MOTONAVE "N´GOLA", EL BUQUE INSIGNIA ANGOLANO.
-Usted ha sido seleccionado…Mis oídos se bloquearon obedeciendo una orden de mi mente, impidieron escuchar el final de la frase, no toleraban la palabra “seleccionado” cuando se hiciera referencia a mi persona. La interpretación era distinta y sustituida automáticamente por condenado. Tal vez procedía con premura y se adelantaba injustificadamente, podía tener su origen en la juventud latente y aquella rebeldía que recién daba muestras de su verdadera existencia y resistencia a vivir en armonía con el cuerpo que le fuera destinado. Pudo ser también aquella extrañeza provocada por el hábito cotidiano en esperar lo peor, no podía resultar de otra manera. Militaba en la UJC, pero nunca formó parte de aquella élite formada por los elegidos, los privilegiados, los siempre aplaudidos, los destacados, los que siempre fueran verdaderamente seleccionados para algo beneficioso. Como por ejemplo, ir a buscar un nuevo barco donde las dietas adquiridas justificaban una voluminosa pacotilla. Ese siempre fue uno de los objetivos perseguidos por cada marino, inalcanzable para muchos.
Eusebio se encontraba sentado al lado del Jefe de Cuadros, no era nadie técnicamente, creo que nunca llegó a ocupar la plaza de Ayudante de Máquinas. Allí estaba y parte del destino de muchos oficiales y capitanes viajaron por sus manos y decisiones. Había entrado conmigo en la empresa con aquel grupo de desmovilizados del SMO en el año 67. Luego, su vocación e inclinación por las tareas partidarias lo alejaron de la de los escapes de carbono y salideros de aceite. Me miraba y se limitaba a escuchar solamente, no intervenía, lo hacía para tratar de borrar cualquier sentimiento de rechazo hacia su persona. El Jefe de Cuadros era nuevo en la empresa, fue un individuo colocado allí por el partido, recuerdo que perteneció a la industria láctea. Quién sabe, es muy probable que el gobierno nos confundiera con vacas. Recuerdo que me dijo una vez: “Para refrescar” te voy a enrolar en no recuerdo cual barco. Su interpretación era muy diferente a la nuestra, nosotros preferíamos refrescar en tierra. Poco importa, la flota era manipulada como una vaquería.
-¿Cómo? Le pregunté cuando regresé nuevamente a su oficina y me senté frente a él, no me había levantado, pero sabía que estuve ausente por los minutos que duró aquella barata perorata.
-¿Es que no me escuchó? Preguntó algo asombrado.
-Para serle franco, no. Ni ideas tengo de lo que me ha dicho. El tipo giró el rostro en dirección a Eusebio y éste me miró. Como nos conocíamos de la vieja guardia, supuso que era una de mis jodederas habituales. Me encogí de hombros y me dispuse a escucharlo nuevamente.
-Usted ha sido seleccionado para cumplir una honrosa misión internacionalista. Repitió el tipo y yo me limité a escucharlo de la misma manera que lo hace la vaca con el vaquero.
-Yo estoy de vacaciones en estos instantes, no hace una semana que dejé la Academia Naval y llevo más de un año sin descansar.
-El problema es que hemos estado revisando varios expedientes y el partido llegó a las conclusiones de que usted es el idóneo para cumplir esta misión. El cerco estaba completamente tendido y solo tenía dos opciones para delinear mi destino. Uno, podía negarme a cumplir la mencionada misión y declarar desde esos instantes mi estado de rebeldía. A partir de ese momento comenzaría a ser mi héroe, el que solo yo conocería, pero nacería para los otros el comemierda que se suicidó a deshoras, el idiota que despreció las oportunidades que le brindaba la revolución, el anormal que desperdiciaba la posibilidad de un futuro luminoso. Yo pasaría a encabezar la lista de los indiferentes, desafectos, traidores a las ideas del internacionalismo proletario, el gusano al que todos sus compañeros darían la espalda olvidando viejas tradiciones de los hombres de mar, comenzaba a naufragar.
Sentí pánico cuando cada una de aquellas ideas iba desfilando por mi mente, no podía aceptar fuera yo el primero en suicidarse, siempre existe la esperanza de que puedan surgir otras personas con espíritu de héroes o mártires. Pero los años transcurrieron hasta mi deserción sin la aparición de aquel que nos sirviera de escudo protector, porque esa siempre ha sido la postura adoptada por la mayoría de nosotros, los cubanos. La otra opción era mucho más cómoda, aceptaba, partía, cumplía y regresaba cargando una aureola de internacionalista. Tal vez con medallas o diplomas que servirían de llaves para abrir puertas que unas veces resultaban impenetrables. Esta ha sido la postura adoptada por la mayoría de nosotros, los cubanos. Aún hoy, presas del pánico que experimenté en 1977, esa mayoría insiste tercamente en negar que se equivocara, nos equivocamos.
