domingo, 2 de julio de 2017

PRELUDIO


PRELUDIO


                                                 Motonave "Viñales"

                                                      

-Dice el padrino que sí, van a lograr desertar sin problemas, me dijo también que ella podía salir contigo. Eugenio la escuchaba con mucha atención, casi no comprendía nada y le resultaban ridículas aquellas conclusiones. La acompañó por complacerla, hacía mucho tiempo que había dejado de creer en algo que no fuera él mismo. La parada de la guagua de Infanta y O era un hervidero de gente amargada que trataban de luchar por llegar a su destino. Las Ikarus pasaban inclinadas y con gente colgada como piojos de sus estribos, una densa cortina de humo negro las perseguía hasta el semáforo de San Lázaro acompañadas de miles de maldiciones criollas.


-Me confirmó que llegarán y todo les irá de maravillas, pueden escapar. Él no hablaba, trataba de comprenderla y adivinar la fuente de aquella ingenuidad. No porque un huevón malviviente y sentado al lado de un radio Siboney oyendo el programa Nocturno se lo asegurara por una simple inspección visual, Eugenio le otorgaría poderes sobrenaturales distintos a los de cualquier humano. Ella sí, se comportaba de una manera estúpida a pesar de su nivel de escolaridad, ¿cómo podrá confiar en las palabras de cualquier individuo con facha de pícaro?, pensó mientras andaba. Él no creyó una sola de aquellas palabras, el tipo no se molestó en preguntarle nada, aceptó complacido unas cajetillas de Populares y le dijo a su mujer que colara un poco de café con el sobrecito entregado por Clarita.


-Recomendó que llevara un ramo de rosas rojas y las colocara en tu camarote, también me dijo que ella debe hacerte una limpieza con un huevo la noche antes de desembarcar y lanzarlo al mar, tienes que pararte de espaldas a él. ¿Rosas rojas, dónde carajo las voy a conseguir?, pensó otra vez mientras continuaba marcando sus pasos por aquellas sucias aceras de las que se despedía sin conciencia del tiempo que transcurriría hasta un nuevo encuentro. La escuchaba atentamente y cruzaron, la cola de la pizzería se extendía más allá del alcance de su vista en esos instantes, probablemente doblará en Concordia. Giró el rostro a la derecha en busca de la tabernita checa, otra cola de borrachos se extendía mansamente en dirección a la universidad. ¡No pueden mantener nada! Exclamó mentalmente, quizás atrapado por los recuerdos de los primeros años de vida de aquel rincón. Olvidó la fecha de la última vez que entró, era muy joven aún y se sentó en la misma mesa ocupada por una pareja de medios tiempos. -¡Olvídala! Le dijo aquella mujer desconocida con los ojos hundidos en el alcohol. Ella no te conviene, esas relaciones pueden resultar peligrosas y tú eres muy joven aún. Recordó el susto reflejado en su cara ante las palabras de aquella bruja, su pareja se mantenía callada como él en esos instantes. Adivinó aquella vieja de mierda, pensó, ¿cómo pudo hacerlo? Es probable que el dolor viajara fuera de su alma y hay gente que capta la señal. -¡Eres casi un niño! Dijo la vieja y su aliento etílico saltó el ancho de la mesa para chocar violentamente contra su rostro. ¡El marido te puede matar! Pudo ser un truco viejo utilizado para impresionar, pero la muy cabrona había dado en el clavo y él los invitó a otra perga de cerveza para continuar escuchando.


Giró la cara nuevamente y se fijó en la tienda que hacía esquina, se encontraba en semipenumbras y le vino a la memoria otros tiempos, se esforzó por recordar un apellido, ¡Quesada!, casi gritó en sus pensamientos, lámparas, luces, brillo ausente.


