LOS BILLETES DEL CHINO
Motonave "Topaz Islands", escenario de esta historia.
-¿Qué, se van de rumba?
Nos sorprendió cuando nos disponíamos a salir, tampoco recuerdo las razones que
me llevaron hasta la casa de mi suegra en Santos Suarez.
-Si, vamos a mover un
poco el esqueleto.
-Pero los planes deben ser
ir a un lugar especial, nadie usa traje en Cuba sin una justificación.
-Es cierto, pero bueno,
hay que sacar los trapos al aire para que no agarren moho dentro del escaparate.
Todavía no recuerdo por cual razón yo andaba ese día de traje, no de traje completo
porque nunca me lo puse así. Siempre me gustó combinar el saco con diferentes
pantalones, camisas, corbatas y zapatos. Daba la impresión de que tenía varias
mudas de ropa, yo mismo me engañaba con eso, pero lo real era que solo tenía un
traje.
-¡Toma, yo sé que coleccionas monedas! Dichas estas
palabras puso en mis manos un rollo de billetes, los fui observando uno a uno,
algunos me interesaban, otros no. Eran billetes antiguos que estaban fuera de
circulación, de $50 pesos, de $20, $10 y de $5.00, algunos de ellos estaban
firmados por el Ché cuando fue Presidente del Banco Nacional, éstos eran los
que me importaban un poco, realmente no me atraían las monedas de papel. Los
guardé en uno de los bolsillos del saco y luego me olvidé de ellos.
-¿De donde sacaste estas reliquias? Hacia años que no
las veía, por cierto, solo colecciono monedas metálicas. Déjame ver si las
puedo intercambiar con algún numismático mas adelante.
-¡Ah! Eran del chino padre de Lourdes, los tenía
clavados debajo del colchón y lo descubrieron después de su muerte. Lourdes era
su última pareja, una mulatica espectacularmente bella, un producto especial
resultante de la unión de una negra con un chino.
-¡Coño! Si los hubiera gastado en algo útil en su
tiempo, los de ahora son papel sanitario y estos ya no sirven para arrojárselos
dentro de la tumba.
-¿Cuántas botellas de ron nos hubiéramos tomado con
esa plata? Nos despedimos y partimos, creo que el destino final de esa noche
fue el cabaret del hotel Riviera. ¡Ya recuerdo! Pasamos por casa de mi suegra a
dejarle a nuestra hija, ya el varón se encontraba becado.
Estaba enrolado en el barco “Camilo Cienfuegos” desde
hacía unos meses, se encontraba fuera de servicio desde aproximadamente un año.
Fondeado en la bahía de La Habana, su presencia provocaba dolores de cabeza a
los demás buques cuando arribaba alguna turbonada. Yo era feliz en ese tiempo,
ganaba buena parte de mi salario sin estar navegando, hacía 24 horas de guardia
y disfrutaba 48 de franco. Ese tiempo libre yo lo dedicaba a realizar trabajos
de albañilería, el dinero que me producían estos trabajos y el ganado a bordo
de ese barco, resultaba mensualmente en una cantidad superior a la obtenida por
cualquier Capitán navegando.
Una de esas mañanas en la que me encontraba esperando
la lancha para acudir a mis regulares guardias, me aborda un oficial de
apellido Ceballos, era un negro que había estudiado en Rusia y cuando regresó a
Cuba tuvo que empezar de cero. Fue profesor mío de Meteorología y después nos
hicimos amigos.
Aquel cabrón negro me pintó un drama en el muelle que
por poco me hace llorar. Tenía que operarse de no sé qué problema, la madre
estaba enferma, su abuelita se moriría dentro de poco, la mujer le había
planteado el divorcio, su hija se marchó con el novio y por último le robaron
en su casa.
Me conmovió, logró estremecer todos los cimientos de
mi alma, fue tan hijo de puta mi amigo, que hasta sacó un pañuelo para que me
secara las lágrimas.
En fin, motivado por esos sentimientos de solidaridad
humana que una vez existió entre marinos, acepté relevarlo del barco donde se
encontraba enrolado, pero el problema era que ese barco tenía salida a las doce
del día y eran las ocho de la mañana.
Lo había previsto todo el muy degenerado, tenía a su
lado una moto con side car que me llevaría hasta la casa para que recogiera mi
ropa. Con la misma moto me llevaría de regreso a la empresa para proceder a mi
enrolo en la motonave “Topaz Island”. Todo marchó como él había planificado con
exactitud astronómica, mi esposa se asustó ante aquella inesperada partida. No
pude despedirme de mis hijos y la ropa la guardé apresuradamente en las maletas
sin quitarle los percheros. En fin, llegué a ese barco cuando estaba siendo
despachado por las autoridades y tenían el Práctico a bordo.
Digo que era un hijo de puta y degenerado aquel
negro, que aun así nunca dejó de ser amigo mío, porque el muy cabrón después
que salí rumbo a Alejandría, Jordania y Rumania, se embarcó en otra nave con
destino a Japón. Todo era mentira y le estaba huyendo a esos países donde no se
podía comprar nada. En un viaje que realicé a Miami, me enteré de que el negro
llegó en una lancha y que se había trasladado a la zona de New York.
No hubo tiempo para una formal entrega del cargo y a
los pocos minutos de embarcar el barco largaba todos los cabos. En un abrir y
cerrar de ojos me encontraba navegando por la costa Este de La Habana. Nada
había preparado aquel amigo de la derrota que debíamos realizar y cuando
abandonamos la bahía, tuve que subir con urgencia al puente para adelantar algo
la planificación del viaje, generalmente esta tarea debe realizarse antes de
cualquier partida. Al llevar solamente unas dos horas a bordo, me encontraba
totalmente desubicado en cuanto a la distribución de todos los materiales de
trabajo. Me bastó ese corto tiempo para darme cuenta del desorden dejado por
Ceballos, casi me vuelvo loco tratando de encontrar los mapas que me
garantizaran al menos dos días de navegación para luego retirarme a colocar
todo mi equipaje en el camarote.
- Segundo, el buque se encuentra cargado de cabillas
y alambrones. Como es de suponer, tiene creado un campo magnético distinto al
que poseía cuando se confeccionó la tablilla de desvío del compás. Por tal
motivo, ignoremos los valores del desvío y trabajemos solamente con la
variación magnética... De verdad, nunca esperé oír una animalada tan grande en
boca de un Capitán. Los que son navegantes saben a qué me refiero y se los
explicaré para que tengan una ligera idea ignorando términos técnicos.
