viernes, 1 de septiembre de 2017

DONDE LAS NOCHES SON APACIBLES. UN VIAJE A NICARO


DONDE LAS NOCHES SON APACIBLES. 
UN VIAJE A NICARO





Era un día de brujas, las calles del pueblo se mostraban totalmente desiertas, no deambulaba habitante alguno que pudiera ofrecer la razón, porque eso bueno tenía Nicaro, la gente era muy atenta y hospitalaria en aquellos tiempos. Se respiraba una atmósfera extraña, esa soledad y silencio que siempre acuden después de un huracán o guerra.

-¡No puede ser que todas las mujeres tengan la regla hoy! Le dijo muy molesto a Marcos, lo tenía de guardaespaldas cuando se enteró por boca de una de aquellas novias, que sus hermanos lo obligarían ir hasta la casa para pedir su mano. No era por miedo que andaba acompañado, solo la precaución debida ante las informaciones de que aquellos guajiritos andaban en grupo. -¡Vaya tragedia! Le decía a su amigo, lo que menos me interesa es pedir la mano de nadie. El tiempo es muy escaso y nosotros vamos directo al grano. No podemos darnos ese lujo de participar en romances con chaperonas que se resisten a los cambios que impone la vida. Marcos andaba en silencio, prefería escuchar todos aquellos descargos para matar el aburrimiento. ¡El culo o la vida! Resumía los gritos desesperados de animales sometidos por tiempos prolongados a unas abstinencias sexuales terribles. Ellas los comprendían, realmente no se expresaban de esa manera, siempre utilizaban palabras más románticas, las que nunca se escuchaban en ese pueblo.

En la cafetería que se encuentra frente al cine, había un grupito de marineros tratando de orientar las brújulas de sus olfatos. Los escuchó mencionar nombres muy famosos y se hizo el sordo. La cartelera anunciaba una de aquellas películas rusas que fueron exhibidas en La Habana tres meses antes, la vendedora de boletos bostezaba insistentemente. Era un buen día para entrar con cualquier periquita, pensó en esos instantes, pero regresó nuevamente en la geografía. Nicaro no tiene posadas, pero le sobran recovecos donde poder revolcarse. Se detuvo unos minutos frente al mural donde exponían algunas fotos del film, ¿cómo se llamaba coño? “Aquí los amaneceres son más apacibles”, creo que ese era el título, pensó, ya la había visto y no estaba dispuesto a sacrificarse nuevamente, no deseaba someter las pocas neuronas disponibles a la emboscada de un Konec. Cuando más concentrado e inspirado te encontrabas, aparecía esa palabrita que no solo te dejaba el sabor amargo de lo inconcluso, te quedabas también con ella tiesa, como el trinquete de un velero, pasabas un gran susto porque inmediatamente encendían la luz del salón.

Abordaron la guagüita rumbo a Levisa con la esperanza de que cayera algo en la nasa, pero aquello estaba peor. No solo eso, la amiga de una amiga de la amiga de la vecina de la chinita, le dio un recado de ella. Sus hermanos lo estaban buscando y uno de ellos andaba armado con un cuchillo. Trágico desenlace para un romance informal, se acordó de “Bodas de sangre”, no tenía que ver absolutamente nada con su caso, solo el cuchillo escondido en la cintura del futuro cuñado. No obtuvo noticias de su otra novia, ella trabajaba en la peluquería del centro comercial de aquel pueblecito. Tomaron nuevamente la misma guagüita para regresar a Nicaro y se bajaron en la parada del cine. Esa noche había plenilunio y los rayos plateados de la luna, formaban una tenebrosa mezcla con el polvo rojo que la fábrica de níquel arrojaba por toneladas sobre el pueblo. El parque era hermoso y amplio, pero nunca sirvió de eco a una sonrisa o gemidos escapados entre los labios de los enamorados, el polvo lo prohibía todo. 

