Yo pude estar equivocado una vez, lo estuvo también
la mayoría de los tripulantes del Jiguaní, pero es demasiada coincidencia que
los negros angolanos del buque N’Gola se sumaran a nosotros. No había dudas,
comprendí muchos años después y me liberé de ese sentimiento de culpabilidad
que cargaba. Yo no era injusto con él, lo fue Dios y sus padres que lo privaron
de virtudes normales en cualquier ser humano.
¡Coño, qué antipático era ese tipo! Sus pocos chistes
caían como laxante en ayunas y en lugar de risas provocaban tremendas ganas de
ir al baño. No solo carecía de esa gracia sin par de la que gozan la gente de
la isla, no tenía lo que nosotros llamábamos labia para ligar cualquier jeva.
Tenía que molestarle vernos empatados en cualquier puerto cubano y hasta en el
extranjero, mientras él debía continuar haciendo uso de su mano derecha y
escasa imaginación.
Su cuerpo tampoco lo acompañaba, si han visto los
Muppets están muy familiarizados con él. Miyares es la copia de la rana René o
viceversa, es probable se hayan inspirado en su figura para crear al simpático
animalito. Bajo de estatura y algo encorvado, caja torácica pequeña y cabeza
unida a ella con ausencia de cuello. Patas largas, culo planchado y ausencia de
caderas. La única diferencia entre él y un sapo era el color, para desgracia
suya no salió verde, porque de haber sido así, podía al menos presumir de ser
un sapo gigante.
Todos esos contratiempos físicos y sicológicos
convirtieron a Miyares en un individuo sobrecargado de frustraciones que las
exteriorizaba por medio de su mal humor, poca sociabilidad y una envidia
desmedida e incontrolable hacia el prójimo. Detestaba todo cuanto lo rodeara,
odiaba a sus compañeros de trabajo, sentimiento reciprocado por las
tripulaciones con las cuales trabajara. En algo se destacaba el muy cabrón, su
impopularidad viajaba fuera de las bordas de las naves donde estuviera enrolado
y servían de tertulias etílicas en encuentros casuales. Era inevitable no
dedicarle unos minutos en cualquier reunión donde se agotaran los temas para
arreglar al mundo, no el mundo exterior, el nuestro, convirtiéndose en el
resumen de cada borrachera, donde el capítulo final corresponde siempre a los
hijoputas.
Existen otros defectos en apariencias inofensivos,
pero que ganan importancia cuando las virtudes son tan escasas. Su voz, ¿a
quién carajo puede importarle? A nadie, es que hay artistas que poseen ese
timbre desagradable al consumo humano y luego logran anular ese efecto negativo
con el uso inteligente de otras cualidades, y es ahí donde Miyares se complica
aún más, tampoco era inteligente. Feo, enano, culo planchado, sin cuello, patas
largas, sin gracia, carente de labia y para colmo bruto. ¡Coño! Hay que comprenderlo,
aunque sea un incomprendido, es para vivir amargado toda la vida. ¡Ah! Cuando
hablaba te escupía, era un atomizador de saliva que la gente trataba de evitar,
porque entre otras cosas, su aliento tampoco era muy generoso que digamos y era
difícil de tragar en los relevos de guardias. Pertenecía a ese selecto grupo de
gente que deja infestado los teléfonos, con ese trueno quién carajo se arriesga
a darle un beso, hay que tener tremenda hambre o borrachera. Hasta en eso
estaba jodido, no bebía, y como no lo hacía, sabe Dios si por tacaño o
abstemio, nunca podía empatarse con una jeva en curda. ¿Cuántas historias no
existen de meteduras de patas en borracheras? ¡Millones! Luego vienen los
arrepentimientos, pero ya te embarcaste y no hay tiempo para retroceder. Esa
posibilidad él la desechó y se jodió, mucha mano que tú sabes. Por eso era tan
amargado, no digo yo, esa acumulación de queso en el cerebro pone de mal humor
a cualquiera.
¿Dije que era bruto? Ni se imaginan hasta dónde, su
letra era pésima, bien chiquitita y enredada como la de los médicos, tal vez
escribía así para desinformar a la gente. Su ortografía era terrible y
convertía cada escrito en un pequeño jeroglífico risible y casi imposible de
descifrar. ¡Esta revolución es grande! Fue la expresión más repetida cuando
leíamos las mierdas escritas en el Diario de Bitácora. Luego, si sumas toda esa
brutalidad a la solución de un problema de astronomía náutica, tendrás una idea
aproximada sobre la confiabilidad de las posiciones determinadas por este animal.
