lunes, 3 de julio de 2017

EL BAYÚ DE MUSTAFÁ


EL BAYÚ DE MUSTAFÁ





Nuestro primer viaje a bordo del buque angoleño “N’Gola, fue desde el puerto de Luanda hasta Argelia cargado con ocho mil toneladas de café. Tres mil de las cuales eran para ese país, otro poco para Bélgica y el resto para Polonia.

Argelia ha sido uno de los países que más he visitado en el continente africano, fueron muchos los viajes que di a distintos puertos. Se destacan Orán, Mostaganém, Annaba, Argel y éste último de nombre Bejaia, un poco al Este de Argel. Llegamos en pleno Ramadán, tiempo durante el cual los practicantes de la religión musulmana, quienes son mayoría en ese país, no comen ni beben durante el tiempo que el sol se encuentra vigilándolos.

Las operaciones de descarga son lentísimas en ese tiempo, hay que comprender la debilidad física de los hombres, quienes permanecen más de doce horas sin ingerir alimentos ni líquidos. Razón suficiente para que la descarga de esa insignificante cantidad de carga nos tomara más de dos semanas.

Al salir de Luanda, se definió por la parte cubana que nos representaba en ese país que nuestro salario a bordo sería de un dólar diario. ¡Claro! A partir de la salida del último puerto angoleño hacia el extranjero. O sea, durante nuestra estancia en puertos de esa nación no cobraríamos nada, así como lo oyen. La parte angoleña de la tripulación, nuestros subordinados, recibirían en cambio once dólares diarios y su oficialidad unos catorce. Quisimos apelar esa decisión impuesta por el representante del Ministerio de Transporte cubano llamado Amador del Valle, pero el tipo se negó a reunirse con nosotros y escuchar nuestras reclamaciones, así es como funcionan las cosas allá. No teníamos otra alternativa que acudir a nuestros viejos trucos, resultaba inconcebible que los simples marinos cobraran once veces más que la oficialidad.

Los portugueses, al abandonar el barco, dejaron una buena cantidad de bebidas en un pañol dedicado a ellas en la gambuza. Era bebida cara y de marcas mundialmente conocidas, hacia ellas dirigimos nuestros primeros ataques, pero llegó el momento en que se agotaron. No había nada que hacer en ese país, sin existir Ramadán era extremadamente aburrido y en aquellos momentos resultaba desesperante. Por suerte para nosotros, creo que, para ambos, nos encontramos con un barquito español. Se encontraba descargando camiones cargados de huevos que venían de Inglaterra, así como lo oyen, esas son las cosas raras que suceden en los países del llamado tercer mundo, imagino que aquellos huevos eran de oro o al menos lo sería su precio. Con aquella tripulación hicimos prontas relaciones, es bueno aclarar que eso era posible porque solo éramos nueve cubanos en aquel buque. A bordo de una nave cubana aquellas relaciones eran imposibles de establecer, vivíamos con el inseparable fantasma de la CIA dentro de nosotros. Mucha gente se molesta con estas coletillas, pero no puedo omitirlas cuando necesito describir el ambiente que se vivía en esos tiempos.

Muy pronto las relaciones con los marinos de la “madre patria” se hicieron fuertes, no necesitaban ser forzadas entre dos grupos de gente con muchas cosas en común. Todos los días intercambiábamos visitas, un día en su pequeño barco, otro en el nuestro y así tratábamos de que pasara el tiempo para largarnos de aquella pesadilla. No se hizo esperar la proposición para la compraventa de café entre ambas tripulaciones y el tráfico de sacos entre naves fue muy fluido en horas de la madrugada, Operación realizada ante los asombrados ojos de los tripulantes angoleños que se encontraban de guardia, nunca pudieron imaginar que fueran precisamente los oficiales quienes dieran origen al saqueo. La mayor parte de la tripulación era analfabeta pero muy inteligente, lo suficiente como para aprender esta lección en una sola clase fue suficiente.

