domingo, 24 de septiembre de 2017

EL PLAN “B”.


EL PLAN “B”


Motonave "Viñales", escenario de esta historia.



Toda acción a ejecutar y planificada con antelación, debe contar con un plan “B”. Eso lo había aprendido a través de todas las películas consumidas los sábados en la noche. Poco importa si se trataran de una batalla importante, asalto a un banco, fuga de una cárcel, bombardeo, etc. ¿Lo merecía una simple deserción? Simple digo por tratarse de un común marino mercante y puede resultar sin importancia para muchos, no así para los cubanos. A nosotros nos persiguen como vulgares criminales o asesinos, no es cuento. Un marino de cualquier nacionalidad no debe esconderse cuando decida abandonar su barco, no está cometiendo un delito. Deben existir millones de razones que empujen a un marino a tomar esa decisión, pero en el caso particular de los cubanos, el solo hecho de no presentarse a bordo a la hora de la salida, te convierte inmediatamente en un traidor a la patria. 

La primera vez que tuve contacto con una situación similar, ocurrió en el año 68. Ese día salí a la calle con un agregado de telegrafista llamado Humberto Seguí, fue en uno de esos viajes realizados en la motonave “Habana” al puerto de Santa Cruz de Tenerife. Era joven como yo, creo me aventajara en unos dos años. Seguí me invitó a salir el mismo día que el buque tenía puesta en tablilla su partida hacia otro puerto de Europa, solo disponíamos de unas cuatro horas para pasear o realizar nuestras compras. No compramos nada y nos detuvimos en varios bares donde, una botella de cerveza vacía sustituía a la otra constantemente. No éramos pacotilleros y la bebida en aquellos tiempos era muy barata. Una cerveza San Miguel costaba entonces alrededor de doce pesetas y el cambio eran setenta y cinco por dólar. No recuerdo lo que hablábamos, tuvo que ser algo sin importancia, propio de la gente de nuestra edad que no se preocupa tanto por el futuro y le presta más atención al presente. Una hora antes de la hora de salida leída en la pizarrita que siempre cuelgan en el portalón de cualquier buque, le propuse a Seguí regresar para evitar problemas. Debo confesar que ya me encontraba algo mareado. 

Llegamos al barco y alguno de los marineros presentes en el portalón me recomendó un baño para que refrescara y estuviera listo a la hora de la maniobra. No dudé en la credibilidad de aquellos consejos, fui al camarote y me desvestí, minutos después estaba debajo de la ducha. Humberto llegó y me pidió prestado un suéter y las gafas de sol que yo usaba en aquellos tiempos. Era su primer viaje y estaba cojo de ropa. Tampoco le pregunté nada, se suponía que el buque partiera dentro de un rato y los efectos del alcohol impidió me percatara de ese detalle. Dijo que iría hasta un bar cercano a comprar cigarros, todavía lo estoy esperando. 

Muy próximo a la salida y cuando realizan un conteo de los tripulantes a bordo, detectan su ausencia y comienzan las averiguaciones. Cuando llegaron hasta mí les dije lo que sabía y luego fuera confirmado por el guardia de portalón. –Él vino conmigo y salió a comprar cigarros. No tenía otra información que brindarles. Inmediatamente soltaron a los perros, no puede llamarse de otra manera, eran perros rastreadores muy dispuestos a localizar una presa extraviada. La comitiva estaba encabezada por el Jefe de Máquinas llamado Roberto Arche Flores, muy seguido de cerca por uno de sus más fieles sabuesos, el engrasador de nombre Fabelo. Su lealtad desmedida hacia Arche, lo hizo merecedor de un ascenso constante en las listas de enrolos de varios buques. Fue transformado de la noche a la mañana en maquinista y su progreso no se detuvo hasta alcanzar la charretera de Jefe de Máquinas. Tal fue el trauma sufrido con la escapada de una oveja descarriada, que me montaron en el auto del agente que atendía a nuestro buque y me pidieron un recorrido por todos los bares visitados. Por si fuera poco, se bajaban y preguntaban a los propietarios por cualquier información útil sobre el muchacho que estuvo conmigo unas horas antes en aquel bar. 