Es ahí donde comienzan mis problemas con el Alférez Torpedo, ocurrió en el
puente del Jiguaní y culminó en el comedor del buque angolano.
Los problemas nacen cuando me enrolaron de Tercer
Oficial en el Jiguaní y él es ascendido por obra y gracia de la revolución al
cargo de Segundo. ¿Qué sucedió? Yo conocía ese buque de la quilla a la perilla,
ya había trabajado en él como timonel y pañolero años anteriores. Comencé a
detectar deficiencias graves que correspondían a su cargo, hablemos de
extintores vencidos, mangueras contra incendios podridas, botes salvavidas con
su avituallamiento vencidos también y etc., etc. Aquello no le agradó mucho al
personaje y me declaró una guerra fría como la que existía entre rusos y
americanos. Donde quiera que pudiera, Miyares trataba de colocarme una
zancadilla.
Cuando la determinación de la posición del buque por
altura meridiana del sol caía en mi guardia, subía sin nadie solicitarlo y me
decía que fuera a almorzar, debo aclarar que esto ocurría durante mi primer
viaje como piloto. Al bajar del puente por tercera vez, el Capitán preguntó las
razones y se las expliqué. No terminó de comer y me pidió lo acompañara. Tomó
un sextante y me ordenó que observara la meridiana junto a él. Confrontamos las
alturas cuando el sol mordió el horizonte y me dijo que trabajara con la mía.
-Miyares, no suba más al puente cuando la meridiana
caiga en la guardia del Tercer Oficial. El Alférez Torpedo se retiró del puente
sin replicar, fue la última vez que interrumpió mi trabajo. El Capitán estaba
claro de lo que sucedía y sabía cuál había sido mi desempeño en el puente
cuando íbamos a mitad del Pacífico con destino a Japón. En esas fechas yo era
capaz de trabajar con rectas de rumbo, rectas de velocidad, cortes de vertical
primario, circummeridiana, longitud por alturas determinantes, círculos de
igual altura, correcciones al compás magnético por observaciones al sol. Estaba
aplicando casi todas las teorías aprendidas durante mis estudios, me iba con
frecuencia un poco más allá de la práctica normal, pero no lo hacía con la
intención de perjudicar a nadie. Deseaba dominar mi trabajo y conquistar al
cielo, amaba mi profesión y atentaba de esa manera contra la incompetencia de
él y otros encontrados en el camino.
-El Primer Piloto te dejó una nota en la libreta de
observaciones. Me dijo esa noche Amílcar mientras lo relevaba a bordo del
N’Gola, dejó caer la libretica muy próxima a mí en la mesa de ploteo, sonrió y
dejó escapar un anillo de humo después de la bocanada, sabía que yo me volvía
loco por imitarlo.
-¿De qué te ríes? Amílcar era un muchacho muy bien
preparado que disfrutaba medir sus conocimientos conmigo o en el peor de los
casos, hacer una evaluación silenciosa sobre la materia que se impartía en la
academia naval cubana. Por suerte para nosotros los cubanos, yo había terminado
hacía muy poco tiempo mi período de profesor en ese centro y me consideraba muy
enriquecido de aquella teoría que me faltaba antes de ingresar en el centro.
Nos medíamos de tú a tú, pero el profesor siempre tiene alguna bala escondida
para casos de emergencia y nunca la enseñaba a sus alumnos. Tomé la libreta
para leer su nota y él esperaba por mi reacción, creo que ya mencioné este
pasaje en trabajos anteriores.
…Despertar al Inmediato para la recalada a Sao Tomé…
Fue algo así, creo que un poco más larga la nota.
Tiré la libreta sobre la mesa de ploteo y salí para el puente. Ya aparecía la
isla en la pantalla del radar, el mar se encontraba totalmente plateado y era
cortado como una gelatina por la proa de nuestro buque. Tomé una posición y
encendí el ecosonda para observar la profundidad.
-¿No vas a despertarlo? Preguntó con cinismo.
-¡No jodas! Tú sabes que ese comemierda es un burro,
el día que yo dependa de ese estúpido para hacer una recalada, ese día cuelgo
las charreteras y me voy de la marina. ¿El Capitán escribió algo?