-Cuando ella te haga la limpieza con el huevo trata de darte un baño y frótate por el cuerpo las rosas que tendrás en el camarote, eso es bueno. ¿Será un aporte de ella o una recomendación del babalao?, pensó. ¿Y las flores dentro del camarote?, pueden despertar las sospechas de los tripulantes o los guardafronteras a la hora del sondeo. ¿Quién ha visto a un marino con flores en su camarote?, mejor no las tengo, pensó nuevamente, el tiempo transcurría entre divagaciones. ¿Y si me trae mala suerte no tenerlas como recomendó el tipo del radio?, nace la duda. Tal vez no pasa nada y los soldados del sondeo no se percatan de la presencia de aquellas flores. Quizás sí y prefieran mantener silencio, pueden ser creyentes también, ya veremos si las tengo o no las tengo. Su voz lo extrajo del mundo que lo rodeaba o lo trajo nuevamente a él, su vista descansaba en la enorme iglesia por la que había pasado tantas veces con miedo a entrar, algunos ciclistas se persignaban a su paso. Hoy todo el mundo quiere creer en Dios, qué ironía del destino.


-Tengo agua de Florida en la casa, debes rociar todo el camarote con ella. Escuchó el canto de algunas aves mezcladas con el agotador trinar de un mar de bicicletas que corrían desesperadas en ambas direcciones de la avenida y buscó por todos lados. Una cerca alta mantenía prisionera a varias jaulas donde diminutos pajaritos desafiaban la hora y cantaban celebrando nuestras desgracias. Algunos árboles les servían de refugio o estaban allí para decir que no todo había muerto. ¿Agua de Florida, la habrán traído de Miami? No le dio mucha importancia, tampoco le prometería inundar su camarote con el olor de aquella esencia barata que le recordara los centros espiritistas a los que fue llevado durante su infancia.


-No te preocupes por las rosas, yo tengo contactos para conseguirlas. Dijo ella mientras tiraba de su mano para evitar que cayera dentro de un charco de aguas negras. ¿Contactos para conseguir unas putas flores? Se limitó a continuar en silencio. ¡El coño de tu madreeee! Fue el grito infinito de un grupo de ciudadanos a un chofer que no se detuvo en la parada de Zanja. En el portal, una larga y disciplinada cola esperaba junto a la puerta de un estudio fotográfico, regresó otra vez montando en la bicicleta del tiempo. La voz quebrada de Eduardo le proponía a su pareja casual que se acostara con él, cambiar de pareja, así de sencillo, ella lo observaba de arriba hasta la suela de los zapatos mientras sonreía y tomaba tiempo para decidir. ¡Pero él no me gusta! Respondió después de su minucioso examen. ¡Eso no importa!, el asunto es vacilar y variar un poco. Le respondió en el mismo tono de voz y las personas que se mantenían en la cola prestaron atención al inusual diálogo. La pareja de Eugenio escuchaba y sonreía con algo de malicia, como si no le desagradara la idea. Fueron pasando uno a uno para tomarse la foto del carné de identidad que establecerían en fecha próxima. Aquellos tiempos no fueron mejores, la moral comenzaba a derrumbarse como fichas de dominó, hoy se ataca a los jóvenes.


-Te voy a dar también algunas velitas para que enciendas una cada noche después de la partida. ¿Velas, dónde carajo las conseguirá? No puede negarse que esta mujer tiene buenos contactos. Eugenio estuvo a punto de pedirle doblar a la derecha cuando llegaron a la esquina de Jesús Peregrino, deseaba despedirse de su amigo Eduardo. ¿Y si se emborracha y suelta que pienso largarme a la mierda? Él no puede mantener un secreto bajo los efectos del alcohol, y luego, con ese vozarrón que tiene no puede hablar bajito. Mejor no corro el riesgo, pensó y dirigió la vista hasta la entrada del solar, mejor sigo. -¡Eugenioooooooo! La jeva dice que sí, va el cambio. Gritaba Eduardo mientras se acercaba corriendo como un loco por aquellos portales que hoy lo sepultaban en sus memorias.


-Vamos a cruzar a San Francisco en la esquina de la funeraria, es más fácil atravesar Carlos III por aquí y no por Ayestarán. Él se abstuvo de contestarle y dejó que avanzara unos pasos, gustaba mirarle las piernas, solo eso le encontraba atractiva de espalda. No era culona ni planchada, término medio, pero las piernas las tenía bonitas y su caminar era elegante, como el de una dama distinguida de aquellas novelas de Carrión. Hasta su vestir es diferente, muy elegante y señorial, anacrónico para esa época de bajachupas escandalosos y alardosos que retaban la mirada del más sereno y cauteloso de los hombres, tampoco poseía unas caderas pronunciadas, muy discretas. Observó el estado ruinoso de aquel Mar Init que se aferraba a la vida, el cine había cerrado sus puertas hacía muchos años, sintió deseos de que el tiempo regresara a su infancia.


