lunes, 21 de enero de 2019

MARINOS, LUEGO ESCLAVOS ABANDONADOS (2)


   MARINOS, LUEGO ESCLAVOS ABANDONADOS (2)



Canarias Ahora 

Abandonados entre ratas en La Luz


Los marineros africanos y cubanos reciben cada jueves la visita de la ONG Stela Maris, que les lleva comida y suministros
La tripulación del 'Iballa G' lleva dos años en el puerto grancanario
Iago Otero Paz  - Las Palmas de Gran Canaria
28/07/2011 - 10:46h




  El 'Iballa G' en el puerto de La Luz y Las Palmas. (CANARIAS AHORA).


Cuando el Iballa G arribó en agosto de 2009 al Puerto de La Luz y de Las Palmas, su tripulación jamás pensó que esta parada les iba a dejar casi dos años en tierra, sin trabajar y sin cobrar un euro, además de que se les debería el salario correspondiente al periodo de trabajo comprendido entre enero y agosto de 2009. Por esto último presentaron el pasado martes 26 de julio una denuncia contra su armador, el tinerfeño José Antonio Gámez Sanfiel. Le acusan, entre otras cosas, de haber pedido un crédito para pagar el salario de los trabajadores, pero ellos no han visto nada de esta cantidad.

El buque se dedicaba a suministrar gasoil y fueloil a los barcos pesqueros que faenaban en los caladeros de Mauritania, Senegal y el Golfo de Guinea. El Ibal la Gtrabajaba con otro petrolero de la empresa, el Virginia G, pero este fue retenido en Guinea Bissau acusado por parte de las autoridades del país de vender combustible sin licencia. Ante esta situación, José Antonio Gámez Sanfiel decidió que el Iballa G regresara al Puerto de La Luz y de Las Palmas para que no corriera la misma suerte. Incluso estuvo denunciando en los medios el abandono por parte de las autoridades españolas del Virginia G en Guinea Bissau, alegando que al pesquero Alakrana el Gobierno dio ayuda y al Virginia G no. Las autoridades alegaron que el Alakrana era de bandera española y con tripulación española, cosa que el petrolero no, ya que es de bandera panameña y sin tripulación española. José Antonio se indignó por el abandono de las autoridades españolas de su buque, mientras él hacía lo mismo con el Iba lla G en Canarias.

La tripulación del barco petrolero ha convivido todos estos meses juntos en condiciones muy precarias. Algunos, los que han podido, han abandonado el buque y volvieron a sus casas (los tripulantes son africanos y cubanos) porque no soportaron la situación en la que estaban. Incluso el capitán Jorge se puso en huelga de hambre en diciembre de 2009 para protestar por su estado, pero este hecho no fue compartido por el resto de la tripulación. Hoy Jorge ya no está, consiguió regresar a Cuba, pero siete de sus compañeros continúan protestando por la injusticias que están soportando.

Y es que como dicen, si abandonaran el buque significaría que se dan por rendidos y el armador se saldría con la suya. Y eso no se les pasa por la cabeza, según comenta uno de sus tripulantes con los que ha hablado CANARIAS AHORA: "El armador se tendrá que comer la tostada con mantequilla". Sospechan que el armador lo que desearía es vender el barco y así pagar las deudas que tiene contraídas. Como es lógico, si los tripulantes se fueran para José Antonio Gámez sería más fácil porque no tendría que hacer frente a los 189.000 euros que les debe. Muchas veces les ha prometido que en poco tiempo saldrían a la mar, o que ya tenía todo el dinero para pagarles, pero las palabras se las lleva el viento y de esto no se ha concretado nada. Es por ello que lo que la tripulación quiere son hechos, no palabras ni promesas sin valor.


Día a día

Como cuentan, el día a día es muy duro. Conviven con algunos insectos y ratas, pero esto es lo de menos. El hecho de no saber qué hacer las 24 horas, conlleva que lo único a lo que se puedan dedicar es a leer, hacer pasatiempos, algo de deporte y escuchar la radio. Poco más que hacer en los 117 metros de eslora que mide el buque.
Estos casi dos años han logrado sobrevivir gracias a la ayuda de la caridad de la gente, pero sobre todo de la ONG Stela Maris. Esta organización ya prestó ayuda a los barcos de la extinta Unión Soviética que llenaban el puerto grancanario en la década de los 90 en la misma situación que el Iballa G, con un armador que no podía hacer frente a las deudas contraídas y que decidió abandonar a su suerte tanto a los buques como a sus tripulantes. A pesar de que esta situación caótica de finales del siglo pasado parecía que no se volvería a repetir, hoy en día poco se ha avanzado.

Así, Stela Maris ha dado víveres a los marineros del Iballa G una vez por semana, todos los jueves. Pero no sólo alimentación, sino que también le han ayudado a sobrevivir estos 23 meses entregándoles gas para cocinar y agua destinada a ducharse y lavar la ropa.

