jueves, 11 de octubre de 2018

ORLANDO MARTÍNEZ (EL VIEJO) IN MEMORIAM




     ORLANDO MARTÍNEZ (EL VIEJO) IN MEMORIAM


Motopesquero "Río Jobabo".


Hay seres condenados a morir dos veces, la primera, cuando tu cuerpo es despojado de toda energía y te conviertes en abono que nutre la tierra o la planta de los pies por donde transita tu familia. La segunda, cuando en tu féretro encierran injustamente o nó todas tus memorias. Esa, debe ser la más cruel de todas las muertes. Minutos después de la última palada o palabras expresadas por compromiso, dejas de existir para siempre en el recuerdo de quienes convivieron contigo. Yo no quiero que eso le suceda a Orlando, “El Viejo”. Así le decíamos de cariño para distinguirlo de otro Orlando Martínez que vive en esta ciudad y fue compañero suyo en la Flota Cubana de Pesca. Al otro, lo identificamos hasta hoy como Orlando, “El Flaco”. Precisamente fue él quien llamó para darme la amarga noticia, creo que no pude dormir en toda la noche.

“Todos los muertos son buenos”, siempre he dicho. No existe un solo velorio donde se mencionen los defectos del que parte, para colmo, creemos resolverlo todo con una misa que no entendemos, la mayor parte de ella transcurre en latín. Orlando no fue bueno, me desmarco entonces de esa práctica que muchas veces agrupa toda la hipocresía que existe en el mundo.

Lo conocí una tarde en el apartamento de Manuel, no recuerdo cómo me localizó, yo andaba esquivando todo vínculo con la comunidad cubana existente por ese tiempo, correría el año 93 ó 94, no puedo precisar con exactitud. Vivían entonces a dos cuadras del Metro Frontenac en un apartamento alquilado por Manuel, un Gay cubano con un corazón que interrumpe pueda abotonarse las camisas. Manuel nunca perteneció a nuestro giro y tomando como justificación los sufrimientos a los que fuera sometido en nuestra isla por su inclinación sexual, lo lógico sería que una vez libre en esta tierra, le diera la espalda a cualquiera que no perteneciera a su género. No fue así, abrió sus puertas y dio albergue a cuanto marino encontró en la calle, hablo de muchos. Recuerdo que en mi primera visita encontré a siete u ocho habitando en aquel local de solo tres cuartos, los últimos en arribar dormían en la sala. Manuel es otro que merece un monumento el día que se vaya, ha sido muy querido dentro de toda la comunidad de marineros en Montreal.

“El Viejo”, una vez independizado, aplicó todas las enseñanzas recibidas cuando vivió con Manuel. No tenía absolutamente nada y su techo sirvió de albergue a los que continuaron llegando. Sus penas y miserias las compartía con todos, y me atrevo a asegurar, fueron escasos los que no se llevaron un plato de comida al estómago que no fuera cocinada por él. Viendo aquella situación y tomando como inspiración el ejemplo de solidaridad humana que ambas personas nos regalaban, no exentas de grandes sacrificios, traté de formar una pequeña hermandad de marinos destinadas a recaudar algo de fondos para tirarle un cabo, fue un sueño. Durante un tiempo funcionó y luego fue destruida, como sucede con todo lo que lleve el timbre “cubano”. Sin embargo, alivió un poco la sobrecarga que tenía “El Viejo” en sus hombros, mérito del que muy pocos se acordaron cuando lograron independencia y se encaminaron económicamente.

-No habrá velorio, cuesta demasiado. Me dijo Manuel por teléfono y tuve que contener el enojo, ira, encabronamiento, como se dice en buen cubano. ¿Caro, y nosotros? Nosotros no existimos, somos una manga de ingratos y paranoicos. No nos comportamos como otras comunidades de las que deberíamos aprender mucho, somos una mierda o nos han reducido a ella. ¿Solo una misa? ¿En latín? ¿Pagada? ¿Para ir al cielo? No deseo encenderme y que el dolor aumente, Orlando no se merece eso.