-No, él estuvo aquí antes de la media noche y no dijo
nada.
-Entonces que se vaya a tomar por el culo, ya estamos
frente a Sao Tomé y su presencia en mi guardia no es grata.
No eran tampoco manifestaciones de autosuficiencia,
Miyares gozaba en esas fechas el mismo rango que yo. Estaba enrolado en un
buque mercante surto en el puerto de Luanda cuando se produjo la intervención
de la compañía y abandono de la oficialidad portuguesa. Fue corriendo a lamerle
el culo a Calero para que lo llevara al N’Gola y el Capitán del buque cubano,
el negro Blanco, lo cedió sin contratiempos y muy probable para quitárselo de
encima.
Después que Velozo regresó a Cuba, la plaza de
Inmediato quedó vacante y Miyares fue ascendido a ella sin que mediara ninguna
exigencia de evaluación técnica. Había sido bendecido por la suerte y las pocas
malas decisiones tomadas por Calero mientras fue Capitán de esa nave. Otra de
esas malas decisiones que tuvo un trágico final, fue la de llevar a Collazo de
telegrafista para el buque pudiendo solicitar otro en La Habana. Ambos casos
solicitaron el traslado al buque angolano para escapar de la difícil situación
que comenzaba a experimentarse en las naves cubanas, y por qué no, incluyamos
también la pacotilla y olvidemos sin temor a equivocarnos cualquier sentimiento
de “internacionalista”, ambos eran unos pacotilleros.
Fueron detestados no solamente por la parte nuestra,
los angolanos los odiaban por su despotismo y poca familiaridad que mostraban
en sus relaciones. Mucha diferencia había entre los colonialistas cubanos y los
portugueses. Aquellos, explotaron las riquezas naturales de ese país, nosotros
le exportábamos todas nuestras miserias económicas y humanas. Angola se fue convirtiendo
poco a poco en otro de los grandes basureros del socialismo universal, y para
los cubanos resultó el Viet Nam de los norteamericanos o el Afganistán de los
rusos.
Nuestro último encontronazo se produjo en el comedor
de oficiales, nos encontrábamos reparando en Ámsterdam. Recuerdo que Miyares le
estaba gritando a José Llanes (Pepito el electricista) y yo intervine en buenos
modales para que dejaran la discusión. No sé de dónde sacó valor para mandarme
a callar en mala forma y el supervisor cubano que estaba atendiendo las
reparaciones, fue quien detuvo el plato de comida cuyo destino era el rostro de
Miyares. Se convocó a una reunión en el camarote de Calero con todos los
integrantes del grupo y mi posición no cambió, se escuchó como una advertencia,
o me dejaba trabajar tranquilo, o yo lo descojonaba antes de terminar mi misión
en ese buque. Ya teníamos en nuestra cuenta un mártir y Calero no estaba muy
dispuesto a repetir la experiencia, la peor parte de todo ese asunto la llevó
Miyares.
Por esa maravillosa magia que siempre beneficia al
que posea un carné partidista, Miyares se hizo Capitán muy pronto, yo diría que
demasiado rápido y cargando con él todas esas lagunas técnicas que siempre
llevaba como equipaje. Su antipatía creció con el aumento de una raya más en su
charretera y los comentarios sobre su persona eran más extensos que antes.
Aquellas tertulias incluían todos los períodos de su vida de marino y
coincidían en que no existieron tiempos de cambios o mejoras, Miyares mantenía
su hijoputa correctamente actualizado. Pero siempre hay un día detrás del otro
y el suyo le llegó también. Antes de partir de Cuba me enteré de que había
caído en desgracia y se encontraba sancionado por algo vinculado a corrupción,
no lo sé exactamente ni me resulta asombroso, era tan natural que eso
ocurriera. Cayó aplastado por la maquina demoledora de hombres y no deseo
imaginarlo en esa situación sin amigos, socios o compañeros que te tiren un
cabo.
Dicen, a mí no me crean, el apodo de “Alférez
Torpedo” se lo ganó prestando servicio en la marina de guerra. Cuentan las
malas lenguas que se le escapó un torpedo en una práctica, vayan a saber qué
carajo le pasaba por la mente en ese momento, porque hasta donde yo sé, los
torpedos no se escapan.
Montreal.. Canadá.
2009-03-28
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