. Las escandalosas carcajadas de una que otra puta madrugadora
los extraía de aquella mística celebración. Aquellos vasos de cartón encerado
tan típicos en nuestra geografía, eran levantados frecuentemente por manos
color azabache. Luego, rastros de la primera y única espuma, formaban bigotes
extremadamente blancos en aquellos rostros tan oscuros, brindando una imagen
algo macabra dentro de aquel infierno.
Esa mezcla de orines, aguas putrefactas de la bahía
en perfecto cóctel con el combustible que todos los buques derramaban a
voluntad, era parte del paraíso que todos aceptaban con naturalidad. Cerveza
inmunda que siempre era adulterada con algo dañino, risas de putas expresadas
con sucias vaginas, mendigos con aliento etílico. El carbono de las Ikarus que
pasaban junto a la puerta de entrada, todo eso, usado como ingrediente en ese
extravagante potaje a los que debe agregarse, pensamientos tan negros como los
de aquel clan, no podían ofrecer un producto final que fuera tolerable al
consumo humano. Emilito fue aceptado durante un proceso sumarísimo y de
emergencia, realizado en aquella mesita por parte de la secta que protegía,
adoraba y rendía una irracional pleitesía a ese Rey negro que una vez Changó
asignó a ese buque. Desde esos instantes sagrados, integraría esa oscura
pandilla que se resistía aceptar a otros seres que no compartieran su color.
Suena racista, ¿verdad?
¿Quién era Emilio? Un simple negrito que había sido
escribano o escribiente en el buque escuela “Viet Nam Heroico”. Era una botella
de aquellas que se inventan en cualquier sistema, solo que la suya era de izquierda,
digamos castrista o socialista. Poco contenido de trabajo cuando éste se
comparte con otro u otros escribanos o escribientes como él beneficiados por la
misma botella. Exigencia imprescindible, contar con el carné del Partido, el
negrito era militante.
Pasaron años y años, los mismos que gastó la bella
durmiente en surna hasta que llegó el obrero vanguardia y le dio un beso para
despertarla. Durante ese sueño no me encontré con Emilio por ninguna parte,
tampoco me preocupé, no era mi amigo ni nada por el estilo. Relevó al Tercer
Oficial Pedro Maqueiras, único oficial blanco en aquel reino de color serio que
sobrevivió por su incompetencia y subordinación ciega justificada, carné del
partido aparte. Estudió conmigo y más de diez años después se mantenía en el
mismo cargo, poco le había servido la “incondicionalidad”. Su incompetencia se
elevaba muy por encima de la conciencia partidista, tanto, que resultó
imposible ascenderlo como a otros de su estirpe, ya deben imaginar lo bruto que
era. Debo aclararles que menciono estos detalles intencionalmente, mucho se ha
hablado sobre la eliminación de la discriminación racial en la isla, pocos se
han atrevido a mencionar su existencia.
Maqueiras era la oposición de aquella vieja hipótesis
que calificaba a los blancos de espejuelos como “inteligentes”. Era bruto e
incompetente, razones suficientes para subordinarse irreflexivamente a una
persona ascendida a Capitán por ser miembro de la inteligencia cubana. Me
refiero a Remigio Aras Jinalte, ya le he dedicado algunos párrafos en otros
relatos. El negrito Emilio era el negativo de su fotografía, pero lo aventajaba
en el color de la piel para ser mejor aceptado por la plebe.
-¡Látigo con todos estos negros! El Rey de ébano se
había quedado de vacaciones y fue relevado por un Capitán blanco y de ojos
verdes. ¡Desgracia! Fueron los pronósticos, las letras de los babalaos.
¡Desgracia! Ha sido invadido el reino de Yemayá, anunciaron el presagio de lo
que sería ese viaje para todos aquellos cabrones. -¡Látigo con todos estos
cabrones! Me repetía el Capitán sin necesidad, nunca sentí tantos deseos por el
desquite.
Los problemas comenzaron muy temprano, creo que a
pocas millas de la costa una vez que zarpamos. Emilito me llamó al camarote
durante su guardia para decirme que había perdido la posición del buque. Una
vez frente a la carta, comencé la reconstrucción de la derrota desde su salida
y observé la configuración de la costa. Luego, frente al radar, pude comprobar
que no existían razones que condujeran a la duda. El problema era mucho más
sencillo, el negrito tenía dificultades para interpretar la información que le
brindaba el radar. Por un gesto de solidaridad humana, y por algo mucho más
importante, nuestra seguridad, le dije que ante cualquier duda no lo pensara en
llamarme. Es de suponer que aquellas llamadas fueran de una frecuencia anormal,
Emilio no tenía lagunas técnicas, era el propietario de los grandes lagos.
