EL MUSIQUITO
Compartiendo con unos oficiales vietnamitas en Wismark-RDA, Musiquito detrás de mi.
Es ese tipo de cubano que en la primera observación te conduce a una clasificación errónea de su origen, solo necesita una boina negra y un par de alpargatas para que inmediatamente te surja en la boca la palabra “gallego”. De una piel anormalmente blanca para nuestra latitud y decorada con una cantidad indeterminada de pecas, el más experto puede equivocarse cuando trata de descubrir o adivinar su nacionalidad. Ha sucedido conmigo en esta provincia canadiense, mucho más con el paso del tiempo y ese hábito inculcado por obligatoriedad a pronunciar correctamente la “R”. Ya no digo “cagbón” o pogqué”, me siento un poco más humano en el uso de nuestra lengua materna. Cuando hablo correctamente, los que son de este continente y son conocidos como “latinos”, no creen que soy cubano. Si no pronunciara tan mal el francés, los quebecois me considerarían de los suyos. ¡Claro!, solo por las apariencias físicas, pensamos diferentes.
Musiquito es de esos pocos cubanos que no pueden tomar tranquilamente un relajante baño de sol, bueno, hablo de aquellos tiempos donde no habían jodido la capa de ozono. Hoy tienes que ponerte mil mierdas en el cuerpo para protegerte y en el caso cubano se complican las cosas. Tienes que elegir, ¿crema para evitar los rayos ultravioletas o un par de tenis para el niño? ¿Crema para cuidarte de esos putos rayos o dos blumers para tu hija que ya es señorita? No hay opciones, no puedes mandar al niño a la escuela con los pies embarrados de crema y en el caso de la niña se complica un poco más. Si le pones crema en el toto le facilitaría el trabajo al cabrón que le está cazando la pelea. ¡Es mejor no tomar baños de sol! Total, ¿de qué coño me sirven? Muy sabia conclusión, puedes achicharrarte en una cola. Musiquito es de esa gente que al tomar el sol se ponen rojos como los camarones cuando los estás cocinando, eso no le sucede a todos los blancos, solo a los que son medio “gallegos” como él.
Siempre fue muy creyente, no como en el caso de un cuñado recién llegado de la isla. Éste era tremendo jodedor desde la infancia, ¿y qué creen ustedes? Llega a Montreal de visita, pasa la frontera de EE.UU y se acoge a la ley de ajuste cubano. Continúa su peregrinación hasta Miami, indudable Meca de los cubanos. ¿Y saben qué? A los tres días se abre una página en Facebook y la inaugura con unos posts de música cristiana.
-¡Asere! ¿Qué le pasó a tu hermano? Le pregunté a otro de mis cuñados que anda de visita por acá.
-¿Le pasó de qué? ¿Le ha sucedido algo?
-Bueno, que yo sepa, no. Pero acaba de sorprenderme con dos o tres mensajes religiosos en Facebook, ¿desde cuándo es creyente?
-¡Ahh! ¿Era eso? No le hagas caso, eso depende de la última jeva que se eche?
-¿Cómo es eso?
-¿Te acuerdas que la anterior era panadera?
-¡Síiii!
-Pues él era el mayor traficante de pan que existió en toda La Habana.
-¿Y ahora?
-¡Nada! Acaba de dejar allá a una mujer que es evangélica.
-¡No jodas! Entonces andaba envuelto en el tráfico de “oraciones”.
-¡Ay, muchacho! ¿No te contó del milagro de los empastes de muelas?
-¿Hasta Cuba llegó ese truco? ¡No jodas, eso es viejo! ¿Y el que usa prótesis?
-No sé si Cristo le devuelva los dientes.
-¡Deja, deja que pase un tiempo y conozca a los pastores del lado de acá! Buenos carros, excelentes casas, tremendas jevas, exquisita vida sin pinchar y viviendo del cuento. Los hay buenos, claro que sí, solo que yo no los conozco. Vamos a ver si cuando tenga que pulirla de verdad en una factoría para ganarse unos varos, él va a ir de comemierda a darle el diezmo a esos cabrones, no te digo nada, solo esperemos.
Musiquito era tan ingenuo que creía todo lo que le decían, ya comenté que un viaje lo agarramos para matar el aburrimiento de un mes atracados en un puerto tunecino y le dijimos que Ofelia estaba puesto pa’su calavera. También escribí la historia de ella, les conté que fue en misión internacionalista a Angola y me contó, no solo lo hizo, le creí incondicionalmente, había regresado señorita de aquella aventura. ¡Oye! Regresar con el culo sano de Angola era digno de una medalla especial. El apetito de las fieras cubanas en aquel país es similar a la experimentada por los marinos, al menos en los barcos cubanos donde la paga no daba para mucho y las revistas pornográficas era causas de prisión.
