martes, 5 de septiembre de 2017

SAMPITO PEREZ

SAMPITO PEREZ 





Aquella cara me sonaba y comencé a buscar en todos los archivos de mi computadora. Esas patas zambas que dejan el espacio de una montura, aquel pelo negro como el azabache y sus cuatro pies apenas levantados del suelo, tengo que conocerlo. Su andar de guajiro lo traicionó desde que entró al restaurante, ¡pal carajo!, este bicho todavía tiene puesta las espuelas, pensé. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí? ¡Despierta, compay! Fue una orden recibida desde mi conciencia. Tenía razón ella, no me había percatado de la presencia de una voluminosa mujer, tendría unos cuarenta y pico, pero un pico largo. Le realicé un cacheo visual y llegué a la pronta conclusión de que sus brazos eran par de perniles. Tremendo sacrificio del chama para escapar del paraíso, pensé de nuevo, pero este no es el primer caso, el anterior fue un negrito.

Se sentaron a la barra y ahora pude observar otro detalle que aumentaba mi curiosidad, era de piel canela y brillante. Al mirar fijo a su rostro, descubrí unas cejas gruesas que corrían sin descanso desde el ojo izquierdo al derecho. ¡Tengo que conocerlo coño, tengo que conocerlo! La memoria comenzaba a patinarme. La gorda tuvo que hacer un gran esfuerzo para encaramarse en la butaca, temí que fuera a romper el cuero del taburete. La mitad de sus nalgas quedaban fuera de la superficie del asiento, no era necesario dar la vuelta para comprobarlo. La gorda pidió dos mojitos. Debe ser una maniobra terrible hacer el amor con esa embarcación de gran porte, pensé mientras sacaba todos los ingredientes de la nevera, ellos eran los primeros clientes que entraban, era temprano. Como siempre ocurre, siguieron con la vista cada uno de mis movimientos. Me lavé las manos antes de manipular las ramitas de yerba buena. Coloqué porta vasos delante de cada uno de ellos y primero serví el vaso de la dama, la diferencia entre uno y otro no sobrepasó los dos segundos, pero así es el protocolo.

-¡Por nuestra felicidad! Dijo la gorda mientras alzaba su vaso, el muchacho alzó el suyo y ambos lo chocaron, no comprendí cuáles fueron sus palabras, pero la última fue felicidad. Los premié con una sonrisa de aprobación y comencé a rezar por ella.

-¡Compay!, ¿no tiene alguna pincha por ahí? Este es guajiro, no me cabe la menor duda, ¿hasta dónde habrá viajado la gorda para cazarlo?

-Chico, verdaderamente tengo la plantilla completa. Luego, si así lo deseas, me dejas tú número de teléfono por si acaso. Por acá vienen muchos clientes y unas veces me piden gente para trabajar. ¿Qué haces tú?

-¿Yo? Toco maracas.

-¿Maracas solamente?, ¿no haces otra cosa?

-Toco el guayo también.

-De pincha, te pregunto de pincha.

-¡Oiga compay! Los músicos pinchan.

-¡Ahh! El asunto es que eres músico, me imagino que percusionista.

-¡No tanto, no tanto! Solo me le cuelo a las maracas, las claves y el guayo.

-Te veo muy jodido si no sabes hacer otra cosa, ¿y de verdad que no sabes hacer otra cosa?

-Bueno, hace muchos años que trabajé en la vaquería con mi viejo.

-¡Olvídalo! En esta ciudad nadie cría vacas, ni chivos, ni conejos, ni gallinas. No se me ha dado el caso donde me pidan un vaquero o un tocador de maracas. Creo que aquí vas a tener que dedicarte a aprender otras cosas, bueno, eso es solo lo que pienso, tú eres dueño de tu mundo. Va y un día te haces famoso con las maracas y hasta te ganas un Granmy. La gorda rio, pero fue una risa nerviosa, ella sabía que su inversión se encontraba en riesgo. ¿Y ya, nunca has hecho otra cosa?

-De verdad que no, solo vivía de las maracas, tocábamos en guateques y lugares para turistas. Me respondió muy serio y algo ofendido por las palabras que le dije.

-No te pongas así, yo no soy nadie para juzgarte, ni creo haberlo hecho con mala intención. ¡No eres el primero! Tu situación es endémica, digamos que crónica y existen muchas atenuantes para justificarla, hasta en mi casa padezco de ese síndrome.

-Antes de que continúe y disculpa que lo interrumpa, ¿cuál síndrome?

-¡La alergia a la pincha, men! Y no solo eso, el desorden mental que traen resulta insoportable. Yo sé que ustedes no son culpables de esos traumas heredados, ¡pero coño!, todo cansa y no se puede vivir toda la vida con ellos. ¡Mira en mi casa! El chama escuchó una discusión que tuve con su madre y pa’qué fue eso.

-Tuvo que haber sido grave esa pelea.

-No lo creas, no fue tanto como pa’que llegara la sangre al río.

-Y se puede saber el tema de la discusión.

-¡Cómo, no!, yo no se la oculto a nadie. El asunto es que el chama solo sabe pintar.

-¡Ahhh! Pero eso debe dar plata en este país, dicen que pintar casas se paga muy bien.

-¡Qué rayos casas ni ocho cuartos! De pincelito, compay, estudió en San Alejandro y sueña con ser igualito que Picasso.

-Pero eso lo encuentro muy bueno, no se le debe destruir los sueños a nadie.

-Eso mismo pienso yo, pero cuando llegan las facturas de la casa, teléfono, electricidad y la jama, entonces cambio de idea.

-¿Y qué edad tiene el chama?

-¿El chama? Treinta y cuatro años.

-¡Coño! No es tan chama, ¿y que está haciendo?