-Voy a ver si tengo escoba amarga en la casa, hace falta darte unos chuchazos para romper ese silencio que te abruma. Yo sé que no es fácil, pero alguien debe dar el primer paso, después me reclamas. Se dirigieron hasta aquella callecita y a unos pasos de Carlos III él abrió la puerta del apartamento con su llave. -No creas que me resultó fácil adquirir esta casa. Dijo ella y él esperó pacientemente aquella historia repetida como ritual antes de quitarse toda la ropa. ¡Ahí, en ese sofá!, aquí mismo encontré a mi marido desnudo con su marido. Todo tiene un precio en la vida y su culo pagó por el carné y apariencias ante la sociedad. Yo cobré mi parte por la pérdida de un marido, ¿no es justo? ¡Claro que sí! Siempre le respondía asintiendo con la cabeza y comenzaba a desnudarla tratando de encuerar también el trauma sufrido en busca de un cómodo orgasmo.


El agua estaba muy fría, siempre estuvo así y nunca protestó, después del primer jarro arrojado sobre el cuerpo podía resultar agradable. Él se inclinaba para llenarlo con el agua acumulada en la bañadera y la rociaba despacio sobre ella, no dejaba de protestar por aquella dulce tortura. Después la enjabonaba con jabón Lux comprado en el extranjero, siempre creyeron que era el mejor, al menos era perfumado. Se detenía más del tiempo necesario sobre su escandaloso y negro Monte de Venus, una verdadera montaña de vellos que producían una espuma extravagante. Una tierna línea negruzca se extendía hasta el ombligo y continuaba hasta los senos, sus bien pronunciadas tetas capaces de amamantar a varios hijos al mismo tiempo. Permanecía caprichosamente frotando su clítoris, no dejaba de insistir en ese enfermizo movimiento hasta que lo sentía verdaderamente alborotado. Ella repetía cada uno de sus movimientos convirtiendo cada célula en una ecuación perfecta, clítoris es al pene como el ano al ano y los resultados son equis. Cada jarro de agua iba destruyendo aquel monte nevado y dejaba al descubierto la verdadera personalidad oscura y atrayente de esa parte de su cuerpo. Contrastes excitantes se producían en esa batalla constante entre el blanco de ambos cuerpos y los parches de azabache ocultos por telas. El secado era una ceremonia que solo interrumpió durante su primera visita, debía realizarse frente al enorme espejo de la puerta de su escaparate, lentamente, dándole tiempo a ella para que observara el reflejo de ambos cuerpos en el cristal. Trataba siempre de mantenerse de perfil e iba bajando lentamente con la toalla hasta el pene, se lo introducía en la boca y giraba su cara al espejo. Se retiraba y se detenía en el glande, lo manoseaba con la lengua sin dejar de observarse de perfil, sus ojos adquirían la imagen de aquellas viejas pinturas egipcias. Repetía los movimientos donde desaparecía con magia todo el rígido músculo dentro de su boca, él podía sentir ese contacto con sus amígdalas sin rencores o sufrimientos, los pasaba quizás sin aquellos síntomas que provocan esos gestos que anteceden al vómito. Varias veces se tragó todo el esperma de Eugenio con la misma tranquilidad que se bebe un vaso de leche o se consume un helado, siempre mirando hacia el espejo, chupando con insistencia, con el firme propósito de no dejar absolutamente nada dentro de sus depósitos, eso no ocurría siempre. Su plato preferido era traer una butaca que tenía dentro del cuarto, lo colocaba frente al espejo y ordenaba a Eugenio que se sentara, luego, se paraba frente a él con las piernas abiertas durante varios prolongados segundos y se detenía a mirar el espejo. Sus ojos viajaban del pene a su montaña repetidamente, insistentemente, enfermizamente. Abría un poco más las piernas y se iba agachando despacio sin dejar de mirarse, como tomando fotografías. Por detrás de su nalga derecha agarraba el pene y lo acomodaba, una vez enfilado, ella no se sentaba inmediatamente, realizaba varios movimientos lentos y giratorios muy provocadores sin despegar la vista del espejo. Eugenio retiraba las manos de sus nalgas y las dirigía a los pezones, ella lo sustituía con las suyas. Frente al espejo, la imagen de una enorme araña que devoraba sin remordimientos un trozo de carne humana. Un rato después de aquella escena repetida con demasiada frecuencia, ambos se lanzaban sobre el escenario testigo de sus locuras y tal vez de las de su marido con el otro marido. La cama tenía dos colchones en los que podías hundirte como cualquier nave que cae en el seno de dos olas, debías acercarte bastante a proa o popa y evitar encontrarte a mitad del camino por lo profunda de su curva y las incomodidades que puede presentar a la hora de una batalla como las que exigía Clarita por sus traumas. La eyaculación precoz es criminalmente penada en Cuba, un verdadero macho debe responder a todas las exigencias que antes eran mudas, pero convertidas en peligrosas en una sociedad cuya promiscuidad no se detuvo entre abuelos y nietos. -¡Qué!, ¿te gusta la vieja, se menea bien en la cama? Le preguntó una vez un muchachón y no supo cómo rayos contestarle, nunca había escuchado a un muchacho expresar algo así relacionado con su madre.


