NO
QUIERO NEGROS EN MI BARCO.
Allí coincidíamos a
escasos metros de una pequeña construcción hoy borrada de la geografía y
nuestras memorias, la casita del Control Sanitario Internacional. Junto a su
pared nos recostamos y plantamos una de nuestras suelas. Nos manteníamos
parados en perfecto equilibrio, como cualquier flamenco alegre y agradecido por
la vida. Esperábamos, siempre nos hemos especializado en eso, esperar. Nadie
sabe qué, nadie pregunta, a nadie le interesa saber, quizás sea peligroso.
Esperábamos la lancha que nos conduciría hasta los barcos fondeados, confiábamos
en su inmoral impuntualidad y no nos interesaba, ya estábamos acostumbrados.
Los mas contentos se
colocaban bien cerca de donde debían pasar los pasajeros que tomaban o bajaban
de la lanchita de Regla. Siempre existiría una buena causa para dejar escapar
ese atrevido piropo, decente o no, bien recibido o despreciado. Culos van y
vienen consumiendo no solo el minutero de nuestros relojes, fueron horas de
horas durante años, siglos. Tiempos cobrados completos en las nominas mensuales
porque de ellos, los que esperaban, no era la culpa.
Una pausa para mear
después de tanto tiempo que se salió de casa. ¿Un baño, donde hay un baño, lo
habrá? Lo hay por fortuna y cruzas la avenida del puerto. Solo debes dejar
llevarte por el olfato, irás volando, sumergido en esa ola apestosa hasta el
meadero que dispuso el diablo en toda esa zona. ¡Gracias a Dios que no esta
bloqueado por los yumas! Piensas mientras tu vejiga está a punto de reventar y
solo tienes tiempo de sacar el pito en medio de ese aroma nauseabundo y
oscuridad.
Risas, carcajadas
escandalosas reinan en aquel infierno. De cada cien palabras que llegan de
golpe a tu rostro, noventa y nueve son obscenas, criollas, soeces, folclóricas,
históricas, histéricas. Te cierras la portañuela y tratas de adivinar en la
oscuridad si el último chorrito no mojó tus pantalones. Alguien grita tu nombre
desde una mesa dispuesta para permanecer de pie, la niebla, la poca iluminación
dentro de aquella cueva y el humo de todos los Populares que la gente aspira
con fuerza, como queriendo reventarse los pulmones, no te permite identificarla. Te llaman por el apellido y no cabe la menor
duda de que te conocen, tampoco reconoces la voz. Dudas por la sordera de
aquella penumbra e insisten en llamar tu atención, ahora gritan tu cargo a
bordo.
Tu vista se va adaptando
a la oscuridad y guías tus pasos hacia el sitio donde escuchaste aquella larga
pitada. Reconoces a Roberto, viejo camarero que tuviste como subordinado hace
mucho tiempo, no puedes calcularlo, nuestro almanaque está marcado por viajes,
no por meses, días o años. Tampoco recuerdas el barco donde navegaron juntos,
lo recuerdas y eso basta. Le das la mano con la que te tocaste el rabo al
orinar y él la aceptó sin reparos, quizás meó antes que tú, la acepta por
desquite o cortesía. Te brinda un buche de su perga y rehúsas por varias
razones, puede estar caliente, piensas, desechas la idea de la trasmisión de
cualquier enfermedad, esa idea no es contemplada en el menú de cualquier
cubano, apenas existe.
-¡Coño, brother, cuánto
tiempo sin vernos! Dijo con mucha familiaridad. ¡Mira! Te presento a María. Me
dijo sin preámbulos y ella extendió su sucia mano hacia mí. La acepté carente
de escrúpulos, no preguntó si me la había lavado después que oriné. Hubiera
sido una pregunta atrevida y fuera de contexto. sentí un ligero apretón y el
vaho etílico cuando me dijo, con extraña educación, ¡encantada!
-Voy a buscar una perga,
¿tienen ustedes?
-Tráele a ella, la mía
está por la mitad. Ella se sintió complacida, tal vez homenajeada por la
caballerosidad, conocía de cerca la vida de los marinos. Yo la conocía de
vista, no era la primera vez que acudía a ese tugurio dispuesto al proletariado
para esperar la lancha. Su rostro era grasoso y brillante, muy cuarteado,
maltratado por la falta de buenos productos o el implacable sol. Quizás por
abusar de tantas y tantas noches o madrugadas en el negocio del placer. Cada
vez que regresaba de viaje y me la cruzaba en el camino se encontraba en peores
condiciones. Ya no servía ni para venderse en el mercado nacional y aquella
dramática situación la condujo a refugiarse en el alcohol.
-¿En que andas, negro?
Le pregunté después de entregarle el vaso a la desdichada mujer.
-¡Nada, mi herma!
Esperando la lancha como tú, voy enrolado para el barco inglés.
-¿Qué barco es ese?
-Uno arrendado con el
Capitán incluido.
-¡Coño, no sabia nada de
eso! ¿Cómo les van a pagar?
-¡Fenomenal, mi brother!
Los tripulantes rasos como yo vamos a cobrar $75.00 dólares mensuales.
-¡Que bueno,
espectacular! Estamos hablando de plata, nada que ver con los $2.00 dólares
diarios que pagan en el machete. Les miento si digo lo contrario, lo vi y acepté,
al extremo de caer en esa trampa donde gané $150.00 dólares mensuales como
Primer Oficial del buque “Casablanca”. Nunca me detuve a pensar en la gravedad
de la explotación a la que éramos sometidos, yo me encontraba por encima del nivel
de la media de los marinos cubanos y muy por encima del nivel de vida de la
población. Sin desearlo, me convertía en un miserable esclavo de cuerpo y alma.
