domingo, 25 de septiembre de 2022

EL QUITAMIEDOS



 

EL QUITAMIEDOS




No es que corrieran tiempos dominados por machos alfa, tal vez lo fueron y no nos dimos cuenta. Fue una época de verdaderos marinos, yo los veía como corsarios, piratas, bucaneros, contrabandistas. Gente ruda y curtida por el salitre, cocinados por el sol, algo empercudidos si se quiere por el racionamiento del agua. ¡Nosotros, no! Éramos unas pequeñas maquetas de lo que era un verdadero marino, llegamos algo debiluchos también, nada casual o accidental, fuimos el reflejo de una libreta de racionamiento que funcionaba muy bien.

 

La primera vez que subí a un barco fue a uno de aquellos viejos vapores que sobrevivieron a la II Guerra Mundial y aun se encontraban activos en la marina mercante cubana. El “Bahía de Tánamo” se prestó para bautizarme, se encontraba atracado en uno de los muelles Sierra Maestra. Los primeros temores nacieron mientras subía por su vieja y tambaleante escala real. Luego, esos miedos aumentaron mientras nos dirigíamos al pañol de proa, éramos tres chamacos. Andar por debajo de las lingadas de sacos estibadas con exacta geometría y las llamadas de atención gritadas por los amanteros para alertarnos del peligro, esquivar los beams y cuarteles regados por la cubierta. No escuchar sus avisos por el ruido infernal de aquellas maquinillas de vapor, fue una de las peores experiencias que pueda sufrir un recién estrenado aspirante a convertirse en un hombre como aquellos.

 

Todo el escenario nos resultaba algo surrealista, tanto en el exterior, como en el caluroso interior de su superestructura. Viajábamos sin desearlo hasta los años cuarenta cargados de fantasías y perseguidos por submarinos nazis. Por los pasillos corrían tuberías de vapor forradas con amianto, algunas goteaban. Cada día de contacto con aquel museo flotante nos familiarizaba mas con sus olores, óxido y casco remachado. Mientras los trabajos se desarrollaban en cubierta podíamos respirar tranquilos, calma rota cuando nos mandaron a bajar hasta una guindola para darle mantenimiento al casco. No podíamos negarnos, estábamos a prueba y cualquier informe negativo era determinante en el propósito que perseguíamos, nuestro sueño de ser como ellos, verdaderos marinos.

 

Rodamos por varios barcos viejos mientras nos investigaban, tormento que vivimos los que no pertenecíamos a nada, tiempo que se extendió por meses. Así un día, el ambiente realizó un giro de ciento ochenta grados y nos sacó de aquellas viejas naves con sus cascos preñados de ronchas. El buque “Sierra Maestra” se conservaba en muy buen estado, no era tan viejo y lo cuidaban como la joyita de la corona, hablo del buque insignia de la flota. Su contramaestre era el viejo Otón Basulto, andaría por los cincuenta y tantos, mucho mayor que nosotros, un temba. Era de trato agradable y años después navegué con él a bordo del buque “Habana”, continuaba siendo Contramaestre y yo Timonel.

 

Motonave "Sierra Maestra"


-¡Sígueme! Ordenó sin que mediaran explicaciones, hablo de tiempos donde se obedecía al jefe inmediato. Marchaba delante de mí con una latica de minio, una brocha y un jibilay adujado sin la piña, yo lo seguía cargando una piqueta, una rasqueta y un cepillo de alambres que me entregó el pañolero. Lo seguí por toda la cubierta y me pidió que subiera a la torreta numero tres. -Ahora subes hasta la cruceta de los mástiles y comienza a darle mantenimiento a todo lo que veas con óxido. Fue muy parco al hablar, no se necesitaba ir a la universidad para comprenderlo. Lo miré y luego desvié la vista hacia la escala soldada al mástil.

