ALFÉREZ PENDÁS, EL NORTE NO ES EL SUR
Academia Naval del Mariel.
Era buen chamaco cuando lo conocí, no sé si aún se encuentre vivo, espero que sí. Pendás es de esa gente en los que la mala suerte se ensaña por un tiempo, también ignoro si alguna vez pudo escapar de ella en aquel país donde tiene un gran feudo. Lo conocí por obligación, digamos por ese roce diario impuesto como regla. Una relación fuera del dominio de nuestras voluntades y de la que muy pocos podían escapar. Viajábamos diariamente en una de las guaguas de la Academia Naval del Mariel, razón suficiente para intercambiar ese “buenos días” que inicialmente se regala por educación.
Mas tarde llegó el momento de las identificaciones, siempre protocolares al inicio y mas abiertas cuando se gana confianza. Me contó que se había graduado de electro-navegante en la escuela “Aracelio Iglesias” que la Flota Cubana de Pesca tenía en Barlovento, era una especie de academia paralela, solo que sus títulos no eran reconocidos. Remató sus palabras con unas palabras muy repetidas en aquel infierno; -“Unas semanas más tarde me jodieron todos los sueños”. Esta parte me la contó tratando de ocultar su dolor, el destino en aquel país le jugó una mala pasada. Bueno, es que allá se comporta como una lotería donde nadie puede renunciar a su premio. -¡Me la aplicaron, coño! Expresó con su simpático tartamudeo. -Sin apenas estar preparado me vi vestido de “mandril”. Tampoco llegué a comprender nunca aquel vínculo entre un primate y un militar de la marina de guerra. Así les llamaban despectivamente los guardiamarinas a sus superiores, mandriles.
Pendás era Alférez y en aquellos tiempos el grado que decoraba su uniforme era una pequeña barrita, algo así como una i sin el punto, insignificante y bien pequeñita. Lo que venía equivaliendo un subteniente del ejército, un don nadie, el que aguanta palos de todas partes. En Cuba la mala suerte no funciona sola, siempre llega acompañada de actores secundarios como en las películas, condimentada de paso con muchos subtramas, los peores, los que mas se ensañan con el desgraciado. Fue así como una vez disfrazado de mandril, aquel joven alférez comenzó a disfrutar o padecer el peso de su infortunio. Digo disfrutar porque, aunque resulte increíble existen miles de almas mariconas que sienten placer cuando un látigo golpea sus almas.
Por aquellos tiempos inventaron lo que muy desafortunadamente llamaron “La cortesía militar” o algo parecido. No se limitaba al simple saludo existente entre soldados y oficiales, no. Se trataba de una nueva cortesía implantada en las guaguas de la academia para beneficio de una turba de parásitos con charreteras. Consistía en cederle el asiento a un güevón de mayor rango, un proxeneta de la sociedad, cuyo único contenido de trabajo era quizás asistir a círculos de estudios, porque de ellos abundaban muchos en aquella escuela. Las guaguas de aquel centro se encontraban imaginariamente divididas a la mitad, el lado derecho pertenecía a los mandriles y el izquierdo a los trabajadores civiles. En el lado nuestro se le brindaba el asiento a las damas sin que nadie tuviera que hablarnos de cortesía alguna, todos éramos hombres chapados a la antigua. Los hombres generalmente nos sentábamos en el fondo del ómnibus, creo que eran los asientos mas disputados. En el trayecto iban embarcando mujeres y como es de suponer, los que primero estuvieran sentados cedían sus asientos. Al final de un recorrido aproximado de treinta y seis kilómetros o mas que separaban a La Habana del Mariel, es muy probable que solo llegaran sentados dos o tres hombres civiles. No resultaba agradable realizar aquel recorrido parado, tomaba su tiempo y agotaba cada mañana. Algunos de los asientos destinados a los civiles tenían nombre y apellidos, pertenecían a tres o cuatro “trabajadores civiles de las FAR”, una especie de trabajador muy dócil que no era civil ni militar, un hibrido. Un esclavo muy complaciente, comprado con algunas chucherías ofertadas mensualmente en la cafetería de la academia. Ninguno de esos cabrones practicaba la mencionada cortesía y si encontraban a alguien sentado en sus asientos los levantaban, poco importaba si se trataba de hombres o mujeres.
