miércoles, 20 de marzo de 2024

¡MARINERO, SUBE AL PALO! Singladura Nr.11



¡MARINERO, SUBE AL PALO!

Singladura Nr.11




"Marinero sube al palo

a ver si divisas velas.

Creo que por allá afuera

viene entrando un pailebote...

¡Anda, alístate los botes

prepara el cañón de alante

que si ese es barco mercante” ...

 

¡Ah, memorias del pirata! Pero esta otra es de una rata.

 

"El hombre marinero

no se debe casar

porque al pasar el agua

lo pueden engañar” ...

 

Y sí, eso pasa. Yo sé de un caso.

 

Galíndez era un buen marinero y un joven con aspiraciones académicas y toda una vida por delante. De matrimonio ni pensaba. Pero ese Cupido es un tipo al tiempo encantador y traicionero o al menos, es el que empieza siempre la película... Y esta fue la de Galíndez.

 

Esa embrujadora urbe que nadie comprende mientras que contiene un universo aparte para sus amigos, que es New York, le puso en su camino a una bella, culta e inteligente mujer. Fácil y rápida la vida los depositó en un pequeño, pero "cozy" y acogedor rinconcito de la vida en el corazón mismo de esa bulliciosa Isla de Manhattan. ¡Qué pasión! ¡Cuánto amor derrocharon durante sus días y noches en puerto!

 

Creció un amor que a los dos años era mil veces más poderoso que las maquinarias del Titanic. Fiestas, alegrías, diversiones compartidas, nada era suficiente para el placer de estos dos seres flechados por Cupido. Se casaron al fin.

 

-¡Deja los barcos, querido! Juntos haremos tu carrera y nuestro idilio.

 

-Mañana dejaré los barcos, querida, pero antes debo ahorrar suficiente dinero para poder estudiar una carrera. Tengamos un poquito de paciencia.

 

-¿Cuánto tiempo?

 

-Dos años.

 

-¿Dos nada más?, ¡eh!

 

La vida a bordo de un buque tanque petrolero de la Gulf Oil Corporation en cierto modo era bastante satisfactoria. Bien pagado, buena alimentación, viajes de 9 a 11 días de Filadelfia a Venezuela constantemente y viceversa. Un par de horas en el tren y a los brazos de su amada, era por esos tiempos la vida de Galíndez. Mientras tanto, ella trabajaba y estudiaba, hubo un bonito amor entre ellos dos. Muchas amistades se fueron sumando a esta pareja dadas sus relaciones con periodistas, comerciantes y diplomáticos de los países de los dos amantes y otros que se reunían a su alrededor. New York es un imán descarriado del resto del mundo, solo que más hermoso, más intenso, más cálido que un verano tropical si logra uno penetrar su coraza de hierro y ladrillos.

 

Morton era un joven judío hijo de uno de los más afortunados joyeros menores del inmenso mercado del reloj y el diamante.

 

Galíndez y Morton se conocieron y trabaron amistad y ella se pegó de pronto porque Morton estudiaba en Columbia como ella, el grupo era bastante grande. La confianza mutua abundaba aquí entre hijos de varios distintos continentes. Nada de celos, de desplantes y de escenas, todo y todos reflejaban alegría. Y el tiempo avanza mientras tanto, año y medio más o menos.

 

Un domingo como a las once de la mañana, las ventanas del apartamento abiertas para que el sol bañara con sus bendiciones ese rinconcito-nido, entre Galíndez y su adorada esposa tendían la cama. Y sucedió que allí, donde nunca hubo en la mente de él, buen marinero, la más leve sombra de celos ni de dudas, dice ella mientras entre los dos estiraban una blanca sábana; -No me has preguntado por Morton...

 

-Bueno, no te he preguntado tampoco por Josephine, Wanda, Phillip, Sarah, ni nadie. Es que cuando estoy contigo no puedo pensar en nadie más.

 

-¡Embrujador!... -Bueno, déjame que te cuente...

 

-¡Cuenta!

 

-Yo estaba tal día así, como ahora contigo tendiendo la cama, entró Morton y agarró la sábana, así como tú la tienes agarrada ahora y, ¿qué tú crees que me dijo?