La embarcación es de las primeras que se encuentran en el dique Reina Sofía, abarloada a otras dos que se encuentran en estado de abandono. Esto es un verdadero peligro porque los demás barcos están en malas condiciones de conservación, lo cual puede hacer que el Iballa G corra riesgo de hundirse. Así estuvo a punto de ocurrir cuando la otra embarcación situada a estribor se hundió una noche, lo que casi hace que el petrolero corriera la misma suerte. Sin embargo, la rápida actuación de los marineros a la hora de cortar los cabos que le unían al barco ahora hundido permitió que no ocurriera una tragedia en el puerto. Hoy queda como recuerdo de ese hecho una boya verde que indica que ahí hay un barco hundido.

Las últimas informaciones publicadas, además de la denuncia presentada a José Antonio Gámez, fue que la embarcación salió a subasta el pasado 18 de julio. Su precio inicial era de dos millones de euros, en opinión de los marineros "desorbitado". El temor de la tripulación es que el armador decida esperar hasta la tercera subasta, lo que ocasionaría comprarla por poco dinero y no pagarles o darles una cantidad mínima.



xxxxxxxxxxxxxx




Viernes, 16 de Febrero de 2001 Actualizado a las 18:17


ESPERAN SER REPATRIADOS


Los tripulantes de dos barcos de Naviera Peninsular llevan 111 días atracados en Bilbao

EFECOM


  Parte de la tripulación del Kenai, en el puerto de Bilbao. (PABLO VIÑAS)



BILBAO.- 

El Ayuntamiento de Bilbao remitirá una carta a los responsables de Naviera Peninsular para que den una solución a la situación que padecen los tripulantes cubanos de dos barcos de su propiedad, que llevan 111 días atracados en el Puerto de Bilbao en espera del cobro de salarios y la repatriación.


El concejal delegado de Bienestar Social, Eusebio Melero, ha visitado el buque Kenai, que junto con el Dreamy permanece desde hace más de tres meses en el Puerto de Bilbao. El edil se ha comprometido ante la tripulación (entre ambos, 20 marinos) a seguir suministrándoles la ayuda humanitaria, de reposición de alimentos, productos farmacéuticos y atención médica, que los servicios sociales les han venido prestando las últimas semanas.



Naviera Peninsular, con sede en Bilbao y propiedad del grupo Bergé, ha sido declarada en quiebra por los tribunales.


En la misma situación que los citados tripulantes se encuentran los de otros cuatro barcos de Naviera Peninsular, todos ellos bajo bandera de conveniencia.


Los cuatro buques citados son el Feeder V, atracado en el Puerto de Cádiz; El Crimea, que se halla en el Puerto de Valencia, y el Calabria y el Foxe, ambos en el Puerto de Pasajes. La situación afecta a un total de 48 tripulantes cubanos.


El capitán del Foxe, Roberto Castillo, ha acompañado al del Kenai, Frank Montada, en la entrevista que ha mantenido con el concejal bilbaíno de Bienestar Social, quien ha puesto de manifiesto que el problema que padecen los tripulantes cubanos «excede el ámbito municipal, ya que es un conflicto de derecho internacional, laboral y mercantil».


Los capitanes del Foxe y del Kenai han reclamado el pago de los salarios que se les adeuda desde el pasado mes de agosto y han afirmado que «hasta que no se nos pague el último centavo, no nos moveremos» de los barcos. «No pedimos limosna —han agregado—, sino nuestros salarios completos».


Han calificado de «incomprensible» la situación que padecen, de la que han responsabilizado al presidente del grupo Bergé por «desentenderse por completo de Naviera Peninsular».


Los tripulantes han destacado la dimensión humanitaria del conflicto y han afirmado que la reserva de alimentos y de combustible de la que disponen se agotará en los próximos días.
Han explicado que otros compañeros afectados por la misma situación han tenido que abandonar los barcos aquejados por problemas psicológicos y de salud y han puesto de manifiesto también la delicada situación que están sufriendo sus familiares en Cuba.


Los capitanes del Foxe y del Kenai, que han agradecido el apoyo solidario que han recibido en el País Vasco y en otros puntos de España, han señalado que la mayoría de los contratos de los tripulantes han vencido y que los seguros de los buques no se han pagado, lo que supone «una bomba de relojería», según ha dicho Frank Montada, en referencia a la posibilidad de que ocurra cualquier percance.




xxxxxxxxxxxxx




EL PAÍS                       PAÍS VASCO

Los 63 tripulantes cubanos abandonados en los barcos de Naviera Peninsular reclaman su salario y repatriación