La suerte de Pendás era mucho peor y aunque trataba de sentarse en el fondo de la guagua, hasta allí se desplazaba la mala suerte para joderlo. Si los asientos estaban ocupados por Alférez, cuando embarcaba un Teniente de Corbeta lo despertaba para que le cediera su asiento. Así iban ocurriendo estos relevos durante el viaje y una vez que los Alférez estuvieran parados, si montaba un Teniente de Fragata levantaba al de Corbeta y luego el Teniente de Navío levantaba al de Fragata. Era un show que solo tenía fin cuando la guagua había pasado por la playa de Santa Fe y no embarcaba a más nadie. Resultaba sumamente desagradable participar en aquella trágica comedia, tanto como protagonista o simple espectador. A veces sentíamos deseos de reírnos y nos contenía el desprecio sentido por aquellos cabrones zánganos. Deben imaginar las incontables veces en las que fuimos parados hasta el Mariel y la indignación experimentada. Cuando en el lado civil se encontraban los puestos ocupados por mujeres o esclavos distinguidos, viajaban profesoras paradas y aquellos militares no les ofrecían sus asientos. No fueron pocas las ocasiones en las que mi amigo Ríos protestó a viva voz y eran tan descarados que se hacían los dormidos. Deben imaginar que nuestro Pendás viajara decenas o cientos de veces parado durante esa larga trayectoria.
Era muy joven en aquella época, les hablo de los años 76-77, tiempo que trabajó con aquellos parásitos en la academia. Yo también lo era, creo haberlo superado en unos cinco años máximo. Muy simpático ante los ojos de cualquier mujer, solo que tenia un defecto algo cabrón, era medio tartamudo y cuando se ponía nervioso o emocionaba por algo, aquella gaguera suya resultaba incomoda. No lo imagino enamorando a una cubana y que ella fuera jodedora. Se desempeñaba como profesor en la cátedra de comunicaciones y compartía con un buen equipo. Siempre andaban juntos para todos lados, como si se tratara de los mosqueteros de las banderitas y código Morse. El grupo era pequeño y lo encabezaba Mayra, una ingeniera que ocupaba la secretaría de finanzas en el sindicato de trabajadores civiles de las FAR. Muy buena persona y esposa de un Teniente de Navío de apellido Gálvez. Le seguía un telegrafista mulato de bigotes de apellido Sánchez, persona con carácter muy jodedor que afinaba muy bien con Mayra en ese aspecto, ella era muy diferente a su marido. Creo que en esos tiempos también perteneció a ese grupito, Ferrer. Me parece que para entonces no poseía aun el titulo de Piloto de Altura, no estoy muy seguro. Luego trabajaría como oficial en la marina hasta pasar a ser Comisario Político y el último miembro de aquella escuadra, Pendás. Fue como un hijo adoptivo muy querido por su inseparable grupo y no por gusto, era una persona muy sencilla. Comunicaciones no era una asignatura muy compleja y creo fuera de poco contenido, imagino resultara un paseo para este joven mandril.
En el año 1977 Ríos y yo decidimos abandonar la dichosa academia y nos volvimos a incorporar a la vida de marinos, tomamos vacaciones antes de que pudieran enrolarnos. “La mala suerte”, insatisfecha por las cosas que le hacia a Pendás, tocó un día mi puerta y en menos de tres semanas me encontraba embarcado en el buque angolano “N'Gola”. Como suele ocurrir, te separas de amigos y familiares a muchos de los cuales no vuelves a verlos durante años. Atrás quedaban todos aquellos con los que compartiera en la Academia Naval y con el tiempo serían olvidados, era lo normal en nuestra profesión.