Nada de eso era necesario aplicar a la triste imagen del Musiquito, creo que fue muy afortunado al encontrar mujer para casarse. Sí, era casado según me contaron, pero fuera de las fronteras de su hogar nunca encontró nada, ni a la más desafortunada o desdichadas de las mujeres que habitan este mundo. O sea, sus problemas personales tenía que resolverlos con la ayuda de manuela. Un golpe de suerte como el presentado en el caso de Ofelia, pudo muy bien considerarlo un regalo divino. Mirando con buenos ojos aquella situación ahora que han pasado más de veinte años, reflexionando con tranquilidad, hay que buscarle el lado positivo a una supuesta relación con Ofelia. Ella tenía un tic nervioso en la cabeza que la movía en diferentes direcciones, eso pudo haber sido aprovechado muy bien aunque su figura no fuera del todo agradable.
Ese día Musiquito se bañaba y vestía los mejores trapos, por supuesto, el último uniforme comprado en la tienda de la marina, muy bien planchado. Se aplicaba una capa gruesa de grasa sólida, cuando aquello no existía ese gel que usan tanto hombres como mujeres. Los efectos visuales eran parecidos, solo que aquella grasa, usada comúnmente por las negras para pasarse el criminal, se derretía con facilidad bajo el sol abrazador de la isla. Hasta yo lo usé cuando era joven y hoy me pregunto ¿para qué? Si estabas obligado a usar gorra la embarraba totalmente y no quieran imaginar sus huellas en el cuello de las camisas. Fue a partir de ese día que encontramos a musiquito más elegante que nunca y ahora, muy entusiasmado por quienes le daban cranque como a los automóviles antiguos en su arranque, se dejaba arrastrar por cualquier tipo de consejo.
Una de esas aburridas tardes en aquel puerto tunecino, alguien le aconsejó enviarle cartas a Ofelia. Musiquito carecía de imaginación para redactar un telegrama y allí, entre todos, le íbamos dictando el contenido de aquella misiva amorosa que él, con su propia letra, iba redactando para luego, obedeciendo nuestros consejos, la depositara en horas de la noche por debajo del marco de la puerta de Ofelia.
La reacción no se hizo esperar, el rostro de felicidad de Ofelia era indescriptible, no digo yo, llegar hasta su edad señorita y encontrar en su camino un pene suicida dispuesto a desflorarla con palabras amorosas, era algo muy serio a tener en cuenta en esos tiempos de cólera donde el romanticismo estaba condenado a muerte. Se levantó a desayunar muy radiante y primorosa, creo haya agotado sus escasas reservas de colorete. Solo que su exagerado movimiento de cabeza, delataba un estado de nerviosismo fuera de lo normal. Por su parte, Musiquito comenzó a preocuparse aún más de su imagen. Aquella enmarañada cabellera de su desautorizada melena, mostraron desde entonces los surcos que dejan tras de sí el paso de los dientes de un peine. Hablaba muy enredado y se le entendía mucho menos que en su estado normal, no atinaba a satisfacer el pedido de cualquier oficial y los platos le temblaban en las manos como si fuera víctima de un movimiento telúrico. No había espacio a las dudas para los más expertos en estas situaciones, musiquito se encontraba enamorado y bajo los efectos de esa terrible droga, su servicio era una mierda. Como todos lo comprendíamos, así mismo lo perdonábamos.
Aunque Ofelia era fea, feísima, su aspecto exterior no le había afectado el cerebro, no era boba tampoco. Sus miradas estuvieron dirigidas a cada rostro de la oficialidad en el comedor y nunca se detuvo en la triste figura de Musiquito por mucho que él insistía en llamar su atención. Los días fueron pasando en aquel aburrido puerto y el Musiquito fue perdiendo el interés en aquella conquista. También cometimos un fallo, nunca agregamos en las cartas un lugar donde ella pudiera dirigir sus respuestas. Muy bien pudo ser una estación de incendio, cualquier armario del pantry de oficiales, pañoles interiores, etc. Cuando la llama de ese amor desesperado se fue apagando, llegó el momento de nuestra partida al norte de Europa y nadie tuvo interés en continuar.