- Como usted ordene Capitán, pero déjeme decirle que
le hará un gran aporte a la navegación. Siempre he sido suelto de lengua y ante
una salvajada de tal magnitud no podía permanecer callado.
- No se preocupe, Segundo, cumpla mis órdenes, yo sé
lo que le estoy diciendo.
- Por supuesto que yo también sé lo que usted está
diciendo, pero no se preocupe, todo se hará tal y como usted dice. El negro no
insistió y yo continué en mi faena.
Aquel animal, porque debo llamarlo de alguna manera,
ignoraba que con el rango que yo tenía, había sido profesor de Navegación en la
Academia Naval del Mariel y lo concerniente al desvío del compás magnético me
lo conocía al dedillo. Ignorando ese error del compás como lo solicitaba el
Capitán, los errores en los que se incurrían a la hora de calcular los rumbos
podían llegar a los 15 grados y hasta más, pero como dice el refrán, donde
manda Capitán no manda soldado y así seguimos.
El Primer Oficial era Guillermo Alena, otro cero a la
izquierda que había estudiado conmigo. La tripulación era compuesta en su
mayoría por jóvenes entre los cuales se destacaban varias mujeres, cuatro
camareras y una traductora de ruso, uno de los Jefes de Máquinas era de esa
nacionalidad, inexplicablemente llevábamos dos, el otro era una recién
adquisición de la Flota Cubana de Pesca.
Los primeros días de navegación tuve que dedicarlos a
tirar todo abajo y realizar un inventario de las cartas y publicaciones
náuticas. Nunca hubiera podido trabajar con comodidad desconociendo el material
disponible, el desorden y descontrol eran tremendos. En el terreno pude
comprobar las dimensiones del embarque que me había dado Sapiche y asumí las
consecuencias, nunca se me hubiera ocurrido chivatearlo. No sería la única vez
que me sucedería y estas manos nunca se prestaron para levantar informe alguno.
Existía un total descontrol en todo lo concerniente al cargo, podías encontrar
acumuladas en cualquier gaveta grupos de Avisos a los Navegantes como si se
tratara de revistas Play Boy.
Casi inmediatamente a nuestra salida al océano
Atlántico, me propusieron realizar la guardia del Primer Oficial, o sea, mi
labor sería determinar la posición por las estrellas en los crepúsculos
matutinos y vespertinos. No era una novedad para mí, ya lo había hecho en otros
buques. La única justificación era librar a Alena de sus guardias y que
dispusiera de mas tiempo para beber con el Capitán, no existía otra. Este
detalle de la guardia no lo olvido, porque cada mañana subían unos cuatro
agregados de cubierta a tomar estrellas conmigo, creo que eran de las
promociones XVII y XIX.
Motonave "Topaz Islands", escenario de esta historia.
Desde el primer día de navegación se sintieron los
efectos de la barrabasada de nuestro Capitán, las discrepancias entre las
posiciones estimadas y las reales a la hora de las observaciones astronómicas,
llegaron a ser en oportunidades de unas 30 millas. En el océano esto no era
peligroso, pero en navegaciones costeras había que estar muy atento. El
girocompás estaba roto y por mucho que yo le reclamaba, aquel individuo no daba
su brazo a torcer. El buque contaba con un solo radar muy antiguo y solo
ofrecía dos líneas isométricas para determinar las posiciones. Anillos fijos
para medir distancias y una plancheta con líneas para tomar marcaciones. Estaba
casi prohibido su uso con la finalidad de mantenerlo en reserva para
situaciones de riesgo.
El cruce del océano Atlántico se realizó con todas
las incertidumbres e inseguridades provocadas por una mala decisión, fue una
navegación zigzagueante donde se incurrió en gastos innecesarios de
combustible. Logramos pasar el Estrecho de Gibraltar y nuestro primer destino
sería el puerto de Alejandría en Egipto. Ustedes pensarán que exagero, me llama
de noche y muy alarmado el Tercer Oficial. Continuaba cumpliendo la orden de
navegar sin el uso del radar y me manifiesta que no encontraba a la Isla
Alborán de acuerdo con la planificación de la derrota correspondiente a su
guardia. Sin dudarlo encendí el radar y la misma nos apareció por la banda de
babor. Los que saben de navegación y han navegado por el área, saben
perfectamente que siempre debe aparecer por estribor. Le dije que continuara
con el radar funcionando y si subía el Capitán le explicara los motivos.
La travesía por el Mediterráneo es sumamente entretenida,
el tráfico de buques es constante en todas las direcciones. La navegación es
muy fácil dentro de ese mar, las costas son elevadas y no prestan dificultades
a la hora de identificarlas en el radar. Desde la isla de Malta hasta
Alejandría la navegación es muy simple, digamos que solo se requiere hacer un
solo rumbo si la memoria no me traiciona. Revisando este trabajo, descubro que
cometí un error imperdonable al confundir este viaje con destino a Beirut, el
asunto es que lo había hecho con otra nave llevando el mismo cargamento.
Casi entrando al puerto de Alejandría en plena faena
de recalada antes de tomar al Práctico, yo me encontraba en la proa y aviso al
puente sobre la presencia de una boya cercana a nuestro rumbo. Colisionó con la
boya y la hundió. Después de todo era dichoso, las autoridades no se dieron
cuenta de aquel accidente y una vez finalizada nuestra descarga continuamos
viaje rumbo al puerto de Aqaba en Jordania. Creo que esta sería la primera vez
que yo cruzaba el Canal de Suez.
Después de
darle la vuelta a la península de Sinaí, tierra que fuera atravesada por Moisés
cuando partió de Egipto y por cierto, impresionantes aquellas montañas
desérticas donde no existen contrastes de colores, solo aquel amarillo propio
del desierto que brota desde lo profundo de ese angosto golfo de Aqaba,
monótono a ambas orillas y que solo el contemplarlo provoca sed. Al final de
ese golfo se encuentra la pequeña ciudad que lleva el nombre de Aqaba y pertenece a Jordania, nuestro destino. Del lado opuesto,
la tierra y una ciudad de Israel llamada Taba. En medio de la playa la cerca que servía como
frontera entre los dos países. Fondeamos muy cerca de la orilla, casi pegados a
un hotel del que podíamos leer su nombre en las noches, “Aqua Marina”.
