Gilberto Martínez
Buque escuela "Viet Nam Heroico"
¡Yo soy Gilberto Martínez, el repartidor de cantinas
en casa de Laura Lujan! Esa era su carta credencial y la expresaba con
frecuencia, bien cuando estaba enojado o cuando ganaba una partida de dominó en
el saloncito que el barco tenía debajo del castillo de proa. Casi siempre lo
expresaba en lo que aparentaba ser un grito amenazador y no lo era, aquel
siempre fue el timbre de su voz. Tronaba todo el salón y lograba vencer el
ruido que se producía debajo de nuestros pies mientras la proa del barco rompía
la mar en su marcha o las olas chocaban con sus amuras.
Siempre nos preguntábamos, ¿quién coño era Laura
Lujan? Preferimos quedarnos con la duda para no provocar enojo en aquel
diminuto hombre, dueño de la voz más potente del mundo. Especulamos en privado
durante su ausencia y llegamos a la conclusión de que pudo ser la dueña de los
burdeles a los que acudía con frecuencia Yarini, aquel famoso chulo habanero.
No le encontramos otra explicación, pudo tratarse de una hembra muy famosa que
existió en su juventud, muy lejana, por cierto. Aquellas palabras expresadas
como amenaza y en un tono al que ninguno de los presentes podía llegar por su
potencia, abrigaban un orgullo inusual, quizás agradecimiento por la dama que
lo adoptara como hijo y lo formara como el hombre que era.
Gilberto era pequeño de estatura, solo tenia un
competidor de su talla, el “Bibi”, así lo llamábamos de cariño. Un jabaíto algo
existencialista que era un alma de Dios, apenas se le escuchaba cuando hablaba.
Ambos tenían medidas similares e imagino las dificultades para comprarse ropa
en la isla. Una vez navegando pudieron vencer esas trampas que les impuso el
destino o el sistema, las compraban en el exterior y luego las mandarían a
arreglar en La Habana, que muy buenas costureras o modistas teníamos. La
progenitora de Gilberto estuvo marcando durante un mes en la cola para adquirir
su “voz” y la del Bibi se quedó dormida y solo pudo agarrar un simple susurro,
esa era la diferencia entre ellos, bueno, además del color de la piel, uno era
blanco gallego y el otro ya lo dije, jabao de pura cepa. Estos dos
liliputienses fueron muy queridos por todo el colectivo de estudiantes por sus
excentricidades y baja estatura. Cada uno de ellos explotando sus virtudes, el
Bibi de una cultura exquisita y Gilbert por aquella voz de tenor muy varonil
que le servía para alardear de sus vínculos con Laura Lujan como repartidor de
cantinas.
Gilbert siempre fue viejo, le sucedía lo mismo que a
las momias egipcias, pasaba el tiempo y no se enteraban. Muy arrugadita su
piel, algo así como las pasitas secas que se desaparecieron del mercado. Así lo
vi siempre, estático, sin envejecer y menos rejuvenecer. Gustaba usar unas
gafas de plata montadas al aire cuando no se encontraban de moda, es muy
probable que John Lennon lo copiara y luego se impusiera en el gusto de la
gente, lo siguieron a él por su fama y plata, imagino el disgusto de Gilberto.
Muy bien pudieron pertenecer a su bisabuelo, vayan a saber de dónde rayos sacó
aquella valiosa reliquia. Lo cierto es que le quedaban muy bien y se ajustaban
a su estatura, además, le regalaba también ese aire intelectual y aristocrático
del que gozaba el Bibi.
Las horas de auto estudio las pasaba conmigo, no
podía negarse el esfuerzo casi sobrehumano que realizaba por penetrar los
misterios de algunas asignaturas. No le iba muy bien en algunas de ellas, la
astronomía exige algo mas que la voz para poder comprenderla. Al final del
curso formó parte de un reducido grupo de desaprobados, solo uno de ellos logró
vencer las malas calificaciones, el sobrino del comandante Calixto García, no
necesitó volver a examinar ninguna de las asignaturas suspensas y creo que
andaban por las seis. El muchacho no era mala persona y Gilberto, tampoco. Solo
que Laura Lujan no era “comandanta” de nada, quizás de un batallón de putas y
no le sirvió de mucho.