-¿Y en qué consiste esa misión? Pregunté con ingenua curiosidad, tal vez por escuchar algo distinto a lo que constituía la comidilla de la calle y comenzaba a apestar profundamente.
-Para serte franco no lo sabemos, solo puedo informarte que ha sido una solicitud bajada desde el Ministerio de Transporte. Me contestó el jefe vaquero.
-¡Ño! Así que me citan para proponerme una misión y nadie sabe de lo que se trata, es para pensarlo, ¿no? Una breve pausa para dramatizar un poco. -¿Y si mi respuesta fuera negativa? Esperaba una respuesta conocida, solo deseaba comenzar a disfrutar aquellos minutos de martirio.
-Aceptarla o no depende de tu disposición para acatar una misión orientada por el Partido. Tú sabes cómo funciona esto, eres militante de la UJC y se encuentra reflejado en los estatutos de tu organización. No solo eso, acuérdate que se encuentra dentro del marco de nuestra constitución. Era indudable el mensaje de amenaza oculta en las palabras del Jefe de Cuadro y daba poco margen para elegir.
-¡Oká! ¿Qué debo hacer? Decenas de años posteriores al acontecimiento, puede que pese sobre mí algún cargo de conciencia del que pueda avergonzarme, pero alivia esa carga la postura de toda una generación, la misma que hoy se mantiene callada.
-Mañana debe presentarse en el Ministerio con esta boleta, allí lo estarán esperando. El tipo me entregó el papelito y partí de la oficina sin dirigirle un saludo a Eusebio. Siempre que visitaba la empresa tenía la costumbre de hacer alguna media en la acera del Ministerio de Educación, ese día me dirigí directamente a la Lonja del Comercio en busca de la ruta 15.
En la recepción llamaron a un teléfono, bajó un tipo y me condujo hasta un piso que ahora no recuerdo, trataba de mostrarse amable. Me habló de una misión y por primera vez mencionó la palabra Angola, no me sorprendió, era el país que se encontraba de moda.
-Debe partir mañana en la tarde. Dijo mientras llenaba algunas planillas, era el verano de 1977, lo recuerdo por la programación de la televisión, yo estaba sentado frente a ella cuando llegó el cartero con el telegrama de citándome para la empresa.
-Mi pasaporte se encuentra vencido. Manifesté en busca de una esperanza que frustrara aquel viaje.
-No se preocupe, compañero. Pasará por otro departamento donde le tomarán unas fotos y mañana al mediodía debe presentarse con su equipaje en esta oficina. Me entregó otro papelito donde se encontraba escrita una dirección, él se adelantó a mi lectura. –No está muy lejos, es justamente en la acera del frente en esta misma avenida de Rancho Boyeros. No recuerdo si me brindó café o té que fue servido en un vasito cónico de papel, con mucha naturalidad encendí un Popular mientras esperaba por solicitud de él. Unos minutos más tarde se apareció otro funcionario y me entregó una chapilla de aluminio con una larga hilera de numeritos gravados rústicamente, estaba prendida a un cordelito de nylon.
-¿Y esto? Pregunté algo sorprendido, solo conocía de su existencia por las películas de guerra.
-Desde el momento que abandones esta tierra debes llevarla colgada del cuello, tiene un código que servirá para identificarte en caso de cualquier accidente. Respondió aquel otro funcionario que ya había cumplido una de sus metas.
-Para identificar mi cadáver. Me limité a expresar una vaga observación.
-Bueno, no quise utilizar esa palabra, pero ese es su uso real, no dejes de llevarla contigo. Las cosas me olían mal desde la entrevista del día anterior con el vaquero, nadie me daba una información exacta sobre la misión que debía cumplir y me convertía nuevamente en una cifra más. Había olvidado el número de la unidad militar donde pasé el servicio militar y al número que debía responder ¡aquí! en cada pase de lista matutino. Hoy retrocedía nuevamente para convertirme en otra cifra de esta república, todas esas mierdas pensaba mientras viajaba en una ruta 174 con destino a Santos Suárez. Mi esposa tenía varios meses del segundo embarazo cuando me ayudaba a preparar el equipaje, no recuerdo si siete u ocho, su vientre era bien pronunciado.
