Motonave "Otto Parellada", escenario de esta historia.
-¡Práctico-Habana, aquí la motonave Otto Parellada
que te llama! Un molesto ruido, interferencias producidas por ondas parásitas
invadió al receptor, el Capitán le bajó el volumen y esperó por la respuesta.
Varios minutos después repitió la solicitud de comunicación, pero esta vez
decidió ahorrar palabras. –¡Práctico-Habana, Otto que te llama! Haló la silla
que tenía designada en el puente y la acomodó junto al equipo de V.H.F. Ya
sabía que debía estar armado de mucha paciencia cuando de comunicaciones se tratara
con cualquier punto de la isla, todos eran impredecibles, sorprendentes,
inoportunamente descuidados.
–¡Pongan media avante! Ordenó sin quitarle la mirada
al equipo de radio y Amador corrió hasta el telégrafo para trasmitir la orden a
máquinas. Los walkies-talkies de los oficiales se encontraban acomodados sobre
la mesa de ploteo, habían sido revisados y comprobado su funcionamiento.
-¡Práctico-Habana, Otto que te llama! Esto no cambia, ¿qué carajo estarán
haciendo?, ¿no tendrán un operador de guardia? Comenzó a dar síntomas de
impotencia y eso era malo, se desahogaría con nosotros hasta el límite de su
cuerda y luego lo haría por el teléfono, era necesario calmarlo para que
aquellos no se ensañaran con el barco. Era muy sencillo jodernos, lo hacían a
menudo cuando el Capitán les caía mal.
-¡Capitán!
Tiene el número cinco en el orden de las maniobras programadas para hoy. Solían
decir con frecuencia, tal vez riéndose después de soltar el pulsor del
teléfono.
-¿Y por cuál van? Preguntaban habitualmente los
ingenuos sin darse cuenta de que les ofrecían razones para divertirse.
–Vamos por el número dos, Capitán. Respondían y
colgaban sin ofrecer más explicación, entonces, llegaba ese espacio de tiempo
dedicado a la meditación y los cálculos. Van por la segunda maniobra programada
para este día y son las ocho de la noche, es muy probable que mañana entremos a
puerto, no existe otra esperanza con este ritmo. Ellos sabían que te estaban
torturando y se reían mientras esperaban otra llamada cargada de ansiedad.
Sobre el buró, una botella de Havana Club a medias que fuera regalada por el Capitán
del último barco en salir, no necesitaban pensar las respuestas a los futuros
reclamos.
-¡Capitán! Tenemos problemas con los remolcadores, la
lancha de los caberos se rompió, sería una justificación de rutina, la que
utilizaban a diario. ¿Por qué no tendrían un vehículo para mover a los caberos
como es usual en muchos países? No podían tenerlo, era ilógico. Si lo tuvieran,
los caberos se dedicarían a realizar mudanzas o a botear hacia otras zonas de
la ciudad para buscarse unos pesos, y la gasolina, ¿quién la pone? Muchas
dificultades, papeles, trámites, reuniones, demasiado burocratismo para
asignarle un vehículo a los caberos. ¡Qué sigan en su lancha y no jodan, el
país está bloqueado por el enemigo! Concluyó el secre del partido en una de las
agotadoras reuniones donde se planteó el problema. Tal vez la lancha no esté
rota na y Mazacote ande ocupado bajando la pacotilla de los marineros. ¡Tiene
que luchar! Siempre se moja con algo, ruedas de cigarros, varos, algún trapito,
¡y hasta jama!, por qué, ¿no? Y se enchumban todos, él mismo, los caberos, los
marineros de los remolcadores y hasta el lanchero de los Prácticos. No voy a
romperme más la cabeza, estoy cogiendo cuerda y eso es malo, pensó el Capitán.
–¡Práctico, Otto que te llama! Otra vez el silencio
como respuesta y el molesto ruido que ataca directamente a la paciencia. -¿Tú
sabes si el telegrafista le dio mantenimiento a la antena del V.H.F? Preguntó
con vagancia y me hice el sordo, no pensaba colaborar en la búsqueda de un
inocente para culparlo por aquel silencio que comenzaba a torturarnos. Desistió
en volver a llamarlos y aplicó una vieja táctica. -¡Vamos a ver Morro-Habana,
motonave Otto Parellada, ¿me escuchas? Su atención Capitanía, aquí la motonave
Otto Parellada que te llama. Cambió inmediatamente al canal diez del V.H.F,
ellos sabían que lo haría y se cortaron las risas, cambiaron también.