Con Clarita era imprescindible lucir la franela y cada aterrizaje en su cama no podía ser inferior a una hora de placer o sufrimientos. Uno de esos días donde se vencieron todos los ritos exigidos, la puerta de su cuarto quedó abierta, quedaba justo al lado de una ventana colindante con el patio de un Círculo Infantil vecino. Esa ventana era el lugar por donde se comunicaban y pasaban parte de las mercancías robadas a los niños para ser vendidas en la bolsa negra. Eugenio se encontraba encima y pudo ver el rostro de una de aquellas amigas, no hizo nada por esquivar los ojos morbosos de aquella mujer, insistió más bien en movimientos y posiciones que dejaran mayor ángulo de visibilidad a la extraña visitante que él conocía perfectamente, ella se mantuvo inmóvil hasta el final de sus actos.


-¿Te vas a mantener toda la noche sin hablar? Le dijo mientras permanecía sentada encima de su cuerpo y con las piernas abiertas. Eugenio la observaba, sentía bajar por sus costados el fruto de aquello que siempre se demanda en esos instantes de lujuria podrida. Corría lentamente, como la lava de un volcán, espesa, tibia, incolora, olorosa. Mojaba toda su pelvis y formaba una masa pastosa con sus vellos, sentía viajar aquella maldita y ansiada leche hasta el mismo culo.


-Mañana voy a quitarme el anillo para ver si me preñas antes de que partas, así habrán sólidas razones para la reclamación, ¿no crees?. También voy a visitar al dentista, dicen que allá es muy caro. Los muelles de ambos colchones crujieron cuando ella cambió de posición y apoyó sobre ellos las plantas de sus pies. Eugenio la observaba mientras recordaba aquellos dolorosos castigos impuestos en su vida de recluta, ella elevó su cuerpo hasta la altura del glande e inclinó su cabeza para observar. Su larga y densa cabellera le interrumpía una visión que lo excitaba tanto como aquellas revistas pornográficas con las que contrajo matrimonio durante su vida de marino.


-El precio de los Popis anda por los trescientos cincuenta pesos, se ha disparado, lástima que no regreses, podíamos hacer el pan. Eugenio nunca pudo comprender cómo rayos se podía templar y hablar de negocios al mismo tiempo. Tal vez lo hacía de cabrona para demorar el coito y su orgasmo, pensó. Ella se dejó caer suavemente y sintió todo el calor de sus entrañas concentrada en aquella vagina que comenzaba a quemarlo y le producía cierta ardentía.


-Vamos a tener que bañarnos nuevamente, después te prepararé unas langosticas que compré en el mercado negro. En el frío tengo varias cervezas de latica que me consiguieron en la Diplo, son las cómicas que tanto te gustan, pero solo las tomarás después del baño. Subió y bajó con rapidez violenta tres o cuatro veces ante la continua protesta de los muelles, se agotó e insinuó adoptar la posición del sesenta y nueve, Eugenio desechó la idea de realizarlo encontrándose debajo.


-Mañana te llevo las rosas, el agua de Florida y las velitas al barco. ¿No podrá callarse un solo instante? Pensó nuevamente mientras la llevaba de la mano hasta la butaca situada frente al espejo del escaparate, ella no protestó. 


