lunes, 8 de noviembre de 2021


ANGEL CERULIA IN MEMORIAM


Motonave "Pepito Tey", escenario de esta historia

 

¿Cómo pudiera devolvérselos sin desfigurarlo y que puedan reconocerlo? No me pidan mucho, no les exijan demasiado a mis agotadas neuronas, ellas se van prestando las muletas mientras rotan sus horas de servicio sin cobrar nada adicional. Les comento y tratarán de complacerme con una sola condición, no debo someterlas a sacrificios extremos.

 

La penúltima vez que me encontré con él, renqueaba un poco. Me contó que lo había golpeado un auto y mientras me narraba su desgracia renuncié a prender un cigarro cerca de él, su aliento destilaba alcohol puro y temí perder la vida por una explosión. Sentí mucha pena, dolor luego ausente entre nosotros, aquella vieja familia de marinos que se iba extinguiendo.

 

Cerulia era un tipo simpático, no solo en sus relaciones con cualquiera que se le acercara a pedirle un favor, ayuda algo barata, como solicitarle que te friera un par de huevos cuando la comida no era de tu agrado. ¡Oh! Que difícil fue para otros poder complacerte en tiempos posteriores, no por la ausencia del huevo, digamos que por la falta de voluntad o solidaridad humana. Él fue simpático en aquellos memorables tiempos donde el hijoputa luchaba por imponerse y luego venció. Era simpático físicamente también, no era feo como su socio de labores y aventuras, ya le dediqué unas páginas a Chartrand, su pala inseparable. Era algo bajo de estatura, mulato de pasa suave, oriental de origen, pero nada que ver con esos palestinos que visten uniformes de policías en La Habana. Puede afirmarse que era bien parecido, observación realizada sin pajarerías, solo un reconocimiento muy varonil. No era de afeitarse diariamente y lo delataban sus eternos cañones. A veces, solo cuando andaba empinado, olvidaba darse una ducha y lo notabas a la mañana siguiente. No poseía mucha ropa para presumir, alardear, especular como hacían muchos marinos, gran parte de su pacotilla la cargaba en su barriga. Así era feliz, ¿por qué envidiarlo o condenarlo? No recuerdo si tenía hijos que lo condenaran -como a muchos- cargando una insaciable listica de necesidades.

 

Algo distinguía a Cerulia de la media humana y lo era su olfato, detectaba la existencia del alcohol a tres cubiertas de la suya. Era capaz de distinguirlo entre los olores a sofritos que dominaban el espacio caliente de la cocina, y cuando menos lo esperabas, ahí estaba el muy cabrón tocándote la puerta con un plato de saladitos sin ser solicitado. ¡Ojo! Que tampoco era una virtud, Ceru no distinguía entre buenos o hijoputas a la hora de luchar un trago. Creo mas bien fuera el defecto padecido por millones de seres alcohólicos, individuos a quienes el vicio o la enfermedad les consumía la vergüenza en esos instantes de desesperación por sonarse un trago. Menciono esto con conocimiento de causa, estando Wilfredo Tamayo de Primer Oficial en el buque Pepito Tey, individuo detestado por toda la tripulación por su trato déspota y extremista, el Ceru viajaba con frecuencia a prestarle el servicio mencionado.

 

Ese mismo viaje este tipo, me refiero a Tamayo, desfiguró a Merceditas la camarera en un acto de violencia pasional, ahora le llaman así en los noticieros, yo continúo identificándolo como en mis viejos tiempos, una verdadera hijaputada, porque otro nombre no merece golpear a una mujer. Pues cuando sancionan a este cabrón encontrándonos atracados en el astillero de Barcelona, donde permanecimos reparando durante tres meses y medio después de una explosión en máquinas, el Capitán Cordoví me asciende a Primer Oficial, convirtiéndome de esa manera en el privilegiado de turno. Por mucho que le pedí a Cerulia que no era necesario llegar a mi camarote con aquellas fuentes de saladitos, poco entendió. Llegaba, la colocaba sobre la mesita de la salita, se sentaba y se servía un trago sin necesidad de autorización. Es que en aquellos tiempos yo les ofrecí a mis subordinados el permiso de hacerlo sin protocolos, quienes me conocen saben que me gustaba compartir con mis soldados cuando las condiciones del viaje lo permitían. Se sentaba, se servía y bebía con tranquilidad mientras yo, quizás, continuaba mis labores. Así fue el Cerulia que yo conocí.