Permanecimos fondeados durante varios días en espera
de muelle, durante ese tiempo nos pusieron servicio de lancha para bajar a
tierra. Cada cual bajó solo una vez, el calor era intenso pero seco, se podía
soportar mejor que el de la isla. ¿Para qué bajar? Era la pregunta que nos
hacíamos todos, no teníamos dinero. Salíamos a caminar y curiosear en cada
vitrina de las tiendas, no había nada que hacer en esa ciudad. Casi no se
observaban mujeres en la calle y las que se veían, llevaban el rostro
totalmente cubierto por un velo negro. Caminar por caminar a nadie le gustaba,
porque tampoco se podía mitigar la sed. Regresábamos al barco a esperar que nos
dieran dinero, si no llegaba, no volvíamos a salir, carecía de sentido hacerlo.
El Capitán hizo un arreglo con el Proveedor del buque
y después de algunas negociaciones, pudo resolver que el individuo le entregara
dinero suficiente para pagarnos diez dólares a cada tripulante. La gente se
puso contenta con aquella limosna y salieron a comprar, tampoco me explico que
compras pudieron hacer con ese dinero, los precios estaban inaccesibles para
nosotros.
El Tercer Oficial estaba viviendo con una
mulata camarera que se mandaba un culo fenomenal, muy buena trabajadora y persona ella. Me
propuso el tercero salir con la traductora a la playa y entre todos comprar una
botella de whisky para pasar el rato fuera del buque. No estaba mala la idea y
acepté enseguida. En un bolso echamos las toallas, algunas latas de jugo de
toronja para ligar con el whisky y partimos hacia el único establecimiento
donde vendían bebidas alcohólicas.
Motonave "Topaz Islands", escenario de esta historia.
-Señores, ¿para dónde van? Preguntó el tipo en un
inglés mezclado con árabe.
-Vamos para la playa. Contesté al individuo.
-Yo los llevo.
-¿Para qué? Si la playa está aquí mismo.
-¡No, hombre! La playa buena está a veinte kilómetros
de aquí.
-No nos importa, nosotros nos bañaremos en esta. Le
respondí sabiendo que para nosotros era algo imposible dar un viaje como ese,
ya no nos quedaba casi dinero.
-Esa playa está contaminada y no es recomendable
bañarse en ella. Insistió el tipo.
-Estará contaminada, pero el caso es que no tenemos
dinero para dar ese viaje. Le respondí para quitármelo de encima.
-No te preocupes, yo los llevo gratis.
-¿Gratis? Pregunté sumamente extrañado ante aquella
proposición casi absurda.
-Como lo oyes, los llevo gratis. Les traduje todo a
mis compañeros de aventura y quedaron sorprendidos, enseguida nació la
desconfianza. Para los cubanos, toda persona que se le arrima en el extranjero,
movidos por la curiosidad o sencillamente con la intención de ayudarlos, es
considerada a primera vista un agente de la CIA. Ese temor ha sido sembrado
durante tantos años hasta el ridículo, ha hecho a hombres renunciar propuestas
de hermosas mujeres. En realidad, no tan hombres cuando se llega a este
extremo, se es mucho más que un cobarde, se es pendejo y así conocí a muchos.
-Compadre, yo no voy en esa, aquí hay gato encerrao,
eso de llevarnos de gratis, así como así. Fue la salida del Tercer Oficial,
quien no había abierto la boca hasta ese momento y sabía un poco de inglés el
muy cabrón, las muchachas permanecían calladas esperando por nuestra decisión.
-¡Oye, gallo! En la vida no se puede ser tan pendejo,
mi hermano. ¿Cuándo coño te has montado en un Mercedes Benz como ese?
-Yo sé lo que me quieres decir, pero es que está muy
de jamón eso de que nos lleve de gratis, además, ¿cómo carajo regresamos, no
nos vamos a tomar la botella de whisky?
-Verdad que sí, se me habían olvidado esos detalles.
¡Espérate, yo le parto el brazo a ese tipo! No hay quien me quite la idea de
montarme en ese carrazo. Le respondí al Tercero y ahora lo notaba un poco más
animado, quizás para hacer su papel de macho delante de las muchachas.
-¡Oye, mi amigo! Todo está muy bien, supongamos que
nos lleva gratis hasta esa playa, pero y después, ¿cómo regresamos?
-Yo los espero. Me contestó a secas.
-¿Qué tú nos esperas a que nos bañemos y nos tomemos
una botella de whisky que llevamos? Insistí sorprendido.
-Ya te lo dije, yo los espero hasta que ustedes
terminen, en estos momentos estoy libre. Coño, de verdad que no lo creía, pero
se me había metido en la cabeza montarme en aquel animal. Las muchachas
estuvieron de acuerdo conmigo y a los pocos minutos viajábamos en aquel
fenomenal auto que no tenía nada que ver con los Ladas del patio. Devoramos
kilómetros de carretera al borde del mar y tierra desierta. Hasta buena música
tenía el muy cabrón, éramos felices con esta aventura.
Se desvió de la carretera en un paraje desierto y se
aproximó hasta unos diez metros de la playa, apagó el auto y dejó música
puesta. Nosotros comenzamos a desvestirnos con paciencia y fuimos acomodando
nuestras cosas sobre la arena. Las chicas nos imitaron y los ojos de aquel
árabe se desorbitaron, no solo los de él, los míos también cuando vi a aquella
mulata en bikinis.
¡Qué clase de culo, Dios mío! Exclamé para mis
adentro, pero allí no terminaba todo. Por poco me da un infarto cuando la
traductora se quitó la ropa, una ordenada fila de pendejos partía desde su
ombligo y se escondían debajo del bikini, muy pequeño para ocultar todo el
ejército de pelos bien negros que cubrirían su aparato reproductivo. Muchos de
ellos en señal de desobediencia se le salían por ambos lados, muy pegados a sus
piernas. La boca se me hacía agua ante aquel hermoso espectáculo, miré al
chofer y noté que sus ojos seguían fuera de órbita.
- ¡Coño, vieja! Me hubieras pedido la máquina de
afeitar, no solamente has vuelto loco al chofer, me tienes convertido en un
anormal con esa linda pendejera. Todos echaron a reír, hasta el chofer que no
sabía de qué carajo estábamos hablando, creo que se lo imaginaba. Allí nos
sentamos y las muchachas sirvieron en los vasitos que llevamos, le ofrecieron
un trago al driver, pero era de imaginar que no aceptaría, seguro que era
musulmán.
