PRÓLOGO
La máxima afirma que “para el marino, todos los mares
son iguales". No obstante, al navegante lo va cambiando cada singladura.
Esteban Casañas, está en total acuerdo y con esa mirada aguzada de piloto,
penetra en las oquedades de una comunidad peculiar. Así transcurre la
existencia de sus integrantes, unos arrumbando y otros al garete.
Un incidente o golpe de suerte lo bifurcó hacia la
profesión de marino. Al enrolarse, llevaba el sol de los cañaverales y las
ampollas del machete con que cortó las últimas toneladas de cañas. Ese mérito
lo impulsó escalas arriba y con ello selló un pacto sagrado con las aceradas
planchas de las embarcaciones.
El convenio duró 24 años, tiempo que hoy le permite
rebuscar en la memoria y actualizar sus recuerdos con un residuo de nostalgia.
Lo marcó un ambiente engarzado en contradicciones y armonías. Así lo vivió,
permeado de rudezas, debilidades, incompetencias, profesionalismos, traiciones,
lealtades, odios y amoríos. Desde siempre comenzó a desarrollar sus aptitudes
literarias empíricas que le han servido para que esa impronta quede en su ADN.
Esteban en su narrativa traza la derrota hacia el
diálogo donde la transgresión comulga con el respeto. Su estilo filoso, en
ocasiones, aparece edulcorado por la lírica y en otras, timonea el adjetivo
soez y lo enclava en el lugar en el instante adecuado. Pocas veces encontramos
un libro que abunde en estos temas tan técnicos, con un lenguaje para todo
público. Este autor lo logra, aún al enumerar los conocimientos insoslayables
en un tripulante. Ejemplo de ello lo afirma, cuando asevera en uno de los
capítulos "un marino no se puede fabricar, hay que sentir el mar y
destilar salitre por los poros", él lo dice con un claro rigor crítico y a
su vez sentencioso. Más adelante acota, “la vida en el mar no es un
trancapuertas". Expresión que califica a un tripulante cuyo desempeño a
bordo, no demostró ser otra cosa.
Las primeras páginas de "Al garete" te
remolcan por latitudes que subraya el escenario de estos relatos. Un mundo
monocolor, por rutas que han sido recorridas desde el origen de la navegación.
En convivencia con las mismas personas y escuchando la reiteración de los
temas. Y cobran vida en este viaje que, aunque transporta la carga habitual
destinada al mismo puerto, hoy es diferente porque tú haces que se renueve.
El avezado oficial enriqueció su acervo por aguas de
los Siete Mares y hoy todas las aventuras y desventuras del pasado, alcanza
actualidad en este libro. Ellos, los que se marcharon en complicidad con los
que permanecen, dejan su enseñanza, las diversiones en puerto, la supervivencia
luego de una galerna y también los miedos ante el peligro. Esa sensación que
como un garfio se instala en el presente, el pasado y arrastran hasta el
futuro.
Este libro es un homenaje que Esteban le dedica a
esas dotaciones, los protagonistas de cada relato lo hacen vigente. El piloto,
alejado de las unidades de superficie hojea sus páginas en las que aparecen
nítidas, las responsabilidades insoslayables de a bordo. Y aunque lejos está de
esas funciones, en algún momento, presiente que supervisa la presión
barométrica, las marcaciones en la carta náutica y la polarización del radar.
A veces se le
ve atisbar los destellos del faro Pointe-au-Pere y su atención la fija sobre el
río San Lorenzo. No le pregunté en qué pensaba cuando surcaban los buques esas
aguas restringidas, aunque creo poderlo adivinar.
La nave acaba de atracar, la determinación es tuya.
Te aventuras a transitar la incógnita de un derrotero o continuas con tu vida
al garete.
Puppy Castelló
Herrera
Periodista
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