Motonave “N'Gola”
El motor que mas trabaja en un buque es aquel que le da vida al “girocompás”, algunas veces nos referíamos a él como “convertidor”. El motor principal de un buque descansa los días que permanezca atracado, los generadores de electricidad también se van relevando y poseen sus horarios de descanso, no así el motor del girocompás. Era recomendable no apagarlo durante cortos períodos de tiempo en puertos, se evita de esa manera la introducción de errores o posibles averías cuando se pusiera en marcha nuevamente. Yo era un fiel cumplidor de las recomendaciones de los fabricantes y trabajé con muchos modelos mientras era Segundo Oficial, algunos tan viejos que poseían un sistema de enfriamiento por agua. Normalmente nuestras naves permanecían poco tiempo en puerto y no los apagaba, solo lo hacía cuando subíamos a dique para realizar reparaciones.
Las estadías del buque “N'Gola” en aquel país siempre se excedían del tiempo normal, llegaron a sobrepasar los dos meses. En uno de esos viajes decidí darle reposo a un motor que estaba en explotación desde 1961, recuerdo que era de la marca C.Plath. ¡Vaya sorpresa que me regaló aquel viejo amigo cuando lo encendí nuevamente! Normalmente, esos equipos antiguos podían tomarse hasta 24 horas para orientarse correctamente, se deduce entonces que debía encenderse el día anterior a la partida. Se me olvidaba decirles a los amigos que no pertenecen a este mundo que, un girocompás realiza las mismas funciones que un compás magnético (brújula), pero no voy a extenderme en explicaciones innecesarias. Pues como les dije, recibí tremenda sorpresa al día siguiente cuando fui a comprobar su funcionamiento. Aquel girocompás mostraba los polos invertidos, o sea, el Norte era indicado como si se tratara del Sur y viceversa. Salimos a navegar en esas condiciones y se le hacían correcciones por observaciones a los astros en cada guardia, su error era constante y en los cálculos de rumbo sumábamos o restábamos de acuerdo con el fin perseguido. Tampoco nos preocupábamos mucho, teníamos a nuestra disposición el compás magnético, uno de los equipos mas antiguos existentes en nuestra profesión y que no ha sido sustituido por ninguno de los modernos por una sola razón, funciona con el magnetismo de la tierra, no creo necesario otra explicación.
Llegamos a Las Palmas de Gran Canarias y solicitamos los servicios de un técnico de la firma C.Plath. Se mantuvo trasteando el equipo durante dos días hasta que se dio por vencido, no encontró las razones de aquella falla y en las mismas condiciones partimos rumbo a Rotterdam. Nuevamente solicitamos los servicios técnicos de la firma y el resultado fue similar. Continuamos nuestra navegación por varios países europeos y regresamos a Angola con el girocompás travestido.
Uno de aquellos días de angustia que se viven en un fondeadero sin poseer un canal de televisión con vergüenza y donde solo se dispone de emisoras de radio encargadas de disparar constantes consignas, se aproximó a nuestra escala un bote inflable con motor fuera de borda perteneciente a la base de la marina de guerra existente en La Ilha. Hace unos días estuve buscando en Google la mencionada base y ya no existe. La Ilha es una península o barrera de arena natural que protege a la bahía de Luanda, muy parecida a La Restinga de Lobitos. Un solo rostro de aquellos militares me resultaba familiar.
-¡Coño! ¿Qué haces aquí? Fue una pregunta estúpida, la única que se me ocurrió en aquel momento. Una vez en el portalón nos abrazamos.
-¡Nada, volvieron a joderme! Fue simple la respuesta de Pendás y lo comprendí al vuelo.
-De verdad que la mala suerte se ha empeñado en hacerte la vida difícil, ¿no pudiste hacer nada para escapar?
-Esa misma pregunta pudiera hacértela yo, bien sabes que mi caso es mucho mas difícil, no olvides que soy militar y no puedo negarme.
-¡De pinga, asere! Te ha salido bien caro ese tiempo de “servicio social”. Este “servicio social” se lo aplicaban a la mayor parte de los estudiantes que lograban graduarse en muchas de las profesiones o carreras cursadas en la isla. Conocí un caso muy particular de una muchacha que, se negó a partir hacia otra provincia y al final del cuento le negaron su título.