Con toda nuestra tranquilidad finalizamos la botella
y montamos en el auto nuevamente. Al llegar a la entrada del puerto el chofer
me preguntó cuando deseábamos ir de nuevo a la playa. No le di fecha segura y
entonces me entregó su tarjeta con el teléfono. Pactamos mantener aquella
salida en secreto, como si hubiéramos realizado algo ilegal o cometido algún
delito, así fue siempre.
Al día siguiente, la mulata me dice que desea hablar
conmigo en privado, me extrañó tanto misterio, yo disfrutaba con aquellas
cosas, no puedo negarlo.
-Second, el jefe de la carga nos invitó para ir al
hotel Aqua Marina esta noche.
-¿A quiénes invitó?
-A las muchachitas, pero le dije que nosotras no
podíamos salir solas, que tenía que ser con un hombre.
-¿Y qué te contestó el tipo?
-Que no había problemas.
-¡Coño! Entonces no tienes problemas, arranca con el
Tercero, para eso vive contigo.
-Que poco lo conoces, tú sabes perfectamente que para
estas cosas él es bastante pendejo.
-¡Carajo, negra! Si no tienen pensado hacer nada malo,
yo no veo la razón.
- Bueno, el asunto es que se lo pedí y el tipo me
dijo que no entraba en esa.
-¡Qué raro! No será que ustedes se quieren buscar
unos kilitos.
-¡No jodas! No hay nada de inventos, por eso quiero
que nos acompañes, yo sé que tú no estás en nada.
-¡Oye! Como no estoy en nada te lo digo, si quieren
buscarse unos pesos, eso es problema de ustedes. En definitiva, el culo no es
mío y yo sé por boca de ese tipo que aquí otras camareras se los han buscado.
-No, no hay nada de eso, de verdad.
-¿Quiénes son las que van?
- Menos la traductora, nosotras cuatro.
-¿La blanquita también va? Ella era una chamaca
camarera que le decían así por la blancura de su piel, no muy común en nuestro
país donde la gente se dora involuntariamente. A su pareja en el barco le
decían el blanquito por las mismas razones, recuerdo que tenía unos senos exquisitos.
-Ella también.
-¡Carajo! Que complaciente es su maridito y todavía
me dices que no hay gatos encerrados.
-Viejo, te juro que no hay nada de eso.
-Está bien, si es así la cosa, diles a las chamacas
que saldremos separados y nos encontramos frente a la tienda de las bebidas. Acordamos
la hora, me dio un beso y salió directo a coordinar con las demás.
Salimos por distintos caminos como si no tuviéramos
nada en común, nos convertimos especialistas en el arte de disimular las cosas.
Preparábamos planes estratégicos para realizar cualquier bobería por
situaciones que solo se viven en nuestro país, nos obligaron a ser así, falsos,
mentirosos e hipócritas. Hoy, del lado de acá, me asombro de aquella vida, es
imposible concebir que se actúe constantemente como si se estuviera cometiendo
delitos a cada paso que se daba, eso no es vida.
Motonave "Topaz Islands", escenario de esta historia.
A la hora acordada todos coincidimos en el punto
fijado, después de mirar a todos lados como unos perseguidos, fuimos en busca
del jefe de la carga. Por suerte para todos nosotros, no había muchos
tripulantes en la calle esa noche. El tipo nos esperaba a solo unos metros de
la entrada del hotel, nos saludamos y entramos a disfrutar de esas cosas lindas
y prohibidas para nosotros, no era muy grande, pero es innegable que era muy
bello. Dimos primero un recorrido por su piscina, había muy pocas personas,
luego fuimos directo al bar.
Las chicas, muy modestas, pidieron solamente cerveza,
yo le dije al gallo que bebería lo mismo que él. De verdad no tengo la culpa
que le gustara el Chivas Regal, a mí me encantaba, ya lo había conocido muy
bien en el buque angolano.
La velada fue algo aburrida, entre trago y trago que
sumaron unos seis, mi trabajo era traducirles a las chicas, no hubo más nada en
el ambiente y el hombre fue muy correcto. De vez en cuando aparecía alguna
extranjera muy elegante y el hombre me explicó que eran prostitutas, pero que
no estaban al alcance de la gente del pueblo, aquellos huequitos costaban
demasiado caros, creo que más de cien dólares el rato.
Al final, el tipo sacó un gran rollo de billetes para
pagar la cuenta y nos marchamos, fue algo similar a lo del taxista, pagó
solamente para exhibirse con aquellas mujeres, eso era todo. Antes de partir el
barco le regaló un reloj a cada una de ellas, pero antes de hacerlo le pidió
permiso al Capitán. Creo que era un tipo que actuaba de buena fe, lo hizo para
no perjudicarlas. Zarpando del puerto todos los relojes fueron recogidos y se
entregaron a los ganadores de la emulación en ese viaje.
Partimos para el puerto rumano de Constanza, ya lo
había visitado en varias oportunidades. Continuamos con los mismos problemas
del compás magnético, ya el buque se encontraba vacío, pero el Capitán seguía
con aquella rara y particular teoría de su campo magnético. En resumen, ya no
me importaba esa barbaridad y seguía cumpliendo sus órdenes. Navegamos de nuevo
por el canal de Suez, Mediterráneo, Mar Egeo y llegamos al estrecho de los
Dardanellos, aquí me sorprendió algo nuevo que luego se mantuvo vigente hasta
mi partida. El Capitán solicitó los servicios de Prácticos para pasarlo, digo
que me sorprendió, porque en esos momentos no era obligatorio tomarlo, y yo lo
había cruzado en varias oportunidades con otros Capitanes sin la presencia de
éstos. No fue solamente aquí donde vi este fenómeno, navegué con varios
Capitanes que solicitaban el servicio de practicaje desde Francia hasta
Finlandia, luego hacían lo mismo al regreso.
Tenía que sorprenderme, esos viajes los había realizado
en barcos mucho más viejos que carecían de los sistemas sofisticados de
navegación que poseen los modernos, siempre lo hicimos solos. No encuentro
razones para pagar este servicio si se tienen las cartas de navegación de la
zona actualizada. En confianza con varios Capitanes que fueron mis amigos, les
preguntaba por cual razón lo hacían y la respuesta tenía sus lógicas. Alegaban
que lo tomaban porque en definitiva ganaban lo mismo que si no lo hacían,
entonces, preferían pasar estos tramos de navegación durmiendo tranquilamente.