-¿Qué hacen aquí, pasmados? Les preguntó uno de los hermanos de Lobaina, un antiguo compañero del buque Habana. Se conocían desde hacía varios años, él se mantenía trabajando en aquella lancha que viajaba diariamente entre Nicaro, Felton, Preston y Antillas. Una vez la tomó para viajar de Nicaro a Felton, pasa por un canalito que existe entre las bahías de Levisa y Nipe. Había un puente de madera levadizo que se subía por unos cables que iban hasta la tambora de la rueda de un tractor. Buen detalle fotográfico para los turistas de países desarrollados, piensa mientras revuelve sus recuerdos, una joya de la ingeniería guajira. 

-Este pueblo está hoy del coño de su madre, ¿dónde carajo se metieron las mujeres? Levisa está endiablada también. Cundo era uno de los pocos guajiros de aquel pueblo desposeídos de esos celos peligrosos que los mata, posiblemente por tener un hermano en la marina y comprenderlos mejor. Tal vez por ser algo viejo y mantenerse preocupado en arañar algo para la casa por los pueblecitos que visitaba diariamente.

-¡Están perdidos!, casi les gritó. ¿Nadie les ha dicho nada? Bajó la voz y aquellas palabras llegaron como un susurro. La gente del pueblo se encuentra en el Círculo Social, hoy le entregan la bandera “Héroes del Moncada” a la fábrica de níquel.

-¡No jodas! Por eso está tan vacío el pueblo, ya me extrañaba.

-Tiren pa’llá si quieren divertirse algo, ya la gente debe estar caliente, dicen que montaron dos pipas de cerveza y hay hasta músicos. Se despidieron y el hombre continuó su camino cargando una jabita de yute al hombro, iba bien cargada.

No los dejaron entrar, los tipos que custodiaban la puerta les dijeron que era una “actividad” sindical. Tampoco insistieron y fingieron retirarse, solo el espacio necesario para perderse de su arco visual. Con los guajiros no podía discutirse mucho y menos cuando tienen dos tragos encima, pensó y extremó sus precauciones. Saltaron la cerca que protegía las propiedades del local y se fueron acercando al grupo inmenso que movía el esqueleto al son de un conjunto campesino. La tripulación entera del buque se encontraba allí, era fácil distinguirlos por la vestimenta. En la barra pidieron dos pergas de cerveza, los observaron con algo de desconfianza, era gratis y ellos no tenían tipo de mineros, aún así les sirvieron.

Por su lado pasaron “Las Morirás”, andaban acompañadas de varios negros del barco. Sus facciones habían cambiado mucho y se pintaban como las putas que aparecían en las películas de antes. Él las había conocido cuando se iniciaban en el oficio, fueron tiempos donde no querían saber de los cubanos, solo andaban con griegos. Dice la gente del pueblo que eran putas, él no las consideraba así, ellas cambiaban servicios sexuales por un pañuelito de brillo o un jabón de baño. Le resultaba imposible aceptar que alguna puta pudiera venderse por ese precio, las consideraba chicas divertidas, gente como ellos mismos que se daban un gustazo y resolvían algo. Eso es, ellas eran ciudadanas que atendían las necesidades y prioridades de los hombres, pensó mientras las seguía con el rabo del ojo. La que años atrás estuvo con él trató de no reconocerlo y le resultó indiferente. Era linda y de ojos verdes, no se la dejaba echar adentro en aquellas fechas. 

-¡Ño! Están en baja “Las Morirás”. Le dijo a Marcos cuando el grupo pasó a su lado.

-Parece que los blancos ya no les hacen caso. Contestó su amigo.