-Manuel, tú que estás más cerca que yo de este problema, trata de coordinar que en esa misa se pueda hacerle una despedida como él merece. Es injusto condenarlo al silencio, tú mejor que nadie, sabes perfectamente que El Viejo fue muy querido entre nosotros. Le dije esta mañana.

-Voy a consultarlo y luego te llamo.

-No dejes de hacerlo.

¿Solo una misa? ¿Sabrá el cura por quién carajo reza? ¡Seguro que no! No se imagina a ese muerto recorriendo toda la calle Ontario en una bicicleta con una grabadora amarrada a la parrilla y los Van Van sonando a todo el volumen del aparato. Yo iba en un autobús y me llamó la atención aquel espectáculo tan inusual en esta ciudad. Era un viejo barrigón con un short bien corto del que se le escapan los huevos, para rematar, usaba un sombrero adornado con una pluma, no recuerdo si de pavo real. Todos rieron en el interior de aquel bus, era lógico, disfrutaban de algo que no se ofrecía todos los días, solo posible en verano. 

Media hora más tarde y cuando me encontraba en el Viejo Puerto, una de las zonas turísticas de Montreal, vuelvo a encontrar a Orlando. Había estacionado su bicicleta, se me había olvidado decirles, tenía una antena de radio donde colgaba una cola de conejo. En su imaginación o fantasías, pienso que la trataba como si fuera un Cadillac. Alrededor de él se había formado un círculo de curiosos, la música continuaba y Orlando mostraba su dominio sobre el baile, porque entre otras cosas, era muy buen bailador. ¿Cobraba por eso? ¡Absolutamente, no! Lo hacía por placer, disfrutaba sus locuras hasta el éxtasis, él había nacido para regalar felicidad, ese fue su rol principal en esta tierra. Sacaba a una, a otra, a otra, a otra a bailar y al cabo de unos minutos todo el mundo quería bailar con él. Yo me reía y decía, no puede ser posible, este viejo está loco. Cuando se cansaba, se montaba en su bicicleta y partía sin pasar “el cepillo”, así era él de loco y feliz.

¿Sabrá el cura por quién carajo reza? Hay tantas cosas para contar de Orlando, que no creo pueda sufrir la segunda muerte. 

-Esteban, no sé ni cómo explicártelo. Orlando se encarama en el árbol que existe al lado de mi apartamento para espiarme, está enfermo, no me deja vivir. Protestó una quebeca de la que se había enamorado.

-¡Ven acá! ¿Quién te dijo que eras hijo de Tarzán? No me respondió, creo que sintió algo de vergüenza, sabía el origen de aquella pregunta. La soledad es mala, traicionera, puede matar sin que te des cuenta. Nosotros la sufrimos mucho, tuvimos que pagar un tiempo muy largo de castigo por ser desertores y cualquiera cede o cae vencido, puedes enamorarte. Eso le sucedió al viejo, no solo a él, me ocurrió a mí y a muchos de aquella generación. Era posesivo y en exceso celoso, se celó de mí y no bastó que le llamara varias veces la atención. Se arrepentía, pero desafortunadamente reincidía, era un lobo.

¿Solo una misa? ¿Qué sabe el cura del muerto? Una vez me pidieron los servicios de un buen acupunturistas y enseguida pensé en él, porque entre otras cosas, además de estar avalado como uno de los mejores enfermeros de la Flota Cubana de Pesca, Orlando dominaba perfectamente esta aplicación, yo recibí sus servicios en diferentes oportunidades.

-¡Asere! Hay un griego de billete que está pidiendo los servicios de un acupunturistas, enseguida pensé en ti y le prometí que te llevaría.

-¿Cuándo?

-Pasado mañana, trata de ir presentable. De ser posible, utiliza cualquiera de los trajes que tienes en tu poder, olvida de cuál muerto es. Le dije a son de jarana.