Al país se le escaparon miles o tal vez millones de
dólares en el pago de estos servicios, nuestros buques transitaban por esas
zonas con mucha frecuencia con destino a infinidad de puertos del Mar del Norte
y del Báltico. ¿Quién pagaba por ello? Indiscutiblemente era el pueblo, pagaba
por la mala fe y también por la incompetencia de gente que fueron ascendidos
por ser incondicionales al régimen. Más tarde, debíamos echarle la culpa de
todos nuestros males a alguien y quién mejor para ello que el bloqueo.
Pasado los Dardanellos le sigue el Mar de Mármara y
por último el fascinante estrecho de Bósforo con un tráfico intenso de
embarcaciones menores. Detrás de él, el Mar Negro y una vez en su seno, me daba
la impresión de mantenerme preso. desconozco la razón, pensaba que si se
formaba algún problema en Turquía, quedaría atrapado en esa especie de jaula
marina.
Rumanía era de aquellos países por
los que sentí mucha pena, creo que pudiera llamarlo lástima o compasión. Era un
pueblo que debía estar en mejores condiciones que nosotros por los años que
tenían de “liberación” y de transcurrida la guerra. Pero no era así, esa
simpática gente vivía en constantes penurias que se aproximaba a la miseria. El
puerto, que siempre brinda la primera imagen de un país, dejaba aquel sabor
amargo que solo produce la pobreza. Estibadores mal vestidos, casi uniformados
como los chinos de Mao, el color gris y negro que se hace dueño en los sitios
donde impera la miseria, acompañados de la mugre y la suciedad.
Ellos se robaban todo lo encontrado a su
paso, cada mierdita encontrada era necesaria, hasta nuestra estropeada ropa de faenas.
Desde nuestro arribo hubo que esconderlo todo porque barrían con lo más
insignificante, comenzaron a desaparecer grilletes utilizados en las
arboladuras, pedazos de cables, de cabos, etc. Tal parecía que cumplían una
orden de su partido aquellos hombres, porque nada de eso servía para uso
particular, también se ponían muy contentos con cualquier cosa que se les
ofreciera, jabón, cigarros, jugos, ron.
En la calle el panorama era muy parecido al nuestro, pero con la gran diferencia de que nosotros éramos un país tropical. En la casilla de la Aduana por donde debíamos salir, los mismos guardias y métodos empleados en todo el campo socialista. Ellos tenían un perro pastor alemán sobre una especie de mesita que no gesticulaba para nada, su función era olfatear a todo el que pasaba. Aquella rigidez del animal me recordó a los caballos de la guardia de la Reina en el Palacio de Buckingham, habían sido muy bien programados, igual que los hombres.
En la calle el panorama era muy parecido al nuestro, pero con la gran diferencia de que nosotros éramos un país tropical. En la casilla de la Aduana por donde debíamos salir, los mismos guardias y métodos empleados en todo el campo socialista. Ellos tenían un perro pastor alemán sobre una especie de mesita que no gesticulaba para nada, su función era olfatear a todo el que pasaba. Aquella rigidez del animal me recordó a los caballos de la guardia de la Reina en el Palacio de Buckingham, habían sido muy bien programados, igual que los hombres.
Todas sus calles eran oscuras, en las tiendas se encontraban apagadas la mitad o más de sus bombillas eléctricas, lo mismo sucedía en restaurantes y demás lugares públicos. La calefacción se encontraba regulada de tal manera que, uno debía permanecer en el interior de cualquier recinto con los abrigos puestos, incluyendo los apartamentos con la calefacción centralizada. En las tiendas y mercados se notaba la ausencia de infinidad de productos de primera necesidad, casi todos eran de mala calidad y no tenían bolsas o papel para envolverlos. En fin, cada vez que conocía a algunos de esos países y miraba nuestro futuro, comprendía que nuestro pueblo había sido engañado.
El día de nuestra llegada y luego de atracar, el Capitán me llama a su camarote y me pregunta si yo tenía algún traje que ponerme. Como mi respuesta fue positiva, me pidió que me vistiera con él para que llevara los documentos del buque a la Capitanía del puerto. Esa era una práctica que solo recuerdo haber observado en este país, me refiero a la retención de los documentos de cualquier buque. Sus certificados vienen siendo la identidad del mismo y en Rumania la retenían desde la llegada como medida contra el impago de los servicios recibidos por el barco, aquellos documentos no eran devueltos hasta que no se saldaran todas las cuentas.
Me puse el traje y cuando metí las manos dentro de los bolsillos del saco, encontré aquellos billetes viejos del chino. Recogí los documentos en la oficina del Capitán y cada vez que me encontraba con alguien por los pasillos, le mostraba aquel rollo de billetes y le decía que ya estaban pagando en la oficina del sobrecargo. Todo el mundo se dirigió a la oficina de este en busca de su paga, mientras yo descendía la escala del buque para cumplir mi misión.
Pocos minutos después toda la tripulación me mandaba al carajo por aquella broma. Allí nos pagaron, era lo mismo que recibir papel sanitario y estábamos obligados a gastar todo el dinero. No podíamos acumularlo para otro viaje y era penado con prisión poseer dólares con uno. Esto que se hizo en ese viaje era una práctica muy común, no pagaban en los países de área dólar y te obligaban a recibir el dinero en los países del CAME. Había que gastarlo en porquerías y dar ese viaje como perdido para resolver los problemas de la familia, solo compré una muñeca para mi hija que era pequeña y al llegar al barco tuve que lavarla totalmente.
Partimos hacia Odessa con el objetivo de tomar combustible para nuestro regreso, allí esperamos dos o tres días hasta que nuestra salida se produjo una madrugada. Cuando entré a las cuatro de la mañana se estaba levando anclas y el aliento del Capitán era igual a la atmósfera que se respira cerca de las destilerías de alcohol, estaba totalmente borracho y en cuanto llegué al puente se retiró.
Había en ese momento una densa niebla y
la visibilidad era cero, la salida de este puerto es por canales de boyas con
zonas de separación del tráfico, como yo era el encargado de la preparación de
las derrotas siempre las estudiaba profundamente. De haberlo deseado, en mi
condición de Segundo Oficial, hubiera podido solicitar la presencia del Capitán
o la del Primer Oficial para realizar aquella maniobra de salida, pero me
enteré que el otro estaba borracho también y continué, en definitiva, había
sido el Capitán quien me entregó la guardia.
