BURRO TRISTE
La primera vez que Sisí se encontró con él corría el año 72, fue en una escuela improvisada de Jaimanitas que quedaba muy cerca del Círculo Social. El ambiente era fenomenal en aquel centro de estudios donde se reunieran viejos compañeros de navegaciones. La mayoría de ellos jóvenes aún y con ese carácter alegre que los distinguen del resto de la humanidad.
Los horarios de recreo y almuerzo se gastaban entre eternas bromas. Nadie sabe cómo llegaba hasta allí La China, una mulata café con leche que un día tuvo sus quince según manifestaban las huellas de su cuerpo. Ella era diferente a las demás locas del mundo, siempre andaba limpiecita, bien vestida para sus ignoradas posibilidades, rematada con su extravagante estilo de gitana tropical. Gustaba mucho de los creyones de labios rojos chillones, y colgaba de diferentes miembros de su cuerpo algunas toneladas de collares, pulsos y aretes. Para resaltar su opaca hermosura, La China se colocaba siempre un Mar Pacífico en su cabello casi lacio y muy cerca de la oreja, era de color aproximado al del creyón usado en sus labios. Estaba loca de remate y los muchachos la ponían a bailar flamenco encima de las mesas existentes en el patio, siempre se hacían la misma pregunta, ¿cómo habrá llegado hasta aquí siendo de La Víbora? Entonces no estaba tan loca, y si lo estaba, era una loca jodedora porque regresaba cada mañana. Aquello no le gustaba mucho al director de la escuela, un viejo grande y gordo como una ballena, amargado como cualquier solterón en cuarentena, aunque era casado. Militante extremista del que nadie supo nunca, cuál fue el camino utilizado para llegar hasta Jefe de Máquinas, director de una escuela con tan bajo nivel educacional, y años más tarde a Vanguardia Nacional vitalicio, así era Arche.
Cada vez que observaba el concierto ofrecido por La China en el patio, el elefante rojo la mandaba a expulsar bajo la protesta de todos los estudiantes. Al día siguiente se repetiría la historia, hubo algunos comentarios de los más avanzados en la edad sobre la belleza de La China y las posibilidades de darle un tarrayazo.
Sisí disfrutaba mucho de aquellos momentos de esparcimiento, él era un tipo muy positivo y por eso se ganó aquel apodo. Tenía un tic nervioso que generaba un constante movimiento de la cabeza en sentido vertical, como si estuviera sacando agua del pozo o haciendo el sexo oral. Cansaba hablar con él y obtener las mismas respuestas, positivo, afirmativo, oká. Agotaba hasta la desesperación y todos cargaban la esperanza de oírlo o verlo decir no. Su aspecto era deplorable y a veces inspiraba compasión entre los estudiantes, siempre andaba con barba de dos días, el pelo grasoso y el uniforme acumulando todo el churre del mundo. El cuello de la camisa era generalmente negro aunque el color original fuera gris, nadie quería sentarse a su lado y él tampoco se sentía muy ofendido, casi siempre se ubicaba a sotavento del aula para que el mal olor fuera arrastrado por el viento. Gracias a Dios se disfrutaba diariamente de la brisa marina, luego, los alumnos comprenderían que ese fenómeno era producido por la marea barométrica experimentada en esas latitudes. De todas formas le daban gracias a Dios de nuevo y a Sisí por su comprensión.
Todos continuaron con la duda de cómo se la había ingeniado para conseguir mujer y algunos iban un poco más allá en sus deducciones. Afirmaban que tenía que ser otra cochina como él, que aquello tenía que apestarle mucho y que la casa debía ser un corral de puercos. Algunos de esos comentarios los escuchó accidentalmente y Sisí no se ofendió nunca, era posiblemente el más feliz de todos y la vida para él no significaba mucho, solo un breve paseo por esta tierra.
Cuando se encontró con él en el patio de la escuela improvisada, Sisí se repetía constantemente la misma pregunta, ¿por qué le decían Burro Triste a éste hombre? Buscaba en sus conocimientos de historia, hurgaba en la mitología y solo encontraba un pariente lejano en la geografía de los municipios de La Habana, pero aquello no le dijo nada, no era lo mismo La Loma del Burro al apodo de su camarada. Se dedicó mucho tiempo a una exhaustiva observación sobre aquel hombre de rostro a veces angelical, y en ocasiones muy triste.
Su andar era lento, similar a la de cualquier gasterópodo, su hablar era idéntico, desesperaba oírlo terminar una frase o simple palabra. Empeoraba aquella extremada calma su tartamudeo, daban deseos de sonarle un trompón para que terminara. Tenía cara de idiota, eso no podía ocultarlo ni fingirlo, fue un don otorgado por la madre naturaleza, solo que ella se ensañó con él y lo premió con la perteneciente a un batallón. Verlo comer era todo un acto de sufrimiento, la quijá de abajo le pedía permiso a la de arriba para masticar, y en espera de esa aprobación transcurrían minutos. Era frecuente verlo con algún fideo colgando de la comisura de aquella boca saturada de tristeza. Otras veces colgaban como un pelo más de su barba, y así pasaba horas sin darse cuenta hasta que el fideo se secaba y caía por algún movimiento lento de su rostro cansado.
Burro Triste era el primero en la cola del comedor, nadie se explicaba cómo, tuvo que estar marcando desde horas de la mañana, suponían todos los estudiantes. El tiempo se detenía después y finalizaba de comer junto a los cocineros. A las cuatro de la tarde la gente lo sobrepasaba a mitad del camino hacia la parada de la guagua, él había partido el día antes. Sisí recuerda que cuando finalizó la guerra en Viet Nam, el partido suspendió las clases esa mañana y salieron a festejarlo corriendo por todo Jaimanitas, una manera idiota de celebrar un acontecimiento, pero era lo que estaba orientado. Aquella loca carrera no finalizó hasta entrar en la escuela Ñico López, una lavandería de cerebros existente a la salida de Jaimanitas y frente a Barlovento. Cuando terminaron toda esa monería de gritos y consignas, se encontraron a Burro triste a un tercio del recorrido, aunque no lo crean, el hombre iba corriendo. Pero eso no era lo peor, el gran lío se producía cuando usaba alguno de los pocos servicios sanitarios en funcionamiento, se dormía sentado a la tasa, y no fueron pocos los que tuvieron que hacer sus necesidades en una vieja edificación existente junto a la playa.
Buque escuela Viet Nam Heroico.
Finalizó el período de estudios en aquella escuela improvisada y todos los alumnos fueron embarcados en el improvisado buque escuela “Viet Nam Heroico”. Atrás quedaba Jaimanitas y los recuerdos unas veces felices de La China y Burro Triste. Los alumnos siguieron cargando a sus espaldas aquel despreciable director, sin embargo, la alegría de la juventud nunca los abandonaría en cada viaje.