Unos años más tarde y encontrándome estudiando en el buque escuela “Viet Nam Heroico”, el director del curso era precisamente Roberto Arche Flores. Incompetente, inculto, incapacitado para dirigir una escuela pero, incondicional al régimen y uno de los más extremistas conocidos en la historia de la marina mercante cubana. Deserta en el puerto de Santander un muchacho llamado Jesús, yo lo conocía desde su infancia en el reparto Párraga, conocía a toda su familia. Jesús ocupaba un alto cargo en el comité de dirección de la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas) y como es de suponer, una deserción de esa índole resultaba en una dolorosa espina clavada en el seno de aquella organización. El buque estuvo detenido varias horas posteriores a la señalada para su partida y a tierra viajaron varios grupos en su búsqueda.

Fue un viaje de mala suerte para Arche, ese mismo viaje desertó en Rótterdam otro miembro de la juventud comunista. No recuerdo su nombre, todos lo llamábamos Nixon por su parecido con el ex presidente norteamericano. Igualmente, se organizaron brigadas de búsqueda que recorrieron diferentes partes de aquella ciudad infructuosamente. Han pasado muchos años y los recuerdos comienzan a mezclarse. Yo creo que Nixon había desertado el viaje anterior, eso es, lo recuerdo ahora con más lucidez. Jesús ocupó su cama cuando Arche dispuso mudar a los estudiantes de cubierta para una cubierta inferior en el buque, yo creo que él siempre detestó al personal de cubierta. 
Un viaje antes de que yo decidiera escapar en Canadá, lo hizo en el puerto de Castellón de la Plana el Capitán Enrique López Sánchez con su esposa. No hubo tiempo o interés en su búsqueda, se estaba escapando un viejo con más de setenta años en las costillas. Sin embargo, aquel desinterés no despertó en mí la confianza de que no fuera a repetirse esa persecución en mi caso. Me preparé mentalmente para enfrentar cualquier tipo de eventualidad, tenía elaborado un “plan B”.

Como las comunicaciones entre buques surtos en el puerto habanero se realizaban por el canal 10 del VHF, siempre tenía mi walky-talky encendido y sintonizado en ese canal. Razón por la que me enterara involuntariamente de todos los problemas presentados por los buques en la bahía. Fue así como supe del viaje de un agente de la seguridad cubana hacia el puerto de St. Stephen en Canadá, acompañado de un Capitán de la marina mercante cubana que en esos tiempos se encontraba sancionado, me refiero al mulato Alfredo Vázquez. Su sanción tuvo orígenes en el triste papel desarrollado por él al mando del buque San Mamés “Bahía de Puerto Padre”, uno de los que más sufrió de aquel lote adquirido por la marina mercante cubana por culpa directa del hombre. En una de esas comunicaciones, se le solicita a un buque con salida hacia ese puerto canadiense, tuviera dispuesto dos camarotes para recibir a ese individuo de la inteligencia cubana y al Capitán Vázquez, alegando entre otras cosas, serían los encargados de atender el embarque de semillas de papa hacia La Habana. Y yo pregunto, ¿qué tiene que ver la inteligencia cubana con un embarque de papas?, ¿y que tiene que ver la presencia de un Capitán sancionado en estas labores? La respuesta es muy simple, esa función correspondería al comprador o receptor de la mercancía, no a esos personajes. Ya sabía de antemano que existían “gatos encerrados” en el viaje de esos dos personajes a Canadá.

St. Stephen solo posee uno o dos pequeños atraques, no es un puerto. Son dos muelles construidos en la orilla canadiense de un río cuya otra rivera pertenece a los Estados Unidos, nada ancho. Llegamos bien temprano en la mañana del 13 de Noviembre del año 1991. Nos vimos obligados a fondear al estar el muelle ocupado por uno de aquellos barquitos identificados como “Batallitas”, tampoco puedo afirmar si era el “Batalla de Santa Clara’ o el “Batalla de Yaguajay”. Unas dos horas después procedimos al atraque mientras el batallita nos pasaba por la banda de estribor.

Creí que continuaría su viaje hacia la isla, pero me asombro cuando observo que ocupa nuestro lugar en el área de fondeo. Durante la maniobra de atraque, veo que el Capitán Vázquez se halla con otro individuo en el muelle, deduzco sea el agente de la inteligencia cubana. Unos minutos después, me ocupo en despachar con el jefe de los estibadores para coordinar las operaciones de descarga. Por la cantidad de carga destinada a ese puerto, las operaciones solo tomarían unas cuatro o cinco horas, eso me dijo el jefe de la estiba. No recuerdo si eran unas doscientas toneladas de mariscos, una cantidad similar a la descargada meses anteriores. Posteriormente, el buque continuaría viaje con destino a los puertos de Alicante, Marsella y otro italiano. Una vez finalizado ese recorrido, se pondría al servicio de una compañía marroquí que lo había fletado por un año para la transportación de cítricos.