En aquella oficina me entregaron el nuevo pasaporte y la boleta para el viaje, como era la primera vez que saldría del país vía aérea, leí con mucha curiosidad cada dato reflejado en ella, salida de La Habana a tal hora, llegada a Luanda a mas cual hora. La mujer me dijo que el vuelo tendría escala en Barbados y Sierra Leona, se me entregaría una dieta para la mencionada escala, pero era necesario que llegaran los otros compañeros para entregarla juntas porque solo tenían billetes de cien dólares. Aquella información ofrecía un poco de alivio, ya sabía que no iba solo a cumplir aquella misteriosa misión y que podía merendar algo en cualquiera de aquellos aeropuertos mencionados, tal vez sonarme un trago de ron.
Una hora después estuvo completado el equipo y fuimos presentados por aquella compañera que ofreció la misma explicación de las escalas y la merienda, ella estaba programada para decir solamente eso. Ninguno de los presentes nos conocíamos y pertenecíamos a la misma flota, la curiosidad pudo más que nosotros mismos y comenzamos a preguntarnos por los cargos que ocupábamos. Calixto Velozo se había graduado recientemente de Capitán, Gabriel Rodríguez Bas Freizas era Segundo Maquinista, Naranjo era Primer Electricista, Lazarito tenía el cargo de Sobrecargo, Balloqui era técnico de refrigeración y yo me desempeñaba como Segundo Oficial. Durante el viaje hasta el aeropuerto, realizado en una guagüita VW donde permitieron viajar a mi esposa e hijo, las especulaciones sobre nuestro destino comenzaron a florecer en medio del misterio que nos abrigaba. Todos descartaron la posibilidad de pertenecer a una tripulación, seis hombres no podían mover un barco, era una inteligente conclusión. Alguien pudo acercarse un poco dentro de todas las deducciones que ocuparon aquel viaje y nos enroló en un remolcador, pero nadie se explicaba la presencia del sobrecargo para una tripulación tan reducida y menos aún la presencia de un técnico de refrigeración, las dudas viajarían hasta Luanda. Uno de los cientos de funcionarios de aquel ministerio y el encargado de despedirnos en el aeropuerto, nos invitó a un mojito mientras esperábamos abordar el avión. Entre los seis hicimos una vaquita y compramos una caja de ron Havana Club para consumir durante las dieciocho horas que nos tomaría aquel vuelo.
Éramos los únicos civiles que viajaban en aquel avión, el resto de los pasajeros eran militares malamente disfrazados de civil. Solo podían distinguirse tres o cuatro ropas diferentes entre el más de un centenar de aquellas personas. Los mismos pantalones, camisas y zapatos descendieron en Barbados y los agentes que nos aislaron en aquella pecera de tránsito, los observaban como seres de otro mundo. Nuestro grupito se mantuvo alejado de aquella masa escandalosa formada por jóvenes de origen campesino. Al despegue de Barbados abrimos la primera botella y duró muy poco, ocupábamos los últimos asientos del avión por recomendación de Velozo, él conocía al piloto y copiloto de la nave, habían sido compañeros suyos durante su vida en la fuerza aérea. El amanecer era más acelerado y nosotros como navegantes lo sabíamos, los husos horarios viajaban a la velocidad de aquel DC-8. Una borrachera sucedió a la otra y entre ellas se tomaban pausas para darle descanso a las pestañas, solo Freixas renunciaba a dormir y era el más destacado consumidor. En varias oportunidades el piloto se sentó a compartir con nosotros mientras las aeromozas nos abastecían de hielo y refresco, teníamos banderín abierto en aquella nave.
En Luanda nos esperó un negro gordo que dijo era Capitán, solo Lazarito el Sobrecargo lo conocía y se fundieron en un fuerte abrazo. El nos dijo que formaríamos parte de la tripulación de un barco angolano y se disiparon todas las dudas que existieron desde nuestra captación en La Habana. Durante todo el recorrido por Luanda nos habló de las características de aquella nave y la tranquilidad volvía a regresar a nuestras mentes. De acuerdo a lo convenido, nuestra presencia en aquel país tendría una extensión de seis meses solamente.
El primer desayuno fue arroz con bacalao servido en un majestuoso comedor por un camarero muy simpático y conocedor de su trabajo. Nunca he podido olvidar ese detalle y nuestra renuncia a consumir algo tan inusual a nuestras costumbres. Luego conoceríamos de los hábitos alimentarios de la mayoría de la población y su afición por el pescado. Después del desayuno se produjo la primera reunión con Calero en su camarote, donde se realizó la presentación de otros tripulantes captados por él en los barcos cubanos surtos en aquel puerto. Obviamente él sería el Capitán de aquella nave, Velozo sería el “Inmediato”, cargo que no existía en nuestra flota y que pudiéramos traducir como un Primer Oficial. Fernando Miyares Gutiérrez sería el Primer Piloto, sería el equivalente de Segundo Oficial, y cuando se disponía a mencionarme lo interrumpí.