Pasaron los años y con ellos se incrementarían las necesidades, Sisí se vio obligado marchar hacia las microbrigadas y así poder resolver su necesidad de vivienda. Continuaba siendo el mismo tipo sucio de siempre con aquella barba de dos días, tupida y bien negra, y con la ropa un poco más sucia, solo que ahora encontraba una justificación adicional. Sisí era inteligente y trabajador, lo cortés no quita lo valiente, y por encima de esos defectos externos sobresalían sus buenos sentimientos hacia los semejantes. Para sorpresa suya se encontró a Burro Triste como miembro de la brigada, pero solo unas semanas después el jefe lo sacó del pie de obra y lo mandó a trabajar en el plan. La fama de la lentitud de Burro Triste era grande en toda la flota y aquello perjudicaba los intereses colectivos.
En uno de esos recorridos accidentales por otras brigadas en busca de materiales y herramientas, Sisí se encuentra con Burro Triste, y éste le expone todos los problemas por los que se encontraba atravesando en aquellos momentos.
-¡Compadre! Hace falta traer a Burro Triste para la brigada nuevamente. Le dijo Sisí a Luis el borracho, quien ocupaba el puesto de jefe de brigada.
-¡Ven acá manón! ¿Te has vuelto loco o le estás metiendo al taladro? Fue la respuesta de éste a Sisí, quien para entonces se desempeñaba como jefe de obras.
-Coño Luisón, ¿por qué dices eso?
-Asere, ¿no te das cuenta de que ese viejo no sirve ni para cagar?
-Yo sé que él es lento, pero no olvides que vino hasta aquí por las mismas necesidades de nosotros. Acuérdate que sus hijos no tienen la culpa de su lentitud y que no deben soportar ese defecto como una condena.
-Yo te entiendo y todo lo que tú quieras, pero fíjate bien, ese viejo nos va a provocar problemas.
-Ese viejo no se mete con nadie, Luisón.
-Es un peligro más, no olvides que con toda su berracada es militante del partido, además, ¿dónde carajo lo vamos a poner a trabajar? Tú sabes que no sirve para nada.
-¡Mira! Podemos ponerlo de mezclero hasta que el edificio levante dos niveles más y comiencen los trabajos de electricidad.
-Compadre como quieras, pero fíjate lo que te voy a decir, nunca olvides que tuvimos esta conversación, te va a pesar haber ayudado a ese tipo.
Luisón tuvo mucha razón, el viejo no servía para nada, su lentitud se había multiplicado por dos. Debía comenzar una hora antes en la preparación de las mezclas, y éstas solo estaban listas una o dos horas después de comenzarse la jornada de trabajo. Por mucho que Sisí habló con él, no lograba obtener una reacción positiva de parte de Burro Triste. Afortunadamente comenzaron los trabajos de electricidad y aquello produjo cierto alivio emocional, pero igualmente la lentitud era presente.
Uno de esos tristes días y durante el horario del triste almuerzo, Sisí se llegó hasta el apartamento donde Burro Triste se cambiaba de ropa. Allí tenía instalada toda una exposición fotográfica de su persona, acompañada de varias menciones y diplomas, colmaban aquella muestra una medalla ganada por combatiente de la Sierra Maestra. Sisí las fue observando todas mientras oía las lentas explicaciones de Burro Triste, cuando éste lograba terminar con una foto, ya la vista de Sisí había consumido el resto de aquella exposición tan triste como su dueño.
No se lo imaginaba de combatiente con semejante y crónica lentitud. Lo colocaba en su fantástico campo de batalla muy lejos del frente que fuera escenario de las escasos combates, allí donde era imposible recibir el eco de las explosiones y disparos, a cientos de metros de la retaguardia, con su paso lento, con su mirada perdida en los matorrales de su mente retardada. Lo observaba tratando de cargar su escopeta calibre 22, y la escopeta que se encasquillaba, y la balita caída en el suelo, y los minutos gastados por sus lentos dedos para recogerla, y volver a caer en el suelo mientras el nerviosismo le impedía colocarla nuevamente en el cargador. Lo veía agachado y escarbando entre la hierba buscando aquella caprichosa balita perdida, y su rostro casi pegado al suelo por culpa de su maldita vista, y el olor a humus casi virgen recorriendo todos los rincones de sus pulmones. Luego, lo veía erguido de nuevo, con aquella diminuta balita entre sus estúpidos dedos y entonces, le llegó de lejos un sonido parecido a un disparo, no pudo distinguir por la lentitud de sus sentidos que eran los picotazos de un pájaro carpintero. Disparó asustado hacia donde le pareció mejor que así fuera, y como respuesta recibió una ráfaga larga y varios gritos, reconoció que eran sus compañeros.
Sisí lo había visto sin camisa en varias oportunidades, el cuerpo de Burro Triste no mostraba ninguna cicatriz como trofeo, solo masas flácidas de aquel que nunca ha trabajado. Ninguna de aquellas fotos pudo impresionarlo, ni los diplomas, ni las medallas que se exponían en aquel particular museo, ya varias veces lo había mordido ese perro, Sisí no se dejaba impresionar.
Un día decidió renunciar como jefe de obra, pocas semanas después tuvo un gran problema con el núcleo del partido. A su espalda habían confeccionado un informe que bien pudo provocar su expulsión de la microbrigada. Sisí fue convocado a una reunión en un núcleo de la Empresa de Navegación Mambisa, no conocía a ninguno de los presentes y menos todavía de la existencia de aquel informe. No puede negarse que sintió temor ante el peso de cada acusación leída, pero si una virtud muy grande poseía aquel sucio y extravagante personaje, era la ecuanimidad mostrada en momentos difíciles de su vida.
-Pudiera leerme de nuevo el informe que le enviaron desde la microbrigada. Le solicitó Sisí con mucha calma a quien dirigía aquella emboscada.
-Pero es que eso no es costumbre en nuestras reuniones. Respondió el individuo.
-Debe ser porque nadie se lo había solicitado hasta ahora, pero yo necesito que se me lea de nuevo, es algo con lo cual me desayuno y debe suponerse que tenga derecho a defenderme, ¿o no? El tipo recorrió con su mirada a los miembros de su equipo y al parecer aceptaron. Comenzó a leer nuevamente aquel almacén de infamias, mientras Sisí iba guardando en su memoria cada detalle y nombre de los acusadores. Solo uno de los miembros de aquel núcleo se negó a firmar, y sintió gran pena por todos aquellos con los cuales hubo compartido parte de su vida en largos viajes.
-¿Complacido? Preguntó el tipo y Sisí se mantenía ajeno por unos largos segundos de aquel espacio. Dentro de su mente y rebotando en sus paredes viajaba una acusación terriblemente peligrosa; “El compañero manifiesta que el periódico Granma dice mentiras.” Esa acusación fue hecha por Burro Triste, el mismo al que salvara de una segura expulsión de las microbrigadas. Se acordó más que nunca de aquella conversación sostenida con Luisón.