Pasaron las horas y la presencia del “batallita” en el fondeadero disparó todas las alarmas inimaginables en mi mente. Iba pensando en mis paseos por la cubierta cómo y cuando debía ejecutarlo, pero para ello era necesario que el buque se mantuviera hasta el día siguiente en puerto, solo era posible realizarlo en horas de la noche. Debía elaborar otro plan para las horas diurnas, pero mi mente no daba para más, llevaba sin dormir los nueve días que duró el trayecto desde La Habana. Irma, la camarera que desertó conmigo, me ataja en uno de los pasillos del buque muy nerviosa. Me comunica que la pasajera que venía en el buque y con la cual mantuviera relaciones sexuales durante todo el trayecto, llevaba más de dos horas encerrada en su camarote con el oficial de la inteligencia cubana. Como me encontraba atareado en la descarga del buque no me había detenido a pensar en ella y aquella información logró inquietarme bastante aunque no se lo demostrara a Irma. Hice lo imposible por calmarla un poco.
El personal libre de faenas iría a tierra en dos minivans propiedad o alquilados por la agencia y convencí al Tercer Oficial para que me aguantara la guardia. Unas tres horas y media o cuatro, veía como el “batallita” levaba anclas y partía de viaje, los nervios cedieron un cincuenta por ciento.

-¿Dónde andabas metida? Le dije a la pasajera cuando nos encontramos en la colita formada en la puerta de la oficina del Sobrecargo. Se le estaba adelantando dinero al personal y nos pagaron cien dólares canadienses.

-¿Yo? ¡Ahhh! Me encontraba hablando con un muchacho que vino a atender un cargamento de papas. No la observé sorprendida o nerviosa con mi pregunta.

-Él no tiene nada que ver con papas, ¿de dónde lo conoces?

-Eso fue lo que me dijo, yo lo conozco de cuando estudiamos en el preuniversitario.

-Es un agente de la inteligencia cubana y supongo no le hayas mencionado nada de los negocios que voy a realizar en tierra. Ya he mencionado en otros trabajos que yo le había dicho que bajaría a tierra con el propósito de vender unas joyas. -¿No te preguntó por mí?

-¡No! ¿Por cuál razón lo haría?, solo hablamos de nuestra etapa de estudiantes. Hice como el que le creyó para no alarmarla, pero no puedo ocultar que despertó en mí la misma desconfianza que tenemos los cubanos de cuanto nos rodea. Cuando me disponía a bajar a tierra, observé que la pizarrita colgada en el portalón anunciaba la salida del buque para las seis de la tarde, teníamos cuatro horas para realizar nuestras compras.

Han transcurrido veinte años desde entonces, pero el tiempo no logra borrar todas aquellas experiencias vividas a bordo de nuestras naves. Hoy me acordé de aquel bien elaborado “Plan B” y me río, resulta absurdo pensar que pudo ser real. Como Primer Oficial, yo poseía una de las “llaves maestras” que existían en el buque, la otra se encontraba en poder del Capitán. Con aquella llave mágica yo tenía acceso a todas las puertas existentes en la acomodación del buque. Además de ella, dentro de mi camarote, como en casi todos los buques donde navegué, contaba con un llavero general donde se mantenían copias individuales de todas las puertas existentes. Con esa sola arma en las manos y el recuerdo de una experiencia vivida durante el intento de secuestro de la antigua nave “26 de Julio”, procedí a elaborar mi sencillo plan de fuga adicional, solo posible llevar a cabo en horas de la noche.