Luego de pasar el Canal de Panamá y una semana
después de dejar tierra, el carácter de los hombres va variando por muchas
razones. Las principales deben ser la abstinencia sexual a las que se someterán
en esa larga travesía y la escasez de alimentos frescos que se enfrentarán los
próximos días. Profundizarán esa metamorfosis involuntaria otros factores de
menor importancia, pueden ser el racionamiento de agua en los barcos de vieja
construcción, ausencia de medios de distracción y en el caso cubano, esa
comemierdería de círculos de estudios políticos, reuniones, emulación,
pruebitas LPV, trabajitos voluntarios y cuanta estupidez perturba la vida de
cualquier marino normal.
En el puente comenzaron muy temprano los problemas,
un día llego a mi guardia y me encuentro con un letrerito pegado al equipo de
satélites de navegación, con letras gigantes decía así; ¡NO TOCAR!
-¡Oye! ¿Qué coño es esto? Le pregunté asombrado al
Segundo Oficial. ¿Está roto el equipo?
- ¡Ná, compadre! El equipo está bien, pero cuando el
monito le mete las patas lo saca de circulación. Me respondió el Segundo
Oficial a quien conocía desde hacía unos años y había pasado conmigo el curso
de Primer Oficial. Amador realizaba el viaje en esa plaza cumpliendo una
sanción por haber hundido a un pesquero en aguas de China. Eso pudo pasarle a
cualquiera que navegara por allí, donde los pescadores chinos con sus sampanes,
se atravesaban en riesgosas maniobras en las proas de buques de gran porte.
Resultaba imposible evadirlos por la lentitud del buque en responder a las
órdenes del timón. Amador le colocó el cartelito y yo no ofrecí resistencia, ya
conocía de la pata que cojeaba Emilio y no tenía dudas de la preparación
técnica de mi compañero de estudios.
Las rectas del sol tomadas por Emilio diariamente e
indispensables para obtener la posición del buque al mediodía eran inservibles.
La posición a la hora de la meridiana dependía exclusivamente de las
observaciones que realizara Amador. En resumen, contábamos con un
“mira’palante” a la hora de la guardia correspondiente al Tercer Oficial.
Mientras tanto, y durante esa casi infinita navegación desde Panamá hasta
Shanghai, Emilio no se preocupó en superar todas las lagunas técnicas que
poseía. Desvió su atención en cerrar filas con la masa negra del buque, un
ochenta por ciento durante ese viaje. Aspirando tal vez, consolidar viejas
posiciones adquiridas durante el mandato del Rey negro. Él no era el único de
su especie en nuestra flota, eran jugadores de su mismo equipo Gabriel Sánchez
(descansando en el infierno actualmente) y el Capitán del buque Lázaro Peña. En
todos los casos, sus tripulaciones eran predominantemente negras, caminos
tortuosos para los blancos que se enrolaran en esas naves. (Y eso que en Cuba
había sido abolido el racismo con la revolución)
Dos días después de haber pasado el meridiano ciento
ochenta o “Línea Internacional de la Fecha”, Emilio acude en mi ayuda muy
alarmado.
-Primero, ya no sé de cuál manera resolver las rectas
del sol. Yo no me había preocupado por aquel detalle, conocía los orígenes del
error por experiencias pasadas con otros oficiales. Me detuve un segundo a
ojear su libreta de cálculos.
-¿Y dónde consideras que se encuentre el error?
-No sé, hay un trancapuertas en toda esa maraña y no
me dan.
-¿Un trancapuertas? O sea, ¿el sol tiene un
trancapuertas?
-Sí, yo creo que es así, ninguna recta me da desde
hace dos días.
-¡Claro! Nunca te darán por culpa de ese
trancapuertas. ¿Sabes qué? No sé si te enteraste, pero hace dos días cruzamos
la Línea Internacional de la Fecha.
-¿Y qué?
-¡Y nada! Que cambiamos de hemisferio y al hacerlo
cambian los signos. ¿No crees que signifique algo? Tomó su libreta de cálculos
y se fue hasta el alerón del puente, pude observarlo con el rabillo del ojo
como pasaba hoja por hoja sus cálculos. No pudo decirme si había logrado
arribar a una conclusión, tampoco lo presioné, ya estaba resignado a tener un
individuo en el puente que solo servía para mirar palante.
Sus vínculos con la gente del color serio eran cada
vez más estrechas, Emilio se iba convirtiendo en un líder dentro de la nave,
pero no en un líder cualquiera, era el Evo Morales de aquella tripulación, el
sueño, la esperanza de todos los prietos al que le destronaran su Rey, mal
pretendiente a la corona fue seleccionado para aquella sucesión. Una mañana y
estando atracados en el puerto de Whampoa, me levanto temprano y realizo una inspección
de rutina por toda la cubierta. Como resultado de aquel recorrido matutino,
encuentro a una parte de la escala real hecha mierda, el Oficial de guardia esa
noche era Emilio.