-¡Dámela, cojones! Dijo envuelta en epilépticas convulsiones y sepultando de una vez todo el lirismo de Avellaneda.


-¡Dame una parte del dinero que tenemos guardado! Le dijo Eugenio después que terminaron de comer. Ella sacó una gaveta de la cómoda que se encontraba frente al pedestal de la cama, extrajo todo el contenido y la viró al revés. Pegada a su fondo con cintas adhesivas había un fajo de billetes que resultaron pesetas españolas, dólares y libras de esterlinas, dividió y le ofreció la mitad de aquel tesoro.
Esa mañana fue algo complicada en el puerto pesquero, Clarita entró con la libertad que le permitía su carné de miembro de la flota. Él la siguió durante su trayecto por el muelle sin apartarse de la portilla, cuando calculó que se encontraba junto a la escala real bajó para recibirla.


-Las flores van aquí. Dijo mientras las colocaba en el librero. -El huevo lo puedes conseguir con el cocinero. ¡Esta es el agua de Florida! Sacó un frasquito de la cartera y lo guardó en una de las gavetas del buró. El viaje es de unos nueve días máximo, ¡aquí tienes las nueve velitas! Las metió en la gaveta de la taquilla destinada a la ropa y como ésta se encontraba junto a la puerta de entrada al camarote, le pasó el seguro y comenzó a desnudarse. Eugenio corrió las cortinas que daban a la cubierta de botes y la del frontón. Todo tiene un precio en la vida, pensó y se desnudó. La pierna izquierda de Clarita descansaba sobre los cierres de la portilla que daba a la cubierta de botes.


Una larga pitada recorrió cada hueso de su cuerpo, siempre era así, entrando o saliendo. Eran pitadas cargadas de tristezas o alegrías, partías con los huevos flacos, regresabas con ellos inflamados de aventuras y penas, aquella pitada estremecía. El Morro a babor, una vagina caliente y ansiosa, el grito de niños corriendo por el malecón, malas y buenas noticias, lujuria, fiestas alcohol, putas. El Morro por estribor, la incertidumbre, duda, traición, hambre, silencio, sepultura que se sella con el último destello del faro, tristeza, ausencia de niños gritando. ¡Todo a estribor, rumbo 000! ¡Contramaestre, ponga el buque a son de mar! Silencio.



-¿Y estas flores? Preguntó la pianista que viajaba como pasajera ese viaje. Eugenio observó que tenía un pulso de Obatalá.


-¡No sé, tuvo que ser mi mujer antes de partir! Ya sabes cómo son ustedes y esas supersticiones de la buena suerte.


-¡Pero huele a agua de Florida!


-No tengo ideas de lo que hablas.


-¡Hay tres velitas gastadas!


-¡Chica!, ¿cuál es tu número, te encueras o no te encueras?


-¡Aquí hay gato encerrao! Flores, velas y olor que tú sabes, yo le meto a eso.


-¿Te quito la ropa? La pierna de la pianista descansaba sobre los cierres de la portilla.


-¿Por qué no nos quedamos en España y formamos una familia? Es de las que no pueden mantener la boca cerrada, pensó, habla demasiado y no sabe nada de matemáticas. 
La amiga de Clarita le pasó el huevo por todo el cuerpo mientras murmuraba algunas palabras que se confundían entre español y algún dialecto africano. Abrió la puerta que daba a la cubierta de botes y le pidió que se parara de espaldas a ella. Eugenio miró el espacio que existía entre el pescante del bote y el mamparo de su camarote para calcular la puntería, no debía fallar, el huevo debía viajar sin dificultad por ese tramo libre entre aceros y llevarse toda la mierda de su vida al fondo del mar.


-¡Ahora! Ordenó ella y Eugenio obedeció, tuvo intenciones de salir para ver el recorrido y final de toda una historia reducida al tamaño de aquella postura de ave. Tantos años vividos para sintetizarlos en esta mierda, no puede ser posible enterrar tantas cosas dentro de un cascarón. Aquel huevo fue el final y principio de una historia.


-¡Espérame en la puerta de esa pizzería! Le dijo esa tarde a la pianista en St. Stephen y ella esperó, lleva diecisiete años esperando.








Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2008-11-23


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