Ese día, mi servicio en el puente se extendió hasta las doce del día, no quise hacerle la entrega al Tercer Oficial por ser una persona inexperta, solo cuando la borrachera se les pasó, fui relevado.
Ese día, mi servicio en el puente se extendió hasta las doce del día, no quise hacerle la entrega al Tercer Oficial por ser una persona inexperta, solo cuando la borrachera se les pasó, fui relevado.
Cuando agotamos la navegación entre las islas griegas, yo había trazado un rumbo directo al sur del cabo Spassero en la isla de Sicilia. El día de la recalada a este punto, entré de guardia y me encontré al Capitán en el puente. No tenía problemas personales con él, pero entre ambos la comunicación era de poca fluidez. Vi mal la recogida de los relojes regalados a las muchachas y no me caían bien los tipos alcohólicos que, llevaban en sus espaldas la responsabilidad de la vida de muchas personas, entre ellas la mía. Yo era un buen bebedor en esos tiempos, pero nunca se me ocurrió asumir una guardia en el puente en estado de embriaguez.
A una distancia captada por el radar y con la tierra no muy bien definida, le informé de su presencia. En esas condiciones las posiciones obtenidas no son de mucha confianza y debe esperarse hasta la plena identificación de la costa.
-Capitán, tenemos tierra por la proa en el radar. Expresé por puro formulismo. El hombre se levantó, fue hasta el radar, tomó una posición por distancia y marcación al punto aparecido en la pantalla y procedió a plotearlo en la carta náutica que en ese momento se encontraba en uso. Terminada esa rutinaria operación, regresó a la silla que existía en los puentes asignados para ellos. Permaneció unos minutos en silencio oteando el horizonte, como tratando de adivinar esa costa, superando el alcance de la vista del ser humano y la curvatura de la tierra. Después de esa ridícula postura y dando muestras de su superioridad, confusa para él, que mezclaba el rango con la inteligencia, abrió desafortunadamente su boca.
-Ahí la tienes, por la misma proa, sin tanta tablilla de desvío. En la proa está. ¡Segundo, puedes comprobarlo! Por supuesto que lo haría, de eso podía estar seguro aquel imbécil, dije para mí. No hacía falta que él me lo pidiera, no era la primera vez que me encontraba en situaciones similares.
-En cuanto esté mejor definida la tierra en el radar, le avisaré cuando tenga una posición segura. Fue todo lo que se me ocurrió responderle en ese momento.
-Tú has cogido lucha con esa tablilla de desvío. Agregó como resumen, lo más penoso para él, fue que lo expresó en presencia de agregados de cubierta que cubrían la guardia conmigo. Ellos sabían de qué se estaba hablando, habían estudiado la misma carrera.
-Capitán, yo no cojo lucha con nada, sencillamente aplico lo estudiado. No hubo respuesta.
Pasadas unas dos horas y cuando estábamos más cerca de la costa a la cual debíamos recalar, traté de identificar su configuración e identificarla en la carta. De verdad no existían parecidos entre ambas, esa operación la repetí en varias oportunidades y solo logré que naciera en mí la incertidumbre. Para estos casos la experiencia me había enseñado que lo más importante era mantener la serenidad. De acuerdo con el rumbo que manteníamos en esos momentos, apliqué las correcciones correctamente y ellas me daban un rumbo efectivo que daba directamente a la isla de Malta, no podía creerlo.
Tomé varias posiciones por el radar y las ploteé desde la isla de Malta y desde Spassero, luego encendí el ecosonda para comprobar las profundidades de ambas posiciones. De acuerdo con la carta, el ecosonda no estaría captando la profundidad en el supuesto caso de que nos encontráramos recalando a Spassero, sin embargo, reflejaba en sus señales unas sesenta brazas por debajo del casco. En la medida que nos aproximábamos a tierra, era identificada con más claridad y cuando ya no tuve dudas de que nos encontrábamos llegando a Malta, borré las posiciones obtenidas de la carta.
Hice un cálculo inverso sobre el rumbo
efectivo que llevábamos, dejando de considerar el desvío, todo lo cual
justificaba nuestra presencia en ese punto y no donde debíamos recalar.
Aquellos cálculos los hice con unos números bien grandes, capaces de ser leídos
por un ciego y los dejé encima de la mesa de derrota, como algo hecho por pura
rutina.
-Capitán, ya la tierra está mejor definida en el radar, ¿quiere tomar una posición para confirmar? En silencio el tipo se levantó de su trono, tomó la posición que le sugerí, yo no me molesté en moverme del puente. Salió del cuarto de derrota con una sonrisa que abarcaba de oreja a oreja.
-¡Ahí está, Segundo! En la misma proa, deja los caprichos que te vas a enfermar. Los dos agregados me miraron en silencio y con los ojos pude observar una muda expresión, acabaste con este burro, pudieron pensar.
-Capitán, ¿está seguro de lo que dice? Ahora era yo quien deseaba humillarlo de la misma manera que él pretendió hacerlo conmigo.
-No cabe la menor duda, cuando llegues al través cambia al rumbo planificado. Contestó victorioso y cuando se dispuso a abrir la puerta del puente, posiblemente para irse a sus acostumbradas juergas alcohólicas, lo detuve.
-Capitán, creo que hay un error en todo esto. El tipo frenó en seco.
-¿A qué te refieres?
-A que no estamos recalando a Spassero. El tipo se rio con fuerza, los agregados también pero en un sentido inversamente proporcional.
-De verdad que te has vuelto loco compadre.
-En lo absoluto, tome una posición nuevamente y demuéstrame que lo estoy.
-Acabo de tomar una, ¿no te basta con esa?
-¡Claro que no! Se dirigió silenciosamente hasta el radar, mientras a su espalda se cerraba la puerta por donde pensaba salir a tomarse su traguito y luego otro hasta caer borracho como siempre había sucedido. Ploteó aquella posición y me llamó hasta el cuarto de derrota para mostrármela orgullosamente.
-¿Satisfecho? Los agregados seguían en silencio aquella muda batalla, una pelea entre la razón y el poder.
-Por supuesto que no lo estoy, ¿dónde me deja la profundidad?
-¿Qué profundidad?
-La profundidad del área donde usted acaba de plotear su posición, ahí tiene el ecosonda frente a usted, vea si coincide con su posición.