–¡Mambicuba-Habana, Otto Parellada que te llama!
-¡Vamos a ver, Otto Parellada! Aquí la estación de
Prácticos de La Habana. Era un truco que no fallaba y el Capitán lo conocía,
una llamada a los verdugos pondría a correr a los siervos descarriados. La
respuesta llegó inmediatamente
-¡Buenas noches, Prácticos! Estamos de través con el
Morro y a tres millas de distancia.
-¡Otto
Parellada, aquí Morro!
-¡Otto Parellada, aquí Capitanía.
-Otto Parellada, aquí Mambicuba.
-¡Otto Parellada, aquí Práctico-Habana! Capitán,
lamento informarle que el puerto estará cerrado hasta el día de mañana por las
perturbaciones atmosféricas que se están registrando, usted debe observar la
marejada existente y la imposibilidad de nuestra lancha en salir a recogerlo,
cambio.
-¡Para máquinas! Soltó con violencia el teléfono y
caminaba desesperadamente por el puente de babor a estribor, corría
prácticamente y su maratón no parecía tener fin.
-¡Para máquinas! Repitió Amador y accionó la palanca
del telégrafo. La aguja del tacómetro fue descendiendo hasta quedar en cero,
unos minutos después nos atravesaríamos a la dirección del viento y la mar, era
lo normal, comenzarían nuevamente los molestos bandazos que experimentamos a lo
largo de toda la costa cubana.
Tuve el honor y si se quiere, el privilegio de
trabajar con grandes navegantes al inicio de mi vida como marino. Hombres a los
cuales el gran almirante no hubiera dudado en enrolarlos cuando emprendió
aquella loca aventura por descubrirnos. De sus conocimientos y experiencias me
nutrí cuando era un simple marinero. Luego, cuando al fin me hice oficial, pude
comprender la magnitud de sus proezas. Me prometí algún día ser como ellos, no
solo eso, mis ambiciones dictaron un rumbo diferente con el propósito de
superarlos, eso deseaba, ser superior a todos ellos.
Los admiré y admiro al extremo de no poder
olvidarlos, sus hazañas serían temas de estudio para generaciones posteriores.
Yo estaba allí, siempre por delante de mí, tratando de vencer cada dificultad
que yo mismo sembraba en mi camino, como una mina que mal pisada te hiciera
volar por las nubes. ¿Era malo ser así? Creo que sí, el tiempo lo demostró.
La cuerda del reloj se va agotando y debo rescatar
todo lo que me pertenece antes de caer vencido por el cansancio, eso es lo que
formará parte de mi equipaje cuando el uniforme final sea de madera. Debo
olvidar cualquier manifestación de humildad o modestia, lo que es mío, lo fue y
lo será, nunca renunciaré a esa propiedad. Regreso sobre mis pasos para
reclamar el título de Capitán que un día me arrebataron, lo haré con todo mi
derecho, ese será el regalo que le deje a mis nietos.
Nunca fui agregado de nadie, desde mi primer viaje
fui enrolado como Oficial. Pudo haberme ayudado mucho el finalizar los estudios
de primer expediente, noventa y ocho de promedio no lo alcanzó otro, solo yo.
No fue una gracia o premio de mis profesores, fue el resultado de todo un
esfuerzo realizado, superior a mí, agigantado por mis sueños. Todo el amor que
comencé a sentir por esa profesión que llenó a plenitud mi vida y le dio un
verdadero sentido a mi existencia, iría creciendo con cada singladura,
bandazos, pantocadas. Leo a estúpidos que me atacan diciendo que soy un marino
frustrado, me río ante la infamia e ignorancia con la que tratan de herir mis
sentimientos. Pocas veces uno manifiesta sentirse verdaderamente realizado, el
exceso de modestia puede mellar el orgullo de una persona cuando se sabe seguro
de sí mismo. Me río ante ese desfile de estupideces y regreso, claro que lo
haré para arrebatar la gloria de unas manos a las que nunca pertenecieron, debo
hacerlo porque es todo lo que tengo para dejar como legado.
¿Cuántas veces un Capitán de nuestros tiempos legaría
sus responsabilidades en un Segundo Oficial? No creo que exista mucho esa
posibilidad, aún, contando con una ayuda técnica superior a la de mi época.