 

Ya en otro trabajo mencioné que Cerulia y Chartrand se bebían todo el Vino Seco que recibían para cocinar. Bueno, antes de, se llamaba Vino Seco El Mundo. Después de, lo bautizaron con el nombrecito de Vino Seco Edmundo, ya saben de ese vicio -no alcohólico- por borrar vínculos con el pasado. No poseía muchos grados de alcohol, pero al menos te regalaba la ilusión de estar chocando quizás con un Mojito. En mis tiempos de desgracias lo bebi también y fue la bebida disponible para inaugurar mi apartamento en Alamar, no tenia plata para comprar una botella de ron y aquel vino seco me regaló ese sueño. Lo cierto de esta historia que pueden corroborar o afirmar, quienes participaron en los viajes compartidos con estos simpáticos personajes, lo fue el hecho de que casi siempre ambos trabajaron con los ojos inflamados, las lenguas enredadas y uno que otro bandazo producido con mar en calma. Así, medio en notas, resultaban más simpáticos aun y nos regalaban parte de su etílica felicidad. Increíblemente, era cuando más rico cocinaban este par de cabrones.

 

La penúltima vez que me encontré con él, renqueaba un poco. Salía yo de la Empresa de Navegacion Mambisa y me abordó en la esquina de Obispo con San Ignacio. Me pidió, casi me imploró que le pagara un trago “para matar el ratón”, yo sabia que el animal cargado en su cuerpo era mayor y mas agresivo que un león. Me partió el alma verlo en aquel lastimoso estado y estuve a punto de negarle el favor que me pedía, muy bien pensé que contribuiría a dañarlo todavía más, pero me venció su imagen mendigando por algo que aliviaría su pena por unas horas nada más. Lo acompañé hasta la cafetería La Luz, esa que se encontraba frente a la entrada al Ministerio de Educación y pedí dos tragos dobles de ron. La buya y peste del local eran infernales, el ambiente era dominado por ese vaho parecido al de las viejas destiladoras usadas cuando la Ley Seca. Lo vi sostener su vaso con movimientos telúricos que unos segundos mas tarde experimentaron algo de calma, yo sabia lo que sucedía, fui alcohólico también, pero no dependiente como él. Mientras se calmaba sentí alivio y arrepentimiento, lo había calmado, pero esa calma era volátil y daría origen a otra galerna insaciable. Bebía y lo escuchaba narrarme una historia sin importancia que me heria, me dolía verlo en aquella penosa situación siendo un hombre joven y abandonado a su suerte. ¡Sí! Después pudieron aparecer centros donde trataran esto que ya era una enfermedad. Así nos hicieron creer cuando el caso del famoso “Pánfilo” y su reclamo por “Jama”, pudo ser. Solo que en los tiempos de Cerulia donde la gente simpática luchaba en una batalla desigual contra los hijoputas, hasta que ellos vencieron, no existían esos centros de tratamientos y ellos eran lanzados al tanque de la basura. ¡Sí! Hubo centros para tratar al drogadicto y pedófilo de Maradona por ser hueleculo de Castro, mientras muchos Cerulias se perdieron para siempre. ¡No jodan! Ese penúltimo día le deje algo de dinero y lo abandoné después del segundo trago, yo sabía que lo había ayudado, yo sabía que lo había perjudicado.

 

La ultima vez que lo vi, estaba sentado en el quicio de una puerta tan destruida como él en La Habana Vieja, no recuerdo si fue en San Ignacio u otra paralela. Esta vez no tuvo fuerzas para levantarse y estuve conversando con él un minuto, yo andaba apurado y creo que le dejé algo de dinero. Esta última vez me partió no solo el alma, estuve marcado durante mucho tiempo por aquella triste imagen. Ya no era Cerulia lo que quedaba de él, era su triste fantasma con dificultad para hablar y explicarme algo del dolor que lo iba sepultando con los ojos abiertos, respirando. ¿Dónde cojones andaban la solidaridad humana de nosotros, los humanos, los cubanos, los marinos? ¡Vayan al carajo con tanta muela bizca!

 

La última vez que lo vi ha sido hoy y trato de rescatarlo, como a tantos otros. ¿Qué historiador de mierda se encargará de dedicarle unas líneas a un cocinerito borracho? Solo nosotros los marinos, aquellos a quienes con tanto cariño nos complacían friéndonos dos huevos cuando la comida no nos gustaba. Algo tarde me enteré de que había muerto atropellado por un auto, hubiera preferido un naufragio como escenario o arropado por enormes olas, aunque fueran de ron.

 

La última vez que lo vi ha sido hoy y trato de rescatarlo. Lo veo junto a Chartrand cocinando en un bidón de 55 galones relleno de leña, llevamos doce días sin probar un bocado caliente y fueron tan buenos cocineros estos cabrones, que gracias a esa magia de ellos pudimos zamparnos unos pollos medio podridos, y lo jodido, nos supo a gloria, pero olían algo feo.


 

¡Una pitada larga!

¡Una jarra de cerveza!

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2021-11-08

 

 

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