No se rindió aquel enano arrugado de voz tormentosa y
lo vi de nuevo mientras me encontraba de profesor en la Academia Naval del
Mariel. Mi amigo Eduardo Ríos y yo nos convertimos en su rayo de esperanza y la
posibilidad de viajar en el puente de un barco. Ya he escrito sobre la
corrupción reinante en aquellos años dentro de la casa formadora de navegantes,
¿por qué no iba a beneficiar a mi amigo? Lo ayudamos en las asignaturas más
complejas, todavía no recuerdo como rayos pudimos resolverle vencer el
obstáculo de “astronomía”, una misión casi imposible si se tiene en cuenta que
el “primer profesor” de la asignatura era insobornable. Con Ergio no se entraba
en relajito alguno y plantearle o proponerle el mas liviano fraude, muy bien
podía conducirte hasta el pelotón de fusilamiento. ¿Cómo lo logramos? No lo
recuerdo, no logro identificar al profesor que se arriesgó para ayudar a
nuestro amigo, Gilbert aprobó andar entre el sol y las estrellas. Faltaba la
mas peligrosa de todas las barreras a vencer, las matemáticas. Se imaginan a
ese flaco resolviendo problemas de trigonometría esférica y todos los garabatos
numéricos que allí se examinaban. Nos tomó muchas semanas de estudio, profesor
a profesor, fuimos analizando sus perfiles y necesidades hasta que topamos con
uno muy abrumado por la situación que se vivía en todo el país. Hombre honrado
y muy querido en su cátedra, vivía el tormento de esperar un hijo en un país
que le ofrecía muy poco a los recién nacidos. Pasearlo por las calles de su
barrio en un cochecito era un sueño inalcanzable para millones de cubanos, solo
a su alcance si aprobaba al Gilbert en su asignatura. Todo es posible en esa
tierra preñada de marabúes y telarañas, su niño paseó esas aceras ante la
mirada envidiosa de sus vecinos y el Gilbert resolvió un problema para
determinar la latitud y longitud de un punto del planeta por medio de sus
conocimientos de trigonometría esférica.
Buque escuela "Viet Nam Heroico"
¿Quién podía dudar del ingenio y capacidad del
cubano? Creo que nadie y lo demostró el hecho de que muy poco tiempo después,
luego de navegar como agregado de cubierta, nuestro amigo logró ocupar una
plaza de Tercer Oficial.
Un mediodía cualquiera nos cruzamos en una calle de
su Habana Vieja, iba acompañado de su esposa, mujer adorable que lo triplicara
en corpulencia.
-Te invito a almorzar en Lafayette. Lo dijo sin
pensarlo dos veces y su alegría por aquel fortuito encuentro era sincero. No
ocultaba esos deseos de conversar conmigo y recuperar parte del tiempo
transcurrido entre navegaciones que nos alejaran.
-Gilbert, lo lamento, mi hermano. Estoy de
“Instrucción 15” y no tengo un centavo en el bolsillo. Nosotros trabajábamos
los sábados y domingos durante todo el periodo de enrolo. Esos días eran
pagados en cada nomina, pero después estábamos obligados a descansarlos sin
cobrarlos como vacaciones. Ya deben imaginar los días que nos pasábamos sin
recibir plata alguna, si se tiene en cuenta que cada año tiene 52 sábados y
domingos. Como no teníamos cultura alguna de ahorro, nos vacilábamos todo el
dinero sin pensar en el futuro, nunca lo tuvimos en cuenta y luego sufríamos
sus consecuencias. Los marinos le llamaban a ese periodo como “destrucción 15”.
-Yo no te he pedido que pagues la cuenta, soy quien
te esta invitando. Luego se sumó su esposa a esa insistencia del flaco y
finalmente nos dirigimos al restaurante de su preferencia. Allí pidió el trago
de la casa, el “Cubanito”, una copia casi fiel del Bloody Mary o viceversa, nos
tomamos varios de ellos antes de ordenar la cena. Hablo de una época donde era
fácil entrar a restaurantes caros, clubes, bares de categoría y cabarés.
Estaban allí, al alcance de los cubanos con plata en el bolsillo, muy pocos.
-Voy a llegarme hasta el baño. Le dije antes de que
nos trajeran la comida, deseaba lavarme las manos.
-¡Agarra! Me sorprendió unos minutos después de haber
entrado y extendió hacia mi un rollito de billetes.