Recaladas importantes fueron realizadas por mí, poco importa recordarlas ahora,
Rotterdam, Amberes, Río Elba, Polonia, Finlandia, Suecia, Tokio, Singapur,
Shanghai. Estrecho de los Dardanelos sin Práctico, solo en el puente con un
radar de anillos fijos. Canal de Suez con el Práctico orándole a Alá en el
cuarto de derrota por más de una hora y pegando la frente a una esterilla
traída como equipaje, me dejó solo en medio del Canal, ¿me conocía aquel
árabe?, lo dudo. Pero hay seres que si son honestos pueden dar fe de todo esto que
les cuento y Calero es uno de ellos. ¿Llegó a director de la Empresa? Sí, muy
bueno y querido por todos nosotros, pero no lo hubiera sido si el que escribe
estas líneas no lo salvara de una inminente varadura a bordo del buque angolano
N’Gola. –¡Cuando determines la posición del buque me llamas! No apeló a otra
persona con graduación superior a mí, lo conocía perfectamente y me eligió para
esa tarea siendo un simple Segundo Oficial.
Por aquellos que confiaron en mi trabajo no puedo
ocultar mi profundo agradecimiento, ellos sabían lo que hacían, pero no siempre
delegaban en mí responsabilidades que no pertenecían por esa confianza
referida. Mis últimos años como marino sirvieron para escoltar a individuos
verdaderamente incompetentes, inútiles, imbéciles. Seres que fueron ascendidos
por su incondicionalidad al régimen y porque ostentaban su condición de
militantes del partido. Navegación Mambisa fue muy cuidadosa en ese aspecto,
por cada Capitán burro que comandara una nave, tendría la necesidad de enrolar
a un Primer Oficial con experiencia que llevara el peso de toda la aventura.
¿Ejemplos? Remigio Aras Jinalte, Gabriel Sánchez, Jorge Torres Portela,
Arquímides Montalbán, ¿cuántos socotrocos será necesario mencionar como alegato
a mi demanda? La lista sería muy larga y ya el tiempo ha pasado, ellos mismos
han sido sepultados con la misma pala que una vez enterraron mis sueños.
Quinientas singladuras fueron presentadas
formalmente, quinientas singladuras más, quinientas más, ¿no eran quinientas
las exigidas para ingresar al curso de Capitán? Sí, solo que la lista de
aspirantes debía ser aprobada por el comité del partido y yo no era militante.
¡Claro que era un tipo frustrado! Puede que lo sea aún, no digo yo, todo el
sacrificio de una vida destruida por la pluma de un idiota. ¿Qué diferencia
existía entonces entre un Capitán y un Primer Oficial? Muy poca, solo algunas
asignaturas militares, un poquito más de Derecho y un cursillo diferente de
inglés. ¿Algo más? Mienten si afirman lo contrario, porque los programas de
esos cursos pasaron por mis manos cuando era profesor de Navegación en la
Academia Naval del Mariel. Técnicamente no se había inventado nada en nuestra
carrera, la última novedad fue la navegación por satélite y estaba al alcance
de cualquier menor de edad, lo otro, lo básico de un navegante, eso se mantenía
y se mantiene inalterable.
Nunca tuve dudas de mi capacidad para comandar una
nave, no había espacio para tal desconfianza, durante mis últimos años era
quien verdaderamente desarrollaba ese papel a bordo de los buques navegados.
Sin embargo, mi examen de Capitán lo realicé junto a un hombre técnicamente
preparado, solo que los nervios lo traicionaban en los momentos de peligro.
-¡Práctico Habana, Otto que te llama!
-¡Adelante, Otto!
-¡Mira! El buque acaba de arribar de un viaje
alrededor del mundo, no resulta fácil mantenerse al pairo fuera del puerto
hasta mañana, ya los familiares deben estar esperando por la tripulación.
-¡Correcto, Capitán! Nosotros comprendemos la
situación, pero el puerto se encuentra cerrado hasta mañana.
-¡Ven acá! ¿Y si yo logro entrar al buque hasta la Pila Vieja?, ¿ustedes embarcarían allí? Hubo unos minutos de silencio, ¿La Pila Vieja? Así le llamaban los marinos a ese pequeño monumento localizado frente al muelle de Caballerías, exactamente en el cuchillo donde se encuentra la parada de las guaguas que se dirigen hacia el puerto. La oferta era tentadora, significaba prácticamente recogerlos en su casa, ellos radicaban en el antiguo edificio que hace esquina y sirve de fondo al Templete. Se estaban ahorrando el riesgo de una peligrosa maniobra de entrada, subirían al barco y como es de suponer, se abastecerían como era de costumbre, algo siempre se les pegaba por ofrecimiento voluntario del Capitán o solicitud desvergonzada. No es que abrigue el insano propósito de desacreditar a los Prácticos de La Habana, solo reflejar el comportamiento que corresponde a una época donde la inmoralidad tomó como pradera a todo el país. ¿Miento? El Práctico que sacó al buque “Viñales” donde deserté, le robó un par de zapatos al Capitán en una de sus salidas del camarote, así estaban las cosas al nivel de gente considerados profesionales, porque si un mérito no se les puede negar a esos hombres, era el que realizaban maniobras dificilísimas dentro de un puerto casi siempre congestionado y con escasos equipos auxiliares. Si alguien deseaba conocer el verdadero uso del ancla de un barco, tenía que obligatoriamente acudir a la experiencia de esos hombres, pero lo cortés no quita lo valiente.