-¿Complacido? Repitió la misma pregunta rodeada de un profundo silencio.
-Sí, como no, muchas gracias. Le respondió Sisí.
-¿Tiene algo que alegar entonces?
-Solo una cosa, yo no los conozco a ninguno de ustedes, así que trasladen el caso a su lugar de origen, para que me digan en la cara lo que han dicho a mi espalda como putas. Terminando de decir aquellas palabras, se levantó de su asiento con el claro propósito de abandonar el pequeño salón.
-¡Pero mire! Tenemos que analizar… Sisí le pasó por el lado.
-¿Me viste cara de comemierda? Reúne a las putas que escribieron ese papelito de mierda. Cruzando la puerta oyó a su espalda; ¡Oiga compañero! El coño de su madre, pensó Sisí.
Por mucho que insistió en un enfrentamiento con aquel núcleo de su brigada, nunca aquella demanda fue satisfecha y por la mente de Sisí pasaron muchas promesas oscuras si llegaba a perder su vivienda. Por fortuna pudo llegar hasta el final de la construcción de tres edificios, rodeado de todos aquellos autores de ese acto de cobardía. Luego de una repartición fraudulenta de los apartamentos donde el propio Burro Triste fue beneficiado, pudo finalmente mudarse con su familia y salir a navegar.
Dos años después de aquel incidente coincide Sisí con Burro Triste a bordo del buque Moncada. Sisí como Primer Oficial y Burro Triste como electricista, se encontraban en operaciones de carga en el puerto de Santiago de Cuba.
-Electricista, pase los contactores de los winches de la bodega nr.4 a la nr.5 a la hora del almuerzo de los estibadores. Le dijo secamente.
-¡Mire Primero! Yo creo que… Sisí giró sobre sus pasos.
-Usted no está aquí para creer nada, limítese a cumplir la orden que le he dado. Burro Triste se quedó petrificado al recibir aquella respuesta.
-¡Mire, el problema es que yo quería…
-Le repito la orden por última vez, cambie los contactores de los winches de la bodega nr.4 a la nr.5, Tienen que estar listos para el segundo turno. Abrió la puerta de acceso a la superestructura y lo dejó con la palabra en la boca.
Burro Triste tenía una familia bastante numerosa para los tiempos que se vivían, cuatro varones con la misma pinta de su rostro y una hembra de igual característica. Todos eran burritos tristes, pero muy diferentes a su padre. Muchachos estudiosos y muy respetuosos con los mayores, costumbre que se iba esfumando como la vida misma. La hembra era una señorita cuando se mudó para el edificio, nada bonita de cara, pero con ese cuerpo espectacular de nuestras mulatas. Su mujer era mayor de edad, puede decirse que contemporánea con el marido, pero de temperamentos diametralmente opuestos. Una mujer sumamente activa cuya figura dejaba rastros de una bella juventud, rápida en su andar e infatigable luchadora por sus hijos. Su exceso de dinamismo no le permitía el lujo de permanecer tranquila un solo segundo, sus deberes domésticos los realizaba con rapidez. Luego, podías encontrarla como una sombra en cualquier lugar, en la cola de la panadería, en la del pollo, en la pescadería, en las reuniones de la escuela, Federación de Mujeres, CDR, Poder Popular, y hasta vestida de miliciana para participar en las maniobras de las MTT junto a otros viejos cagalitrozos. Esa era la vida de la mujer de Burro Triste, toda la diversión para ella reservada por vivir al lado de un hombre en extremo aburrido. El tiempo restante de aquellas actividades cotidianas, ella lo invertía meticulosamente en penetrar las fronteras de las vidas de sus vecinos, era muy servicial, tanto, que cansaba verla desbaratando la privacidad de la gente.
El apartamento se convirtió muy pronto en una de esas cuarterías de La Habana Vieja, aún cuando era de tres cuartos, no era fácil dividir a la prole de cuatro varones y la hembra que comenzaba a necesitar privacidad entre dos cuartos. El espacio de la sala fue reducido prácticamente a la mitad con la adquisición de un ridículo bar, espacio utilizado sin razón en una casa donde nadie bebía. Se encontraba adornado con latas de CocaCola vacías que una vez llevara el Patriarca, y botellas de diferentes marcas de bebida rellenas de agua con café y otras de agua con bijol.
Sisí observaba a aquella activa y triste mujer en sus cortas permanencias en la isla, por mucho que se rompiera la cabeza, nunca encontró una explicación adecuada a ese fenómeno de convivencia entre dos seres tan distintos. Imaginaba el tiempo consumido por el viejo para hacerle una declaración de amor cuando la conquista, aquel lento y pesado hablar tartamudo, y aquella hermosa mulata esperando pacientemente a que llegara hasta el final, eso era algo inexplicable para él. Luego, no se lo imaginaba desnudándose con aquella pastosidad, media hora para desprenderse de la camisa, otra para los zapatos, media hora más para el pantalón, y veinte minutos para la ropa interior, toda una tortura para una mujer tan fogosa como ella. Tal vez, mientras el marido realizaba esa lentísima exhibición, ella lograba tres orgasmos, pensaba y se reía. Los espermatozoides tienen que ser lentos como él, porque de esa lentitud y tristeza son cada célula de su cuerpo, y aquellos seres microscópicos en aparente carrera detrás de los óvulos, y éstos sacándole la lengua mientras se desplazaban a altas velocidades, y los espermatozoides corriendo desesperadamente hasta consumir todas sus energías, y aquellos óvulos traviesos que le sonaban constantes trompetillas, y luego por lástima lo dejaban fecundar, Sisí se reía de sus ocurrencias.
-Hace falta que hables con tu hermano para que deje tranquila a mi hija. Le dijo un día Burro Triste a Sisí en su balcón, aquello lo molestó.
-¿Y yo qué carajo tengo que ver con eso?
-Es tu hermano, por eso te lo digo.
-Creo que te equivocaste de dirección, ni estoy para velarle el rabo a mi hermano, y menos para cuidarle el culito a tu hija, eso es asunto tuyo. Sisí sabía que ese momento estaría al llegar, su hermano se había hecho novio de la mulatica estando el viejo de viaje y se lo advirtió bien claro, aquellas relaciones no contarían con la aprobación de Burro Triste quien continuaba considerándolo gusano. Sin embargo y es un dato muy curioso, el hermano de Sisí era un joven integrado al proceso y ocupaba cargo dirigente en la empresa donde trabajaba. Aún así, debía pagar por los supuestos errores cometidos por Sisí durante la construcción de los edificios. Por suerte esas relaciones no trascendieron más allá de un simple capricho de jovencitos, pero, ¿y si de verdad llegaran a amarse?, se repetiría entonces la historia de Romeo y Julieta, solo que del lado del Caribe sería Romeo y la Burrita Triste.