-¡Permiso, Capitán! La sola presencia desagradable de Miyares en aquella nave me hizo reaccionar de una forma negativa y quise adelantarme a cualquier intento o insinuación que me destinara a la plaza de Tercer Oficial.
-Sí, dígame. Creo que se sintió algo sorprendido por mi interrupción.
-Ya veo que usted tiene a un Primer Oficial, aunque en el rol de esta tripulación se quiera adoptar la denominación que pudiera existir en la marina portuguesa. Tiene a un Segundo Oficial, digamos mejor que tiene a dos segundos oficiales, y para su conocimiento, no estoy en la disposición de ocupar la plaza de Tercer Oficial. Si usted no está de acuerdo con mi planteamiento, le sugiero me saque el pasaje de regreso a La Habana por avión, porque tampoco iré a ocupar una vacante en cualquiera de los barcos que se encuentran en este país actualmente. Esta es mi posición y asumo todas las responsabilidades de mis actos. Se produjo un grave silencio que nadie se disponía romper durante varios minutos que resultaron interminables, tiempo suficiente para darle un margen a Calero, un tipo que luego comprendí era muy inteligente y hábil, oportuno a la hora de tomar sus decisiones.
-No te mandes a correr, yo no he pretendido manifestar que vas a ocupar la plaza de Tercer Oficial, para ese puesto tengo a un portugués que navegó en este barco antes de ser intervenido, él formó parte de la oficialidad de aquel país que comandó esta nave. Tú vas en tu cargo de segundo y te encargarás de todo lo relacionado a ese puesto. El Inmediato viene siendo como un agregado de Capitán y Velozo se graduó recientemente, compartirá la plaza de primero con Miyares. Se detuvo por unos instantes.
-Perfecto, si es así puede contar con todo mi apoyo, ¡eso sí!, manteniendo todas las normas establecidas en nuestra marina que supongo sean internacionales. No quiero a nadie metido en mi trabajo. En los asuntos de la navegación solo respondo a sus órdenes, orientaciones, sugerencias y total subordinación. En lo referente a otras actividades es de suponer que me subordino al Primer Oficial como establecen los reglamentos, de eso no tengo la menor duda.
Calero terminó la presentación del resto del Grupo, Amilcar, quien no estaba presente en esa reunión, asumiría la plaza de tercero de cubierta. Carlos Mendoza iría como Jefe de Máquinas, Freixas como Segundo Maquinista, un tal Carlos que perteneciera a la brigada técnica de Mambisas, iría de Tercer Maquinista y un angolano de nombre Ángelo sería el Cuarto Maquinista. Balloqui ocuparía la plaza de Técnico de Refrigeración auxiliado por un hombre que pertenecía a los ferrocarriles de Cuba. Naranjo sería el Primer Electricista, Lazarito el Sobrecargo, Pepito el enfermero y por último, Carlos Collazo sería el Telegrafista a bordo.
Mi opinión sobre ese grupo formado por Calero con hombres traídos de La Habana y otros que se encontraban en Angola en esos instantes. En total éramos doce hombres y como es sabido, seis de ellos fuimos traídos desde La Habana. ¿Quiénes eran los otros seis? Fueron seres a los que Calero quiso tirarles un cabo para que escaparan y eso no se lo critico. Había dos excepciones, Miyares y Collazo, ambos se encontraban enrolados en otras naves. Collazo en el Pinar del Río o Las Villas, no puedo recordar exactamente. Miyares formaba parte de la tripulación de uno de los barcos gallegos bajo el mando del Capitán Blanco el negro, no recuerdo si era el 13 de Marzo, han pasado muchos años. Ellos no necesitaban de la ayuda de Calero para escapar de nada, se encontraban enrolados y cumpliendo sus funciones como cualquier marino en un viaje determinado. Vieron la posibilidad de hacer un poco más de pacotilla en el N’gola y no pararon de olerle el culo a Calero hasta que los trajo para este buque. Creo que fue uno de los errores cometidos por Calero y que luego desembocaron en trágicas consecuencias. Los otros cuatros se encontraban cumpliendo misiones en tierra como cualquier otro cubano, imagino que ese cabo tirado por Calero nunca lo hayan olvidado, pero ya sabemos de la mala memoria que poseemos los del patio.