-¡Oye, muchacho! ¿Qué ha sido de tu vida? La boca de aquella frágil mujer se abrió de oreja a oreja y logró impactarlo, consideró sincero el saludo. Su mente viajaba frenéticamente por todos los rincones de Nicaro hasta que la encontró en el cabaret del pueblo. No era cabaret alguno, era una cueva al aire libre dispuesto para el proletariado, pero ellos lo identificaban así. Unas rústicas mesitas de hierro y asientos del mismo metal por donde desfilaron los culos más prostituidos de aquella pequeña comunidad. Estando junto al mar, su vista era obstruida por un muro tan elevado como la muralla china, tenía más tipo de cuartel o prisión que de cabaret. La mayor parte del tiempo vendía ron a capela que las mujeres de esas provincias consumían con tranquilidad, como el más macho de los hombres. Coincidieron una vez accidentalmente y bailaron algunas piezas de casino en esos instantes que todos se buscan parejas como en los juegos de la solterona, bailaba muy bien. La Perga de cerveza había llegado a su fin y no quisieron arriesgarse a la curiosidad de los guajiros que se encontraban en la barra. Ella tomó los dos vasos vacíos y fue a rellenarlos.

-Está de pinga la flaca esa. Dijo Marcos cuando la enigmática mujer se separó de ellos. Estaba malísima, los tendones de sus manos trataban de quebrar los poros y escapar, eran más gruesos que sus huesos. Tampoco era necesario hacerle una radiografía en caso de fractura, su esqueleto se mostraba sin pudor a los cuatro vientos. Siendo mulata clara era de facciones finas, nada de nariz achatada por esa trompada que le dan a los negros cuando nacen. Tampoco era de labios pronunciados, no era bembona. Su boca se distinguía por una fina línea dibujada por algún creyón conseguido en el puerto, las cejas estaban delicadamente sacadas por la mano de una peluquera de aquellos pueblos donde el tiempo muerto reinaba toda la vida. Sus ojos eran algo saltones, no muy exagerados, pero distinguidos por la ausencia de masa en sus pómulos.

-Hay que mirarla con buenos ojos, es buena socia. Marcos lo miró fijo a los ojos y frunció el ceño, parece que no creyó sus últimas palabras.

-Yo no creo que vayas a fumarte eso con el par de piezas que tienes en este pueblo. Desvió la mirada hacia la pista donde bailaba la gente y se hizo el sordo. La Morirá que estuvo con él cuando era aprendiz de puta tropezó con su pie a propósito, el negro que bailaba con ella lo miró desconfiado, algo celoso, fingió inocencia y se viró hacia su amigo.

-Yo tampoco lo creo, vamos a tratar de pasar el momento lo mejor que podamos, ya viste lo bruja que anda el pueblo. Ella regresó con los vasos llenos y botó el contenido del suyo junto a un banco, ya se encontraba caliente, partió de nuevo hacia la barra.

-¡Asere! No tiene nada, ni espanto, está difícil. Manolo le puso más atención a las palabras de su amigo y su mirada bajó hasta las pantorrillas de aquella mujer. No tenía complejos para andar en sayas y eso era buena señal. La imaginó como un tirapiedras invertido y la saya era el sitio perfecto donde colocar la piedra para el disparo. Su cintura era el lugar donde se unía la horquetilla y todo su cuerpo era el mango de aquella arma peligrosa para los pajaritos. No existía diferencia en los ángulos que se mirara, sumaba lo mismo de frente que de perfil, era una línea recta. La vieron perderse entre la multitud de gente caliente, fue devorada por las vueltas de casino alocadas por el ritmo de una estridente música.

-Todo depende, Marcos. No olvides que somos gaviotas que llegamos pocas veces a tierra para reproducirnos. ¡Mira los salmones! ¿No pasan un millón de sustos cuando emprenden esa marcha de regreso para desovar? Les pasa algo parecido a nosotros, solo tienes que repetirte, yo no soy un salmón, yo no soy una gaviota, pero debo desovar.

-¡Ño! Me dejaste botao con ese numerito.

-¡Asere! Ni una perga más, si con dos no comprendes, no quiero saber que pasará después de la tercera.