Puedo asegurar era ésta la primera ocasión en que robaba, nunca se me hubiera ocurrido tal barbaridad en un buque cubano. Lo hacía con gusto, moralmente lo encontraba muy justo y correcto, es sorprendente, pero era la realidad. Yo le buscaba una justificación a lo que hacíamos, me decía constantemente como consuelo, “ladrón que roba a ladrón merece cien años de perdón”. Sin embargo, era injusto lo que estábamos haciendo, pensaba de vez en cuando y aquellas contradicciones internas desarrollaban pequeñas batallas con mi conciencia. Le estaba robando a otro país que nada tenía que ver con nosotros, pensaba nuevamente y se repetía el ciclo de contradicción entre lo bueno y lo malo, pero un poco más tarde lo encontraba culpable también de nuestras desgracias y quedaba absolutamente justificada nuestra fechoría. Ese fue solamente el inicio, continué hasta el final de mi campaña debatiéndome entre mi yo y mi conciencia hasta que ambas coincidían plenamente. Toda aquella novedad resultaba en extremo curiosa, los angoleños me admiraban y confiaban en mí. La mayor parte de las veces, yo era el traductor en las negociaciones que muchos de ellos realizaban con distintos tipos de contrabandos. Esa confianza no la depositaron en todos los cubanos y razones me sobraban para sentir algo de orgullo, ellos sabían distinguir entre los hombres e identificaron con precisión a nuestros delatores.

Con los argelinos siempre mantuve una cordial relación, me interesaba la vida de las personas de los países que visitaba y en mis guardias hablaba con los estibadores. Lo hacía con todos, sin distinguir nacionalidades. Uno de esos días de cualquiera de esos viajes, alguno de ellos me manifestó que para contraer matrimonio había que pagar algo así como una dote, que traducido al lenguaje de nuestro país significaba comprar a la mujer.

Siempre me preguntaba por muchas de las razones que diferenciaban al mundo de acuerdo con sus costumbres, pero era imposible encontrar respuestas a mis interrogantes y debí aceptar la vida tal y como la observaba. Creo que eso me enseñó a ser tolerante y respetar a los demás. Recibí en pago la comprensión y el cariño de los otros, sin dejar de reconocer que es muy difícil lograrlo en los países árabes.

Hablando con uno de ellos, un insignificante estibador, me contó de aquellas cosas que el simple turista no puede observar, la razón por la cual es casi imposible ver a una mujer en la calle, pero más difícil aún ver a una niña o joven. Si recorres todos los lugares públicos encontrarás a personas del sexo masculino, sean cafeterías, cines, parques, exposiciones, etc. Las hembras estarán casi en cautiverio dentro de sus casas, ellas se encontrarán a resguardo de los padres hasta el momento de efectuar el matrimonio convenido con anticipación. El que no posea dinero para pagar esa dote no tendrá mujer, el que tenga bastante podrá asegurarse un harén, así funcionan las cosas desde hace siglos y nadie las ha podido cambiar.

Uno de aquellos aburridísimos días, llegó uno de los gallegos del barquito español para invitarme a salir. La idea no me atraía, ya había salido una vez y era suficiente, consideraba que en ese puerto no tenía nada que buscar.

-¡Jodé, hombre!, puedo asegurarte que te divertirás un poco. Insistía el hombre para convencerme.

-¡No jodas, gallego! ¿Qué carajo se puede ver en este pueblo?

-Te aseguro que verás algo que nunca has visto en tu puta vida.

-¡A la mierda! Sencillamente tienes ganas de estirar las patas y no encontraste a otro que te acompañara.

-No seas jilipollas, para caminar lo haría solo y sin necesidad de salir de este puerto, te repito, vas a quedar pasmao con el descubrimiento que hice.

-¿Descubrimiento aquí, en Argelia?, estás loco de remate gallego.

-Te he dicho una y mil veces que no soy gallego, soy catalán.