-¡Ño! No sé cuando carajo pueda quitarme este traje de mandril.
-¿Qué tiempo llevas acá?
-Dos meses, pero ustedes andaban por Europa, ya sabía que tú estabas aquí y te estaba esperando para disipar un poco el gorrión que se vive aquí.
-Vamos a meternos unos palos en el camarote y damos algo de muela.
-Coño, es que no vengo solo.
-Nada, invita a tus socios también.
-¿Estás seguro?
-¡Claro, compadre! Déjate de pendejadas. Allí estuvimos compartiendo unas dos horas, ellos muy sorprendidos por nuestras condiciones de vida y alimentación. Estos supuestos militares rasos, eran las únicas personas a las que podía tolerar de todo el contingente cubano, detestaba a la mayoría de los civiles allí destacados. -¡Ven acá, men! Tengo un problema en el girocompás, ¿te atreverías a revisarlo? Te lo pregunto porque como eres electro-navegante.
-¡Claro, compadre! Esa es mi especialidad y ya he realizado algunos trabajos parecidos en la base.
-Bueno, se lo voy a comunicar al Capitán para que pida formalmente tus servicios en la base. Él conoce a todo el mundo allí, así que no te preocupes, vas a refrescar un poco con nosotros, aquí hay camarotes disponibles. ¿Cómo va a ser el juego? Trata de reparar el girocompás con toda la lentitud del mundo y luego te quedas unos días más dándole mantenimiento a otros equipos. ¿Qué te parece la idea?
-¡Brillante! Ya nos pondremos de acuerdo.
Tres días después de aquel encuentro, Pendás se encontraba trabajando en el cuarto destinado al motor del giro y puente. Después de las comidas hacíamos tertulias donde regresábamos a la academia y disfrutábamos con nuestros recientes recuerdos. Bueno, al segundo día de trabajo ya había resuelto el problema del giro, algo que no pudieron lograr los técnicos de la C.Plath como ya les he mencionado. Con este simpático tartamudo el Norte no apunta hacia el Sur. Indudablemente que lo ocultamos para que continuara unos días mas a bordo, si lo informábamos cinco días posteriores, no podía negarse tampoco su logro y dominio de esa técnica.
-¿Te acuerdas el día que fuiste a mi casa con un mensaje de movilización?
-¡Coño! ¿Cómo iba a olvidarlo? Las cosas que se le ocurrían a ti y a Ríos en la academia fueron memorables. ¡Qué clase de maniobra para escaparse a pegar un tarro! Nos reímos mucho entre tragos, hoy los voy a dejar con aquella comedia trágica donde Pendás es su principal protagonista. La escribí hace unos años y bien vale la pena compartirla en este trabajo. ¡Ojalá llegue a sus manos! Buen mandril.
Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2018-03-15
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LA FUGA PERFECTA
-No es muy complicado, eso sí, debes ir vestido de uniforme. Llegas, tocas el silbato y solo tienes que mencionar el nombre de cualquiera de nosotros, como hace cualquier mensajero. ¡No te rías, coño! Estas misiones tienen que hacerse en serio, acuérdate que vas a enfrentarte con un enemigo muy inteligente y debes medir tus fuerzas. ¡Agarra esto! Eduardo le puso en las manos un file con citaciones oficiales, las mismas que se usaban en la academia, debidamente acuñadas. Pendás las fue observando una a una, todas decían lo mismo aparte del nombre y dirección del destinatario. “Posición Uno”
-¿Y esto, para qué? Preguntó sin sobreponerse de la sorpresa ante aquella inesperada emboscada realizada en la puerta del comedor.
-No preguntes tanto, ¿vas a resolver o no?, esto es un asunto muy delicado, pero para eso están los socios, ¿o no?
-Esto es una candela, mira todas las direcciones que aparecen en este file. ¿Tengo que mandarme hasta El Cotorro?