Motonave Bahía de Cienfuegos.
Llegó el momento de la jubilación de Burro Triste, su andar era tan pesado como el de un tanque de guerra. La velocidad había sido reducida a un cuarto de su máxima potencia cuando joven y ya servía para menos, nunca sirvió para nada. A todos los que se iban a jubilar les daban un viaje de estímulo con su esposa, y Burro Triste cayó en otro barco donde Sisí era el Primer Oficial. Ya sabía de la pata que cojeaban ambos, y de lo que les esperaría en ese largo viaje alrededor del mundo. Todos los ofrecimientos que le hiciera la esposa por limpiarle el camarote y lavarle la ropa fueron rechazados por Sisí, él estaba convencido de que lo hacía de buena fe, pero su lengua era peligrosísima y no deseaba dejar cabos sueltos a su merced. Su sola presencia desbarataría toda la intimidad y tranquilidad que siempre necesitaba para concentrarse en su trabajo, pero ella era insistente cuando se proponía algo. Como no formaban parte de la tripulación, aquella inactividad impuesta durante varios meses la enfermaba, así un día, Sisí se la encontró pintando en la proa del barco junto a la marinería.
-Sisí, ¿por qué tú no eres militante del partido? Aquella pregunta lo tomó desprevenido.
-¿Por qué? Se detuvo a pensar una respuesta mientras ella con descuido o no, se inclinó sobre la parte del molinete que estaba pintando, y dejó a su vista aquellos senos ya marchitos como tulipanes sin agua a las doce del día.
-Creo que esa pregunta deberías hacérsela a tu marido.
-¿A mi marido?
-Sí, a tu marido, pregúntale cuál fue la acusación que me hizo cuando estábamos en la microbrigada.
-¡Qué mi marido te acusó cuando estaban en esa brigada! ¿Y no se acordó ese cabrón que fuiste tú el que lo salvó de una expulsión, y que ahora estuviéramos viviendo en la mierda en aquel solar de La Habana Vieja?
-Pues sí, por culpa de tu marido por poco pierdo yo mi apartamento y trabajo.
-Te lo juro que yo no sabía nada de esto, pero va a tener que oírme cuando vaya al camarote.
-¡Mira! Vive tu vida y deja que los demás hagan de la suya un bolero, para que estés tranquila, nunca me ha interesado pertenecer al partido.
-Pero mientras no seas militante nunca podrás llegar a Capitán, y por lo que he visto este es el trabajo que te gusta y disfrutas, la gente te respeta.
-¡Olvídalo, muchacha! No me interesa y ese es el precio que tengo que pagar por mi negativa, déjame así, yo soy feliz a mi manera. Sisí concluyó de esa forma aquella informal conversación, ella lo siguió con la vista mientras inspeccionaba la cubierta del Castillo de Proa.
En la medida que el viaje se alarga y escasean los cuentos de las aventuras vividas en el último puerto, en esa misma medida varía el carácter de los hombres de mar. Allí, donde finaliza una historia comienza la vida de los hombres, y eso era muy común en todos los barcos. Con los meses pasando se diferenciaban muy poco de cualquier vulgar solar, y los marinos se transformaban en comadres que compartían chismes de sus compañeros. Se trataba de gastar también ese tiempo de abstinencia sexual y aburrimiento, pero de una forma muy dañina. Hubo casos excepcionales en todos esos años, pero muy contados. Generalmente los barcos llegaban en “candela”, “encendidos”, en “llamas”, esos eran los epítetos recibidos y noticia que corría por toda la flota y a veces trascendía al personal de los puertos nacionales. Otra manera de gastar ese tiempo, y el más sano en mi opinión, lo fue siempre el dedicado a las “jodederas”, pero éstos últimos fueron escaseando.
Burro Triste probó el sabor de esas jodederas durante el viaje, muchas fueron las oportunidades en las que su mujer llegó hasta el camarote de Sisí a darle las quejas por anónimos recibidos. Los leía tratando de contener la risa, pero en el fondo sabía que si la vieja se ponía para el disparo de alguien le iban a pasar la cuenta, casos peores había visto en sus años de marino. Cuando una mujer embarcaba le encontraban miles de defectos estando en el puerto de salida, al pasar un mes esos defectos disminuían, al segundo mes se le encontraban ciertas virtudes, y a partir del tercer mes ya era considerada una mujer bella, no importaba si fuera la hija de Frankenstein, de que le pasaban la cuenta seguro que se la pasaban.
Uno de esos días y antes de arribar a Japón, Sisí se entera de que Burro Triste se encontraba enfermo, solo por cumplir con su servicial esposa pasó por el camarote a saludarlo y comprobó la poca diferencia existente con el apartamento donde vivían, varios jibilays cruzaban el camarote y en ellos se exhibían distintas piezas lavadas, hasta los blumers viejos de su mujer.
-¡Ven acá mi hermano! ¿Cuál es la enfermedad de Burro Triste? Le preguntó Sisí al enfermero cuando terminó la visita a la cuartería.
-¡Coño! ¿Pero tú no te has enterado? Respondió el enfermero con cierto asombro.
-No me he enterado y creo que debes informarme del estado de salud de los tripulantes y pasajeros.
-Disculpa, yo pensé que te lo había dicho.
-¿Cuál es la enfermedad? Porque yo lo veo hablando muy animado.
-Bueno, cuando te lo diga te vas a morir de la risa, él puede hablar todo lo que le de la gana y nunca sabrás de qué rayos padece, es que en realidad no es una enfermedad.
-¡Carajo, acaba de soltar! El tipo miró a Sisí fijamente a los ojos y no pudo contener la risa.
-Burro Triste tiene un huesito trabado en el culo. Sisí tampoco se pudo aguantar.
-¡Coño, no jodas! ¿Cómo es eso?
-¿Te acuerdas que los otros días dieron chuleta de puerco en la comida? Pues parece que este viejo es un glotón del carajo y se tragó un huesito que tiene ahora trabado en el culo.
-¿Y por qué no le metes el dedo o le dices a la mujer que le de espuelas?
-No quiero meterme en esa aventura y tengo miedo a dañarle algo, lo tengo a base de laxantes hasta que lleguemos a puerto o lo suelte solo.
-Te lo juro por mi madre que éste es el primer caso del que tengo conocimiento en toda la historia de la marina. Por suerte mañana recalamos a Tokio, pero te imaginas que fuera navegando para Cuba y tener que hacer una recalada forzosa a Hawai por un huesito clavado en el culo de ese viejo. La bola de aquel huesito fue la merienda de todo el viaje y en los anónimos recibidos por la esposa se hacía constante mención de ello.