-¡No hay lío, mijo! El tenía la costumbre de llamar “mijo” a todo el mundo. Créanme que no me convenció. ¿Cómo creen ustedes que se apareció Orlando? Tuve que contener la risa por lo serio de la situación. Se presentó con el mismo u otro short corto de los que usaba, el sombrerito de la pluma y una fleterita rodeándole la cintura. Al griego millonario por poco le da un infarto, y por supuesto, lo rechazó. De muy poco sirvió todo lo que le dije, él no estaba en nada, era así y le gusta como era. Sencillamente, nadie, ni nada, podía interrumpir su estado de felicidad, yo se lo aplaudo, él se aceptaba tal y cual era. ¿Qué sabe el cura de eso?

Lo tuve de empleado en mi restaurante, lo acepté por tirarle un cabo, sabía al riesgo que me atenía. Acabo de llamar a la cocinera que se encontraba de Chef en ese momento y consumimos largo tiempo hablando de él. Yo comprendía su intención, trataba de aliviar en algo este dolor y secar un poco mis lágrimas. Coincidimos varias veces, El Viejo no servía de mucho, es posible que de nada. Nos reímos con aquella imagen donde lo encuentro con un destornillador en las manos.

-¿Qué tú haces con eso? Conociéndolo, le pregunté asustado.

-¡Voy a reparar la freidora, mijo! Respondió tranquilamente.

-¡Mire, compadre! ¡Suelte inmediatamente ese destornillador y no me toque nada en esta cocina! ¡Viejo! Tú eras enfermero en la marina, nunca fuiste mecánico o electricista. No se ofendía, no perdía la tabla, sus reacciones eran serenas, siempre las concluía con ese puto mijo que te ablandaba y dejabas de pelear. Ella no pudo contener su risa, yo detuve mis lágrimas.

-¿Y por qué no se le hace un velorio como merece? Preguntó.

-Porque es muy caro y no pertenecemos a una comunidad como la china, griega, italiana, tal vez española. Porque somos una mierda dividida en pedacitos, porque no comprendemos que eso nos puede suceder mañana. De muy poco sirven estas líneas después de muerto, hasta yo mismo me avergüenzo de no haberle regalado una sola palabra de cariño, las que se mereció cada vez que nos encontrábamos y me abrazaba con esa palabra suya, “mijo”.

Orlando murió anoche, me alegro de que no haya sufrido, fue rápido, cero agonía. Sin embargo, no soporto despedirlo en latín, una lengua que él nunca dominó. Tampoco, que sea un cura quien lo despida. Lamento, no devolverle en vida aquellas palabras de amor que siempre manifestara en sus sinceros abrazos. Llegó a Montreal en un buque capitaneado por un hermano mío de sangre, hermano al que perdí por razones políticas estúpidas, las que suceden en mi tierra. Dios es inteligente, te priva de unos y te premia con otros. Me regaló a este loco con un corazón que no le cabía en el pecho, no protesto. No era bueno, como dije a inicios de este homenaje. Todos los muertos son buenos y Orlando no lo era. ¿Cómo pudiera describirlo antes de secarme las lágrimas? ¡Buenísimo!



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2011-06-06


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Despedida a Orlando Martínez (El Viejo)


La demora producida entre su muerte (5 de Junio del 2011) y la despedida de sus cenizas realizada ayer (30 de Octubre del 2011), se debió a la espera de una visa para su hija. Aquella autorización para viajar a este país nunca llegó. Entonces, su mejor amigo y casi hermano, Lázaro Marín, se encargó de organizar la despedida. Estas fueron entre otras las palabras que expresé junto a las cenizas de aquel amigo, algunas quedaron en el tintero para no dilatar mucho el sencillo homenaje. Primero se le ofreció una misa en la iglesia Virgen de Guadalupe en Montreal y posteriormente una pequeña caravana de autos viajó hasta un lugar del río previamente seleccionado. Allí nos esperaban Lázaro y Martell, otro marino amigo de El viejo. Lázaro dijo algunas palabras a modo de presentación, indudablemente se encontraba muy emocionado. Luego llegó mi turno, no llevaba nada escrito.