-¡Otto Parellada, Práctico Habana!
-¡Adelante, Práctico!
-Otto, si ustedes logran entrar, nosotros
embarcaremos a la altura de la Pila Vieja. Aquella respuesta esperada
garantizaba la satisfacción de algunos productos en franca demanda, no me
equivoqué, pero mis deseos de tener relaciones sexuales debía controlarlos, un
solo fallo en la maniobra nos lanzaría a todos por el tejado y la primera caída
sería en Villa Marista.
-¡Oká, muchas gracias! Procedemos en demanda del
canal de entrada. ¡Media avante! Amador movió la palanca del telégrafo y se me
quedó mirando, preguntaba algo con sus ojos. El Capitán salió al alerón de babor,
yo me mantenía junto al timonel.
-¡Oye! ¿Tú no vas a dejarlo entrar? La cosa está en
candela. Dijo Amador y no le respondí, unos minutos antes habíamos estado
observando el rompimiento violento de las olas en contra de las rocas sobre las
que se levanta el faro. El Castillo de la Punta era sepultado constantemente
por esas rachas de agua de mar y por el malecón habanero apenas se observaba
movimiento de vehículos. Salí en dirección al alerón y me situé junto a él, nos
conocíamos desde hacía muchos años y compartimos varios momentos de peligro,
pero insignificantes ante el que teníamos frente a nuestra mirada.
-Mi hermano, si fracasas en el intento nadie te va a
llevar cigarros al Combinado del Este. Le dije y creo que no escuchó muy bien.
Para encontrar el eje de entrada al canal de la bahía, debes aproximarte a una
distancia que resulta peligrosísima en estas condiciones meteorológicas. Dios
quiso que fuera así, nos regaló una bahía en forma de bolsa extremadamente
protegida, ¿cómo la habrán descubierto durante el primer bojeo? Vista a solo
una milla desde el mar, La Habana oculta su parte más antigua por una elevación
que no solo sirve de protección y trampa a los ojos de quienes la observan.
Pensándolo bien, esa loma donde se levanta el faro como una vulgar verga y se
exhibe a un Cristo en una pose que, no se sabe si nos quiere bendecir o
lanzarnos alguna amenaza o advertencia, la bahía toma cierto aspecto de cárcel
de la que resulta casi imposible escapar. Detrás de esa loma que uno observa
como línea continua de la costa a solo una milla de distancia, se encuentran
atrapados millones de pestañas que no logran dormir, nidos de ratas con barbacoas,
paredes que se desgastan sin dolor con el soplido de los vientos ayudando a
aumentar su aspecto leproso. Dicen que las mordidas de las ratas no duelen
porque te van soplando en la medida que te devoran, eso le ha pasado a La
Habana, todos la muerden mientras soplan o dejan escapar lascivos gemidos de
placer o dolor. La Habana, una puta divertida que te abre sus piernas por un
pañuelito de cabeza, un jabón o un pan con jamón para aliviar sus insaciables
tripas. Allí estaba, bloqueada por ese muro de rocas impenetrable y con su mar
de cómplice atravesada, negándote la entrada después de darle la vuelta al
mundo cargando sus miserias. La oscuridad que provocan cientos de cúmulos
majaderos y que se extiende a cada rincón de sus calles, era rota con intermitencia
por las luces de las linternas de los hombres que se encontraban en la proa.
-¡Todo a babor! Gritó metiendo la cabeza por la
puerta del puente.
-¡Todo a babor! Repitió el timonel. El buque comenzó
a caer lentamente y cuando se puso atravesado a la mar comenzó a experimentar
esos bandazos esperados. Entré al puente y le dije algo a Amador.