¿Por qué mi rechazo a Miyares y Collazo? Miyares era un inepto con el cual navegué en el buque “Jiguaní”, incapacitado técnicamente, complejista y un gran extremista como oficial y políticamente. Fue la primera zancadilla que encontré en mi vida de Piloto. Hizo todo lo que estuvo a su alcance para bloquear mi desarrollo en el puente y poder ocultar de esa manera su incompetencia. Carlos Collazo pertenecía a ese equipo de la extrema izquierda en nuestra flota de la que formaron parte individuos tristemente famosos como Plácido Bosch y Roberto Arche Flores (Héroe Nacional del Trabajo vitalicio sin nadie conocer las razones) Hablo de uno de esos viejos recalcitrantes y chivatos sin compasión alguna. El desenlace de Collazo con esta vida tuvo un final trágico, recibió dos balazos disparados por Freixas que le produjo la muerte. Eso ocurrió unas horas antes de su regreso para Cuba en el predio de transporte.
Nos encontramos en una situación sin precedentes en mi larga vida como marino, me enrolaba en un buque donde no se efectuó entrega de ninguno de los cargos existentes. Nadie conocía absolutamente nada de una nave que se encontraba a punto de finalizar las operaciones de carga, no existían planos de carga y menos aún cálculos de estabilidad. Se conocía pobremente lo que se había cargado por los reportes del puerto, poco confiables para esos tiempos de desorganización general. El trabajo correspondiente a cada cargo debía comenzar desde cero y el éxito dependía de los conocimientos y experiencia de cada oficial. Mi primer objetivo se enfocó en tratar de ir conociendo la nave, saber dónde se encontraba el cuarto de CO2 y dominar su disparo para los distintos compartimentos del buque en caso de incendio. Tenía que conocer el funcionamiento del sistema de arriado de los botes, aperturas de escotillas, izaje de las plumas de carga, etc. Luego, debía tirar al piso todas las cartas náuticas y cuanta información existiera en el puente para realizar un inventario y conocer de cuáles herramientas disponía para mi trabajo. Esta era la parte más importante que debía realizar en un período de tiempo corto y poder planificar la derrota hasta el próximo puerto de destino.
Lo más difícil de nuestra situación lo constituía la comunicación con el personal subordinado, el idioma era una barrera que teníamos que vencer en pocos días, por fortuna, el portugués y el español se parecen bastante. Poder identificar a cada tripulante no fue tarea fácil y requería de tiempo, toda nuestra atención tuvo como referencia al contramaestre, un jabao del que no recuerdo su nombre. Pasaron los días y por la parte de cubierta se fueron venciendo los obstáculos, sin embargo, los maquinistas no daban pie con bolas para poder echar a andar una máquina MAN de 11600 caballos de fuerza y las operaciones de carga llegaron a su final. Calero pidió refuerzo técnico de La Habana y enviaron a uno de sus inspectores, Pepe Arencibia, alias el bistec, fue el hombre que ayudó a despejar todas las dudas y el momento de soplar máquinas fue un evento celebrado por todos.
Uno de esos días, Calero nos llevó en su auto hasta una sastrería donde nos tomarían las medidas para la confección de uniformes blancos. Serían estrenados en una fiesta donde se anunciaría oficialmente el abanderamiento del buque N”Gola y su nominación como buque insignia de la naciente flota angolana subordinada a la empresa armadora Angonave. Puedo manifestar con cierto orgullo que yo fui de aquellos pioneros fundadores de la flota de ese país, sentimiento que manifiesto con mucho cariño no por referirme a esa entidad estatal. Serían interminables las palabras de elogio y amor que pudiera expresar por una de las mejores tripulaciones con las que me tocó navegar en veinticuatro años como marino. Aquellos angolanos superaron con crece a todas las tripulaciones cubanas que navegaron bajo mi mando, eran verdaderos marinos, respetuosos, disciplinados y por sobre todas esas virtudes, ninguno se descubrió durante año y medio de mi permanencia en aquella nave como delatores de sus compañeros.
Formamos una hilera de oficiales al lado de la escala real en el muelle para dar la bienvenida a los ilustres visitantes que participarían en la ceremonia. Negros van y negros vienen, pero negros muy distinguidos y nada que ver con los que me encontraba casi a diario en la ciudad o los muelles. Negros conformistas, oportunistas, acomodados, politiqueros, muy educados y de buen vestir. Perfumados con olores que llegaban desde Francia o Italia, ropas de marca muy caras. Trajes con cuyo precio se podía pagar la comida de un día en aquel barrio de pescadores que luego visité con mucha frecuencia, me refiero a la Ilha, situada a un costado de la base naval en la bahía de Luanda. Solo un mulato subió por esa escala acompañado de sus escoltas mientras los flashes de las cámaras lo perseguían en todo su recorrido. Era Lucio Lara, uno de los pocos de su color que ocupara un cargo importante en aquel gobierno tan oscuro, luego comprendería las razones. Era un tipo muy sencillo con el cual me tomaron fotos en los momentos que nos fueron presentando. Aquellas fotos sirvieron para adornar un gran mural que se encontraba en el lobby de Navegación Mambisa. Éramos también el primer grupo de marinos que cumplía una “misión internacionalista”.
