LOS ESTIBADORES Y
NOSOTROS
Hablar del mundo marítimo
cubano e ignorar esa relación de franca complicidad con nuestros trabajadores
portuarios, creo sea un acto de ingratitud muy grande. Cada uno de nosotros
debe guardar en sus memorias una que otra historia agradable de ellos, cada gesto
de colaboración de aquellos humildes hombres con los que compartíamos diariamente
durante nuestras arribadas a puertos nacionales, porque quiero incluirlos a
todos.
Braceros, aguadores,
tajadores, aparateros, capataces y cuanto hombre participaba en la carga o
descarga de nuestras naves, tuvo que dejar gratos recuerdos entre nosotros.
Colaboradores como pocos en el mundo, los estibadores cubanos se comportaron
siempre como viejos amigos que celebraban con alegría cada reencuentro.
Ellos realizaban uno de
los trabajos mas duros comprendido en profesión alguna y en el caso de los
nuestros, bajo condiciones extremas. El clima era su peor enemigo, dificultad que,
acompañada de una pésima alimentación y escasez de medios de protección, convertía
esas labores bien remuneradas en gran parte del mundo en un verdadero castigo.
Fueron muchas las etapas
difíciles en las que laboraron nuestros estibadores, creo que todas ellas sin exclusión.
¿Quién no recuerda aquellas miserables meriendas ofrecidas a quienes su trabajo
constituía un gasto constante de energías? No era sencillo salir de sus casas
sin desayunar y que solo les ofrecieran un pan con mantequilla y un vaso de “benadrilina”,
aquel refresco confeccionado con sirope de fresa y azúcar. ¡Oh! Pero un día visitó
el puerto el hombre que con su varita mágica lo resolvía todo y apareció el pan
con butifarra y yogurt. ¡Claro! Había que estimularlos cuando aquella gran
campaña conocida como la “Cadena puerto-transporte-economía interna”. Cadena
que se perdía en la misma Avenida del puerto desde el muelle “Sierra Maestra
Nr.1” hasta el muelle “La Coubre”, abarrotada durante muchos años de mercancía que
luego no sabían a quién pertenecía.
Los estibadores fueron
nuestros grandes amigos, gente que desinteresadamente colaboraba con nosotros
en tareas ajenas a sus obligaciones. Todos recordamos aquellos momentos
complicados que se vivían a bordo con una brigada de guardia incapaz de satisfacer
nuestras necesidades, allí estaban ellos para darnos la mano. Nos ayudaban con
los víveres, izaje o arriado de puntales, aperturas de escotillas, etc.
No podíamos alimentarlos
a todos, pero yo les prohibía a los cocineros botar lo que quedara de nuestras
comidas. Hablaba con los capataces y dejaba en sus manos a los amigos con los
que deseaba compartir aquel poco de alimentos de gran significación para ellos.
Nuestros estibadores no eran
santos tampoco, ellos estaban obligados a robar por las necesidades en esa
lucha por la supervivencia a la que nos acostumbraron. Debido a sus ridículos salarios,
robaban como lo hacían en la isla a todos los niveles. Cualquier mercancía era útil
para vender luego en la bolsa negra y a muchos los sorprendí en plena faena,
pero nunca los delaté porque los de arriba robaban mucho más que ellos.
Es una verdadera pena
que con los años haya olvidado muchos de sus nombres, rescato de lo profundo
del olvido a ese viejo mulato al que le faltaban unos dientes y era cojo. Ya
Humberto no debe estar vivo, gran hombre y excelente capataz. Sirva estas
cortas líneas como homenaje a esos buenos hombres con los que compartimos
faenas en todos los puertos cubanos y como un abrazo a mi amiga Mercedes Godines,
esa querida amiga del puerto pesquero que anda por acá.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2020-07-28
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