-¿Y esto, qué es? Le pregunté algo sorprendido.
-¿Qué coño va a ser? Plata, yo sé que debes estar
descojonado por la instrucción 15.
-¡No jodas, Gilbert! Con la invitación es suficiente.
No le bastó con mis palabras y me los guardó en un bolsillo, regresamos a la
mesa. Volvimos a separarnos por varios años más, muy normal en nuestra vida
errante de marinos.
Pasaron mas de cinco años antes de coincidir
nuevamente en una microbrigada de la marina, localizada en la esquina de las
calles San Ignacio y Jesús María en La Habana Vieja. Ambos llegamos hasta allí
por las mismas razones, descansar un poco de los barcos. Buen sitio para
refrescar aquel barrio, nos revolcábamos diariamente en el lodazal de la
pobreza, lo inmoral, el fondo de la bolsa negra, la vista que se gasta viendo
culos adorables, las mala palabras que contaminan el aire y esa alegría
injustificada del que no tiene nada, ni agua para bañarse. Ya Gilbert era
conocido en el barrio por aquella voz que servía para despertarlos cada mañana,
no me sorprendió aquella popularidad suya entre hombres, fiñes, negras,
mulatas, vendedores ambulantes, delincuentes y hasta militantes. Continuaba
siendo ese tipo especial que se echaba a la gente en un bolsillo y la gente
apreciaba cualquier palabra suya. No había envejecido y seguía usando los
espejuelitos de plata montados al aire, continuaba en su mismo peso, ni una
libra más, ni una libra menos. Le conté las arrugas de la cara y mantenía las
mismas 540 que mostrara en el buque escuela, todo un misterio. Allí no hacíamos
otra cosa que vaguear y meternos con los vecinos, las ricas jevas que pasaban
intencionalmente vistiendo aquellas licras que marcaban unos labios provocativos
y unas nalgas armoniosas, muy tropicales y adaptadas a nuestras exigencias.
Edificio construido por aquella microbrigada en la
esquina de las calles San Ignacio y Jesús Maria (amarillo)
Llegaba el cumpleaños del comandante y ya saben
ustedes como se comía mierda en la isla. Todos aquellos dirigenticos de
porquería comenzaban a trazarse metas para luego regalárselas al desdichado
hijoputa en su cumpleaños, nosotros no escapamos de aquel embrujo.
-Yo propongo terminar el edificio y regalárselo al
comandante el día de su cumpleaños. Expresó un idiota en aquella asamblea de
producción donde no se producía nada. Ya llevaba cuatro meses en aquella
microbrigada y no superábamos la planta baja que solo contaba con dos
apartamentos. El imbécil proponía terminar las tres plantas restantes en dos
meses.
-¡Ven acá! ¿Estamos construyendo un edificio o
elaborando un cake? Lo pregunto porque eso es lo que se regala en los
cumpleaños. ¡Además! Yo no creo que al comandante le haga falta este edificio
de mierda con la pila de casas que él tiene.
Aquella asamblea se vino abajo con la explosión de
risa provocada por el Gilbert. Bueno, no le pasó nada porque era militante, ya
saben, de esos que nunca hicieron daño a nadie. Pero si esas mismas palabras
las hubiera dicho yo, gran problema me hubiera buscado. Lo salvaba también que
la gente lo consideraran algo loco y en Cuba, queridos amiguitos, estas cosas
solo lo expresan los locos y los borrachos.
Uno de esos días cualquiera, Gilberto fue atrapado
por dos gorriones que se encontraban templando en un edificio vecino, muy
cercano al nuestro. Luego y con esa habilidad que poseía para manipular a las
masas, aquel flaco cabrón nos detuvo como observadores de un evento que nos
sacaba de la rutina, llegué a contar alrededor de diez personas atrapadas por
el acto sexual de dos pájaros, claro, gracias a esa magia maravillosa que
poseía aquel flaco para encantarnos como si fuéramos serpientes.
No sé si estará aún con vida, si fuera así, estamos
entonces ante la presencia del hijo de Superman. Ojalá lo estuviera y pudiera
leer estos garabatos que le dedico con mucho cariño.
¡Yo soy Gilberto Martínez, el repartidor de cantinas
en casa de Laura Lujan! Escucho a cada rato en Montreal y me pregunto lo mismo,
¿Quién coño será aquella Laura Lujan?
Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2018-02-13
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