Motonave "Bahía de Cienfuegos", escenario de esta historia.
De Túnez fuimos a un puerto de la antigua RDA y de allí partimos a rellenar en Polonia. Allí embarcó una joven polaca que iba al encuentro de su marido en Cuba, la acompañaba su hijito de solo unos meses. Aquella muchachita era preciosa, una copia al carbón de la actriz Marina Vlady, toda una diosa expuesta ante los ojos y mentes morbosas de una terrible tripulación. La ubiqué en lo que sería el camarote del comisario político, justo al lado del mío. Por su juventud y belleza, consideré erróneamente fuera una pieza al alcance de mis deseos.
Como el comedor de oficiales tenía ocupada todas sus plazas, ella y el niño debían bajar a comer en los horarios que lo hacía el personal de guardia. En horas de la tarde yo bajaba como de costumbre a las cinco y media, pasaba por su camarote y llevaba al niño en mis brazos, fueron días de una terrible marejada que no desapareció hasta vencer al Golfo de Vizcaya. Desde el mismo día de la salida, el Tercer Oficial me dijo que había tenido relaciones sexuales con ella y eso provocó que mis contactos diarios con la polaquita fueran totalmente inocentes, hasta un día. Esa tarde que bajé por ella, me pidió le bajara el zipper del vestido y sin previo aviso quedó desnuda ante mí. Me puse tan nervioso que solo atiné a sentarme y pedirle que se vistiera. Luego de comer apareció en el puente cuando la tripulación se encontraba en los comedores y allí, junto al radar, hicimos por primera vez el amor.
Cuando el Tercer Oficial me relevó en la guardia no le conté nada de lo sucedido, solo deseaba que fueran las ocho de la noche para ir hasta su camarote y hacer las cosas como Dios manda. Nos tiramos en el piso y cuando me dispuse a explorar sus senos, descubrí un morado chupón en la teta izquierda.
-¡Fíjate lo que te voy a decir! El Tercer Oficial ya había terminado de recibir la guardia a las ocho de la mañana y pensó que se trataría de algo relacionado con el curso del buque, era lo normal. –¡Anoche me templé a la polaquita! Abrió los ojos con algo de espanto, como esperando se tratara de otra de mis jodederas. –¡Como lo oyes! No voy a darte lujos de detalles, solo te lo digo para que nos pongamos de acuerdo en el horario que entremos al camarote. Ella me ha pedido absoluto silencio y considero que debe ser así. Tú no debes sufrir, eres casado como yo y podemos ir gozando desde aquí hasta La Habana. No decía nada, desconfiaba, sabía de todas las maldades que se producían en aquel buque y pensó que le estaría tomando el pelo. -¡Otra cosa! Quédate con la teta izquierda y y déjame la derecha, le dejaste tremendo chupón. Al escuchar aquel detalle despertó y pudo comprender que no le mentía. Nos pusimos de acuerdo.
Mientras esto ocurría la tripulación se hallaba alborotada con la presencia de aquella muchachita, mucho más cuando mejoraron las temperaturas y ella subía a la cubierta del Magistral a tomar baños de sol. Todos inventaban una excusa para trabajar cerca del área y no fueron pocos los sorprendidos subiendo por la escalera en esa dirección. Aquel colorcito medio dorado que iba adquiriendo la transformaba en una presa muy apetitosa para el hambre de aquella jauría. Los jodedores sin esperanzas de llegar a su trono, comenzaron a diseñar otra de sus maldades para continuar divirtiéndose y ¿quién mejor que el musiquito para esa aventura?
Comenzaron a comerle el cerebro para hacerle creer que la polaquita estaba puesta pa’su cartón y la reacción no se hizo esperar, duplicó todas las medidas adoptadas cuando su romance con Ofelia. El Tercer Oficial ya le había confeccionado unas charreteras que tenían un tenedor y una cuchara cruzadas, además de cuatro rayas como las del Capitán y J’ de Máquinas. Yo debía llamarlo por el intercomunicador cuando todos estuvieran comiendo y solicitar al Capitán de Salón Musiquito que llamara al puente. Cuando respondía solo debía darle ánimos y decirle que la jeva estaba puesta pa’él. Siempre lamento no haber estado presente en el comedor esas tardes tan divertidas. La mayor parte de las veces, la polaquita se quedaba en el salón de oficiales con el niño mientras el personal comía, estaba contiguo al comedor y era abierto. Musiquito subía su grabadora doble casetera y ponía música romántica, casi siempre la que pasaban por el programa “Nocturno” en los años 70.