-Ordénale al Tercer Oficial que vaya para la proa
hasta que tú puedas bajar. Pocos minutos después subió al puente y tomó uno de
los walkies-talkies. Lo vi avanzar a la proa por la banda de estribor.
-¿Tú me escuchaste? ¡Mira la marejada que hay! La
situación en la boca del Morro debe ser extremadamente peligrosa, la mar se
encuentra totalmente de través y el buque no va a responder muy bien. Le
manifesté cuando estuve nuevamente a su lado, él se negaba a cambiar el sentido
de su mirada, lo noté muy nervioso.
-Yo creo que podemos entrar. Fue lacónica su
respuesta, algo temblorosa.
-Una cosa es lo que tú creas y otra la realidad. No
tienes necesidad de tal sacrificio, tu mujer viaja contigo, esta gente no se
merece el esfuerzo que puedas hacer para que vayan a dormir con sus mujeres.
-Podemos intentarlo. Yo sé que podíamos intentarlo,
siempre lo hicimos en situaciones de peligro, pero las razones que nos
empujaron fueron diferentes, yo no estaba dispuesto a arriesgar mi carrera para
que un solo de aquellos hombres se acostara con sus mujeres, no valía la pena
el precio de tal sacrificio. Me inclino a pensar que él deseaba probarse a sí
mismo, era un duelo peligroso entre su ego y su conciencia donde todos podíamos
salir muy mal parados.
-Bueno, vamos a intentarlo, pero en caso de peligro
anula la maniobra y esperemos a que se calme la marejada. Tal vez me escuchó,
eso pienso, aunque no puedo asegurarlo, era un hombre demasiado terco cuando
tomaba una decisión.
-¡Full avante! Amador accionó la palanca del
telégrafo y la nave se estremeció cuando aumentaron las revoluciones de su
máquina. El gobierno era pobre y la fuerza del mar lo empujaba contra la costa.
¡Veinte grados a babor! Volvió a gritar asomándose por la puerta del puente.
-¡Veinte grados a babor! Respondió el timonel
mientras el buque continuaba aproximándose peligrosamente al malecón habanero.
De repente, la noche se hizo más negra que de costumbre y rompió un fuerte
aguacero que limitaba la visibilidad.
-¡Métele todo a babor! Cancela la maniobra hasta que
pase esta turbonada.
-¡Todo a babor, emergencia avante! La proa trataba de
luchar en contra de las olas que le llegaban desde el norte. Poco a poco logró
imponer su voluntad y pasamos a menos de un cable de las rocas contra las
cuales chocaba con violencia el mar Con rumbo norte nos íbamos alejando de la
entrada, el Capitán bajó a su camarote mientras permanecíamos Amador, el
timonel y yo en el puente. Mantuvimos el mismo rumbo hasta alejarnos unas siete
millas de la costa, una vez allí paramos máquina y esperamos por su regreso.
-¡Vamos a intentarlo de nuevo! ¡Media avante! Su
rostro había perdido el brillo, era indudable que se había lavado la cara
cuando bajó al camarote, quizás para calmar sus nervios, tal vez obedeciendo
las órdenes de su mujer, un hombre no es suficientemente bueno si no lo
acompaña la sombra de una buena capitana y ella lo era. Otra vez caímos a un
rumbo totalmente perpendicular al malecón habanero, era lo usual y casi siempre
desarrollado a la altura del hotel Nacional, teníamos la sensación de continuar
con el buque Rampa arriba, luego, unas cuartas antes de tener de través al faro
del Morro, se ordenaba caer todo a babor en demanda del canal de entrada. Yo
conocía a la nave mejor que él por mi tiempo a bordo de ella, no solo por esa
razón, la mayor parte de las maniobras realizadas las delegaron en mí, tenía
una idea bastante exacta de su diámetro táctico, cómo era capaz de responder a las
órdenes del timón con la mar por la popa, aletas, través, amuras, proa. Ese
buque era mi mujer de turno y sabía cómo se meneaba en la cama, yo lo
aventajaba en el dominio de todas sus debilidades. Lo dejé solo en el alerón y
entré a impartirle órdenes a Amador y al timonel, su nerviosismo aceleró que
tomara esa decisión y lo hacía para protegerlo a él y la nave.
-Amador, repite las órdenes que te dé el Capitán,
pero solo obedece las mías, ya sabes lo que te quiero decir. Amador no era un
tonto, fue compañero mío de estudios durante el curso de Primer Oficial, se
encontraba ocupando la plaza de Segundo Oficial cumpliendo una sanción
administrativa.