CRISTINA ANGULO
Bilbao 15 DIC 2000



Ellos son el eslabón más débil de la cadena de consecuencias que ha tenido la compra de Naviera Peninsular por el grupo Bergé y la posterior demanda de éste último por supuesta venta fraudulenta. Se trata de los 63 marineros cubanos que fueron contratados por Naviera Peninsular cuando todavía pertenecía a la familia Acha y que, tras el conflicto que enfrenta a comprador y vendedor, se encuentran abandonados a su suerte en seis cargueros que permanecen desde hace mes y medio amarrados en los puertos de Bilbao, Pasajes, Cádiz y Valencia."Salimos de Cuba el 12 de marzo con un contrato de seis meses y hasta el 28 de octubre hemos transportado para Naviera Peninsular 130.000 toneladas de diferente carga. Llevamos sin cobrar desde agosto y hoy [por ayer] hemos cumplido 47 días amarrados aquí [en la ribera de Deusto]", relató ayer Fran Montada, capitán del carguero Kenai, quien ayer difundió un comunicado en nombre de los 63 marineros cubanos pidiendo "que esta pesadilla cese".

Los tripulantes reclaman al grupo Bergé que les abone los salarios y compensaciones que les deben desde agosto, y que les paguen el viaje de vuelta a Cuba para poder pasar las Navidades con su familia. O, como mal menor, que se les pague parte de la deuda, "para que, al menos, podamos envíar algo a nuestras familias", pidieron los trabajadores cubanos, algunos de los cuales llevan 20 meses sin ir a casa.


Sus reclamaciones, sin embargo, topan contra el muro de la realidad. Bergé compró en marzo Naviera Peninsular por 2.000 millones de pesetas y, tras descubrir que la situación patrimonial de la empresa bilbaína era caótica, presentó una demanda judicial pidiendo que se anule la operación por su carácter fraudulento. El pasado mes de octubre, Naviera Peninsular suspendió pagos con un pasivo de 2.760 millones de pesetas.


En medio de la crisis han quedado atrapados los 63 tripulantes cubanos, a los que el estallido del conflicto pilló a bordo de los buques. Los seis cargueros están atracados y embargados por los 637 acreedores de la compañía.


Los marineros cubanos señalan que Bergé hace oídos sordos a sus demandas y que la familia Acha les ha asegurado que no puede pagarles por tener bloqueadas judicialmente sus cuentas. "No se entiende esto en un país del primer mundo", se lamentó Roberto Castillo, capitán del Foxe, amarrado en Pasajes.



* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 15 de diciembre de 2000



xxxxxxxxxxxx




Los marineros perdidos
Daniel Rivas Pacheco - 22-09-2011


Ismael Reyes Velázquez cocina arroz a la cubana en la oficina de carga del petrolero Iballa, en el primer piso del barco. Este camarote es uno de los pocos que todavía no ha sido invadido por las ratas. En la habitación resiste la esperanza de seis marineros abandonados por su armador, que sobreviven desde hace  25 meses en Las Palmas de Gran Canaria. La tripulación ha ido perdiendo espacio contra las cucarachas y los roedores desde que su jefe dejó de pagarles y de llevarles comida y combustible. Los camarotes permanecen candados, igual que el puente de mando. Y la sala de máquinas se inunda poco a poco porque la bomba de achique no funciona. Su paciencia protege los aparatos de navegación y el motor de los ladrones, aunque vendieron la mitad de la máquina para comprar alimentos.
 
En el Iballa solo quedan seis marineros de los 22 que trabajaban para la compañía canaria. Aguantan día tras día con la ilusión de cobrar los salarios atrasados. Y, quizá, volver a contemplar desde el castillo de popa la estela de espuma del petrolero en los caladeros del Sáhara. Pero sus vidas dependen de la ayuda de la ONG católica Stella Maris (la Estrella de Mar, la Virgen María que guía a los marineros). Sus voluntarios les llevan cada jueves arroz, pasta, agua embotellada y bombonas de gas para los fogones. Y los tripulantes, de cuatro nacionalidades distintas, buscan una salida entre los corredores en penumbra de un barco con bandera panameña. Es el salvavidas al que se aferran.
 
Ismael es cubano, viste un mono azul de faena. Sus 57 años se marcan en las canas de su pelo frondoso y las arrugas de sus párpados. Lleva desde los diecisiete en la mar y sus ojos han dado la vuelta al mundo dos veces. Incluso traficó con armas cuando su hermano luchaba por la independencia de Angola. En la oficina de carga del barco corta la mitad de una cebolla para la ensalada. Él se encarga de la comida desde que el cocinero se fue hace un año. Antes era maquinista, pero ahora está rodeado de pucheros y sartenes desde que su compatriota se marchó con otros cuatro marineros, entre ellos el capitán Iglesias Sosa y el jefe de máquinas. Habían perdido la esperanza de cobrar, y volvieron a Cuba con la cartera vacía tras aguantar diez meses en el Puerto de la Luz, desde que el barco amarró el 24 de agosto de 2009. Se quedaron en tierra porque el Gobierno de Guinea Bissau había multado a la compañía canaria con 30.000 euros por suministrar gasolina sin licencia a pesqueros españoles y rusos. Y el armador se olvidó de sus marineros. Se preocupó por ellos la última vez en diciembre de ese año, cuando les llevó comida y agua. Pero desde noviembre la tripulación ya le había denunciado ante la justicia para reclamar sus sueldos. A Ismael le debe más de 10.000 euros.
 