Mi camarote tenía una puerta que daba acceso a la cubierta de botes, una vez terminada la fiesta guardé toda la bebida que sobró y me fui con otro cubano y Leandro (quien posteriormente fuera mi timonel) a repartir esa bebida por los buques de pescadores que se encontraban atracados en las proximidades. Serían las dos de la madrugada cuando desperté a toda una tripulación de uno de los frigoríficos, creo que el “Océano Pacífico” y los muchachos hicieron el resumen de aquella fenomenal fiesta donde abundó de todo.
Todo marchaba viento en popa hasta el día que zarparíamos con destino a Argelia, la compañía Angonave había colocado un panfleto en los murales destinados a la información de los tripulantes, donde se anunciaba cuál sería el pago de los tripulantes. De acuerdo a esas disposiciones, los marineros recibirían en el extranjero la cantidad de nueve dólares diarios a partir de la salida del buque de puerto nacional y comprendería los días consumidos en el regreso. Por su parte, los oficiales tendrían un pago no muy superior, pero lo suficientemente aceptable para nosotros que solo recibíamos en la flota cubana unos 0.75 centavos de dólar por día. Es de suponer que once dólares eran toda una fortuna para nosotros. Una inmensa alegría nos invadió y vimos de una manera diferente la justificación de nuestra ausencia, valía la pena un poco de aquel sacrificio y el fruto se vería al final de vencida nuestra estancia en aquel país. Pero, la felicidad dura muy poco en casa del pobre, unos minutos antes de zarpar llegó en su Mercedes Benz el delegado del ministro de transporte cubano en Angola, nunca he podido olvidar su puto nombre, Amador del Valle. Aquel individuo se reunió con el Capitán Calero y Collazo, quien ya había sido nominado Secretario del Partido para informarles que nosotros los cubanos nos encontrábamos allí en “misión internacionalista” y que solo recibiríamos los cinco dólares semanales establecidos en nuestra flota a partir de la salida del último puerto nacional. O sea, no cobraríamos por el tiempo que el buque permaneciera en territorio nacional y que a nuestro regreso pudimos comprobar, se prolongaría hasta los dos o tres meses debido a la ineficiencia de las operaciones portuarias. Por mucho que la gente sugirió una reunión con aquel hijo de la gran puta, nunca se logró en el corto tiempo que permanecimos amarrados al muelle y tuvimos que partir bajo esas condiciones de pago. Las reglas del juego cambiarían a partir de esos momentos para algunos de nosotros, otros, las aceptaron con la mansedumbre característica de los cubanos.
Pese a esa dificultad, la compañía nos mantuvo ciertos privilegios que hacían más tolerable la vida. Se comía a la carta como en los tiempos de los portugueses, o sea, en la mañana leías el menú y si no te acomodaba alguna comida hacías tus pedidos. Recibíamos mensualmente una especie de botiquín gratuito que comprendía jabón de baño, pasta, perfume, desodorante, loción para después de afeitar, crema de afeitar, cuchillas y máquina de afeitar, champú, detergente y ambientador. Teníamos una dieta diaria de un litro de vino, semanalmente nos entregaban una caja de cerveza, refrescos, una botella de whisky que yo generalmente elegía entre Chivas Regal, Dimple o Johnny W. etiqueta negra y cigarros.
Creo que fuimos los únicos privilegiados en este aspecto, meses posteriores, Angonave adquirió otros barcos tripulados con oficialidad cubana, y como es de suponer, sus capitanes, en actos de ese heroísmo que siempre nos caracterizaba, fueron privando a sus tripulaciones de esos beneficios “voluntariamente” y en nombre del internacionalismo. Uno de los pioneros en esas drásticas reducciones donde se eliminó el botiquín y las bebidas, lo fue el Capitán Erviti. Los que le sucedieron fueron reduciendo aún más esas condiciones magníficas de vidas que nosotros conservábamos en el N’Gola por la presencia y determinación del Capitán René Calero. Once años después regresé por Angola y pude comprobar que los cubanos que tripulaban naves de aquella compañía a la que dediqué un año y medio de mi vida, vivían las mismas calamidades de las que se disfrutaba en cualquier barco cubano.