-Espero me expliques las causas que produjeron la
avería en la escala real. Se encontraba nervioso en los momentos que lo abordé
y no sabía cómo llenar el diario de navegación.
-El lío es que hubo un problema en una de las bodegas
que estaban cargando y tuve que desviar al timonel para atenderla.
-¿Y cuánto duró el problema en la mencionada bodega?
-Duró un rato.
-Y pretendes decirme que en un rato subió y bajó la
marea al extremo de averiar la escala real.
-Tuvo que haber sido en ese tiempo.
-O sea, la escala se encuentra averiada a una altura
de unos cuatro metros y pretendes que te crea. Bueno, debo suponer que la marea
en este puerto baje y suba con la misma rapidez que hace un elevador. ¿No es
eso?
-No tanto, pero tuvo que averiarse en ese tiempo que
atendimos la bodega.
-Y supongo hayas registrado la hora de parada de operaciones
en esa bodega. Trató de buscar infructuosamente entre las anotaciones que había
realizado en el libro.
-Debo arreglar las horas anotadas.
-Debes saber que en el diario no se hacen borrones.
-El problema es cómo te dije, hubo un lío en la
bodega y en eso el trancapuertas que averió la escala del buque.
-¿Tienes idea de lo que cuesta la reparación de esa
escala?
-No me imagino.
-Debe superar los dos mil dólares, y puedes estar
convencido de que yo no los voy a pagar, ¿sabes una cosa?
-¿Qué?
-¿Has oído hablar de las tablas de marea?
-Por supuesto.
-Pues con ellas los inspectores calcularán las
alturas y tiempos que duran las mareas. Si no sabes calcularlas te recomiendo
lo hagas para que trates de justificar el trancapuertas que ocurrió en tu
guardia. Hubo silencio, tomé el diario de navegación y me dirigí hasta mi
camarote.
Las operaciones de carga en aquel puerto eran algo
complicadas, agrava la situación el hecho de que ningún estibador habla inglés
y sus jefes se ausentaban con frecuencia. Ante esas dificultades e
incomprensiones, la salida más efectiva que encontré fue cerrarle la bodega y
detener las operaciones. Antes de partir le hacía esa advertencia a Emilio, se
la repetía en varias oportunidades teniendo en cuenta que estaba en presencia
de un minusválido técnico.
Una tarde, salí con Amador a tomarme unas cervezas en
la ciudad. Disfrutaba mucho de mis salidas en esa China nueva donde su
población podía vincularse y compartir con nosotros. Siempre que les mencionaba
al viejo Mao, me respondían con gestos de desagrado e inclinando el pulgar
hacia el suelo. Teníamos una fondita donde hacíamos grandes paradas, me
permitían pasar hasta la cocina donde yo inspeccionaba las carnes antes de ser
preparadas, no deseaba comer perros. Hubo noches en los cuales nos pasamos de
tragos, no fueron grandes borracheras, simples notas que al andar provocaban
inesperados bandazos. Ese día estábamos más contentos de lo acostumbrado,
hablamos mal de Fidel, del director de la empresa, del hambre que pasábamos a
bordo, de la madre de los tomates. Conspirábamos sin darnos cuenta,
participábamos en una reunión muy peligrosa, éramos miembros de un núcleo
compuesto por dos personas. Luego, cuando la borrachera pasaba, nacía la
preocupación sobre una posible delación, por fortuna no ocurrió nada. Luego de
burlar la barrera de la aduana y a escasos cien metros de distancia de ella,
pudimos divisar la enorme mole de acero de nuestro buque escorado unos quince
grados sobre el muelle. Los efectos de la cerveza se detuvieron ante el impacto
de aquella grotesca escena y aligeramos los pasos.
-¿Qué cojones sucede, Emilio?
-Nada, el asunto es que no me entienden y mira el
trancapuertas que se ha formado.
-¡Para! ¡Para, cojones! Te advertí diez veces que
detuvieras las operaciones en una situación como esa. Las grúas no pueden
trabajar con esta escora. ¡Amador! ¡Dile a esos chinos que salgan de las
bodegas y se vayan al coño de su madre!
-El problema es que yo trataba de explicarles y ellos
se reían…
-Y claro que deben reírse de un estúpido como tú.
¡Amador! Vamos a cerrar las tapas de estribor. Esto es lo que debiste hacer,
imbécil, te lo expliqué en varias oportunidades. Emilio calló durante el tiempo
que dedicamos a cerrar las bodegas, yo tampoco deseaba escuchar una estúpida
explicación.