En el camarote, el marinero mueve despacio sus brazos largos y fuertes. El compartimento tiene un metro y medio de ancho, y apenas hay espacio para otra persona más. En la pared hay un croquis con anotaciones técnicas sobre el petrolero monocasco, botado hace 30 años. Y en el suelo, entre garrafas de agua vacías y aparatos electrónicos, hay una bombona de gas azul traída por Stella Maris. Sin ella, no podrían cocinar, porque el gasoil que alimentaba los fuegos eléctricos del Iballa se acabó en junio de 2010. También se apagó el congelador y la luz de pasillos y habitaciones. Por eso, utilizan una linterna a pilas y palpan las barandillas para no tropezar con los peldaños estrechos de las escotillas y las escaleras.
 
El maquinista cubano guarda la mitad de la cebolla para los cuatro africanos de la tripulación. No necesita más para la ensalada que ha improvisado con un tomate para su compatriota Pedro Leyva Guerra. Los dos amigos comen juntos en el camarote del oficial de máquinas. Es una habitación amplia en el primer piso que se calienta con el sol del amanecer. Está dividida en tres cuartos: salón, baño y dormitorio. Estas son las paredes que cobijan desde hace 25 meses los cabreos y el hastío de los dos compañeros. Y están pintadas con su paciencia. En cambio, los otros marineros –dos ghaneses, un senegalés y un mauritano– son sombras intermitentes en las entrañas del Iballa. Solo suben a bordo para dormir y comer. Luego vuelven a vagabundear por el Puerto de la Luz mientras esperan a alguien que les dé trabajo. Su situación en el muelle es ilegal, porque sus pasaportes fueron requisados por las autoridades portuarias. Ni siquiera tienen permiso para descender hasta el Muelle Dique Reina Sofía, donde está amarrado el navío. Por eso, se conforman con “empleos mal pagados y con horarios de esclavos”, como argumenta Pedro. Entre ellos hablan en francés o en inglés, porque no saben castellano. El único que tiene contacto con los cubanos es Issa Sidi Fall, un mauritano de 30 años que se esfuerza por comprender el acento meloso y críptico de Pedro e Ismael.
 
Por el ojo de buey de la cocina, Ismael arroja las cáscaras de huevo solo con estirar el brazo. La basura cae en el Shkval (Ráfaga, en ruso), un barco abarloado entre el Iballay el Agios Dionissios, un buque griego. Los tres están fondeados en paralelo, uno junto al otro. Y comparten las mismas bitas para atar sus cabos en el Muelle Dique Reina Sofía. Así, ahorran en tasas portuarias. Pero para llegar hasta uno de ellos hay que subir siempre por la escala que se descuelga del navío heleno. Y saltar los metros que separan una cubierta de otra. Debajo, las olas rompen contra el casco. A través de ese hueco cayó el marinero etíope del Iballa el 29 de julio cuando volvía de noche al barco. Se ahogó en el muelle sin que nadie se enterase, ni siquiera la autoridad portuaria que debe velar por la seguridad de las personas que pernoctan en los camarotes.
 
Los tres navíos comparten una misma historia de olvido, que va consumiendo poco a poco a sus tripulaciones, y lo cubre todo con óxido y desperdicios. El Shkval lleva tres años abandonado. Antes lo custodiaban el capitán y el cocinero, porque lo habían convertido en un hotel para marineros perdidos. Por unas monedas tenían cama y comida en uno de los 80 camarotes. Ahora está deshabitado y su cubierta, rojiza por la herrumbre, se desconcha por el abandono. En cambio, en el Agios Dionissios, que lleva diez años en esas aguas, duerme un vigilante agrio que bufa cada vez que un marinero pisa la cubierta de su barco. Por eso, Pedro e Ismael esquivan su mirada cuando se lo cruzan.
 
Los cubanos comen en el camarote del oficial de máquinas porque allí todavía no han podido entrar los roedores. Pero, a través del techo de la habitación, se oyen sus pisadas nerviosas. Pedro murmulla: “Son las ratas, ahora están en el puente de mando”. El marinero, de 67 años, es bajo y fuerte, y le gusta correr por el puerto para mantenerse en forma. Es el primer oficial del Iballa, el tripulante con mayor graduación que queda a bordo. Por eso, ejerce de capitán desde que se marchó el anterior. Habla sobre el sónar, el timón y las cartas náuticas como si fuese un vendedor: “Los aparejos de navegación están nuevos, listos para volver al Sáhara”. Aunque ya no revisa el puente de mando. Tiene miedo de abrir el candado y que bajen las pisadas nerviosas.
 