Buque escuela "Viet Nam Heroico"


-¡Bailamos! No se dieron cuenta de su presencia. Sintió que la invitación era obligatoria por la presión que ejerció sobre su muñeca y no ofreció mucha resistencia. La primera pieza era un Son por finalizar que les dio tiempo para alardear con dos o tres piruetas rápidas, era muy ágil, tan liviana como el viento. La música se detuvo unos segundos y fue continuada por un bolero lento, era un potpurrí de la orquesta de Roberto Faz muy de moda. Ella se pegó a su cuerpo y le pasó los brazos sobre la nuca como los tentáculos de un pulpo. Sintió los huesos de sus pómulos hincándole el rostro y su aliento febril rebotando en el cuello. Tuvo la sensación de dos cañones apuntando fijamente en su pecho, eran del diámetro de dos cerezas, pequeños, duros y firmes. Aquel roce diabólico y continuo lo excitaba. Ella lo sabía, tenía suficiente escuela para analizar sus debilidades. Entonces, su postura se convirtió más provocadora a partir de ese momento, bailaban con las piernas entrecruzadas, cada una de sus derechas rozaba ambos órganos genitales. Aquel un, dos, tres del ritmo bailado por sus abuelos, despertó toda la morbosidad oculta bajo sus ropajes. ¡No soy Salmón! ¡No soy gaviota! Pensó gritarle a Marcos con su pensamiento. 

-¿Qué piensas hacer cuando termine esta fiesta? Le susurró Manolo al oído.

-Me voy para la casa, entro de guardia a las cinco de la mañana en el hospital.

-¿Eres enfermera? Le preguntó algo sorprendido.

-Sí, hace dos años que lo soy. Contestó sin separar el rostro ni detener la excitante fricción sobre sus genitales.

-No cabe la menor duda que esta revolución es grande.

-¿Por qué lo dices?

-¡Nada! Pajas mías. Te acompaño hasta la casa y de paso echamos un palo.

-¡Tas loco! Nosotros somos amigos.

-Y eso qué coño tiene que ver, podemos continuar siendo más amigos que antes.

-¿Tú crees?

-Desmaya eso, tú lo sabes.

-¡Ta bien! La lengua de aquella mujer penetró hasta lo último de su garganta sin resistencia. Marcos lo observó sorprendido mientras otra de Las Morirás chocaba con Manolo accidentalmente.

-¡Oye, men! Ni gaviota, ni salmón, eres un aura. Le dijo Marcos cuando al fin se detuvo la música. ¿Sabes una cosa? Cuando termine esta perga voy quemando para el barco, ten mucho cuidado por el camino. Manolo lo escuchaba mientras ella se dirigía al baño, la observaba con ojos felinos.

-¡No jodas, consorte! No vas a negarme que esto sea mejor que una paja.

-Sinceramente, no sé qué carajo decirte. Bajó el volumen de su voz cuando la vio aparecer nuevamente.

-No hay quien entre, la cola es larguísima, si quieres nos vamos y orino por el camino. Se despidieron de Marcos y lo vieron partir en dirección a la calle de entrada, se perdió pocos minutos después entre la oscuridad.

Fueron bordeando todo el pueblo junto al mar hasta la altura de la piscina, iban tomados de la mano y hablaban poco, todo estaba dicho entre ellos. Emprendieron esa empinada calle que los lleva hasta la calle principal de Nicaro, la misma que nace en el puerto. A su derecha quedaban aquellos viejos bungaloes que pertenecieron a la jerarquía de la fábrica cuando era americana, estaban abandonados. Superada la loma doblaron a la izquierda en busca de la iglesia. Ella pidió que la esperara escondido entre los pequeños arbustos allí reinantes, trató de ocultarse entre ellos. De muy poco servía tratar de camuflarse entre pequeños montecitos de plantas, el color de su camisa era demasiado clara y la luz de la luna no renunciaba a delatarlo.
Se apareció dos horas después cuando la inquietud y desesperación trataban de vencerlo. La brisa y temperatura de aquella noche lograron espantar a los despiadados mosquitos y la espera resultó más soportable. 