El viaje continuó y después de China pasaríamos por
Tailandia y la India, el Capitán se encontraba en los límites de tolerancia
permisibles en apariencias. Mi preocupación era otra, muy distinta a las de
formales deberes y obligaciones. Temía por la seguridad del buque y la mía
personal. Cualquiera de los errores cometidos por Emilio, repercutiría
indudablemente en mi cargo como jefe de los oficiales de cubierta. Mis temores
eran fundados, yo no pertenecía al partido y él, además de gozar el
“privilegio” de su militancia, era el “clavista” abordo, condición que lo
elevaba por encima del nivel privilegiado gozado por cualquier militante del
partido, eso yo lo sabía.
El black power del buque fue neutralizado en los
meses que duró aquella travesía, el Reglamento de la Marina Mercante era mi
Biblia, su sola aplicación rigurosa podía condenarle la vida a cualquier
marino, procedí de acuerdo con ella. El Reglamento era riguroso y muy rígido,
su aplicación en la vida de cualquier marino resultaría en un martirio. Yo solo
lo aplicaba en buques donde sus tripulaciones fueran malas como en el caso del
“Otto Parellada”. Tenía sus utilidades muy positivas, servía como muro de
contención a las aspiraciones de secretarios del partido y luego de los comisarios
políticos cuando se tomaban facultades que no les correspondía. Esta situación
fue muy frecuente en buques donde sus capitanes eran flojos de piernas y su
correcto uso me salvó de una expulsión solicitada y casi aprobada en una bronca
con el Político y núcleo del partido a bordo del “Bahía de Cienfuegos. Por esas
razones siempre lo cargaba conmigo y lo consideraba mi Biblia. Por otra parte,
un barco puede ser considerada la extensión de un país cualquiera, se goza de
esa aparente independencia mientras el mar es el único refugio, el mando es su
gobierno y el personal subalterno es el pueblo. Hay de todo como en botica,
muchos de aquellos incondicionales a la voluntad de Remigio Aras Jinalte nos
vendieron su lealtad, como es de suponer, no se puede confiar en traidores u
oportunistas.
Una noche y después de entregarle la guardia a
Emilio, hacía dos días que dejábamos atrás el Cabo de Buena Esperanza, es de
suponer que navegábamos por el Atlántico Sur. Durante aquella entrega, la
marejada era recibida por la popa. Cualquier marino es capaz de identificar por
dónde le da el mar a su buque durante una navegación sin necesidad de observar
al mar, los movimientos y comportamiento de la nave se ajustan a ese momento.
Dos horas después de bajar a mi camarote, noto que el buque se encontraba dando
cabezadas violentas y decido subir al puente.
Llegué tarde y no pude evitarle el amargo momento a
Emilio, la palabra más suave que escuché en boca del Capitán fue “estúpido”.
Traté de calmarlo, pero la mala suerte del negrito estaba echada, pudo ser una
wemba que le sonaron en su vieja Guanabacoa. El buque se había ido de rumbo y
la alarma del timón no funcionó, Emilio siguió conversando animadamente con el
timonel mientras el barco navegaba en un rumbo opuesto de ciento ochenta
grados. Aquella fue la última trastada de él, llegando a La Habana el Capitán
lo largó por el chicote.
Considero que aquella tripulación, la del “Otto
Parellada”, fue una de las peores con la que me tocó trabajar durante mi vida
de Oficial. Integrada en casi su totalidad por tripulantes de la raza negra y
fieles a la política racista de su Capitán Remigio Aras Jinalte. No se
detuvieron ante tripulantes de su mismo color, Enrique Macías Villavicencio, un
marinero de cubierta negro como ellos, fue víctima de todo tipo de atropellos y
discriminación por ser uno de mis mejores amigos. Ellos no entendían que un
negro pudiera ser amigo de un blanco, ni que yo tuviera cinco hermanos mulatos,
su mundo era negro como ellos. Me río cuando escucho que en Cuba no existía
discriminación racial.
Emilito no era mala persona, no creo tampoco guarde
rencor o resentimientos sobre mi persona. Creo más bien, sea otra víctima
seducida por ese régimen, una persona que un día se creyó capaz de tolerar un
pantalón que le quedó muy grande. Porque amigos míos, un verdadero marino no se
puede fabricar, no es suficiente la afinidad con una ideología, hay que sentir
el mar y destilar salitre por los poros de todo el cuerpo. Un verdadero Piloto
es mucho más que eso, no puede resumirse con el discurso perfecto. Un Piloto es
sol, luna, estrellas, corrientes, mareas, vientos, presión barométrica, límites
de bandazos, calados, ETA bien calculados, ortodrómicas y loxodrómicas
aplicadas, faros, costas, ríos, lagos, radares. ¿Y cuando no existía nada?
Había un verdadero Piloto, traje que no puede usar todo el mundo, charreteras
que le quedaron grandes a gente como Emilito, porque la vida en el mar no es un
trancapuertas. El verdadero hombre de mar las abre y conquista el mundo.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2007-12-30
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