martes, 1 de diciembre de 2020


NO QUIERO NEGROS EN MI BARCO.




 Allí coincidíamos todas las mañanas, mediodías, tarde y noche, nunca con la misma cadencia. Unas veces entre apretones de manos y mostrando esa alegría sin par por el encuentro inesperado con el que se ha dejado de tener contacto por meses, muchos meses y hasta años. Entonces, los buenos recuerdos, y los malos también, comenzaban a flotar en medio de aquel manto bochornoso, donde se confunden nombres, rostros, camisas marcadas debajo de los sobacos, charreteras oxidadas o brillantes como el oro. Unos más juntos que otros, algunos mas apartados, como ignorados y sin público, nunca solos, siempre hay huele culos que los admiran o les temen, le hacen coro esperando su bendición.

 

Allí coincidíamos a escasos metros de una pequeña construcción hoy borrada de la geografía y nuestras memorias, la casita del Control Sanitario Internacional. Junto a su pared nos recostamos y plantamos una de nuestras suelas. Nos manteníamos parados en perfecto equilibrio, como cualquier flamenco alegre y agradecido por la vida. Esperábamos, siempre nos hemos especializado en eso, esperar. Nadie sabe qué, nadie pregunta, a nadie le interesa saber, quizás sea peligroso. Esperábamos la lancha que nos conduciría hasta los barcos fondeados, confiábamos en su inmoral impuntualidad y no nos interesaba, ya estábamos acostumbrados.

 

Los mas contentos se colocaban bien cerca de donde debían pasar los pasajeros que tomaban o bajaban de la lanchita de Regla. Siempre existiría una buena causa para dejar escapar ese atrevido piropo, decente o no, bien recibido o despreciado. Culos van y vienen consumiendo no solo el minutero de nuestros relojes, fueron horas de horas durante años, siglos. Tiempos cobrados completos en las nominas mensuales porque de ellos, los que esperaban, no era la culpa.

 

Una pausa para mear después de tanto tiempo que se salió de casa. ¿Un baño, donde hay un baño, lo habrá? Lo hay por fortuna y cruzas la avenida del puerto. Solo debes dejar llevarte por el olfato, irás volando, sumergido en esa ola apestosa hasta el meadero que dispuso el diablo en toda esa zona. ¡Gracias a Dios que no esta bloqueado por los yumas! Piensas mientras tu vejiga está a punto de reventar y solo tienes tiempo de sacar el pito en medio de ese aroma nauseabundo y oscuridad.

 

Risas, carcajadas escandalosas reinan en aquel infierno. De cada cien palabras que llegan de golpe a tu rostro, noventa y nueve son obscenas, criollas, soeces, folclóricas, históricas, histéricas. Te cierras la portañuela y tratas de adivinar en la oscuridad si el último chorrito no mojó tus pantalones. Alguien grita tu nombre desde una mesa dispuesta para permanecer de pie, la niebla, la poca iluminación dentro de aquella cueva y el humo de todos los Populares que la gente aspira con fuerza, como queriendo reventarse los pulmones, no te permite identificarla.  Te llaman por el apellido y no cabe la menor duda de que te conocen, tampoco reconoces la voz. Dudas por la sordera de aquella penumbra e insisten en llamar tu atención, ahora gritan tu cargo a bordo.

 

Tu vista se va adaptando a la oscuridad y guías tus pasos hacia el sitio donde escuchaste aquella larga pitada. Reconoces a Roberto, viejo camarero que tuviste como subordinado hace mucho tiempo, no puedes calcularlo, nuestro almanaque está marcado por viajes, no por meses, días o años. Tampoco recuerdas el barco donde navegaron juntos, lo recuerdas y eso basta. Le das la mano con la que te tocaste el rabo al orinar y él la aceptó sin reparos, quizás meó antes que tú, la acepta por desquite o cortesía. Te brinda un buche de su perga y rehúsas por varias razones, puede estar caliente, piensas, desechas la idea de la trasmisión de cualquier enfermedad, esa idea no es contemplada en el menú de cualquier cubano, apenas existe.