-¡No, compadre! Esto es solamente una cortina de humo, una maniobra de enmascaramiento. De todas esas citaciones solo debes entregar dos y vivimos bastante cerca. Eso sí, tienes que ir uniformado, aquí tienes el pito. Eduardo se metió la mano en el bolsillo y extrajo el silbato, era plástico y de color amarillo.
-Pero esto es el pito de un chaleco salvavidas. Protestó Pendás cuando lo tuvo en sus manos.
-¿Y a ti que te importa de donde venga? ¿Es o no es un pito? Nadie se va a llevar el pase, además, las viejas que te abrirán las puertas nunca han subido a un barco. No me vengas ahora con flojeras de piernas.
-¡Ta bien! Yo llego, sueno el pito… ¿apago la moto?
-¡Claro, compadre! No tenemos bonos de gasolina, tienes que resolvernos con la tuya y no puedes darte el lujo de estar gastando tanto.
-¿Ni un litro tienen ustedes?
-¿De dónde carajo la vamos a sacar? No jodas, tú sabes bien que solo le entregan cupones a la gente que tengan motos o carros.
-Oká, yo apago la moto frente a la puerta de la casa y toco el pito. ¿Toco la puerta también?
-¡Asere! Vamos a tener que mandarte al Ministerio de Comunicaciones para que pases un curso emergente de cartero. ¡Claro!, tienes que tocar la puerta, eso se cae de la mata. Tú sabes que la gente se pone a ver las novelitas y se olvidan del mundo. ¡Toca la puerta, consorte! Eso sí, debes hacerlo duro para impresionar, tú sabes cómo son los militares.
-¿Cómo son los militares, mi panga?
-¡Oye, Eduardo! Yo creo que es mejor buscarse a otro. No sé, me da mala espina, yo creo que el consorte es medio diferenciado. Intervino Emilio algo defraudado.
-¡Carajo! Estás vestido de uniforme y vienes a preguntarme cómo son los militares. ¡Ven acá, Pendás! ¿Por casualidad te has enterado que perteneces al ejército?
-Eduardo, no insistas, monina. Este tipo nos va a embarcar, ¿no te das cuenta que tiene el reloj atrasado como diez años?
-Tampoco así, Emilio. Él puede ser bobo, pero no comemierda. No se puede ser las dos cosas al mismo tiempo.
-¿Ustedes me están vacilando?
-No vayas a darle una falsa interpretación a lo que hablamos, consorte. El lío es que andas perdido, men. ¿Desde cuándo tú no chocas con la bola? Dijo Emilio algo preocupado.
-Yo tengo la opinión de que primero debemos presentarle a tu prima Juanita para que lo sacuda un poco, el socio tiene el tejado superpoblado de espermatozoides. Pendás miró muy serio a Eduardo cuando terminó de decir aquellas palabras. -No te vayas a calentar con lo que dice mi hermano, pero de verdad, la dura, ¡asere, despierta!
-Oká, llego con la moto y la apago frente a la puerta de la casa, toco el pito y doy unos golpes fuertes, después digo el nombre de ustedes. Expresó Pendás algo convencido.
-Tampoco es así de jamón, siempre vas a encontrar algunas dificultades en la vida. Dijo Eduardo y lo miró fijo a los ojos, trataba de impresionarlo o presionarlo para que no se arrepintiera.
-¿Hay alguna trampa?
-No hay ninguna trampa, ¿cómo crees que te vamos a embarcar? El lío es que yo vivo en un tercer piso. Le contestó Eduardo.
-¡Carajo! ¿También hay que subir escaleras?
-¡No jodas! Si te manda el director de la academia aceptas hecho un carnerito y no preguntas tanto. Le respondió Emilio.
-¿Y dónde estaciono la moto?
-En la calle, como todo el mundo.
-¿Y si se la roban en lo que subo hasta tu casa?
-Todo tiene un precio en esta vida, Juanita tiene musiquita en la cintura, si tú ves a esa mulata no estuvieras preguntando tantas mierdas. ¿Va, o no va? Avisa con tiempo para buscarnos a otro socio con poder de mando y decisión. Eduardo se mantuvo en silencio en ese instante, consideró que su amigo tenía un fuerte poder de convencimiento.