No conformes, los jodedores le dijeron que a la polaquita no le gustaba su enmarañada melena y al día siguiente lo pelaron. Allí fue cuando se puso buena la cosa, Musiquito parecía un Chevy con las puertas abiertas, comprendimos cuál era la razón de aquella melena mal vista en el seno de la marina mercante. ¡Coño, qué feo era! Metía miedo al susto y hasta llegué a sentir pena por él. Sin embargo, era muy feliz. En medio de aquel inesperado y secreto romance, Ofelia experimento uno de los celos más amargos que haya visto en vida. Olvidada por la presencia de aquella divina polaquita, todos sus comentarios reflejaban la envidia que sentía por ella y su tic nervioso se aceleró al extremo que estuvimos a punto de utilizarla como ventilador en el comedor. Los movimientos de cabezas eran violentos y rápidos, los que provocaron en diferentes oportunidades que los alimentos de su tenedor cayeran fuera del plato.
Hubo una situación inesperada que escapó a los cálculos de aquellos expertos jodedores, el Segundo Oficial, un individuo tan loco como el Musiquito, se enamoró de la polaquita y comenzó a asistir al comedor uniformado y luciendo sus charreteras. Una especie de duelo sordo se produjo entre ambos y el musiquito comenzó a verter opiniones sobre aquella extraña reacción del oficial. No existían dudas, había sido mordido por los celos.
Cuando todos se retiraban a sus camarotes, Musiquito y el Segundo Oficial llegaban hasta el de la polaquita utilizando cualquier tipo de justificación. Se sentaban uno frente al otro debidamente uniformados hasta que ella me tocaba la puerta y pedía de favor sacara a ese par de locos de allí.
-Compañeros, dice la polaquita que la visita es muy agradable, pero necesita acostarse y dormir al niño. Nunca ofrecieron resistencia o se pusieron pesados, militarmente se levantaban y no dejaba de observarlos hasta que desaparecían por la puerta de la cubierta inferior. Yo miraba el reloj y casi siempre me dejaban una hora y media o dos para hacer lo mío.
-¿Yo soy caliente? Preguntaba cuando terminábamos de hacer el amor, esa pregunta la repetía siempre, fuera de tarde o noche.
-¡Claro, mi amor! Eres muy caliente. Le decía para satisfacer su curiosidad, aunque un día estuve a punto de decirle: ¡No jodas! Después de siete palos echados este día ¿vas a preguntar eso?
Musiquito era muy servicial, no sabía decir que no. Una tarde, la pasajera le pidió que le diera una vuelta al niño por el buque y entró a mi camarote. Pocos minutos después sentimos el llanto de aquella criatura y el toque continuo de Musiquito en su puerta. Nada de eso la conmovió y solo se detuvo cuando hubo terminado su faena. ¿Yo soy caliente? Preguntó y luego de la esperada respuesta se marchó.
La familia de musiquito no lo reconoció cuando el buque se desplazaba por el canal de entrada a la bahía esa mañana, le gritaban y él respondía. Ellos continuaban gritando solicitando su presencia, él respondía sin que lograran identificarlo. Así ocurrió durante ese corto trayecto casi siempre corrido por niños y esposas por el malecón, hasta que el buque les ganó en velocidad y fueron quedando atrás.
Muchos de los nuevos tripulantes pensaron que su apodo correspondía a conocimientos en música y estaban equivocados. Musiquito no tocaba nada, ni nalgas, era zurdo totalmente. Tampoco cantaba, su voz era desgarradora y cuando hablaba alto se transformaba en dolorosos quejidos. Aquel apodo debió tener su origen en ese vicio siempre latente en él por escuchar música, podías verlo donde quiera cargando aquella enorme grabadora de doble casetera. Unas veces se sentaba en las bitas de la popa para disfrutar la misma música que repetía día tras días en las largas navegaciones. No conforme, cargaba con ella en sus visitas a la empresa cuando debía realizar algún trámite.
La última vez que lo vi, coincidimos en unos de los mercados de Alamar. Andaba con su flamante bicicleta y la grabadora que me resultara tan familiar amarrada a la parrilla. Ya le había crecido el pelo y su enmarañada melena le ocultaba aquellas molestas orejas. Era un tipo muy simpático, noble y trabajador, sin complejos. Esa vez lo encontré muy colorado, no usaba esas cremas que existen hoy para protegerte de los rayos ultravioletas.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2012-10-12
xxxxxxxxxx
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