-Pa’nosotros es lo mismo, todos los que viven en España son gallegos, así que no te ofendas.

-¿Entonces, qué? , ¿vas o no vas?

-Coño, dame un avance, aunque sea, porque de veras, es difícil creer que exista algo atractivo en este lugar.

-¡Putas, hombre!

-¿Putas? Eso no te lo crees ni tú mismo. ¿Putas en Argelia? Gallego no fumes más marihuana.

-¡Jodé!, que no fumo esa mierda, pero si no lo crees, vamos. Te voy a llevar hasta un burdel que descubrí.

-¿Un bayú aquí? Deliras, gallego.

-Háblame como los cristianos para entenderte, ¿qué es eso de bayú?

-Nada hombre, eso mismo, es un burdel.

-Entonces, ¿te entusiasmas?

-¡Por supuesto, gallego!, esto no me lo pierdo por nada del mundo, tratándose de putas…

-Yo sabía que el tema te iba a gustar.

-No solamente las putas, quiero saber cómo es un bayú árabe.

-Nada más que hablar, vámonos entonces.

Fueron muchas las cuadras que anduvimos mientras el gallego me hacía la historia del tabaco, no me explicaba cómo fue posible que llegara hasta esos parajes, tuvo que haber sido guiado por un argelino. Me contó el origen de aquellas prostitutas, según su versión y de acuerdo con lo que le contara un argelino, esas mujeres fueron llevadas a ese oficio porque en la mayoría o totalidad de los casos habían manchado el honor de la familia. Sus delitos consistieron en que después de haber sido comprometidas por sus padres, se enamoraron de otro chico y llegaron a la cama nupcial sin ser vírgenes. La familia del novio establece una reclamación por el fraude del que fueron víctimas y en algunos casos la propia familia le puede quitar la vida a la muchacha, eso sucede en muchos de esos países árabes muy radicales. Otros, prefieren mandarlas de prostitutas al desierto, campamentos militares o a simples prostíbulos como al que nos dirigíamos. Ya había oído hablar de esas costumbres, creo que nunca me adaptaría a vivir en un país así.

Por la década de los setenta a una cubana se le ocurrió la brillante idea de casarse con un argelino, es muy probable que se haya enamorado de él, en el amor no existen fronteras. Aquella muchacha se fue a vivir a Argelia y desde su llegada le cambiaron las reglas del juego a las que estaba acostumbrada. La mantenían encerrada en la casa, no podía tener relaciones amistosas con nadie, no podía chismear con los vecinos, el marido le daba buenas sesiones de golpes de vez en cuando para recordarle quien era el macho, así, hasta llevarla a un estado de desesperación. Aquella infeliz imploraba en la embajada de Cuba para que la ayudaran a salir del país, las autoridades argelinas se lo prohibían. Ella era, además de la esposa de un argelino, parte de su propiedad. Tantos fueron los ruegos de aquella desdichada, que un buen día la ayudaron a salir de polizonte en uno de nuestros barcos.

Llegamos hasta una casona que estaba separada de la calle por una altísima cerca de ladrillos, en esa parte de aquel pequeño pueblo las calles no estaban pavimentadas. El gallego tocó en una puerta bien alta y seguido a sus toques, sentimos el correr de cerrojos en su interior. El tipo que nos abrió balbuceó unas palabras en árabe y el gallego sacó un billete para pagar la entrada, solamente por entrar cobraban dos dirham o dinares. Pocos metros detrás se encontraba la casa, bastante oscura en su exterior, nos había sorprendido la noche.

