ALARCÓN, EL ÑATO
…♫ Por el amor de una mujer, jugué con fuego sin saber, que era yo quien me quemaba ♫…
Su voz era melodiosa, muy pegajosa, como la de cualquier criollo trovador. No era improvisado tampoco, una parte de su vida había transcurrido sobre los tinglados de vulgares escenarios, tabernas atestadas de borrachos escandalosos, putas trasnochadas y quién sabe cuánta gente extraña de nuestra aburrida fauna. Tocaba la guitarra con la elegancia de cualquier clásico maestro que nunca conoció la gloria, solo se revolcó con Gloria sin mirar hacia delante, hasta que el manantial de los espermatozoides se viera afectado por esa sequía que molesta tanto y quieren combatirla con una píldora azul. Entonces, con la voz menguada por el humo de cigarrillos y los ataques de aguardientes baratos, recordó que la vida debía continuar mucho más allá de los surcos dibujados en su rostro y aquella caída del cabello producida por un irreparable otoño. Poca voz y una figura más triste que la del legendario caballero español que luchó contra molinos, la marina pudo ser aquel aro salvavidas del que se agarró ante un inminente naufragio.
Cada vez que terminaba la canción yo le pedía que la repitiera, él no se molestaba, siempre trataba de complacer a los demás. El amor había tocado mis puertas y con ese número muy en boga, yo me perdía, volaba desde aquella azotea santiaguera durante los minutos que duraba. A la cuarta vez alguien protestó o me mandó al carajo, regresé de mis fantasías, me encontraba en el techo de una casa, allí vivía la hermana de Alarcón. Poco antes, solo unos minutos, había escuchado con atención toda la explicación que me dieron sobre la construcción de aquel techo sin utilizar cabillas. Me importaba un pito toda la disertación sobre los métodos de construcción antiguos donde no se usaba acero en los alquitrabes, pero lo cierto es que estábamos allí, gracias al ingenio de unos cuantos cubanos. Antes de subir a la azotea, el sobrino de Alarcón me mostró los moldes artesanales donde fabricaban cada bloque de los utilizados en la construcción de aquella casa.
En mi época de timonel, yo soy el de la derecha. A la izquierda el timonel José Febles. 1970 |
Poca gente era tan fea como él, horrorosa físicamente, desagradable a primera vista. Una fatal impresión cuando lo observabas de lejos, una invitación a la frigidez, insensibilidad, abstinencia, indiferencia sexual cuando te encontrabas a dos metros de distancia. El Ñato pudo ser la reacción inesperada o traicionera al supremo acto de entrega entre dos cuerpos, la paja obligada con ausencia de encantos, el reto a la atracción o rechazo, el sacrificio con un alto precio, nadie era tan o más feo que él, la fealdad tenía su punto de partida en aquella triste imagen. Alarcón era el maestro de la desproporción, la irregularidad, la alteración o capricho de la naturaleza cuando te premia con una estampa repulsiva y te vende con dones superiores al propio ser humano. Aquella fealdad era ennoblecida por esos sentimientos con niveles de fastuosidad que él poseía y regalaba a todos los que le rodeaban.
…♫ Por el amor de una mujer, jugué con fuego sin saber, que era yo quien me quemaba ♫…
¡Qué rico es estar en nota! No fue solo en Santiago, cualquier puerto es una razón para beber. ¿Cádiz? ¡Claro que sí! Recuerdo que enfriamos las cervezas robadas de la gambuza con extintores de CO2. Hasta Marcio bebió de ellas, era un Primer Oficial especial. El Ñato caía borracho después de la tercera cerveza, no aguantaba más, era un débil arrastre que cargaba consigo desde su época de trovador. ¿Después? Bueno, se encontraba a merced de todas nuestras maldades. Nunca se enojó cuando al despertarse se paró frente a un espejo y observó toda su calva dibujada con muñequitos, tenía buen sentido del humor o una extraordinaria capacidad para perdonar, así era él de noble. Jugaba con amantes y amantillos como si fueran las cuerdas de su guitarra, nunca se equivocaba. El tiempo libre, el que restaba para entretenernos en chismes y cosas mundanas, Alarcón los empleaba para tener organizado un grupo musical a bordo. La música y el mar deben ir atadas de la mano, él sabía conducirlas, un barco no podía navegar sin música, me dijo muchas veces y le creí.
Lo que tenía de feo le sobraba de noble, generoso, solidario, humilde, simpático y alegre, porque esas eran sus principales virtudes. Nunca lo vi triste, ni quejarse de aquellas fatalidades con las cuales la naturaleza se ensañara en su persona. Flaco, bajito, calvo, extremadamente arrugado para su edad, quizás plenamente justificado, porque realmente nadie sabía cuántos años tenía. Muy musical, hasta para trabajar en cubierta, siempre lo escuchabas tararear alguna canción, esa era su vida. Dicen que El Ñato formó parte de un trío de trovadores, he buscado información y no la encuentro, poco importa. ¿Era feo, calvo, trovador, y encima de ello marinero? Tuvo que ser muy bueno.
…♫ Por el amor de una mujer, jugué con fuego sin saber, que era yo quien me quemaba ♫…
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2009-10-30
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