Burro Triste se retiró definitivamente de la marina y posteriormente permutó el apartamento por una casa aún sin terminar. Un día pasé por allí y vivían rodeados de gallinas y otros animales con los que se buscaban un poco la vida. La hija se había casado y su cuerpo de mulata se había desarrollado como el de cualquier rosa al abrirse. Los hijos se convertían cada día en otros burritos tristes, ya tenían problema con un vecino y lo llevaron a los tribunales.
Su andar era aún más lento, oírlo hablar de sus matas de plátano desesperaba. En la sala, la misma extravagante exposición de aquellas fotos amarillentas, cuadros con diplomas y medallas de combates que tal vez nunca existieran. Hoy se debe sentar frente a todos esos trofeos y pensará en aquel poema de Guillén, repetirá hasta el cansancio con la lentitud que nunca abandonara, ¿tengo?
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2004-02-05
Cada vez que observaba el concierto ofrecido por La China en el patio, el elefante rojo la mandaba a expulsar bajo la protesta de todos los estudiantes. Al día siguiente se repetiría la historia, hubo algunos comentarios de los más avanzados en la edad sobre la belleza de La China y las posibilidades de darle un tarrayazo.
Sisí disfrutaba mucho de aquellos momentos de esparcimiento, él era un tipo muy positivo y por eso se ganó aquel apodo. Tenía un tic nervioso que generaba un constante movimiento de la cabeza en sentido vertical, como si estuviera sacando agua del pozo o haciendo el sexo oral. Cansaba hablar con él y obtener las mismas respuestas, positivo, afirmativo, oká. Agotaba hasta la desesperación y todos cargaban la esperanza de oírlo o verlo decir no. Su aspecto era deplorable y a veces inspiraba compasión entre los estudiantes, siempre andaba con barba de dos días, el pelo grasoso y el uniforme acumulando todo el churre del mundo. El cuello de la camisa era generalmente negro aunque el color original fuera gris, nadie quería sentarse a su lado y él tampoco se sentía muy ofendido, casi siempre se ubicaba a sotavento del aula para que el mal olor fuera arrastrado por el viento. Gracias a Dios se disfrutaba diariamente de la brisa marina, luego, los alumnos comprenderían que ese fenómeno era producido por la marea barométrica experimentada en esas latitudes. De todas formas le daban gracias a Dios de nuevo y a Sisí por su comprensión.
Todos continuaron con la duda de cómo se la había ingeniado para conseguir mujer y algunos iban un poco más allá en sus deducciones. Afirmaban que tenía que ser otra cochina como él, que aquello tenía que apestarle mucho y que la casa debía ser un corral de puercos. Algunos de esos comentarios los escuchó accidentalmente y Sisí no se ofendió nunca, era posiblemente el más feliz de todos y la vida para él no significaba mucho, solo un breve paseo por esta tierra.
Cuando se encontró con él en el patio de la escuela improvisada, Sisí se repetía constantemente la misma pregunta, ¿por qué le decían Burro Triste a éste hombre? Buscaba en sus conocimientos de historia, hurgaba en la mitología y solo encontraba un pariente lejano en la geografía de los municipios de La Habana, pero aquello no le dijo nada, no era lo mismo La Loma del Burro al apodo de su camarada. Se dedicó mucho tiempo a una exhaustiva observación sobre aquel hombre de rostro a veces angelical, y en ocasiones muy triste.
Su andar era lento, similar a la de cualquier gasterópodo, su hablar era idéntico, desesperaba oírlo terminar una frase o simple palabra. Empeoraba aquella extremada calma su tartamudeo, daban deseos de sonarle un trompón para que terminara. Tenía cara de idiota, eso no podía ocultarlo ni fingirlo, fue un don otorgado por la madre naturaleza, solo que ella se ensañó con él y lo premió con la perteneciente a un batallón. Verlo comer era todo un acto de sufrimiento, la quijá de abajo le pedía permiso a la de arriba para masticar, y en espera de esa aprobación transcurrían minutos. Era frecuente verlo con algún fideo colgando de la comisura de aquella boca saturada de tristeza. Otras veces colgaban como un pelo más de su barba, y así pasaba horas sin darse cuenta hasta que el fideo se secaba y caía por algún movimiento lento de su rostro cansado.
Burro Triste era el primero en la cola del comedor, nadie se explicaba cómo, tuvo que estar marcando desde horas de la mañana, suponían todos los estudiantes. El tiempo se detenía después y finalizaba de comer junto a los cocineros. A las cuatro de la tarde la gente lo sobrepasaba a mitad del camino hacia la parada de la guagua, él había partido el día antes. Sisí recuerda que cuando finalizó la guerra en Viet Nam, el partido suspendió las clases esa mañana y salieron a festejarlo corriendo por todo Jaimanitas, una manera idiota de celebrar un acontecimiento, pero era lo que estaba orientado. Aquella loca carrera no finalizó hasta entrar en la escuela Ñico López, una lavandería de cerebros existente a la salida de Jaimanitas y frente a Barlovento. Cuando terminaron toda esa monería de gritos y consignas, se encontraron a Burro triste a un tercio del recorrido, aunque no lo crean, el hombre iba corriendo. Pero eso no era lo peor, el gran lío se producía cuando usaba alguno de los pocos servicios sanitarios en funcionamiento, se dormía sentado a la tasa, y no fueron pocos los que tuvieron que hacer sus necesidades en una vieja edificación existente junto a la playa.
Buque escuela Viet Nam Heroico.
Finalizó el período de estudios en aquella escuela improvisada y todos los alumnos fueron embarcados en el improvisado buque escuela “Viet Nam Heroico”. Atrás quedaba Jaimanitas y los recuerdos unas veces felices de La China y Burro Triste. Los alumnos siguieron cargando a sus espaldas aquel despreciable director, sin embargo, la alegría de la juventud nunca los abandonaría en cada viaje.
Pasaron los años y con ellos se incrementarían las necesidades, Sisí se vio obligado marchar hacia las microbrigadas y así poder resolver su necesidad de vivienda. Continuaba siendo el mismo tipo sucio de siempre con aquella barba de dos días, tupida y bien negra, y con la ropa un poco más sucia, solo que ahora encontraba una justificación adicional. Sisí era inteligente y trabajador, lo cortés no quita lo valiente, y por encima de esos defectos externos sobresalían sus buenos sentimientos hacia los semejantes. Para sorpresa suya se encontró a Burro Triste como miembro de la brigada, pero solo unas semanas después el jefe lo sacó del pie de obra y lo mandó a trabajar en el plan. La fama de la lentitud de Burro Triste era grande en toda la flota y aquello perjudicaba los intereses colectivos.