El gaito se comportaba como todo un buen maestro o guía, así, me dejé conducir por él hasta el interior de aquella misteriosa casona. Cuando traspasamos la puerta de entrada, nos encontramos en un largo pasillo de unos tres metros de ancho y más de veinte de largo. No existían puertas en toda su longitud, solo una a mitad de camino, donde se aglomeraban un grupo de hombres vociferando. Aquella puerta era de rejas de hierro, parecidas a las utilizadas en las prisiones. Pasamos junto a ellos en nuestra marcha hasta el final de aquel pasillo, el olor a grajo en esa área fue demasiado fuerte y penetrante. Estaba tan congestionado el paso por allí, que no atiné a mirar al interior de la reja para ver lo que sucedía. El ambiente en aquel pasillo era deplorable, sus paredes se encontraban bien sucias y faltas de pintura. Al final del pasillo había dos o tres mesitas y un pequeño mostrador en lo que era un saloncito que se esforzaba por aparentar ser una cafetería. Muy pocas eran las ofertas, café y refrescos, el dependiente se moría de aburrimiento también, todo era aburrido en ese país, menos lo que sucedía a mitad del pasillo.

Regresamos sobre nuestros pasos y nos ubicamos dentro de aquel molote de gente, la peste era insoportable, pero teníamos que sacrificarnos para poder vivir ese momento. Más que gente, aquello parecía una jauría de lobos, todos gritaban al mismo tiempo y la atmósfera se envenenaba con fétidos alientos. Permanecían con una mano levantada y sujetando entre ellas varios billetes. Detrás de la reja, una vieja gorda parada, de tez grasienta. Es muy probable que apestosa también, detrás de la vieja que debía ser la matrona de aquel bayú, una escalera de caracol en espiral como esas que se utilizan para escapar en casos de incendio.

Por minutos se mantenían en silencio aquellos lobos y reinaba algo de calma. La gorda abría la reja cada vez que bajaba alguno de los que habían subido antes, luego, se repetían las griterías y muestras del dinero con la mano en alto. Por aquella escalera de caracol bajaba algo que debía suponerse era una mujer, mostraba una pierna moviéndola dos o tres veces y desaparecía de nuevo, entonces, la gorda tomaba a uno de los lobos por la mano, le quitaba el dinero y contaba con rapidez para luego permitirle subir. Yo había visto cientos de prostíbulos en distintos países del mundo, pero nunca algo similar a esto, donde la gente pagaba por una mercancía sin saber si sería de su agrado. Además, no se sabía si era mujer o no, bien podía ser un maricón, una pierna no dice nada.

-¿Qué te parece esto, cubano? Rompió nuestro silencio el gallego. A nuestro alrededor no cesaba la bulla, ni la peste a grajo, ni el mal aliento, si me mantenía en ese lugar lo era solamente por chismoso.

-Compadre, esto no tiene nombre, creo que es una de las cosas más deprimentes que he visto en mi vida, ven acá galifa, ¿cuántas putas trabajan aquí?

-¡Jodé!, ¿no has contado las patas?, por mi cuenta solo he visto cuatro diferentes.

-¡Cojones! Cuatro putas para satisfacer a todos estos salvajes, deben tener el bollo echando candela.

-No lo creas, no has contado el tiempo que pasan allá arriba.

-¡No jodas, compadre!, no me he puesto para esos detalles.

-Bien, cuando suba alguno vamos a medirle el tiempo.

Le medimos el tiempo a varios de ellos y ninguno llegó a los cinco minutos, descontando el empleado en subir y bajar la escalera, se puede deducir que aquellos hombres llevaban el semen en la punta del rabo y de solo oler una vagina se venían. No estaba mal para las infelices putas, pero de solo metérselos una sola vez en ese corto tiempo era suficiente, porque en la medida que salían clientes llegaban otros. Parece que aquello nunca acabaría, sin contar que en esos momentos la clientela sería la mínima por estar el Ramadán en pleno apogeo. Absortos en nuestros estudios para ver quién era el que rompía el récord de los tres minutos y medio establecido por uno de aquellos incontrolables sementales, sonó con mucha fuerza un silbato a nuestras espaldas.

-Gallego y ahora, ¿qué mierda es esto?

-¡Cállate, cabrón! y párate en atención de culo pa la pared.

-¡Carajo!, pero explícame algo.