… En estos mismos instantes deben estar sepultando a miles de seres humanos en diferentes partes del mundo, se escucharán palabras falsas que solo sirven para complacer al morbo de la sociedad y tal vez se utilicen para aliviar el dolor de sus familiares. En ese momento, el muerto será muy bueno, todos lo son y no es así. Eso no ocurrirá entre nosotros, no será así por respeto a nuestro amigo, él no lo merece. 

No será así, porque yo no las pronunciaré. No será así, porque ustedes mismos no me lo permitirán. Hemos llegado hasta este lugar a despedir a un amigo de carne y hueso como nosotros. Un ser lleno de virtudes y defectos como cualquier ser humano, no necesitamos mentir.

La vida es un breve paseo por la tierra, unos la emplean para sembrar odios, amarguras, frustraciones, destrucción de sueños. Esos mueren rápido, solo unos minutos después de sepultarlos. Otros, como Orlando, gastaron ese paseo regalando amor y con una sonrisa siempre dispuesta para regalar, nunca faltó una palabra de cariño en sus labios. Seres como él nunca muere, no se les dice “adiós”, siempre se despiden con un “hasta luego” y viven eternamente en nuestra memoria.

Lo conocí en el invierno del año 1993, vivía recogido en casa de Manuel, muchos de ustedes lo conocen. Cuando se independizó, su apartamento se convirtió automáticamente en un albergue de acogida al recién llegado, casi todos eran marinos desertores. Vivían en pésimas condiciones y él, con mucho gusto, regalaba desinteresadamente sus miserias. No tenía nada, su mayor riqueza se encontraba en lo más profundo de su alma y corazón. Viendo aquella situación y los esfuerzos que se realizaban individualmente, propuse la formación de una organización que llevó posteriormente el nombre de “Hermanos del Mar” (Ya escribiré más adelante sobre este intento de unir a los cubanos) Con un aporte mensual de solo $5.00 dólares y una membresía que no sobrepasaban las quince personas, es de suponer que los fondos no eran fuertes. Sin embargo, aquel dinerito se empleaba para pagar la primera llamada a los que se quedaban en este país, comprar alguna medicina y semanalmente realizar compras de alimentos para ayudar a Orlando. Disculpen que les relate estos detalles, pero no pueden ocultarse por ser importantes en lo que fuera su vida.





Todo marchó muy bien durante un corto tiempo, después, como siempre sucede en el caso cubano, se procedió a su destrucción. Cuando vi llegar su final, tomé el poco dinero que existía de nuestros fondos y mandé a comprar la Virgen de la Caridad que se encuentra en la iglesia de la Guadalupe, su costo total fue de $230.00 dólares incluido gasto de envío desde New Jersey. Hoy escuché a alguien decir que yo era quien había comprado esa virgen y se equivocan, sin muchos saberlo, lo habíamos hecho entre todos. Otra de las razones que nos sirven para recordar a Orlando, esa virgen fue comprada con algunos de sus centavos. Esa fue la última acción desarrollada por nuestra organización y que sirviera de paso para sembrar una pauta en la vida de aquella iglesia. Existe un período de su vida anterior y posterior a nuestra presencia. Tiempos donde se festejaba el día de la Caridad del Cobre con un humilde afiche y el tiempo actual, donde la comunidad cubana dispone de una hermosa virgen sin conocer su origen. Eso fue posible gracias a un pequeño grupo de marinos.


Tengo que recordar estos pasajes de nuestras existencias y espero me disculpen, he dicho que perteneció también a la vida de Orlando. Es importante ahora, porque ella se destruyó gracias a los miedos de nuestros miembros. Llegamos hasta acá en busca de libertad, pero no habíamos destruido el castillo de nuestras miserias construido en nuestro interior. Es importante ahora, porque ya han pasado cerca de quince años. ¿Se imaginan lo fuerte que hubiéramos sido como comunidad? 