En uno de esos recorridos accidentales por otras brigadas en busca de materiales y herramientas, Sisí se encuentra con Burro Triste, y éste le expone todos los problemas por los que se encontraba atravesando en aquellos momentos.
-¡Compadre! Hace falta traer a Burro Triste para la brigada nuevamente. Le dijo Sisí a Luis el borracho, quien ocupaba el puesto de jefe de brigada.
-¡Ven acá manón! ¿Te has vuelto loco o le estás metiendo al taladro? Fue la respuesta de éste a Sisí, quien para entonces se desempeñaba como jefe de obras.
-Coño Luisón, ¿por qué dices eso?
-Asere, ¿no te das cuenta de que ese viejo no sirve ni para cagar?
-Yo sé que él es lento, pero no olvides que vino hasta aquí por las mismas necesidades de nosotros. Acuérdate que sus hijos no tienen la culpa de su lentitud y que no deben soportar ese defecto como una condena.
-Yo te entiendo y todo lo que tú quieras, pero fíjate bien, ese viejo nos va a provocar problemas.
-Ese viejo no se mete con nadie, Luisón.
-Es un peligro más, no olvides que con toda su berracada es militante del partido, además, ¿dónde carajo lo vamos a poner a trabajar? Tú sabes que no sirve para nada.
-¡Mira! Podemos ponerlo de mezclero hasta que el edificio levante dos niveles más y comiencen los trabajos de electricidad.
-Compadre como quieras, pero fíjate lo que te voy a decir, nunca olvides que tuvimos esta conversación, te va a pesar haber ayudado a ese tipo.
Luisón tuvo mucha razón, el viejo no servía para nada, su lentitud se había multiplicado por dos. Debía comenzar una hora antes en la preparación de las mezclas, y éstas solo estaban listas una o dos horas después de comenzarse la jornada de trabajo. Por mucho que Sisí habló con él, no lograba obtener una reacción positiva de parte de Burro Triste. Afortunadamente comenzaron los trabajos de electricidad y aquello produjo cierto alivio emocional, pero igualmente la lentitud era presente.
Uno de esos tristes días y durante el horario del triste almuerzo, Sisí se llegó hasta el apartamento donde Burro Triste se cambiaba de ropa. Allí tenía instalada toda una exposición fotográfica de su persona, acompañada de varias menciones y diplomas, colmaban aquella muestra una medalla ganada por combatiente de la Sierra Maestra. Sisí las fue observando todas mientras oía las lentas explicaciones de Burro Triste, cuando éste lograba terminar con una foto, ya la vista de Sisí había consumido el resto de aquella exposición tan triste como su dueño.
No se lo imaginaba de combatiente con semejante y crónica lentitud. Lo colocaba en su fantástico campo de batalla muy lejos del frente que fuera escenario de las escasos combates, allí donde era imposible recibir el eco de las explosiones y disparos, a cientos de metros de la retaguardia, con su paso lento, con su mirada perdida en los matorrales de su mente retardada. Lo observaba tratando de cargar su escopeta calibre 22, y la escopeta que se encasquillaba, y la balita caída en el suelo, y los minutos gastados por sus lentos dedos para recogerla, y volver a caer en el suelo mientras el nerviosismo le impedía colocarla nuevamente en el cargador. Lo veía agachado y escarbando entre la hierba buscando aquella caprichosa balita perdida, y su rostro casi pegado al suelo por culpa de su maldita vista, y el olor a humus casi virgen recorriendo todos los rincones de sus pulmones. Luego, lo veía erguido de nuevo, con aquella diminuta balita entre sus estúpidos dedos y entonces, le llegó de lejos un sonido parecido a un disparo, no pudo distinguir por la lentitud de sus sentidos que eran los picotazos de un pájaro carpintero. Disparó asustado hacia donde le pareció mejor que así fuera, y como respuesta recibió una ráfaga larga y varios gritos, reconoció que eran sus compañeros.
Sisí lo había visto sin camisa en varias oportunidades, el cuerpo de Burro Triste no mostraba ninguna cicatriz como trofeo, solo masas flácidas de aquel que nunca ha trabajado. Ninguna de aquellas fotos pudo impresionarlo, ni los diplomas, ni las medallas que se exponían en aquel particular museo, ya varias veces lo había mordido ese perro, Sisí no se dejaba impresionar.
Un día decidió renunciar como jefe de obra, pocas semanas después tuvo un gran problema con el núcleo del partido. A su espalda habían confeccionado un informe que bien pudo provocar su expulsión de la microbrigada. Sisí fue convocado a una reunión en un núcleo de la Empresa de Navegación Mambisa, no conocía a ninguno de los presentes y menos todavía de la existencia de aquel informe. No puede negarse que sintió temor ante el peso de cada acusación leída, pero si una virtud muy grande poseía aquel sucio y extravagante personaje, era la ecuanimidad mostrada en momentos difíciles de su vida.
-Pudiera leerme de nuevo el informe que le enviaron desde la microbrigada. Le solicitó Sisí con mucha calma a quien dirigía aquella emboscada.
-Pero es que eso no es costumbre en nuestras reuniones. Respondió el individuo.
-Debe ser porque nadie se lo había solicitado hasta ahora, pero yo necesito que se me lea de nuevo, es algo con lo cual me desayuno y debe suponerse que tenga derecho a defenderme, ¿o no? El tipo recorrió con su mirada a los miembros de su equipo y al parecer aceptaron. Comenzó a leer nuevamente aquel almacén de infamias, mientras Sisí iba guardando en su memoria cada detalle y nombre de los acusadores. Solo uno de los miembros de aquel núcleo se negó a firmar, y sintió gran pena por todos aquellos con los cuales hubo compartido parte de su vida en largos viajes.
-¿Complacido? Preguntó el tipo y Sisí se mantenía ajeno por unos largos segundos de aquel espacio. Dentro de su mente y rebotando en sus paredes viajaba una acusación terriblemente peligrosa; “El compañero manifiesta que el periódico Granma dice mentiras.” Esa acusación fue hecha por Burro Triste, el mismo al que salvara de una segura expulsión de las microbrigadas. Se acordó más que nunca de aquella conversación sostenida con Luisón.
-¿Complacido? Repitió la misma pregunta rodeada de un profundo silencio.
-Sí, como no, muchas gracias. Le respondió Sisí.
-¿Tiene algo que alegar entonces?
-Solo una cosa, yo no los conozco a ninguno de ustedes, así que trasladen el caso a su lugar de origen, para que me digan en la cara lo que han dicho a mi espalda como putas. Terminando de decir aquellas palabras, se levantó de su asiento con el claro propósito de abandonar el pequeño salón.
-¡Pero mire! Tenemos que analizar… Sisí le pasó por el lado.
-¿Me viste cara de comemierda? Reúne a las putas que escribieron ese papelito de mierda. Cruzando la puerta oyó a su espalda; ¡Oiga compañero! El coño de su madre, pensó Sisí.