 

-¡Coño, brother, cuánto tiempo sin vernos! Dijo con mucha familiaridad. ¡Mira! Te presento a María. Me dijo sin preámbulos y ella extendió su sucia mano hacia mí. La acepté carente de escrúpulos, no preguntó si me la había lavado después que oriné. Hubiera sido una pregunta atrevida y fuera de contexto. sentí un ligero apretón y el vaho etílico cuando me dijo, con extraña educación, ¡encantada!

 

-Voy a buscar una perga, ¿tienen ustedes?

 

-Tráele a ella, la mía está por la mitad. Ella se sintió complacida, tal vez homenajeada por la caballerosidad, conocía de cerca la vida de los marinos. Yo la conocía de vista, no era la primera vez que acudía a ese tugurio dispuesto al proletariado para esperar la lancha. Su rostro era grasoso y brillante, muy cuarteado, maltratado por la falta de buenos productos o el implacable sol. Quizás por abusar de tantas y tantas noches o madrugadas en el negocio del placer. Cada vez que regresaba de viaje y me la cruzaba en el camino se encontraba en peores condiciones. Ya no servía ni para venderse en el mercado nacional y aquella dramática situación la condujo a refugiarse en el alcohol.

 

-¿En que andas, negro? Le pregunté después de entregarle el vaso a la desdichada mujer.

 

-¡Nada, mi herma! Esperando la lancha como tú, voy enrolado para el barco inglés.

 

-¿Qué barco es ese?

 

-Uno arrendado con el Capitán incluido.

 

-¡Coño, no sabia nada de eso! ¿Cómo les van a pagar?

 

-¡Fenomenal, mi brother! Los tripulantes rasos como yo vamos a cobrar $75.00 dólares mensuales.

 

-¡Que bueno, espectacular! Estamos hablando de plata, nada que ver con los $2.00 dólares diarios que pagan en el machete. Les miento si digo lo contrario, lo vi y acepté, al extremo de caer en esa trampa donde gané $150.00 dólares mensuales como Primer Oficial del buque “Casablanca”. Nunca me detuve a pensar en la gravedad de la explotación a la que éramos sometidos, yo me encontraba por encima del nivel de la media de los marinos cubanos y muy por encima del nivel de vida de la población. Sin desearlo, me convertía en un miserable esclavo de cuerpo y alma.

 

-Es un respiro, mi hermano, así se puede hacer agua y carbón. ¿Te acuerdas del negro Ambrosio, el Segundo Oficial? Indudablemente Roberto daba muestras de muy bajo nivel de escolaridad, tenia cero en matemáticas. En Mambisa cobraba unos $60.00 dólares mensuales y en aquel buque de tripulación reducida, ganaría solamente unos $15.00 dólares de mas que le serían sacado del lomo, como me lo sacaron a mi siendo Primer Oficial.

 

-No me viene a la mente ahora.

 

-También está enrolado en el buque, él fue quien me puso la buena y nada, aquí me tienes. En ese maletín llevo mi filipina bien planchada. Ella dijo dos o tres palabras para celebrar la suerte de su amigo y hubiera sido mejor que permaneciera en silencio mientras se tragaba en grandes sorbos su perga de cerveza. Roberto me fue pasando la lista de enrolos en aquella nave, la que conservaba en su memoria, donde distinguía cargos, raza, sexo, militancia, estaba bien informado.

 

-¡Lanchaaaaa! Grito un marino desde la puerta del “Two Brother” y ninguno de los presentes se molestó en salir corriendo, todos estaban contentos, yo me puse feliz después de beber la mitad del vaso con el estómago vacío.

 

-¡Asere, me voy en la próxima! Dijo el negro y ella lo aprobó con una sonrisa. Se tambaleaba, cruzaba las piernas como tratando de contener los deseos de orinar, se olvidaba de su necesidad y tiraba dos o tres pasillos en una danza que resultaba macabra.

