Ya saben ustedes de la pata que cojean los compañeros
del Pan Con Croqueta (PCC), siempre inventando algo, “luchando”, como dicen en
el patio, solo que lo hacen con un estilo muy particular. Lo de ellos es vivir
y poco importan los trucos a los que deban acudir, pero desgraciadamente no
dejan vivir a los demás.
Así un día, durante uno de esos tantos viajes a
Rotterdam, nos visitaron dos individuos que se identificaron como dirigenticos
portuarios. Como para no perder la costumbre o actuando por reflejo
condicionado, llegaron al barco a la hora del almuerzo. Parece que estaban
recién llegados y no habían chocado de frente con la pacotilla, era fácil
identificarlos por la ropa que vestían, la misma que vendían en la tienda J
Valles, la misma que ustedes conocen desde hace millones de años. Hablo de la tienda
que se dedicaba a venderle cuatro trapos a los nuevos matrimonios y a la gente
que viajaba al extranjero. ¿Se acuerdan? Hablo de esa época donde exigían
vestir de traje para la fotografía del pasaporte. Uno de ellos vestía un traje
de muselina china pasado de moda y con la corbata estrangulándole la yugular.
El otro era más modesto y callado, se conformó con presentarse vistiendo una de
aquellas camisas marca Yurumí que perteneció al uniforme de miles de cubanos.
El de cuello y corbata hablaba sin parar, lo hacía con un español herido con
faltas de ortografía, como lo hacemos nosotros cuando estamos en grupo,
bromeando o peleando.
-¿Y ustedes, qué hacen por aquí? Les preguntó un
maquinista con toda la malicia del mundo, ya sabíamos por dónde venían los
disparos.
-¿Nosotros? Nos enviaron a este puerto para adquirir
experiencia. Respondió el del traje sabiendo del contenido venenoso de aquella
pregunta.
-¿Así como así? ¿A buscar experiencia a capella, sin
intérpretes ni guías? Le sonó otro tripulante desde una mesa del comedor distante
a la de los visitantes.
-¡Así mismo, camarada! Solos, sin traductores o guías,
la revolución no tiene dinero para estos menesteres por culpa del bloqueo
norteamericano. Esta vez respondió a la defensiva en franca desventaja.
-¿Manolo, viste eso? Le cambiaron el nombre a Paco,
ahora se llama experiencia. El comedor estalló en risas y el Capitán solicitó
un poco de orden, se impuso el acostumbrado silencio y todos fuimos tomando
nuestros acostumbrados rumbos. Algo era cierto, aquel dúo de cara de guantes
había viajado hasta Holanda en busca de pacotilla. Okey, la defensa es
permitida, pero en el caso cubano no hay reciprocidad, esta gente no dejan
vivir a los demás. ¿No hubiera sido más económico proyectarles un documental
sobre las operaciones portuarias en Holanda, Bélgica, Japón, Alemania Federal,
etc. A parte de todo, eran leones con un sentido de la orientación similar a la
de las gaviotas, se movían dentro de una ciudad compleja para el que llega por
primera vez con mucha facilidad.
Hoy me viene a la mente aquel otro salvaje que nos
abordó en Bombay con la justificación de supervisar el embarque de unos
doscientos cincuenta barriles. ¿Se imaginan eso? Ese animal que no sabía una
gota de inglés voló de La Habana-Moscú-Nueva Delhi-Bombay. Luego de pasar dos
días comiendo mierda a bordo del barco “Otto Parellada”, emprendió ese viaje a
la inversa para regresar. ¡Coño, cuando tú ves esas cosas tienes que creer en
Dios! ¡Los milagros existen!
-¡Miren, les presento al Segundo Oficial! Ferreiro me
sorprendió, no sabía que se encontraba reunido con un grupito de cubanos en el
salón de oficiales del buque “Renato Guitart” cuando fui a entregarle unos
datos de la derrota planificada para el regreso. Las operaciones de carga
estaban llegando a su fin y ellos fueron conducidos hasta el barco por Julio
Suarez, el representante de Mambisa en ese puerto. ¡Vaya sorpresa! Este grupo
integrado por cinco trabajadores de Consignatarias Mambisa, también habían sido
enviados al exterior para adquirir “experiencia”. Fueron mas desafortunados que
el dúo mencionado con anterioridad, aquellos al menos tuvieron la posibilidad
de ver el enjambre de grúas que existen en Rotterdam, considerado en esos años
entre el primer o segundo puerto del mundo en tráfico de mercancías. ¿Qué aprenderían
aquí en Bulgaria estos infelices? Porque hablando en plata, Bulgaria padecía la
misma enfermedad de todos los puertos del campo socialista, eran ineficientes
por excelencia, como los nuestros. Lo peor para ellos resultaba en la limitación
para adquirir pacotilla, digo, experiencia, no era mucha la oferta y tampoco variada.