-En resumen, ¿qué me quieres decir?
-No quiero decirle nada, sencillamente estamos frente a la isla de Malta y no a la de Sicilia. Las razones se encuentran en esos cálculos escritos en esa hoja, no ha sido un capricho el que nos ha traído hasta aquí, ha sido ignorar los valores del desvío del compás.
-¡Mira! Has lo que te dé la gana con la tablilla y con el desvío. Me dio la espalda y tras de sí se cerró violentamente la puerta de acceso al puente.
-Acabaste con él, de verdad que eres un animal. Fue la expresión de los agregados.
Motonave "Topaz Islands", escenario de esta historia.
Durante el viaje de regreso le indiqué a los Oficiales que se tenían que
considerar los valores del desvío del compás y les recordaba que en cada
guardia, los Oficiales del puente estaban obligados a comprobar los errores del
compás durante sus observaciones astronómicas. No hubo más problemas en todo el
trayecto, las discrepancias entre las posiciones estimadas y las reales eran
las normales, las que se producían por los efectos externos desconocidos.
Me dediqué con entusiasmo a pintar todo el interior del puente y el cuarto de derrota, esto lo hice en mis horas de descanso, siempre era así en cada barco por el que pasaba, amaba y vivía enamorado de mi trabajo. En esos días me acordé de los billetes del chino, separé una serie completa para mí y los otros se los fui regalando a mis amistades. Recuerdo que le regalé al ruso Jefe de Máquinas, a la traductora, al Tercer Oficial que era un matancero de apellido Sedgrañe o algo parecido, creo que le regalé también al que estaba de Secretario de la Juventud Comunista, no recuerdo su nombre, pero era buen chamaco.
Unos días antes de llegar a La Habana, tuve que ir al camarote del Capitán a entregarle una relación de las reparaciones que eran necesarias en el puente, ambos camarotes se encontraban en la misma cubierta, solo debía andar unos pasos desde el mío hasta el de él.
-Me enteré de que andabas regalando unos billetes viejos.
-Si, eran unos billetes que traje equivocadamente a viaje y como yo no colecciono moneda en papel, regalé unos cuantos. Los otros los voy a botar, no deseo tener problemas en Cuba.
-No los bote, yo tengo amigos coleccionistas que lo recibirían de muy buen gusto.
-No hay problemas, ahora te los traigo, es mejor que los tengan ellos que arrojarlos al mar. Momentos después se los entregué y allí murió la historia de aquellos billetes, al parecer para mí.
Cuando llegamos frente al Morro de La Habana, embarcó en la misma lancha del Práctico un agente de la Seguridad del Estado. Yo lo conocía de mi época de clavista, se llamaba Raidel, es de suponer que ese era su nombre de guerra. Era un tipo represivo con el cual tuve un encontronazo bastante fuerte. Ocurrió cuando llegué de un viaje a bordo del Pepito Tey y me criticó por no haber rendido informes sobre situaciones ocurridas durante ese viaje. Le contesté que mis funciones eran las de cifrar y descifrar mensajes, pero que nunca me habían orientado rendir informes sobre nada, que eso no competía con mi contenido de trabajo. A los pocos meses era dado de baja de ese grupo, ya mi juramento por cinco años había caducado. Creo que lo celebré con una buena borrachera, me había quitado tremendo peso de encima.
No me extrañó que aquel tipo con el rostro marcado por una feroz acnés juvenil embarcara de esa manera, ya nos habíamos acostumbrado a todo. Luego de fondear en una abarrotada bahía, teníamos que esperar por la llegada de las autoridades, esa espera podía convertirse en una larga agonía de horas. Casi siempre se llegaba hasta nuestros barcos un lanchero muy querido por todos, Mazacote. Generalmente nos traía recados de los familiares que nos esperaban en el muelle, ese día estaba bien jodedor.
-¡Caballeros! Díganle al Blanquito que allá afuera lo esperan su mujer embarazada y la querida, que ya hubo tremenda bronca. También le avisan a la Blanquita que el marido está enterado de los tarros que le está pegando y allá afuera espera por ella. Todos nos reímos, pero lo que decía Mazacote no tenía nada de irracional, todo fue real.
Cuando llegaron las autoridades nos reunieron en el salón de Oficiales, así comenzaron a llamar a los tripulantes para sondearles el camarote, creo que fui el tercero en ser llamado. Al llegar al camarote, había tres de aquellos animales orientales desarmando techos y paredes. Uno de ellos se encontraba sentado en mi mesa revisando hoja por hoja todos mis libros técnicos, es sabido que no estaba estudiando navegación, buscaban algo importante. El que parecía jefe de aquella escuadra me dijo; -¡Desvístete! Ya imaginaba que algo andaba mal, pues los sondeos nunca eran de ese rigor. Comencé a quitarme toda la ropa y la dejaba caer en el piso, el tipo se agachaba y revisaba todos los bolsillos, la viraba al revés y luego la dejaba en ese lugar. Me ordenó quitarme las medias y lo obedecí, cuando procedía a quitarme el calzoncillo me dijo que no era necesario, pero le respondí que era parte de la ropa igual que las medias y me lo quité, más que nada, deseaba mostrarle la pinga y los cojones por todo el destrozo que habían causado en el camarote. Cuando en sus funciones de perros sabuesos no encontraron nada, autorizaron vestirme nuevamente y me pasaron al camarote del Primer Oficial.
Allí estaba sentado en la mesa el oficial de la seguridad Raidel con todos los billetes en exhibición sobre ella. Eran los que yo le había entregado al Capitán, me ordenó sentarme y enseguida comprendió que nos conocíamos.
-¿Y esto? Preguntó señalando a aquellos papeles viejos.
-Supongo que sean míos. Respondí a secas.
-¿Cuántos vendiste en el extranjero?
-¿Vender qué cosa?
-Esos billetes.
-En primer lugar no tienen valor numismático y en segundo lugar, allá pueden ser bobos pero no comemierdas.
-¿Tienes más de estos?
-Una serie completa.
-¿Regalaste alguno más?
-Si, regalé unos pocos.
-¿A quiénes?
-Al Jefe de Máquinas, Capitán, Tercer Oficial, Traductora y al Secretario de la Juventud.