 

-Yo debo irme, no olvides que soy martillo. Me despedí de ellos con la misma familiaridad que me recibieron. Ella acercó a su puesto mi perga con la mitad de su contenido.

 

Era mediodía y a la suma de todos los marinos retardados en llegar a sus naves se sumaban otra categoría de pasajeros. Era ese equipo compuesto por los picaros supervisores, inspectores y embajadores de las organizaciones políticas, que llegaban siempre a la hora de almuerzo.  Masacote era el divertido lanchero de la embarcación que repartiría la zona norte de la bahía, siempre risueño y servicial, desdentado como todos los Sábalos que se aferraban a permanecer en aquella inmunda y contaminada bahía.

 

Disfrutando del aire acondicionado en mi oficina, regresé nuevamente a la compañía de Roberto y compartí su alegría. Los imaginaba abordando aquella nave inglesa tomando posesión de lo que no les pertenecía para hacer demostración de su poder. La primera reunión del partido la realizarían en el salón de oficiales, no era accidental ese pensamiento. No existió un solo buque donde el partido u otras organizaciones dieran sus aburridas reuniones en el salón de tripulantes. Luego de repartirse los cargos y elegido a su secretario general, imagino al ideológico colocando aquel sagrado mural cerca de la puerta de acceso cercana al portalón.

 

No recuerdo exactamente el barco donde me encontraba enrolado, tuvo que ser uno de los tantos premiados con dificultades y abundantes de discursos o consignas aplaudidas hasta enrojecer las manos. Por esos tiempos me enviaron al “Otto Parellada”, nave dominada por un gran clan de negros racistas, ya me he referido en otros temas a esa situación encabezada por Remigio Aras Jinalte y sus testaferros. Hoy estoy sentado en la sala de mi apartamento disfrutando de una buena temperatura, cambio aquel agradable aire acondicionado por la necesaria calefacción. Los recuerdos de aquella época son recurrentes, insisten en mantenerse vivos ante el miedo e indiferencia de aquellos una vez presentes. Era terrible el racismo que se vivía a bordo, sin embargo, creo haya sido un racismo bueno. Tuvo que serlo porque sus cabecillas eran militantes del partido, o sea, estaba autorizado. En otra nave se vivió un ambiente similar, no recuerdo si se trató del buque “Lázaro Peña”. Nuestra flota era una ensalada de cosas inaceptables y dominaron todo tipo de piñas y clanes. Hoy, muchos de sus protagonistas viven de este lado guardando un profundo silencio, es mejor.

 

¡No quiero negros a bordo! Dijo aquel Capitán inglés y se le jodió el sueño a Roberto de ganar $15.00 dólares más que en Mambisa. Lo imagino bajando nuevamente su bolso con aquella planchada filipina. Se produjo un rotundo silencio donde debió producirse una sangrienta batalla. Se descolgó aquel viejo mural donde se exhibían logros y victorias, nombres de quienes ganaban la emulación, citaciones para reuniones y una u otra foto de los fantasmas fotogénicos que velaban por la revolución desde el más allá.

 

¡Que raro! No expulsaron al Capitán racista y tampoco se le cruzó nota de protesta al Armador. Por la escala del buque fueron bajando uno a uno todos los negros que estaban enrolados, quizás bajaron formando una manada, no de lobos como siempre se proyectaban en sus reuniones, como lo que realmente fueron en sus desdichadas vidas, carneros.

 

¡No quiero mas reuniones a bordo! Fue otra de las órdenes impartidas por aquel Capitán inglés que no se encontró con un Pepe Antonio. Allí permaneció hasta el cumplimiento de su contrato, sin negros, murales, ni reuniones. El gobierno, la representación del proletariado, el que tantas veces hablara del racismo practicado en Estados Unidos, se metió la lengua en el culo para humillación de sus mas fieles soldados. Como aquel del “Otto Parellada”, al parecer, este racismo también era bueno, solo que a la inversa. Coño, es una verdadera pena haber olvidado el nombre de aquel buque.

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2020-12-01

 

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