Pedro sigue con la cabeza el ruido de las patas en el piso superior. Entonces, suena el móvil de Ismael. Es el armador. Hasta ese día, llevaba varios meses sin preocuparse por ellos. Ahora les pide que retiren la denuncia a cambio de pagarles el salario que les debe desde el 24 de agosto de 2009. Pedro se revuelve en el sofá de piel ocre. Grita: “¡Hijo de puta!”. Y, sin coger aire, pide perdón. Tras la oferta del dueño de la empresa ve una trampa. Él, además de marino de carrera, es abogado, profesión que ejerció durante cinco años en Cuba, antes de embarcarse en 1976. La denuncia es su único amarre antes de hundirse. Es el ancla del Iballa, que intenta arañar al armador. Ismael, después de colgar, confirma con la cabeza las razones de su compañero. Sus ojos claros se ocultan por el peso de los párpados arrugados. Pedro sigue alterado, habla sin pausa enlazando frustración y hastío. Agita sus brazos en el aire para darle más énfasis a sus argumentos. “No me voy del barco hasta que cobre los 10.000 euros que me debe. Puedo sobrevivir aquí incluso sin comida. Ya me he acostumbrado a sufrir”, sentencia.
 
Ismael, en cambio, permanece en silencio. Y empieza a dibujar con un bolígrafo sobre una hoja de papel. Traza cuadrados como si levantase un muro de ladrillos. Recibe otra llamada en su móvil. Es su hija Berenice, de 27 años, la mediana de los tres que tiene. Telefonea desde Madrid, donde vive. Al otro lado, su padre responde desde Las Palmas de Gran Canaria: “Sí, los planes siguen como antes. Cómprame un pasaje para que pueda ir a verte dentro de una semana”. El día 30 de marzo tuvo una cita en el consulado de Cuba para optar a la doble nacionalidad. Y, dentro de un año y medio, se la concederán gracias a que su esposa, María Elena, es descendiente de españoles. Las dos mujeres son la rendija que rompe las sombras del Iballa. Con ellas quiere instalarse en la capital para buscar un nuevo trabajo y reencontrarse con Ismael y Gisele, sus otros dos hijos de 31 y 24 años, respectivamente. Aunque antes viajó a Cuba, el 5 de abril del 2010, para visitar su pueblo natal, Niquero, en la provincia de Granma. En esa localidad pesquera de la región oriental desembarcó Fidel Castro con su tropa. Y allí vuelve Ismael para renovar su permiso de salida al exterior que caduca tras 11 meses. Sin este documento, el Gobierno le consideraría emigrante y perdería su casa y sus posesiones materiales, así como el derecho a volver.
 
Pedro ya no puede entrar en su país desde hace tres años. Por eso, sabe que la policía española no puede expulsarle. Tiene la seguridad inquietante de un apátrida desde que recuperó su pasaporte por un favor de las autoridades. Con la documentación pudo viajar a Tenerife para hacer un curso de patrón de barco pesquero. Pero sabe que en cualquier momento se lo pueden volver a confiscar, porque vive de forma ilegal en España. A pesar de ello, se jacta de que nunca le podrán desterrar: “Si me echan de España, intentaré ir a Estados Unidos, donde está mi hermano”. Jesús Leyva Guerra vive en Miami. Es un disidente importante en la colonia desde que emigró en 1989 tras ser torturado con electrochoques y drogas psicotrópicas. Pedro reconoce, mientras sujeta el móvil en su mano, que si su situación en el Iballa se complica será la primera persona a la que avisará. “Porque él sabe hacer ruido”, sentencia.
 
Desde su última estancia en Cuba no ha visto a sus tres hijos: Pedro, Luis y Fernando. Cuando él se marchó, Fernando, el pequeño, estaba empezando sus estudios de Historia. Ahora tiene 24 años y termina dentro de uno. Tampoco estuvo presente cuando Luis, de 26 años, se graduó como economista. Y no conoce a su nieto, su tocayo. Es el hijo de su primogénito, un abogado de 39 años. “Mala profesión”, dice el marinero, “en Cuba está denostada porque es lo que estudió Fidel. Y el comandante sabe que somos los que podemos discutirle el poder”. Pedro no tiene permiso para pisar Santiago de Cuba, su ciudad. Y no lo dice con melancolía porque España es su segunda patria.
 
Sobre la mesa del camarote del oficial de máquinas el marinero despliega dos torres de libros separadas por una radio compacta a pilas. En la cima está Artificios, de Jorge Luis Borges, y El perseguidor, de Julio Cortázar. Y descendiendo por la columna se lee Fuenteovejuna, de Lope de Vega. Hay una Antología de la poesía española, que le trae a la memoria a un hermano poeta, pero entre los autores no hay ningún cubano. También reposa en la mesa un tomo grande de la Biblia, porque los dos marineros son muy religiosos. El capitán va los sábados a la iglesia con Tomás, un amigo suyo de una ONG adventista. Y el otro cubano acude los domingos a una iglesia coreana –la Full Gospel Las Palmas Church– donde traducen las misas al castellano, al inglés y al chino.
 