-¿Qué está haciendo? Miré el reloj antes de contestarle. –Ahora está mirando el programa de Laura.

-¿Y eso pa’qué?

-Dice que pa’buscar un motivo de inspiración. ¿Qué te cuento? Luego se dispara Sala de parejas, Caso cerrado, Sábado gigante, El cuerpo del deseo, Primer impacto, y para rematar…

-Para rematar, ¿qué?

-¡Na! Dice que le encuentra arte a los comerciales de Hongo Sam, Hongo Trim y Cre-c. ¿No los has visto?

-No tengo idea.

-Es mejor que así sea.

-Pero no me ha dicho cuál fue la discusión que tuvo con su esposa.

-¡Verdad que sí! El asunto es que me molesta verlo tan güevón pegado al televisor y jamando como una piraña mientras nosotros nos reventamos. Pero ya sabes cómo son las madres, no se le puede tocar la tecla de los hijos. En una de esas me encabroné y le grité la verdad, lo lamento, pero él la escuchó.

-¿Y cuál fue esa verdad?

-Muy sencilla, aquel güevón desconsiderado se encontraba allí por culpa de un condón chino.

-No lo comprendo, ¿qué relación guarda un condón con su hijo?

-¡Chico! Que los condones chinos de aquellos tiempos eran una mierda, se rompían de solo manipularlos y al parecer, el que usamos una de aquellas veces tenía un huequito.

-¡Coño! ¿Y por qué no se lavó cuando terminaron de hacer el amor?

-Porque no había agua, ¿Vienes de Cuba?

-¿Por qué me lo pregunta?

-Chico, porque parece que ya te intoxicó la CocaCola. Al menos tuvimos el privilegio de heredar las posadas del capitalismo, y ustedes, ¿dónde hacían el amor?

-¿Nosotros? En las guaguas, en los trenes, en las cunetas, en los baños, en las playas…

-Por eso están como están, por eso solo sabes tocar maracas. Nada, es un trauma muy profundo del que te será muy difícil escapar. La gorda se mantenía en silencio durante toda nuestra conversación. Tal vez llegó a la pronta conclusión de que aquel brindis por la felicidad era falso y me observaba de reojo, hasta con un poco de mala voluntad.

-¿Puede darnos la cuenta? Sugirió ella como tratando de escapar de una pesadilla.

-¿Quieres dejarme el nombre y el teléfono por si acaso aparece alguien solicitando tus servicios?

-¡Claro! Le ofrecí un papelito y el bolígrafo, me detuve a esperar por él para dirigirme hasta la caja.

-Aquí tiene. Me devolvió el papelito y el bolígrafo, no pude contener los deseos de conocer su nombre y lo leí inmediatamente.

-¿Tú eres Sampito Pérez? Casi le grité por la sorpresa provocada.

-Si, yo soy Sampito Pérez, ¿usted me conoce?

-Por supuesto que a ti no, yo fui compañero de trabajo de tu padre.

-Usted no tiene tipo de guajiro.

-¡Claro que no! Tu padre fue miembro de la marina, ¿no te contó?

-Sí, pero eso fue antes de nacer yo.

-Claro que fue antes de nacer tú. Si me disculpan, debo ir hasta la caja para traerles la cuenta. Los dejé hablando en voz baja mientras me apartaba de ellos, sentí un poco de alegría, no por aquel encuentro insignificante para mí, sentí orgullo por mi memoria.¡Sampito Pérez, cará! Tu historia es mucho más trágica que la de mi chama, por eso solo te dedicas a las maraquitas. ¡Ná! Que todos tenemos nuestro arrastre, si supiera, pero no le voy a decir ná. ¡Claro que sí! Tengo tremenda memoria, el tipo es la foto del padre.

Permítanme regresar hasta los setenta por unos segundos, resulta que su padre era uno de aquellos guajiritos arrancados de su tierra a la fuerza. A la fuerza digo, porque hay hombres que sienten amor por ella, y un día, aquel amor fue truncado por su condición de militante. Angelito viajó por muchos países sin abandonar nunca su montura y espuelas, igualito que su hijo, arrancado del surco por razones diferentes, pero montura y espuelas viajan consigo. Pues el guajiro se puso a averiguar sobre algún método anticonceptivo para darle a la mujer, no era un capricho, cada viaje quedaba embarazada, cada viaje era una luna de miel. La gente más experta de aquellos tiempos le recomendó utilizar unas pastillas japonesas que se llamaban “Sampo o Zampo”, no recuerdo exactamente. El caso es que Angelito las compró y nadie le explicó cómo utilizarla.

-Las Sampo son una mierda.

-¿Por qué, Angelito? Todas nuestras mujeres la han utilizado y resultaron efectivas.

-Son una mierda, mi mujer se tomó una de esas pastillonas una hora antes de las relaciones y cayó embarazada.

-¡Claro que tiene que caer preñada, Angelito! Esas pastillas no son para ingerirlas, son para introducirlas en la vagina antes de las relaciones.

-Bueno, ¿y ahora que nombre le pongo al vejigo?

-No te rompas la cabeza, ponle Sampito para que te acuerdes de las pastillas, Sampito Pérez.

-Son diez cincuenta por los dos mojitos.

-¡Quédese con el resto de propina! Dijo la gorda al poner once dólares sobre la bandejita. Ambos se bajaron en silencio de sus butacas y abrigaron nuevamente.

-Muchas gracias por su visita, ha sido un placer recibirlos.

-Bonjour, dijo ella. Hasta luego. Dijo Sampito. Pude escuchar el sonido de sus espuelas en el recorrido hasta la salida. Hay maracas pa’rato, pensé mientras fregaba los vasos.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2001-04-25


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