-Perfecto, pasa por ellos ahora mismo. Salí en dirección al camarote del Capitán y cuando le pregunté por los billetes me contestó que mientras estaba en la maniobra, el tipo de la seguridad le había sondeado el camarote y los había decomisado. Eso era una mentira mal elaborada, el camarote de los capitanes nunca se sondeaba. Luego los recuperé todos y regresé al camarote del Primer Oficial. Aquel maricón que había sido compañero mío de estudios, no tenía cojones para mirarme a la cara.
-¿Qué puedes decirme del viaje en taxi hasta la playa? Aquella pregunta me dejó perplejo, no cabía la menor duda de que el negro de Sedgrañe había cantado.
-¿Qué quiere que le diga? Fue un taxi que tomamos para ir a la playa.
-Pero a ustedes no les pagaron.
-Nos pagaron diez dólares.
-Pero eso no da para pagar un viaje de veinte kilómetros.
-Fuimos gratis.
-¿Y quieres que te crea?
- Yo no quiero nada, ese es un problema suyo, fuimos de gratis. El tipo se levantó y se retiró por varios minutos mientras dejaba a uno de la guardia custodiándome. Cuando regresó, yo sentía a la gente bajando por la escala del barco para tomar la lancha.
-Necesito saber a cuál prisión me van a conducir, al DTI o al G2, quiero mandarle un aviso a mi familia.
-Por el momento puedes bajar, te mandaremos a citar si fuera necesario. Me levanté, cerré el camarote y partí rápido a tomar la lancha, casi era media noche.
El muelle donde desembarcaban los tripulantes estaba lleno de familiares, besé a mis hijos y esposa, noté que la atmósfera estaba tensa y les pedí retirarnos, esperamos por la ruta 24 o la 15 en la parada del Muelle de Luz. Cuando estábamos en movimiento, cuando se suponía debía estar contento por el fin de aquella travesía, yo viajaba preocupado en aquella guagua.
-Te tengo una sorpresa. Dijo mi esposa, se mostraba muy contenta, tanto por la noticia que debía darme como por mi llegada.
-¿Cuál? Dije a secas.
-Estás incluido en la lista del curso de Primer Oficial. Me contestó esperando alguna muestra de alegría, hacía ocho años que me tenían bloqueado al ascenso por el solo motivo de no ser militante del Partido.
-Así que esa era la sorpresa.
-¿No te alegra?
-Mierda me alegro ahora.
-¿Has tenido problemas?
-Si y es muy posible que vaya preso. Le dije casi al oído para que los niños no comprendieran lo que estaba pasando. Ella se puso muy nerviosa y temblorosa, su rostro se tornó pálido.
-¿Te agarraron en algo?
-En lo que menos te imaginas, me agarraron con los billetes del chino, aquellos que me regaló una vez tu hermano. Los ojos se le aguaron pero le pedí que no llorara por los niños.
Al siguiente día por la mañana llegué hasta el barco, antes de hacerlo, pasé
por la Empresa a verificar la noticia que me había dado mi esposa sobre el
curso en la Academia. Después de consultarse la lista, el Jefe del grupo de ese
barco me pidió le informara al Capitán que debía desenrolarme y mientras tanto,
ascendiera al Tercer Oficial a mi plaza y que la de éste fuera ocupada por uno
de los agregados. En ese viaje el Secretario del Partido era el Sobrecargo del buque, no tengo
quejas de él, los había cuyo comportamiento eran de hombres, éste era uno de
esos casos.
-¿Compadre, qué fue lo que sucedió ayer contigo? Por su sinceridad me di cuenta de que no estaba informado del asunto y le conté exactamente cómo sucedieron las cosas.
-¡Coño, chino! De la manera que he trabajado en este barco, no puedo creer que se trate de una hijaputada.
-Estás equivocado, después de contarme como han sido las cosas, creo que ha sido una de las más grandes que he visto hasta ahora.
-No te entiendo.
-Espero que esto no trascienda porque me pondrás en una situación difícil, yo soy el clavista a bordo y tengo noticias de que tú lo fuiste con anterioridad. El caso es que yo cifré un mensaje del Capitán donde él te caminaba como un carrito de helado. Quedé mudo por unos instantes.
-Coño mi hermano, con todo lo que yo he hecho por ese tipo en este viaje, no tengo más remedio que partirle el culo a ese hijo de puta.
-De haberlo sabido no te hubiera confesado nada, te lo advertí bien claro, me puedes meter en un serio problema y tú sabes cómo son las cosas aquí.
-Te entiendo, pero ese tipo merece una lección por esto que ha hecho.
-Hagamos las cosas como los blancos, seguro que cuando llegue ya estará medio borracho. Yo prepararé varios documentos para que los firme y entre ellos colocaré tu desenrolo. Una vez firmado te largas al carajo y dejas todo embarcado, no haces acta de entrega ni la guardia. Eso le provocará problemas, pero no tendrá derecho a reclamación alguna. Tú podrás alegar que él te firmó los papeles encontrándose en estado de embriaguez, como siempre ha estado y luego le agregas todo lo del viaje, como lo de la salida de Odessa.
Han pasado muchos años, por mucho que piense y me rompa la cabeza, no puedo comprender el motivo que llevó al Capitán Gabriel Sánchez, al Primer Oficial Guillermo Alenas y al Tercer Oficial de apellido Sedgrañe a participar en tamaña cobardía y traición, se requiere ser demasiado miserable.
Esta solo fue una de ellas, el tiempo me enseñó a no confiar en nadie, porque nadie sabe a ciencia cierta donde se escondía la traición. En mi viaje a Miami en Diciembre de 1999, me encontré con un ex-Capitán de la marina cubana y hablando de nuestro antiguos compañeros de trabajo, recuerdo que salió a escena el nombre de Gabriel Sánchez. Él pensó que yo no lo conocía y lo dejé que hablara, luego para concluir le hice parte de esta historia y como punto final le dije; “Tu socio es un hijoputa”.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2000-04-15
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Estimado Casañas acabo de leer "Los billetes del chino" cada vez que tengo tiempo leo algo tuyo ,lo mismo las singladuras que cualquier otra cosa que encuentre ,me gusta estar solo y en silencio en un rincón de la casa, pues luego de comenzar a leerte ,empiezo a navegar y soy llevado por vientos y corrientes,por derrotas atraves de cada viaje ,como marino esto me encanta,pero tu modo de describir las cosas como Escritor son maravillosas,se que escribir ,es difícil, se nace, me encantó este viaje ..tomas Castañedas
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