-Después te explico, hazme caso si no quieres recibir un toletazo. Como todo un buen exmilitar obedecí al gallego, todos los argelinos presentes en el lugar hicieron lo mismo. Al sonar el silbato, sus culos se pegaron a la pared y se pararon firmemente en atención. Desde la puerta de entrada comenzaron a caminar cuatro policías con la lentitud que se les antojaban sus huevos. Sostenían un tolete en sus manos derechas y lo golpeaban con suavidad contra la palma de la mano izquierda, mientras sus amenazadoras miradas recorrían cara y cuerpo de todas las personas que nos encontrábamos en ese lugar.

Aquellos minutos fueron interminables, pensaba que nunca llegarían hasta el final del pasillo. Después, con la misma lentitud pastosa recorrieron el camino de regreso hasta que se oyó de nuevo el silbato, transcurrieron más de quince minutos en aquella lenta inspección visual. Mierdas, tan machos que se hacen esos maricones con el toletico y la pistola que cargan y tal vez se vienen en menos de los tres minutos y medio, pensé sin evitar cierto desprecio. Aquel silbatazo indicaba que podíamos ponernos cómodos, los más próximos a la reja se lanzaron sobre ella a una velocidad vertiginosa y se repitió el desfile de las conocidas piernas.

-Gallego, ¿tú sabías de esto?

-¡Claro, hombre! Lo que pasa es que no podía revelarte todo a la vez para que no perdiera su encanto, esta era una sorpresita que te tenía reservada.

-Entonces, ¿esa inspección la hacen a diario?

-Es que deben hacerla para controlar a estos animales, esos son capaces de fornicarse hasta la gorda de la entrada, pero no te asombres.

-¿Por qué, hay algo más?

-Sí, el asunto es que hay un día de la semana que el burdel cierra sus puertas, ese día solo tienen derecho a entrar los policías.

- Gallego, ¡vámonos pal carajo!, ya hemos visto suficiente y la peste a camello que hay aquí adentro es insoportable.

-¡Sí, larguémonos! Vas a ver repetirse la misma escena indefinidamente.

Respiré a todo pulmón cuando salí, no estaba mal, había visto algo nuevo, denigrante, pero nuevo, al fin y al cabo. No se parecía en nada a aquellos grandes burdeles que tuve la oportunidad de ver en distintas partes del mundo, algunos muy famosos y con nombres encubridores, pero burdeles con hermosas mujeres. En Cuba tenemos uno de los mayores del planeta, el bayú del Malecón con niñas que un día soñaron otra cosa.

Mustafá no es nadie, no es el dueño del burdel, se me ocurrió ese nombre, porque en todas las viejas películas con temas árabes había un Mustafá de la misma manera que en las antiguas novelas, algún criado se llamaba Jaime o también porque miles de negras se llamaban Caridad o María Merced.

-Gallego, ¿no vas a comprar más café?

-Joder, ¿vas vender el barco entero?

-¿Compras o no compras?

-Si, pero acuérdate que soy buen cliente, dame una rebajita, hombre.

-Coño con todo lo que ganas y siempre andas llorando.

-Negocio es negocio.

-Nunca vas a salir de las alpargatas y la boina.

-Quién demonios se acuerda de esas cosas, macho.

-Te rebajo solo 500 pelas.

-Digamos 700.

-Dale al carajo, no empieces igual que ayer.

-Es que a ti no te cuesta un huevo.

-¿Quién paga por el susto, galifa?

-Digamos 600.

-500.

-Joder, 550.

-Vale.

-Eres un gran cabrón, cubano.

-¿Cuántos sacos te llevo, gaito?

-Trae cuatro.

-Vas a abastecer a toda Galicia.

-¡Mal rayos te parta, tío!, te he dicho que soy catalán.

-Vale gallego, 550 y no me vengas con más llantos.

-A la misma hora, bandido.

-Nos vemos, tío.

 


Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2000-05-06


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