En el camarote, Ismael aprende inglés con un diccionario de bolsillo: quiere practicarlo con los tripulantes africanos. Pedro juega solo al ajedrez. No tiene rival desde que se marchó Lázaro, otro marino cubano. Contra él, las partidas eran tan duras que siempre acababan en bronca. Ahora mueve su caballo blanco con una mano, y el negro con la otra. Ismael refunfuña desde el otro extremo del compartimento: “Haces trampas incluso cuando juegas solo”. El maquinista deja el diccionario y observa un póster de la selección española de fútbol, amarillo por el sol. Está impreso por las dos caras: en una hay una fotografía de la plantilla y en la otra, fichas de todos los jugadores. Ismael pregunta a Pedro por la altura de Xavi Hernández, como si fuese una competición. Y el capitán lo acierta y añade su peso, su dorsal y los partidos que ha jugado con la camiseta roja. El santiaguero se sabe de memoria ese almanaque, y eso que hace un año y medio no sabía nada de este deporte. Ni siquiera lo había practicado, porque en Cuba es más popular el béisbol. Ismael fue quien le enseñó sobre fútbol cuando empezaron a escuchar los partidos por la radio. Ahora él es hincha del Fútbol Club Barcelona y su amigo, del Real Madrid. Después de comer, en la sobremesa hablan del próximo choque del Barça. El partido lo escucha Ismael en Madrid, con su hija Berenice y con un billete para Cuba. Está preocupado por su compañero: solo entra las sombras del Iballa. Antes de irse a la Península bromeó con él porque no iba a tener quien le cocinara. Pedro sigue el encuentro por la radio a pilas que hay en el camarote del oficial de máquinas. Y mientras Ismael viaja a Niquero para poder seguir siendo ciudadano de Cuba, Pedro ve pasar un día más desde el ojo de buey y se acuerda de su mujer, Sady Diamela, y de sus hijos.
 
Un mes más tarde, los dos amigos se vuelven a juntar en las tripas del Iballa. No hay noticias nuevas del armador. Sólo un rumor que les inquieta, que rompe la monotonía. Esa rutina que también les da seguridad. Porque han oído que su jefe ha cobrado una cantidad importante de dinero trabajando con otro barco, pero ellos no cobran. Por eso, Stella Maris denunció al dueño de la empresa en su nombre. Aunque pasan los meses y la tripulación sigue viviendo en los camarotes de un barco que se consume por el abandono. Y sin la ayuda de la ONG no podrían ni comer ni beber. Aun así, Pedro, Ismael, Issa y los otros marineros africanos no abandonan el Iballa. El capitán del petrolero recurre a una anécdota de Stalin para explicar su situación. “El dictador estaba en Siberia y un colaborador le preguntó por qué si la población sufría tanto, no se rebelaban. Y Stalin cogió una gallina, la desplumó y la liberó en la estepa rusa. El animal”, añade Pedro, “sintió el frío en su piel desprotegida y corrió a protegerse bajo las piernas del líder comunista. Nosotros, en estos camarotes, somos esa gallina: no tenemos a dónde ir”.
 
 
Daniel Rivas Pacheco es periodista.



xxxxxxxxxxxxx




Una exposición recuerda el drama de los marineros abandonados del Iballa G


Santa Cruz de Tenerife, 3 nov (EFE).- La exposición fotográfica "Óxido", inaugurada hoy en el Tenerife Espacio de las Artes TEA, recuerda el drama de los veinte marineros que en 2009 fueron abandonados a su suerte durante cinco años por el armador del petrolero Iballa G en el Puerto de La Luz y de Las Palmas.

La muestra, que se podrá visitar hasta el próximo 17 de noviembre dentro de la programación de la XII Bienal Internacional de Fotografía de Tenerife Fotonoviembre, alza la voz contra esta injusticia por la que se dejó de pagar los salarios a los marineros, que le reclaman al armador, que se declaró insolvente, 184.650 dólares.



La fotógrafa grancanaria Sara Yun es la autora de esta exposición, compuesta por 24 fotografías -de las más de 2.000 que hizo durante dos años y medio- que retratan el día a día de los marineros en el petrolero "Iballa G", que en junio de 2014 se lo llevaron a Turquía, no se sabe bien si para desguazarlo o para repararlo.

Yun, en declaraciones a Efe, explica que la rutina de los cuatro marineros que quedaron dentro del barco para pedir justicia, era muy dura, vivían sin electricidad ni agua caliente y sobrevivían gracias a las ayudas de la asociación Stella Maris y de personas anónimas que les dieron alimentos, mantas y acceso a un médico.