Pudimos ser como la italiana, española, china, portuguesa, etc., pero renunciamos a ella por nuestra cobardía. Hoy, estoy totalmente convencido, el homenaje a Orlando sería muy distinto, como el que verdaderamente se merece. Es muy importante hablar ahora, porque sepan muy bien, el último de nosotros no escuchará una despedida con palabras de cariño. No será así por culpa de nuestros miedos y por carecer de valor para entregarles la bandera a nuestros hijos. Sencillamente, tendrá que conformarse con un discurso hueco como el que ocurre en estos instantes en diferentes partes del planeta. Lo más importante de toda esta exposición es, que precisamente Orlando me había hablado en varias ocasiones para formar nuevamente una organización como aquella. Yo le ofrecí todo mi apoyo, iba a ser un proyecto iniciado por él y Lázaro Marín. Ya Lázaro me ha hablado de ello y le he manifestado mi disposición para ayudarlo. No puede negarse que El Viejo era algo loco y soñador. 

Ha sido muy importante tocar este tema, porque cuando los observo a ustedes, veo que faltan muchos rostros que comieron de su plato y vivieron en su mismo techo. Siento pena, verdadera vergüenza que eso suceda. Las justificaciones serán infinitas a tal ausencia, sin embargo, yo destaco entre todas la “ingratitud”, desgraciadamente así nos comportamos la mayoría de los cubanos.

El Viejo nunca se tomó la vida en serio, ¿valía la pena hacerlo? Creo que no, es tan corta que no merece desgastarnos. Sufrió como todos nosotros, lo hizo por su familia cuando se encontraba solo, pero no lo exteriorizaba, solo compartía sus dolores con algunos de nosotros. El tiempo restante lo empleaba en bromas y regalando esa eterna sonrisa. 

Lo tuve trabajando un tiempo en mi restaurante, allí se mantuvo porque deseaba ayudarlo un poco, hasta donde me resultó económicamente sostenible. Casi todo lo hacía mal y tenía que regañarlo constantemente, me enojaba. Solo él era capaz de calmar la ira y hacerme olvidarlo todo, lo lograba con una sola palabra, “Mijo”. Por ser el más viejo de todos, se apropió del título de padre y así se comportó hasta la muerte. En cada encuentro me abrazaba después de pronunciar aquella palabra mágica, ¿quién podía rechazarla?



Francisco, Ramón y Martell, tres viejos marinos, fueron los encargados de depositar las cenizas en el río San Lorenzo y darle el último adiós.



Hoy, no hemos venido a decirle adiós, solo un hasta luego, más tarde o temprano iremos a reunirnos con él. Su última voluntad demuestra no haber renunciado a su condición de marino. Se deja de ser niño, adolescente, hombre, pero nadie puede escapar del influjo del olor a marisma y salitre del mar. Dentro de unas horas se encontrará en los mares del Banco de Terranova donde tanto pescó, se encontrará con viejos amigos y nos esperará. Yo pedí en mi testamento que mis cenizas fueran depositadas a la entrada de la bahía de La Habana, solo será posible cuando Cuba sea libre, ni muerto quiero regresar en la condición actual. Si no existieran esas condiciones, vagaré por el mar y lo visitaré en Terranova.

Muchas gracias a todos los amigos que han acompañado a su viuda hasta este acto, es una verdadera pena que sus hijos se encuentren ausente y no supieran lo querido que ha sido su padre.

Gracias..


Su muerte ha producido una chispa, alguien de los presentes propuso reunirnos frecuentemente, tal vez logre encender la llama una vez apagada.



Post Data 2018-10-11

Los sueños de Orlando El Viejo y Lázaro Marín en tratar de reunir nuevamente a los marinos cubanos en esta ciudad, quedaron solamente en eso, sueños.

Por ironías del destino, un tiempo después fallece su amigo Lázaro Marín (Alias Guapería), quien organizara el acto de despedida a las cenizas de El Viejo y a su misa solo asistimos tres amigos de él mas su familia.  


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