 

-Probablemente que esa sábana olía bien.

 

-¡Hum, si supieras tú! Me dijo que porque no nos acostábamos él yo ahí mismo.

 

-¿Y?

 

-Eso es para que veas que Morton no es tu amigo como él te dice.

 

-¡Ya veo!

 

-...Por eso no lo ves, lo eché de aquí.

 

-¡Alright!...

 

Ante tal desinterés de su marido la bella mujer dejó el tema y cambió a seguir con las actividades conjuntas de ordenar todo en el apartamento... y el mundo siguió girando.

 

Allá como pasada la medianoche, mientras salían del teatro y se dirigían hacia el bar a tomarse unas copas de pasada. Como aquel a quien poco le importa una cosa, riéndose Galíndez le suelta una preguntita tonta a su bella mujercita.

 

-Oye, querida y si a ti te hubiera gustado la idea, o tentado el deseo también ¿te hubieras acostado con Morton y me lo hubieras contado?...

 

-¡Loco! Mira con las que sale este hombre ahora... ¿cómo puedes dudar de mí de este modo, si soy tan honesta que no teniendo que hacerlo te lo he contado?... quita, no te me arrimes, ya me ofendiste.

 

-¡Vaya, chatita, ¿no ves que me río? Ven Acércate y vamos a reírnos un poco. Un par de Manhattans arreglan todas las penas.

 

-Yo no quiero Manhattan, yo quiero un vinito argentino, que aquí los tienen muy buenos.

 

-Bien, tú bebes tu argentinito y yo mi Manhattan.

Y bebieron, y bebieron, y Galíndez siguió queriendo beber más hasta hacerla vomitarse de tanto vinito argentino.

 

Nunca ella había pasado por ese trance, de modo que medio se destruyó en un par de horas y se fueron a casa.

 

Dos o tres días le duró la borrachera y el barco debía zarpar. Galíndez se despidió de su adorada mujercita sin haberla tocado durante los tres días que le duró el vinito. Ese era el precio que ella no esperaba pagar, su primera borrachera. Galíndez partió para su próximo viaje a Venezuela y se hospedó en un hotel del Bajo Manhattan, dos días.

 

Al segundo día a eso de las diez de la mañana, Galíndez fue a su apartamento. Fue al baño y encontró dos jabones distintos, tres cepillos dentales, no dos. Llamó a un cerrajero y le hizo cambiar el cerrojo a la puerta, depositó jabón, toalla, dentífrico y cepillo en una bolsita, lo colgó de la parte exterior de la puerta del apartamento, recogió su ropa y se marchó para siempre.

 

¿Por qué? ¿Vale la pena hacer otra cosa? ¡Bah!

 

Galíndez tenía la cabeza bien puesta. ¿Por qué me contó esa historia? ¿Era eso lo que ella estaba pensando, o Morton la sorprendió y ella trató deshacerse de su amistad para que no pudiera ver a Galíndez y hablárselo? Ella misma vendió su caso. Y si error de conclusiones hubieran sido los pensamientos del joven marinero, donde viven dos personas no se mojan tres cepillos. ¿Hacen falta más pruebas?

 

Pasaron varios años y un día la suerte puso a Galíndez en un coche del tren subterráneo de New York, donde viajaban su adorada exesposa. El argentino, que por aquellos tiempos andaba por Manhattan y las artes, y dos bellas niñitas sostenidas entre los dos. Y como personas civilizadas se saludaron todos, se dieron las manos, ella trató de besar a Galíndez, pero este la rechazó mientras le decía: ¡Vaya, vete que te ha ido bien con el vinito argentino!

 

-¡Ah, sí a ella le fascina nuestro vino!...

 

-Ya lo veo, ¡y por partida doble! Y siguió riendo Galíndez.

 

-Por eso, hay que seguir cantando con nuestros colegas machazos de películas...

 

"El hombre marinero

no se debe casar

porque al pasar el agua

lo pueden engañar” ...

 

 

 

 

Gilberto Rodríguez

Miami-Fla..USA

 2010-04-30

 

 

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