Casos como los de Ismael Reyes (Cuba), Issa Sidi Fall (Mauritania), Mor Thiam (Senegal) y Pedro Leyva (Cuba) "no son en absoluto un hecho aislado", asegura la fotógrafa, para quien representan a otros muchos que están olvidados "de la mano de todos" y nadie se hace responsable de ellos.
Invisibles ante la sociedad, estos dos africanos y dos cubanos lucharon durante cinco años por recuperar el dinero que les correspondía, malviviendo en un barco en el que, tal y como refleja la exposición, pasaban las horas leyendo, jugando al ajedrez, rezando o, simplemente, charlando entre ellos.
Todo acabó cuando el armador del petrolero Iballa G, al que la ONG Stella Maris interpuso una denuncia por dejar de pagar a los marineros, se declaró insolvente y se llevaron el barco a Turquía, detalla la autora de la exposición, patrocinada por Clece Social.


Fue entonces, después de cinco años, cuando tuvieron que salir del barco y buscar un nuevo hogar sin haber cobrado aún el dinero que les deben y siendo considerados inmigrantes irregulares.
Issa Sidi Fall, además de su trabajo, perdió a la que iba ser su mujer al quedarse cinco años en el barco esperando, pues ella no pudo aguantar la espera y su familia la entregó a otro hombre.
También perdió durante su estancia en el petrolero a un compañero, que falleció al caer al mar cuando intentaba acceder al barco que estaba atracado en tercera línea del muelle de Las Palmas.
Este marinero reclama entre 7.000 y 9.000 euros por los cinco meses que trabajó en el barco y en los que dice que solo cobró 600 euros.
Ahora Issi vive en Fuerteventura con su mujer, a la que conoció en Gran Canaria cuando salió del barco, y con sus tres hijos y espera a conseguir los papeles que le permitan trabajar de manera regular en España para poder sacar adelante a su familia.

brr/acp



xxxxxxxxxxx





La historia de unos marineros abandonados en las aguas de Canarias

POR
MARIÁNGELES GARCÍA
26 OCTUBRE 2016





Corría el mes de septiembre de 2009 cuando el petrolero con bandera panameña Iballa G arribó al Puerto de Las Palmas. Uno de sus motores estaba dando problemas y había que repararlo. Iba a ser una parada corta, el tiempo necesario para solucionar los problemas mecánicos del barco y continuar ruta hacia los caladeros de Mauritania, Senegal y el golfo de Guinea. Aquel viejo petrolero se encargaba de suministrar combustible a los buques que faenaban en aquellas zonas.
Pero los días pasaban y los repuestos no llegaban. Su tripulación empezó a inquietarse. Algo no estaba saliendo como debía. Tres meses después, el armador del Iballa G, José Antonio Gámez, desaparece dejando en abandono a su tripulación. No llegó jamás el dinero para la reparación del motor. Tampoco hubo dinero para pagar los sueldos atrasados de los marineros que trabajaban en el barco. La situación se había complicado terriblemente: sin dinero, sin papeles y abandonados en un país que no era el suyo.









La mayor parte de los 22 tripulantes del buque regresó a sus países de origen dándolo todo por perdido. Pero cinco de ellos eligieron quedarse y luchar por sus derechos, dejando atrás familias y una vida. Sus nombres: Ismael Reyes (Cuba), Issa Sidifall (Mauritania), Mor Thiam (Senegal), Virara (Etiopía) y Pedro Leyva (Cuba).
Esta es la historia que la fotógrafa grancanaria Sara Yun ha querido contar en Óxido, una serie de 24 fotografías que recoge el día a día de estos luchadores durante el tiempo que el barco permaneció en el Muelle de La Luz de Las Palmas. «Muchos volvieron a sus países y otros quisieron quedarse porque yéndose del barco darían la razón a su armador, y ellos querían que se hiciera justicia», explica la fotógrafa. «La prolongada situación de incertidumbre oxida no solo su salud, al no poder cubrir las necesidades básicas, sino también sus almas».
La espera de estos marineros, que iba a ser de días, se convirtió en años. «Años a la deriva».





Sin papeles, sin dinero, sin trabajo, la rutina de estos cinco hombres era tremendamente dura. Sobrevivían gracias a la caridad de algunas personas y a la ayuda que podía proporcionarles la ONG Stella Maris, que les abastecía con algunos víveres indispensables. «Casi no pasaba nada», explica Yun, «los días pasaban lentamente. Issa y Mor, los chicos africanos, trabajaban en negro durante el día e intentaban pasar el menor tiempo posible en el barco, volviendo solo para dormir. Pedro e Ismael, los cubanos, por el contrario, pasaban la mayor parte del día en el barco, escribiendo cartas, escuchando la radio, leyendo, contemplando el día pasar, jugando al ajedrez, esperando…».
Yun se interesó enseguida por la historia y la situación de estas personas. «La soledad de todos me conmovía y me sorprendía su bondad», indica. «De verdad, eran y son personas nobles. No entendía cómo se les podía abandonar de esa manera, que las autoridades se pasaran la pelota y nadie se hiciera cargo de la situación. Ellos sólo querían recuperar el dinero que habían trabajado (que no era mucho para nosotros pero que para sus respectivos países eran meses de comida asegurada)».