-Es un respiro, mi
hermano, así se puede hacer agua y carbón. ¿Te acuerdas del negro Ambrosio, el
Segundo Oficial? Indudablemente Roberto daba muestras de muy bajo nivel de
escolaridad, tenia cero en matemáticas. En Mambisa cobraba unos $60.00 dólares
mensuales y en aquel buque de tripulación reducida, ganaría solamente unos
$15.00 dólares de mas que le serían sacado del lomo, como me lo sacaron a mi
siendo Primer Oficial.
-No me viene a la mente
ahora.
-También está enrolado
en el buque, él fue quien me puso la buena y nada, aquí me tienes. En ese
maletín llevo mi filipina bien planchada. Ella dijo dos o tres palabras para
celebrar la suerte de su amigo y hubiera sido mejor que permaneciera en
silencio mientras se tragaba en grandes sorbos su perga de cerveza. Roberto me
fue pasando la lista de enrolos en aquella nave, la que conservaba en su
memoria, donde distinguía cargos, raza, sexo, militancia, estaba bien
informado.
-¡Lanchaaaaa! Grito un
marino desde la puerta del “Two Brother” y ninguno de los presentes se molestó
en salir corriendo, todos estaban contentos, yo me puse feliz después de beber
la mitad del vaso con el estómago vacío.
-¡Asere, me voy en la
próxima! Dijo el negro y ella lo aprobó con una sonrisa. Se tambaleaba, cruzaba
las piernas como tratando de contener los deseos de orinar, se olvidaba de su
necesidad y tiraba dos o tres pasillos en una danza que resultaba macabra.
-Yo debo irme, no
olvides que soy martillo. Me despedí de ellos con la misma familiaridad que me
recibieron. Ella acercó a su puesto mi perga con la mitad de su contenido.
Era mediodía y a la suma
de todos los marinos retardados en llegar a sus naves se sumaban otra categoría
de pasajeros. Era ese equipo compuesto por los picaros supervisores,
inspectores y embajadores de las organizaciones políticas, que llegaban siempre
a la hora de almuerzo. Masacote era el
divertido lanchero de la embarcación que repartiría la zona norte de la bahía,
siempre risueño y servicial, desdentado como todos los Sábalos que se aferraban
a permanecer en aquella inmunda y contaminada bahía.
Disfrutando del aire
acondicionado en mi oficina, regresé nuevamente a la compañía de Roberto y compartí
su alegría. Los imaginaba abordando aquella nave inglesa tomando posesión de lo
que no les pertenecía para hacer demostración de su poder. La primera reunión del
partido la realizarían en el salón de oficiales, no era accidental ese
pensamiento. No existió un solo buque donde el partido u otras organizaciones
dieran sus aburridas reuniones en el salón de tripulantes. Luego de repartirse
los cargos y elegido a su secretario general, imagino al ideológico colocando
aquel sagrado mural cerca de la puerta de acceso al portalón.
No recuerdo exactamente
el barco donde me encontraba enrolado, tuvo que ser uno de los tantos premiados
con dificultades y abundantes de discursos o consignas aplaudidas hasta
enrojecer las manos. Por esos tiempos me enviaron al “Otto Parellada”, nave
dominada por un gran clan de negros racistas, ya me he referido en otros temas
a esa situación encabezada por Remigio Aras Jinalte y sus testaferros. Hoy estoy
sentado en la sala de mi apartamento disfrutando de una buena temperatura,
cambio aquel agradable aire acondicionado por la necesaria calefacción. Los
recuerdos de aquella época son recurrentes, insisten en mantenerse vivos ante
el miedo e indiferencia de aquellos una vez presentes. Era terrible el racismo
que se vivía a bordo, sin embargo, creo haya sido un racismo bueno. Tuvo que
serlo porque sus cabecillas eran militantes del partido, o sea, estaba
autorizado. En otra nave se vivió un ambiente similar, no recuerdo si se trató
del buque “Lázaro Peña”. Nuestra flota era una ensalada de cosas inaceptables y
dominaron todo tipo de piñas y clanes. Hoy, muchos de sus protagonistas viven
de este lado guardando un profundo silencio, es mejor.
¡No quiero negros a
bordo! Dijo aquel Capitán inglés y se le jodió el sueño a Roberto de ganar
$15.00 dólares más que en Mambisa. Lo imagino bajando nuevamente su bolso con
aquella planchada filipina. Se produjo un rotundo silencio donde debió producirse
una sangrienta batalla. Se descolgó aquel viejo mural donde se exhibían logros
y victorias, nombres de quienes ganaban la emulación, citaciones para reuniones
y una u otra foto de los fantasmas fotogénicos que velaban por la revolución desde
el más allá.
¡Que raro! No expulsaron
al Capitán racista y tampoco se le cruzó nota de protesta al Armador. Por la
escala del buque fueron bajando uno a uno todos los negros que estaban
enrolados, quizás bajaron formando una manada, no de lobos como siempre se
proyectaban en sus reuniones, como lo que realmente fueron en sus desdichadas
vidas, carneros.
¡No quiero mas reuniones
a bordo! Fue otra de las órdenes impartidas por aquel Capitán inglés que no se encontró
con un Pepe Antonio. Allí permaneció hasta el cumplimiento de su contrato, sin
negros, murales, ni reuniones. El gobierno, la representación del proletariado,
el que tantas veces hablara del racismo practicado en Estados Unidos, se metió la
lengua en el culo para humillación de sus mas fieles soldados. Como aquel del “Otto
Parellada”, al parecer, este racismo también era bueno, solo que a la inversa.
Coño, es una verdadera pena haber olvidado el nombre de aquel buque.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2020-12-01
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