Conocidas esas condiciones de vida impuestas por esos patriotas que comandaron los buques de Angola, la bola se corrió rápidamente en nuestra flota y se hizo casi imposible captar oficiales para esas “misiones internacionalistas”. Pero el gobierno cubano no es bobo, sabe perfectamente que siempre habrá algún cretino que aceptará cualquier condición, solo hay que buscar entre los más jodidos de la isla en nuestro campo. ¿Quiénes eran? Los miembros de la flota de Navegación Caribe, no es lo mismo navegar de cabotaje por la isla donde solo se te puede pegar algún parguito, unas langosticas o un puerquito, que navegar en un barco donde puedas cobrar cinco dólares a la semana. Como era de esperar, todos aquellos oficiales se fajaban por marchar para Angola, allá los vi, como siempre, apestaba escuchar tantas lamentaciones. No sentí ninguna pena por ellos.
Una acción tiene una reacción de la misma manera que las causas tienen sus efectos, no me pagas lo justo, yo invento. Esa fue la determinación de solo unos cuantos, los otros se acomodaron a sus condiciones de vida perfectamente, como quiera que sea, vivíamos en un nivel superior a la de cualquier marino cubano, pero siempre existimos los inconformes.
Es normal en esas circunstancias que el contrabando hiciera acto de presencia entre nosotros, ya existía en el ambiente de los marinos angolanos y tenían su mercado regular en diferentes países europeos. Obras de arte en marfil, ébano y otros productos viajaron siempre en esa dirección. Luego, al final de mi recorrido, pude adentrarme un poco más en un mercado mucho más lucrativo, pero un cambio de rumbo frustró mi intento cuando ya todos los contactos estaban establecidos.
Comenzaría a contrabandear con diamantes, pero el viaje fue cambiado repentinamente de Angola-Buenos Aires-La Habana, y esa oportunidad para abandonar la nave no podía desperdiciarla, me quedé con las ganas, ya estaba aburrido de vivir en África. Narrar todas las fechorías cometidas durante el año y medio de permanencia en aquel país, haría interminable esta historia. Nos comportamos como vulgares depredadores que pagaron con su ingratitud todas las bondades de aquella compañía con nosotros. Pero no fuimos los únicos que actuaron así, la corrupción es un virus que viaja bien lejos y Angonave no se encontraba vacunada para evitarlo. Desde su misma dirección se manifestaron síntomas de esa terrible enfermedad que ataca con más fuerza en los países pobres, favoritismo, comisiones, viajes injustificados al extranjero, extorsiones, facturas falsas, gastos inexistentes, reparaciones fantasmas, derroches, etc. Me dijeron que hasta el director, el doctor Rubio, había escapado al extranjero con una fortuna. Robaban los nacionales y los extranjeros, una copia al carbón de la situación en Cuba.
Ni el buque pudo escapar a esa acción, se robó y vendió artículos de su carga desde el mismo primer viaje. Más bochornoso resulta manifestar que se robaron y vendieron propiedades del mismo buque, yo fui uno de aquellos vendedores. Poco importa como pueda ser juzgado ahora, lo importante es que se sepa aunque hayan pasado casi treinta años de aquel acontecimiento, lo importante es que se sepa la clase de internacionalista que fuimos, porque debo hablar en plural. Angola fue saqueada desde los mismos inicios de la guerra, nosotros tuvimos que transportar el botín de los primeros ladrones que arribaron a ese país sumido en el caos.
Pedro el pañolero, a mi derecha en esta fotografía.
Aún así, nada pudo borrar aquellos sentimientos que experimentaron los viejos marinos. Me enamoré del N’Gola, lo amé y me sentí orgulloso de pertenecer a los hombres que recorrieron cada plancha de acero que le dio vida. Anduve por todas sus cubiertas, bodegas, palos, caja de cadenas, recorrí el fondo de su casco cuando estuvo varado en astillero. Era majestuoso y bravo en la mar, con una acomodación envidiable para su tiempo y un equipo de hombres negros a los que nunca cambiaría por las de otra raza, verdaderos marinos, como no los pude encontrar el resto de mi vida en el mar. Contrabandistas, borrachos, pendencieros, mujeriegos, pero más hombres que cualquiera de aquellos militantes de carné rojito, eran verdaderos marinos y eso lo resume todo.
-Yo fui tripulante del N’Gola. Le dije al práctico auxiliándome de las pocas palabras del portugués que se negaba a morir en mí. El tipo se sorprendió, había embarcado en las afueras de la bahía, algo más lejos que lo usual, transcurría el año 1989.
-¿Quieres verlo?
-¿Aún se encuentra en servicio?
-Toma los binoculares y observa aquel barco que se encuentra varado en la costa. Lo obedecí y me sentí invadido por una profunda tristeza. Allí se encontraba con la proa encajada en la tierra y borrando su color negro por el rojizo del óxido. –Quedó fuera de servicio hace varios años, estaba invadido por las ratas antes de que lo vararan en ese punto de la costa.