Por mucho que insistió en un enfrentamiento con aquel núcleo de su brigada, nunca aquella demanda fue satisfecha y por la mente de Sisí pasaron muchas promesas oscuras si llegaba a perder su vivienda. Por fortuna pudo llegar hasta el final de la construcción de tres edificios, rodeado de todos aquellos autores de ese acto de cobardía. Luego de una repartición fraudulenta de los apartamentos donde el propio Burro Triste fue beneficiado, pudo finalmente mudarse con su familia y salir a navegar.
Dos años después de aquel incidente coincide Sisí con Burro Triste a bordo del buque Moncada. Sisí como Primer Oficial y Burro Triste como electricista, se encontraban en operaciones de carga en el puerto de Santiago de Cuba.
-Electricista, pase los contactores de los winches de la bodega nr.4 a la nr.5 a la hora del almuerzo de los estibadores. Le dijo secamente.
-¡Mire Primero! Yo creo que… Sisí giró sobre sus pasos.
-Usted no está aquí para creer nada, limítese a cumplir la orden que le he dado. Burro Triste se quedó petrificado al recibir aquella respuesta.
-¡Mire, el problema es que yo quería…
-Le repito la orden por última vez, cambie los contactores de los winches de la bodega nr.4 a la nr.5, Tienen que estar listos para el segundo turno. Abrió la puerta de acceso a la superestructura y lo dejó con la palabra en la boca.
Burro Triste tenía una familia bastante numerosa para los tiempos que se vivían, cuatro varones con la misma pinta de su rostro y una hembra de igual característica. Todos eran burritos tristes, pero muy diferentes a su padre. Muchachos estudiosos y muy respetuosos con los mayores, costumbre que se iba esfumando como la vida misma. La hembra era una señorita cuando se mudó para el edificio, nada bonita de cara, pero con ese cuerpo espectacular de nuestras mulatas. Su mujer era mayor de edad, puede decirse que contemporánea con el marido, pero de temperamentos diametralmente opuestos. Una mujer sumamente activa cuya figura dejaba rastros de una bella juventud, rápida en su andar e infatigable luchadora por sus hijos. Su exceso de dinamismo no le permitía el lujo de permanecer tranquila un solo segundo, sus deberes domésticos los realizaba con rapidez. Luego, podías encontrarla como una sombra en cualquier lugar, en la cola de la panadería, en la del pollo, en la pescadería, en las reuniones de la escuela, Federación de Mujeres, CDR, Poder Popular, y hasta vestida de miliciana para participar en las maniobras de las MTT junto a otros viejos cagalitrozos. Esa era la vida de la mujer de Burro Triste, toda la diversión para ella reservada por vivir al lado de un hombre en extremo aburrido. El tiempo restante de aquellas actividades cotidianas, ella lo invertía meticulosamente en penetrar las fronteras de las vidas de sus vecinos, era muy servicial, tanto, que cansaba verla desbaratando la privacidad de la gente.
El apartamento se convirtió muy pronto en una de esas cuarterías de La Habana Vieja, aún cuando era de tres cuartos, no era fácil dividir a la prole de cuatro varones y la hembra que comenzaba a necesitar privacidad entre dos cuartos. El espacio de la sala fue reducido prácticamente a la mitad con la adquisición de un ridículo bar, espacio utilizado sin razón en una casa donde nadie bebía. Se encontraba adornado con latas de CocaCola vacías que una vez llevara el Patriarca, y botellas de diferentes marcas de bebida rellenas de agua con café y otras de agua con bijol.
Sisí observaba a aquella activa y triste mujer en sus cortas permanencias en la isla, por mucho que se rompiera la cabeza, nunca encontró una explicación adecuada a ese fenómeno de convivencia entre dos seres tan distintos. Imaginaba el tiempo consumido por el viejo para hacerle una declaración de amor cuando la conquista, aquel lento y pesado hablar tartamudo, y aquella hermosa mulata esperando pacientemente a que llegara hasta el final, eso era algo inexplicable para él. Luego, no se lo imaginaba desnudándose con aquella pastosidad, media hora para desprenderse de la camisa, otra para los zapatos, media hora más para el pantalón, y veinte minutos para la ropa interior, toda una tortura para una mujer tan fogosa como ella. Tal vez, mientras el marido realizaba esa lentísima exhibición, ella lograba tres orgasmos, pensaba y se reía. Los espermatozoides tienen que ser lentos como él, porque de esa lentitud y tristeza son cada célula de su cuerpo, y aquellos seres microscópicos en aparente carrera detrás de los óvulos, y éstos sacándole la lengua mientras se desplazaban a altas velocidades, y los espermatozoides corriendo desesperadamente hasta consumir todas sus energías, y aquellos óvulos traviesos que le sonaban constantes trompetillas, y luego por lástima lo dejaban fecundar, Sisí se reía de sus ocurrencias.
-Hace falta que hables con tu hermano para que deje tranquila a mi hija. Le dijo un día Burro Triste a Sisí en su balcón, aquello lo molestó.
-¿Y yo qué carajo tengo que ver con eso?
-Es tu hermano, por eso te lo digo.
-Creo que te equivocaste de dirección, ni estoy para velarle el rabo a mi hermano, y menos para cuidarle el culito a tu hija, eso es asunto tuyo. Sisí sabía que ese momento estaría al llegar, su hermano se había hecho novio de la mulatica estando el viejo de viaje y se lo advirtió bien claro, aquellas relaciones no contarían con la aprobación de Burro Triste quien continuaba considerándolo gusano. Sin embargo y es un dato muy curioso, el hermano de Sisí era un joven integrado al proceso y ocupaba cargo dirigente en la empresa donde trabajaba. Aún así, debía pagar por los supuestos errores cometidos por Sisí durante la construcción de los edificios. Por suerte esas relaciones no trascendieron más allá de un simple capricho de jovencitos, pero, ¿y si de verdad llegaran a amarse?, se repetiría entonces la historia de Romeo y Julieta, solo que del lado del Caribe sería Romeo y la Burrita Triste.
Motonave Bahía de Cienfuegos.
Llegó el momento de la jubilación de Burro Triste, su andar era tan pesado como el de un tanque de guerra. La velocidad había sido reducida a un cuarto de su máxima potencia cuando joven y ya servía para menos, nunca sirvió para nada. A todos los que se iban a jubilar les daban un viaje de estímulo con su esposa, y Burro Triste cayó en otro barco donde Sisí era el Primer Oficial. Ya sabía de la pata que cojeaban ambos, y de lo que les esperaría en ese largo viaje alrededor del mundo. Todos los ofrecimientos que le hiciera la esposa por limpiarle el camarote y lavarle la ropa fueron rechazados por Sisí, él estaba convencido de que lo hacía de buena fe, pero su lengua era peligrosísima y no deseaba dejar cabos sueltos a su merced. Su sola presencia desbarataría toda la intimidad y tranquilidad que siempre necesitaba para concentrarse en su trabajo, pero ella era insistente cuando se proponía algo. Como no formaban parte de la tripulación, aquella inactividad impuesta durante varios meses la enfermaba, así un día, Sisí se la encontró pintando en la proa del barco junto a la marinería.