-Oká, apago la moto y toco el silbato. Se llevó el instrumento hasta la boca y sopló con fuerza, todos los que se encontraban en la cola del comedor giraron sus cabezas. Me bajo y doy unos golpes fuertes en la puerta de la casa…
-Acuérdate que no te van a escuchar desde el tercer piso. Lo interrumpió Eduardo. -No olvides que debes presentarte con el file de las citaciones en las manos.
-¿Y ustedes van a estar en la casa?
-Por supuesto que nooooo. Vamos a inventar cualquier salida para que no nos veas la cara. Trató de calmarlo Eduardo.
-Porque si yo llego y ustedes me abren la puerta es muy seguro que lo cague todo, ya saben de los ataques de risa que me dan.
-No vamos a estar en casa a esa hora, yo me voy para el cine y dejo a los chamas con la suegra. Ella es un pan y vas a confundirla muy rápido. Dijo Emilio.
-¡Asere! Pero la suegra no vive conmigo, ¿qué hago? Eduardo dio muestras de confusión y disparó todas las alarmas de Emilio.
-¡No te bajes con ese número ahora! Trata de inventar cualquier cosa, pero no puedes estar en la casa, ya sabes que este gil se ríe por gusto. ¡Coño, consorte! Esas cosas no se dejan para último momento, no me explico, con la clase de camaján que eres.
-Oká, apago la moto y toco el pito. ¡Ya sé, ya sé que en tu caso tengo que fumarme tres pisos! Ven acá, ¿son pisos de puntal alto o moderno?
-No la pongas más difícil, llevas las cabronas citaciones o hablo con Juanita para que riegue por todos lados que eres yegua. Emilio no podía ocultar el agotamiento de su paciencia.
-Oká, apago el motor y toco el pito. En el caso de Eduardo subo los tres pisos y trato de mantener vigilancia sobre la moto para que no me la roben. Tumbo la puerta de la casa para que sepan que es un militar el que está tocando, ¿qué más?
-Cuando te abra la vieja metes mano por el file y dices el nombre de nosotros. La pura te va a decir que no estamos, esa es la parte importante. Le dices que es una citación militar y le haces firmar esta libreta donde consta que el mensaje fue recibido. Eduardo le entregó la libreta y Pendás la abrió, comprobó que ya estaba parcialmente llena con nombres, fechas y firmas.
-Oká, toco la puerta, apago la moto y sueno el silbato…
-Eduardo, vamos a buscarnos otro. Este tipo está cagado y no ha llegado al barrio, nos va a embarcar, consorte.
-Emilio, se te olvidó que el cuadre es para mañana y tenemos que morir con el panga.
-¡Coño, pero qué bruto es!
-Tenemos que morir con él. ¡Abre las guatacas! Es la última vez que te lo repito, apagas la moto, suenas el silbato, tocas con fuerza en la puerta para impresionar, mencionas el nombre de nosotros y luego le exiges a la vieja que firme la libreta. Si no lo haces así, olvídate del culito de Juanita.
Pendás apagó la moto, tocó fuertemente la puerta de casa de Emilio y luego sonó el silbato, gritó a toda voz el nombre, pero aquella acción le tomó varios minutos por su tartamudez. La puerta fue abierta por un muchacho de fuerte constitución corporal que rondaba los veintiséis años.
-¡Oye, tú! Los que vivimos aquí no estamos sordos. ¿Eres comemierda o estás mareado?
-E, E, E, Emi, Emi…
-Emilio no se encuentra. Le respondió una mujer mayor de edad a espaldas del agresivo muchacho y aquello le devolvió la tranquilidad al mensajero.
-Te, Te, Tengo una cita, cita, ción para él.
-¿De dónde? Preguntó la vieja.
-De, de, de, la Unidad Militar, firme aquí. Le entregó la libreta y un bolígrafo que tenía en el bolsillo del uniforme. Le dio dos patadas a la palanca de arranque de la moto y se perdió loma abajo. Tras él, la vieja continuaba en la puerta leyendo el mamotreto que le habían entregado.