-¡Oye! Te metiste casi tres horas para regresar. El reloj era un Sicura submarino con los números fosforescentes, toda una atracción en aquellos tiempos, su precio no superaba los doce dólares.

-Tenía que bañarme, no puedo entrar a trabajar en el hospital sudada como estaba.

-¿Y? Estoy desesperado, ¿vive alguien en esa iglesia?

-Yo no creo que intentes hacer el amor en ese lugar, ¿no crees en Dios?

-Para serte franco, no mucho.

-Es normal, pero resulta un sacrilegio formar ese relajo en la casa del Señor.

-El Señor es misericordioso y perdonará nuestras locuras. Tampoco es egoísta, casas le sobran en el mundo y no se ofenderá por tomarle el portal prestado. ¡Qué no es para tanto tampoco! ¿Vive alguien en esa iglesia? 

-Yo creo que allí duerme el sacristán de vez en cuando.

-Pues que se cuide, estoy que no entiendo.

-¡Eres un salvaje! Dijo ella sin ofrecer resistencia cuando le abrió la blusa y dejó al descubierto dos pequeños senos del tamaño de una guayabita. Ella no usaba ajustadores, no los necesitaba y tampoco existían tallas que se ajustaran a su medida. Levantó la saya y buscó el elástico del blumer, lo fue bajando despacio evitando se rompiera, ella levantó un pie y luego otro sin desprenderse de sus labios. Se tendieron sobre el frío piso del portal mientras él se bajaba el pantalón junto al calzoncillo hasta la altura de las rodillas. No soy gaviota, no soy salmón, debo desovar, soy un animal. Pensó y sonrió cuando una sensación tibia recorría todo su cuerpo. La acompañó hasta la entrada del hospital y se fijó una vez más en su reloj, la lancha saldría a las siete de la mañana rumbo al barco, tenía tiempo a su favor.

Caminaba por los portales del centro comercial de Levisa rumbo a la peluquería, ya estaban a punto de cerrar. Marcos se encontraba de guardia y no quiso renunciar a ese encuentro, andaba mirando en todas direcciones. Encontrándose a unos quince metros de la entrada, salió del local la mulata con figura de tirapiedras de la noche anterior y realizó un giro de ciento ochenta grados. Aceleró el paso en dirección a la parada mientras escuchaba su nombre repetidamente, aquella voz le iba llegando cada vez más cercana, hasta que en la esquina del centro comercial lo tocaron por el hombro. Era ella, lo supo por el leve contacto de sus huesos.

-¡Te cagaste! Era la segunda oportunidad que una mujer de Nicaro le expresaba lo mismo.

-¿Yo? Solo atinó a responder con una pregunta mientras trataba de apaciguar su nerviosismo.

-Sí, te cagaste completo. 

-¿Se te fue la lengua?

-No, ¿no somos amigos?, tranquilo. Me enteré que andabas con ella casualmente, ya sabes cómo son las peluquerías. Pero no, no dije nada, solo me reía cuando mencionaban tus virtudes y tu seriedad. ¡Qué poco te conocen!

-¡No te mandes! Yo soy un tipo serio.

-Sí, dímelo a mí. Se mantuvo junto a ella hasta que la vio ascender por la escalerilla de la guagüita rumbo a Nicaro.

Manolo regresó al pueblo varios años después y ella no estaba. Dicen los más viejos que Ochún les envió un remolino de vientos huracanados que chupaba todo lo que encontraba a su paso, ropa, aguacates, tendederas, hasta el polvo que descansaba su siesta en los bancos del parque. La vieron elevarse como un papalote por el cielo con las manos unidas en pose de oración y hoy cuentan de ellas muchas fábulas. Poco tiempo después desapareció de sus vidas y todos comenzaron a olvidarla. 

Hace unos días le envió un email a Manolo y éste pensó que le habían escrito desde el cielo, era ella y entre otras cosas le preguntó: ¿Ya crees en Dios?, vivo en Hialeah y hay una iglesia tan chiquita como la de Nicaro.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal.. Canadá.
2008-09-12


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