-Sisí, ¿por qué tú no eres militante del partido? Aquella pregunta lo tomó desprevenido.
-¿Por qué? Se detuvo a pensar una respuesta mientras ella con descuido o no, se inclinó sobre la parte del molinete que estaba pintando, y dejó a su vista aquellos senos ya marchitos como tulipanes sin agua a las doce del día.
-Creo que esa pregunta deberías hacérsela a tu marido.
-¿A mi marido?
-Sí, a tu marido, pregúntale cuál fue la acusación que me hizo cuando estábamos en la microbrigada.
-¡Qué mi marido te acusó cuando estaban en esa brigada! ¿Y no se acordó ese cabrón que fuiste tú el que lo salvó de una expulsión, y que ahora estuviéramos viviendo en la mierda en aquel solar de La Habana Vieja?
-Pues sí, por culpa de tu marido por poco pierdo yo mi apartamento y trabajo.
-Te lo juro que yo no sabía nada de esto, pero va a tener que oírme cuando vaya al camarote.
-¡Mira! Vive tu vida y deja que los demás hagan de la suya un bolero, para que estés tranquila, nunca me ha interesado pertenecer al partido.
-Pero mientras no seas militante nunca podrás llegar a Capitán, y por lo que he visto este es el trabajo que te gusta y disfrutas, la gente te respeta.
-¡Olvídalo, muchacha! No me interesa y ese es el precio que tengo que pagar por mi negativa, déjame así, yo soy feliz a mi manera. Sisí concluyó de esa forma aquella informal conversación, ella lo siguió con la vista mientras inspeccionaba la cubierta del Castillo de Proa.
En la medida que el viaje se alarga y escasean los cuentos de las aventuras vividas en el último puerto, en esa misma medida varía el carácter de los hombres de mar. Allí, donde finaliza una historia comienza la vida de los hombres, y eso era muy común en todos los barcos. Con los meses pasando se diferenciaban muy poco de cualquier vulgar solar, y los marinos se transformaban en comadres que compartían chismes de sus compañeros. Se trataba de gastar también ese tiempo de abstinencia sexual y aburrimiento, pero de una forma muy dañina. Hubo casos excepcionales en todos esos años, pero muy contados. Generalmente los barcos llegaban en “candela”, “encendidos”, en “llamas”, esos eran los epítetos recibidos y noticia que corría por toda la flota y a veces trascendía al personal de los puertos nacionales. Otra manera de gastar ese tiempo, y el más sano en mi opinión, lo fue siempre el dedicado a las “jodederas”, pero éstos últimos fueron escaseando.
Burro Triste probó el sabor de esas jodederas durante el viaje, muchas fueron las oportunidades en las que su mujer llegó hasta el camarote de Sisí a darle las quejas por anónimos recibidos. Los leía tratando de contener la risa, pero en el fondo sabía que si la vieja se ponía para el disparo de alguien le iban a pasar la cuenta, casos peores había visto en sus años de marino. Cuando una mujer embarcaba le encontraban miles de defectos estando en el puerto de salida, al pasar un mes esos defectos disminuían, al segundo mes se le encontraban ciertas virtudes, y a partir del tercer mes ya era considerada una mujer bella, no importaba si fuera la hija de Frankenstein, de que le pasaban la cuenta seguro que se la pasaban.
Uno de esos días y antes de arribar a Japón, Sisí se entera de que Burro Triste se encontraba enfermo, solo por cumplir con su servicial esposa pasó por el camarote a saludarlo y comprobó la poca diferencia existente con el apartamento donde vivían, varios jibilays cruzaban el camarote y en ellos se exhibían distintas piezas lavadas, hasta los blumers viejos de su mujer.
-¡Ven acá mi hermano! ¿Cuál es la enfermedad de Burro Triste? Le preguntó Sisí al enfermero cuando terminó la visita a la cuartería.
-¡Coño! ¿Pero tú no te has enterado? Respondió el enfermero con cierto asombro.
-No me he enterado y creo que debes informarme del estado de salud de los tripulantes y pasajeros.
-Disculpa, yo pensé que te lo había dicho.
-¿Cuál es la enfermedad? Porque yo lo veo hablando muy animado.
-Bueno, cuando te lo diga te vas a morir de la risa, él puede hablar todo lo que le de la gana y nunca sabrás de qué rayos padece, es que en realidad no es una enfermedad.
-¡Carajo, acaba de soltar! El tipo miró a Sisí fijamente a los ojos y no pudo contener la risa.
-Burro Triste tiene un huesito trabado en el culo. Sisí tampoco se pudo aguantar.
-¡Coño, no jodas! ¿Cómo es eso?
-¿Te acuerdas que los otros días dieron chuleta de puerco en la comida? Pues parece que este viejo es un glotón del carajo y se tragó un huesito que tiene ahora trabado en el culo.
-¿Y por qué no le metes el dedo o le dices a la mujer que le de espuelas?
-No quiero meterme en esa aventura y tengo miedo a dañarle algo, lo tengo a base de laxantes hasta que lleguemos a puerto o lo suelte solo.
-Te lo juro por mi madre que éste es el primer caso del que tengo conocimiento en toda la historia de la marina. Por suerte mañana recalamos a Tokio, pero te imaginas que fuera navegando para Cuba y tener que hacer una recalada forzosa a Hawai por un huesito clavado en el culo de ese viejo. La bola de aquel huesito fue la merienda de todo el viaje y en los anónimos recibidos por la esposa se hacía constante mención de ello.
Burro Triste se retiró definitivamente de la marina y posteriormente permutó el apartamento por una casa aún sin terminar. Un día pasé por allí y vivían rodeados de gallinas y otros animales con los que se buscaban un poco la vida. La hija se había casado y su cuerpo de mulata se había desarrollado como el de cualquier rosa al abrirse. Los hijos se convertían cada día en otros burritos tristes, ya tenían problema con un vecino y lo llevaron a los tribunales.
Su andar era aún más lento, oírlo hablar de sus matas de plátano desesperaba. En la sala, la misma extravagante exposición de aquellas fotos amarillentas, cuadros con diplomas y medallas de combates que tal vez nunca existieran. Hoy se debe sentar frente a todos esos trofeos y pensará en aquel poema de Guillén, repetirá hasta el cansancio con la lentitud que nunca abandonara, ¿tengo?
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2004-02-05
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