-No hay líos, eso fue lo que te dije. Fue toda su
respuesta.
-Timonel, voy a estar al lado tuyo, responde las
órdenes que te dé el Capitán, pero cumple las que yo te diga. ¿Comprendido?
-¡Como usted ordene, Primero! Era un tipo serio que
había estado escuchando todo el intercambio de palabras entre Amador y yo, no
fue necesario insistir para que comprendiera lo difícil de la situación que se
presentaba, me conocía de viajes anteriores y de otros barcos, es una pena que
ahora no recuerde su nombre.
-¡Todo a babor! Gritó el Capitán desde el alerón.
-¡Todo a babor! Repitió el timonel.
-¡Timonel, todo a babor! Le dije bajito.
-¡Timón a la vía! Busca el mechero de la refinería.
Gritó el Capitán.
-¡Timón a la vía! Buscando el mechero de la
refinería. Respondió el timonel.
-¡Mantén quince grados a babor y ponle la proa al
faro del Morro! Le ordené.
-¡Proa al faro del Morro! Respondió bajito.
-¡Diez grados a estribor! Ordenó el Capitán.
-¡Diez grados a estribor! Respondió el timonel.
-¡Timón a la vía! Trata de calzar la caída, ponle la
proa a la boya de entrada.
-¡Calzando la caída y poniendo proa a la boya de
entrada. Me respondió el timonel mientras una enorme ola levantaba a la nave y
jugaba con ella como si se tratara de un barquito de papel. De pronto, nos
enfilamos con violencia hacia el castillo de la punta.
-¡Veinte grados a babor! Se escuchó desde el alerón.
¡Veinticinco! ¡Todo a babor! ¡Timón a la vía! ¡Listas las anclas! ¡Diez a
estribor!
-¡Repite, repite las órdenes! Le dije al timonel. -¡Pon
todo a babor! ¡Amador, toda avante!
-¡Todo a babor! Respondió el timonel.
-¡Toda avante! Dijo Amador. El buque respondió a las
órdenes que se le impusieron y la proa se apartó, pasó a solo unos metros de
los arrecifes que protegen al Castillo de la punta.
-¡Media avante, Amador! Timonel, busca ahora el
mechero de la refinería, ponle diez grados a babor para buscar el centro del
canal.
-¡Media avante!
-¡Buscando el centro del canal!
-Amador, pon poca avante y dile al pañolero que
coloque la escala de Prácticos por estribor. ¡Vete para la proa!
-¡Poca avante! Mi hermano, te felicito, eres un
caballo. Me extendió su mano sincera.
-¡Coño, Primero, usted es un animal! Lo felicito.
-Dejemos todas estas mierdas y vamos a felicitar al
Capitán. Yo fui el primero en extenderle la mano, el buque se desplazaba
lentamente por el canal de entrada, una larga pitada estremeció cada rincón de
La Habana Vieja. Un grupo de niños y mujeres corría paralelo al barco en un
tramo del malecón, gritos van, gritos vienen, mis hijos estaban en ese grupo,
nunca tuvieron idea de la proeza desarrollada por su padre esa noche. En el
salón de tripulantes se corrió la noticia y fueron muchos los que se acercaron
a felicitarme, respetando la ética profesional lo negué.
El tiempo se acaba, la lista de los míos y los de mi
generación va disminuyendo, debo estar preparado. Salgo apurado y trato de
recoger todo lo que es mío, no es mucho, no lo hago por vanidad o avaricia, es
solo una necesidad. Tengo poco, casi nada, solo dejo mis glorias y orgullo
archivadas en cada una de mis líneas. Mañana, cuando no estemos, un día,
nuestra memoria servirá para amenizar una fiesta cualquiera, y todos, cada uno
de los presentes, tratará de justificar su existencia. Entonces, solo así,
reverdecerá por unos minutos el recuerdo de esos abuelos y cada uno tratará,
quizás exageradamente, regalarles historias, fábulas, epopeyas y cuanto
recuerdo puedan rescatar del olvido al que en vida sepultaron con la
indiferencia. Yo solo les ahorro ese trabajo, no tendrán necesidad de mentir o
exagerar.
Nunca llegué a
Capitán, ese título me lo robaron por mis discrepancias ideológicas con el
sistema imperante en mi país, pero ese día, el día que logré meter al buque
Otto Parellada en la bahía de La Habana, ese día les arrebaté mi título de las
manos, comprobé lo que yo sabía, hacía mucho tiempo que yo era Capitán.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2009-12-28
No hay comentarios:
Publicar un comentario