Tuve en mente cerrar con llave todas las puertas que daban acceso al exterior, lo haría desde el puente hasta la cubierta principal. No conforme aún con ese procedimiento, amarraría todos los picaportes a los pasamanos existentes en sus cercanías. El objetivo de esa acción era ganar unos minutos de más, aunque con el primer procedimiento contaba con el tiempo disponible para realizar el escape. Como era firme creer que uno de nuestros hombres se encontraría de guardia en el portalón, aunque por las temperaturas reinantes lo más probable era que se mantuviera dentro de la superestructura, mi sola presencia en esa cubierta lo obligaría a salir para cumplir con su guardia. Estaba convencido de que no levantaría sospechas porque tuve la norma de inspeccionar el buque antes de irme a dormir. Una vez cerradas todas las puertas exteriores, Irma y yo embarcaríamos en el bote de la banda contraria al muelle, era precisamente el que se encontraba justo al lado de mi camarote. Una vez dentro, solo nos tomaría menos de tres minutos para emprender la fuga. Esa posibilidad no se ofrecía en la mayor parte de las naves conque contaba nuestra flota, estoy hablando de uno de los buques más modernos de su tiempo, la motonave “Viñales”. Los dispositivos de arriado de esos botes podían operarse desde su interior, o sea, solo era necesario quitar los pasadores de seguros a los pescantes para facilitar su arriado. Aquellos botes arrancaban su motor como los de cualquier auto, lo hacían por medio de un botón y motor de arranque activado por baterías. Yo estaba completamente convencido de su funcionamiento, participé en varias inspecciones y pruebas de ellos. Una vez en el agua, Irma soltaría uno de los ganchos que los hace firme al cable de izado o arriado y yo procedería con el otro, es una maniobra que en supuesto caso de extrema urgencia puede ser desarrollada por una persona hábil. Una vez en el río, solo era necesario navegar hacia la orilla contraria, operación que solo nos tomaría unos minutos, aunque en mi mente planificara hacerlo río abajo en un caserío observado durante la recalada. No creo que toda aquella maniobra nos consumiera más de veinte minutos y la tripulación reaccionaría solamente por el ruido del arriado del bote o el arranque del motor, aunque con el personal durmiendo se descarta en un sesenta por ciento esa posibilidad. En fin, cuando ellos lograran salir de la superestructura, ya nosotros nos encontraríamos en territorio norteamericano.

La carga de odio, desprecio, frustración, desesperación y sed de venganza en contra de ese régimen, lograron integrar a esos planes unas acciones no contempladas en sus inicios. Si la cosa llegaba a ponerse algo fea, tuve en mente jugármela todo contra nada y sabotear al buque. Pensé inmovilizarlo en lo referente a su capacidad para navegar, hablamos de una mente en un estado de desesperación total y que se sienta acorralada. Entre aquellos malignos planes mentales, estudié la posibilidad de arrojar al río los sextantes, cronómetros y cronógrafos, barógrafo y termógrafo. Pensé rociar con ácido los radares, equipo de satélite, ecosonda, radio facsímil, ecosonda y VHF. No considero que aquella acción fuera ejecutada por un acto de heroísmo, creo más bien fuera el resultado de aquellos momentos de locura que se experimentan en esos casos. Gracias a Dios no me vi en la necesidad de aplicar uno u otro plan. Por el primero, el de cerrar las puertas para fugarme, no cumpliría condena alguna y estaba justificado. Luego, consultando con un abogado mientras se efectuaban mis trámites de solicitud de asilo político, me enteré que la segunda fase de aquellos planes mentales hubiera dado justificación a un juicio por actos terrorista, donde no se concedería el asilo y corría el riesgo de ser deportado, ya saben lo que eso significa.

No considero paranoico el comportamiento de muchos cubanos en situaciones similares, ya les dije algo sobre esa obsesión del régimen por buscar a cualquier oveja descarriada o perdida. Veintitrés años después de la deserción de Humberto Seguí en Santa Cruz de Tenerife, poco había cambiado en la actitud del régimen, continuaban persiguiendo a sus desertores. La partida del buque fue demorada injustificadamente hasta el día siguiente y esa noche salieron a buscarme por St, John. Me enteré porque el buque no terminó su contrato en Marruecos y en su regreso a Cuba pasaron por Montreal. Tampoco me asombró que la pasajera que iba haciendo el amor conmigo durante toda la travesía, integrara aquel grupito “accidentalmente o casualmente”, era el día de su cumpleaños y quizás un embajador del Emperador quiso regalarle un esclavo. También existió la posibilidad o interés en reafirmar mi deserción, ya saben, los juegos entre equipos de inteligencia se realizan al duro y sin guante. Mi salida era conocida desde Cuba, he mencionado en otros trabajos algunos detalles. Me costó muchos años de análisis para lograr unir varios eslabones de una larga cadena, pero eso pertenece al siguiente capítulo de esta historia. 

Han pasado veinte años desde mi deserción, soy feliz y recobré finalmente mi dignidad, no solo la libertad. Vivo con decoro y un solo rostro, soy yo definitivamente. Me asomo a la ventana y veo a mis nietos jugando en la nieve. Extraño sentarme debajo de un árbol de mango, pero esa nostalgia no me mata. Prefiero cambiarlo por un manzano que no me limite los pensamientos y aquellos insaciables sentimientos de decir lo que me venga en gana.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2012-03-03


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