-¡Ohhh, my god! ¿No pudieron venderlo de chatarra para que diera vida a otros buques?, no se merecía una muerte como esa.
-Ya sabes como funcionan las cosas por aquí, igualito o peor que en Cuba.
-¿Por casualidad conoces a Pedro? Es un caboverdiano que hizo de pañolero en ese buque.
-Pedro es contramaestre de Angonave.
-¿Lo conoces?
-¡Claro que sí!
-Necesito que le mandes un mensaje si es posible, dile que en este barco se encuentra su hermano.
Pedro se apareció al siguiente día y en mal momento, yo me encontraba cargando contenedores de armamento que iban de regreso para Cuba. En realidad algunos viajaban por primera vez a la isla, lo comprobé por la Lista de Carga que me entregaron, muchas de aquellas armas eran producidas en países capitalistas y no tenían nada que ver con nuestro ejército. Nos abrazamos y tuve que declinar todas las invitaciones que me hizo para compartir un rato en tierra, fue muy emocionante encontrarme con él y que le hablara a un amigo suyo sobre aquellos tiempos del N’Gola. Nos volvimos a despedir, pero esta vez no sabíamos si aquella despedida era definitiva.
Hoy buscaba información sobre el barco y la compañía Angonave, me encuentro con la noticia de que había cerrado sus puertas en el año 2000. Muchos de aquellos tripulantes realizaban una de las vigilias más prolongadas de la historia, demandaban los pagos pendientes de retiros y otras indemnizaciones que fueron incumplidas por el gobierno. Llevaban más de cinco años con esa protesta permanente, se relevaban en grupos de ocho diariamente. Navegación Mambisa fue cerrada antes de esa fecha, nadie reclamó nada, solo existen declaraciones de dos o tres de manera aislada por todo Internet. Aquellos tripulantes a los cuales tampoco se les pagara nada, aceptaron mansamente las disposiciones del gobierno. Muchos de ellos se dedicaron a vender pizzas, artesanía, botear ilegalmente. Los más privilegiados navegan de vez en cuando en naves que pertenecen a diferentes corporaciones o, prestan sus servicios en compañías del extranjero en una nueva modalidad de esclavitud, todo lo hacen con esa crónica mansedumbre que padecemos los cubanos.
Leo nuevamente las noticias y siento orgullo de haber sido un pionero de aquella flota, yo fui un oficial del buque insignia de la marina mercante angolana, yo fui cualquier cosa en la marina mercante cubana. Hay diferencias.
Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2009-10-10
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Esteban!
ResponderEliminarFui o ultimo 2º oficial de máquinas do N´Gola antes do navio zarpar com destino a Luanda e muito me surpreendeu algumas das coisas que escreveste.
O navio era da Companhia Nacional de Navegação com bandeira Portuguesa. Esta companhia (já extinta à muitos anos) fornecia tripulantes à Angonave no inicio da formação desta.
E eu nos idos anos de 80/81 fui como estatuto de cooperante integrar a tripulação do Kifangondo (O navio era novo) como 2º Oficial de máquinas pelo que me pagavam na altura 1.700 $US por mês, como é possível as tripulações Cubanas serem exploradas dessa maneira?
Na altura em que estive em comissão havia outro navio novo operado por uma tripulação Cubana que era o "EBO", seriam os salários dos Cubanos tão diferentes dos salários dos Portugueses cooperantes?
Resta-me a duvida se os salários não eram iguais mas desviados para outros lados e outros fins...
Um saludo
Manuel Goncalves
Hola Manuel.-
EliminarTe cuento que durante el año y medio que estuve trabajando en el “N'Gola”, nos pagaban $1.00 dólar diario a partir del último puerto angolano y el salario en pesos cubanos en la isla para mi cargo de 2do. Oficial de cubierta, era de $250 pesos, que resultaba una miseria cuando lo comparabas con el resto del mundo. Años posteriores a mi salida de Angola, continuaron enviando oficiales cubanos para tripular los otros barcos comprados, pero ellos nunca recibirían el salario que tú ganaste. Recuerdo que en el año 1991 antes de salir para Canadá, donde tenia como meta desertar definitivamente, el director de la Empresa de Navegación Mambisa, cargo ocupado entonces por el que fuera Capitán del “N'Gola”, Raimundo René Calero Torrientes, me propuso ir para Angola nuevamente como 1er. Oficial ganando unos $800 dólares mensuales. Como puedes ver, la explotación continuaba hasta ese año y luego perdí contacto con los oficiales que continuaron trabajando en aquel país.
Recibe un abrazo.
Esteban Casañas Lostal