-¡Mucho gusto, Esteban! ¡Mucho gusto, Esteban! ¡Mucho
gusto, Esteban! ¡Mucho gusto, Esteban! Les fui extendiendo la mano a cada uno
de ellos hasta que llegué al último asiento. Estaba ocupado por una mujer medio
tiempo, ni fea ni bonita, ni gorda ni flaca, ni alta ni bajita, nada atractiva,
muy seria, trigueña y con el pelo rizado cayendo a la altura de los hombros,
blanca como la leche, un color no muy atractivo en una isla, donde sin
pretenderlo, nos damos un baño de sol diario o, nos empercudimos con el jabón Nácar.
No puedo emitir criterio alguno sobre sus piernas o trasero por encontrarse
sentada, esta observación evaluadora estaba bloqueada.
--¡Mucho gusto, Esteban! Le extendí la mano y no hizo
el menor esfuerzo en corresponder al saludo, me hice el comemierda.
-¡Mucho gusto, Oficina Comercial! Se presentó la tipa
a la que le caí y me cayó mal de gratis.
-¡Uy, que nombre más lindo te pusieron! A mí me
bautizaron con el de mi abuelo. ¡Gracias a Dios! Les di la espalda, no sin
antes despedirme de los demás y me dirigí nuevamente al puente. Volví a verlos
a la hora del almuerzo en el comedor de oficiales, era de esperar.
-¡Segundo, súbame la cocina y el refrigerador, está
autorizado por el Capitán del buque! Me encontraba tomando los calados de popa para
entregar la guardia y no sentí cuando se acercó una camioneta a la altura de la
bodega Nr.5.
-¡Tampoco así, mamacita! Yo no soy estibador, soy oficial
del barco y eso no está comprendido en mi contenido de trabajo. La tipa cambió
de colores ante mi inesperada respuesta, parece que en Cuba no estaba
acostumbrada a una reacción como la mía, menos aún a dar los buenos días.
-¡Bueno, dele orden a los marinos para que la suban!
Coño, no se podía negar que era dura la tipa, tampoco la imagino dirigiéndose a
sus compañeros de trabajo en La Lonja del Comercio, porque allí era donde
trabajaba aquella estúpida.
-¡Tranquila, mamacita! ¡Relájese, la veo muy tensa! ¡Mire!
Eso tampoco está comprendido en el contenido de trabajo de los marineros, ellos
no son estibadores y menos aún son Botones de hotel alguno, esto es un barco.
Si desea que le suban sus tarecos, le recomiendo que llegue a ellos y luego de
darles los buenos días, pídales de favor que la ayuden. Si no desea hacerlo,
diríjase al camarote del Capitán para que le de sus quejas y le exija que
ordene subir sus mierditas. Le adelanto que, aun así, ningún marinero se las
subirá por varias razones, no está en su contenido de trabajo como le dije, no
es su obligación y les caen mal la gente prepotente como usted. Giré sobre mis
pasos y la dejé rabiando con la palabra en la boca. Alerté a los marineros y
les dije que, si no lo pedía de favor, no la ayudaran. Bueno, eso podía hacerlo
en aquellos tiempos y en ese buque, uno de los últimos donde imperó la
“hombría”.
Imagino le haya servido de lección, aunque dudo haya
cambiado de proceder aquella estúpida mujer, un árbol que nace torcido no se
puede enderezar. Si está viva, hoy debe ser una ancianita, yo tenía 25 años en
1974 y ella era mayor que yo. ¡Con buen imperfecto vino a chocar! ¡Uy, se me
olvidaba! Estando en el muelle pude matarla en toda su dimensión, ella ese tipo
de mujer tetona, culiplanchada y canillúa. Eso, sí, no puede negarse que
aquella compañeritinga era una cabrona, para realizar esa compra en Bulgaria
tuvo que haber llevado buena cantidad de dólares clavados.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2022-03-09
xxxxxxxxxx
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