Consiguió el teléfono de uno de ellos y quedó con los marineros para ir a conocerles. Aquellos hombres que malvivían en un barco cada vez más deteriorado, cada vez más oxidado, como sus propias vidas, recibieron a la fotógrafa de buen grado y se mostraron dispuestos desde el primer momento a colaborar con ella. «Querían que su historia se conociese y desde el primer día me sentí cómoda. Y han cuidado de mi todo el tiempo».
Durante cinco años, Yun acudía al barco intermitentemente para fotografiar el día a día de los marineros abandonados. «Sentí necesidad de contarlo porque me pareció una situación injusta. Quería poner mi granito de arena, hacer ruido, contar su historia para que no quedaran invisibles ante la sociedad. Admiraba su tesón en esta lucha en forma de espera», afirma con rotundidad. «Artísiticamente no espero nada, pero para mí siempre es un aprendizaje».
Los hombres le fueron contando durante ese tiempo sus historias. «Issa estaba embarcado para ocho días nada más y su novia le esperaba, le esperaba una boda. Pero él no quería volver sin dinero, eso sería una vergüenza…El armador les decía que esperasen, que esto se solucionaría pronto, pero pasaron los días y los meses y la prometida de Issa (o la presión familiar) se cansó de esperar», recuerda la grancanaria.








«A Mor Thiam le esperaban su mujer y sus dos hijos. Ahora tampoco están juntos. Pedro jugaba al ajedrez solo, decía que era para mantener su mente activa y no caer enfermo. Ismael escribía cartas a su mujer todas las semanas, que yo escaneaba y enviaba por email».
La fotógrafa eligió la fotografía documental y no la meramente artística para dar voz a los marineros. «Ambas me gustan y con ambas aprendo. La documental me mueve las entrañas, me remueve a nivel personal y la artística es más un bálsamo. Quizás me sienta más cómoda con la documental porque ahí no hay lugar para la mentira. Es honesta y siento que con ella utilizo la fotografía como altavoz».
Abarloado en el puerto en tercera fila, entrar y salir del petrolero era una aventura cada vez más peligrosa. Tanto que uno de ellos, Virara, murió tratando de pasar del primer al segundo barco. «Virara falleció tres días antes de que yo llegara al barco. Pasando de un barco a otro. Esta es la historia que más me ha marcado. Me marcó el silencio mediático respecto a este tema, y no sólo mediático, sino de las autoridades. Ni los propios tripulantes supieron qué se hizo con el cuerpo. A él va dedicado este trabajo», afirma Yun.



Un día, la Guardia Civil informó a los cuatro supervivientes que debían abandonar el Iballa G. El barco había sido vendido. El armador se había declarado insolvente y el barco sería trasladado a Turquía. La asociación Stella Maris solicitó el embargo preventivo del petrolero para garantizar los salarios de sus tripulantes, y a día de hoy, aún están en espera de juicio.
Los marineros debían rehacer sus vidas. Sólo Ismael regresó a Cuba junto a su familia. A él le esperaban allí desde hacía cinco años su mujer y sus hijos. A día de hoy sigue sin trabajo. «Mor se busca la vida en Italia, Pedro en EEUU e Issa ha formado una familia en Fuerteventura y espera poder encontrar un trabajo desde hace tiempo», cuenta Sara Yun. «En realidad, lo que han hecho todos menos Ismael (que ya le esperaba su mujer), es rehacer sus vidas porque la que tenían cuando se embarcaron la perdieron».





La historia de Mor, Issa, Ismael y Pedro no es algo único y aislado. Yun asegura que casos así se repiten en muelles de todo el mundo. Óxido pretende denunciar una de esas historias y mostrar el ejemplo de dignidad y lucha de cuatro personas que lo tenían todo perdido.
La obra de Sara Yun ha sido expuesta en diferentes lugares. Formó parte de la selección de autores de Fotonoviembre 2015 y estuvo expuesta en el TEA de Tenerife y en Gran Canaria Espacio Digital. Por el momento, Yun busca seguir difundiendo la historia de estas. Pero, puestos a soñar, a la fotógrafa le encantaría poder ver convertido Óxido en un fotolibro.
«Les pregunto hoy en día si se arrepienten de haberse embarcado y de haber esperado», concluye Sara Yun. «Alguno sí, porque como aún no se ha solucionado nada, ven tiempo que han perdido. Otros lo ven, como una batalla más en la vida que les ha hecho más fuertes».


















xxxxxxxxxxxxxx

No hay comentarios:

Publicar un comentario