Amarró la moto como si fuera un caballo al poste de electricidad y subió los tres pisos. Sonó el silbato y dio tres fuertes golpes en la puerta que estremecieron todo el apartamento. Eduardo abrió la puerta protestando y Pendás sufrió un ataque de risa. Fue invitado a pasar y esperar por el café, no se atrevió a entregar nada y la conversación se desvió hacia asuntos sin importancia.
-¿Y esto qué es? Le preguntó la mujer a Emilio cuando regresaron del cine.
-¿Esto? Una citación de la academia, pero olvídalo, yo no soy militar y no asistiré.
-Yo creo que debes ir, eso te puede perjudicar. Intervino la suegra mientras Emilio era seguido por la mirada desconfiada de su esposa.
-¿Qué es Posición Uno? Preguntó ella y no le apartaba la vista, medía todas sus palabras y reacciones.
-¿Posición Uno? Que debes presentarte en la academia y llevar ropa interior, toalla, pasta de dientes y máquina de afeitar.
-¿Y la Posición Dos? Porque imagino exista.
-¿La Dos? Hay que presentarse en la playa de Marianao.
-¿Y la tres?
-¿La Tres? Hay que mantenerse alerta en la casa y pendiente de algún aviso. Olvídalo, yo no voy a la una, ni la dos, ni la tres. Yo soy civil y esta gente se ha equivocado. Nada, cosa de los militares.
-Yo soy de la opinión que debes asistir, no olvides que eres oficial de la marina mercante. Insistió la buenaza de la suegra ante la mirada desconfiada de su hija.
-No voy, no se me ha perdido nada en esa vida de guardias. Se sentaron a comer y luego continuaron viendo el televisor. Pocos minutos más tarde, la esposa de Emilio le entregaba una bolsita con el contenido exigido para la Posición Uno.
-Yo creo que es mejor te vayas y asistas a esa citación militar. Emilio no quiso entrar en contradicciones y partió rumbo a la parada de la guagua.
-¿Y Eduardo? Le preguntó a la muchacha que esperaba por él en el bar del Conejito.
-No sé, no ha llegado y mira la hora que es. Tampoco eran sencillas las comunicaciones en esos tiempos.
-Ya sabes cómo está el transporte, vamos a esperar un poco más. Trató de consolarla.
-Yo creo que me dejó plantada. Dijo la muchacha muy próxima la medianoche.
-Mejor nos vamos y que cada cual tome su rumbo. Emilio y su amiga la acompañaron hasta la parada de la guagua y la despidieron entre justificaciones que parecían lamentos. Ellos tomaron un taxi que los condujo al hotel Vedado, la habitación había sido reservada desde el bar del Conejito por esa magia que solo ofrece el sociolismo.
-¿Y esto que es? Le preguntó Emilio algo angustiado.
-Acabo de caer con la cosa, pero podemos convertir el revés en victoria. Le respondió ella tratando de calmarlo.
-¡Coño! No me vengas con consignas revolucionarias después de joder una fuga perfecta, ¡vístete!
-¡Pero, mira! Podemos hacer otra cosa.
-¡Oye! No hay arreglos, voy a dormir a mi casa. Tengo que levantarme a las cinco de la mañana para partir a la academia.
-¿Qué haces aquí? Le preguntó ella cuando lo sintió acostarse a su lado. Esa noche no lo había olfateado como en ocasiones anteriores, tampoco observó el despertador que él atrasaba antes de acostarse y luego ponía en hora antes de quedarse dormido.
-Me escapé, no podía dormir con la cantidad de mosquitos que hay en esa academia. Además, yo no soy militar, al carajo la Posición Uno.
-Eso te puede perjudicar. Emilio trataba de dormirse entre silbatos y toques de puertas violentos, una moto que arrancaba loma abajo y aquella discusión que mantenía con Eduardo.
-¡Coño! Tan perfecta que había sido esta fuga.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2008-06-14
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