 

-¡Mire, Contramaestre! El asunto es que yo nunca…

 

-¡Me interesa tres pitos si nunca has subido a un palo! No me dejó explicarle el buenazo de este cabrón, estoy convencido de que ya había escuchado lo que yo trataría de decirle para evadir aquella tarea. -¡Sube, yo pedí marineros para trabajar en el barco, no solicité maricones! ¡Ño! Creo que sentí vergüenza al escuchar aquellas palabras y no tenía vuelta atrás. Tomé el jibilay y me lo pasé por el brazo hasta el hombro, comencé mi ascenso. Siempre traté de recordar las palabras de los viejos marinos; “Cuando estés subiendo un palo nunca mires hacia abajo, concéntrate en lo que haces y no sueltes una mano hasta tener la otra agarrada. La primera vez te resultará muy peligrosa porque estas dominado por el miedo, una vez que puedas vencerlo, todo te resultará muy fácil”. Tuve deseos de cagarme en la madre de Basulto aquel día, sin embargo, un tiempo después lo comprendí, me estaba formando como un verdadero hombre de mar.

 

Cuando llegué a la cruceta de aquellos palos miré hacia abajo y sentí que la manga (ancho del barco) había disminuido, yo me encontraba por encima del techo de aquel espigón. Trabajé aquella mañana y luego en la tarde midiendo todos mis movimientos. Bajar me tomó el doble de tiempo que el ascenso, pero repetidas esas operaciones, gané mucho de confianza y seguridad, comencé a sentir orgullo por lo que hacia y luego lo contaría a mis amigos en el barrio de Juanelo. Ellos viajaban con su imaginación hasta los barcos piratas, yo solo les regalaba un poco de fantasía.

 

Siendo timonel y luego pañolero, aquellos viajes hasta las perillas de aquellos mástiles se repetirían en mi trayectoria. Lo hice desafiando la muerte, como mucha de nuestra gente, quizás por negligencia, estupidez, alardes o, simplemente por la ausencia de regulaciones de seguridad laboral en nuestro campo. ¡Vaya usted a saber cuales fueron las causas de aquella actitud temeraria! Durante varios años subí a dar mantenimiento a los mástiles y motones localizados a esas alturas sin usar cinturones de seguridad y sin que el ascenso a esos mástiles contase con “quitamiedos”, no existían porque nuestra profesión solo era apta para “machos alfa”.

 

Todo marchó bien hasta un día, el día en el cual Ventura, uno de aquellos muchachos que me acompañó en ese recorrido por barcos de vapor y el “Sierra Maestra”, cayera desde la cruceta de un mástil y quedara vivo. Creo que el accidente ocurrió estando su barco atracado en Barcelona, si me matan no puedo recordar el nombre de la nave. Cuando uno cae de un mástil lo hace sobre acero, maquinillas, etc. Sobrevivir a esa caída puede considerarse un verdadero milagro, y creo, esa remota posibilidad solo puede encontrarse entre uno de millones de casos similares. Ventura estuvo ingresado varios meses en Barcelona, le tuvieron que reconstruir la cabeza con piezas de platino. Gran problema para una persona que vive en los trópicos, cuando la temperatura era alta, se le recalentaba el coco y la vida le resultaba algo desagradable con los dolores de cabeza. Desde el conocimiento de ese accidente yo comencé a utilizar cinturones de seguridad.

 

Años después fueron desapareciendo los buques con mástiles, los sustituyeron por naves dotadas de grúas, algunas de las cuales gozaban de gran altura, como las de los buques modelo “San Mamés”, las escalas para ascender hasta sus cabinas estaban protegidas por “quitamiedos”. Incluso, algunos de los últimos buques construidos con puntales como medios de carga, llegaron con los “quitamiedos” protegiendo sus escalas de ascenso. La gente podía ascender más segura, pero, moría de paso, una época de machos alfa, piratas, cosarios o bucaneros en los barcos.

 

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2022-09-25

 

 

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