jueves, 24 de agosto de 2017

MI BARCO (XXIII) Motonave “Aracelio Iglesias” Segunda aventura


MI BARCO (XXIII) Motonave “Aracelio Iglesias”  
Segunda aventura



Motonave "Aracelio Iglesias"



El ambiente encontrado no era el mismo al de mi viaje anterior en esa nave, El Guajiro Marrero había sido relevado por el dueño y cacique de ese barco, Miguel Haidar. Tampoco se encontraba Polito como Segundo Oficial, se hallaba enrolado un mulato guajiro de la zona de Artemisa o Candelaria, su nombre era Raúl y los tripulantes le decían “El Cromañón”. No era mala gente ni bruto, solo muy tosco en su hablar y comportamiento. Cosme continuaba de Tercer Oficial, ahora en calidad de cuñado del Capitán y disfrutando de su protección, seguía siendo confiable. Como Sobrecargo viajaba Nerey, esta vez lo hacía con las manos sueltas, pertenecía al estado mayor del clan que rodeaba al Capitán del buque. Almaral había caído en baja y salió lanzado por el techo, no recuerdo si por culpa de la bebida o la que está por beber, lo cierto es que tuvo problemas con el Capitán y la tripulación. La gente que permanecía enrolada desde viajes anteriores, propuso, sugirió, solicitó que me llamaran de nuevo en caso de estar disponible y heme subiendo nuevamente por aquella escala.


La doctora Dora había relevado al entrañable Castañeda, había perdido a un querido amigo y ganaba a una admirable compañera de trabajo. Ella iba viviendo en calidad de pareja con el Segundo Maquinista Aidel, un muchacho que había estudiado conmigo en el curso de oficiales del Viet Nam, excelente persona y trabajador. Pascualito se mantenía como Jefe de Máquinas, era otro de los propietarios del buque. El negro Julián, quien no mencioné en el viaje anterior y viajaba como Ayudante de Máquinas, fue relevado por uno de los primos conocidos como los “Angafios” en la década de los sesenta y que entraran en el grupo de “Marinos Embajadores”, no recuerdo su nombre, muy sumiso él. Julián salió disparado por el partido para ocupar la plaza de secretario del sindicato en la marina mercante, algo que me benefició indirectamente aunque yo no pagaba su cotización.


Como Contramaestre tenía bajo mi mando al tipo más borracho en toda la historia de la marina, me refiero a Mayor Guerrero. Uno de los mejores que conocí en todos mis años de marino, solo que debías hablarle de lejos por su infatigable aliento etílico, nunca dejó de cumplir con sus obligaciones por problemas de borracheras.
Se había producido cambios en la tripulación y ya no era la misma que navegara con El Guajiro, mucha de esa gente nueva debía sentir constantemente el sabor del látigo para que cumplieran con sus obligaciones, hubo algunas excepciones. 
Arnaldo continuaba de telegrafista desde mi viaje anterior, muy sociable hasta esos momentos. 


Arnaldo González, Radiotelegrafista del buque.


A Miguel Haidar yo lo conocía desde su viaje de instrucción como estudiante a bordo del buque Jiguaní, se destacaba por no ser tan sociable como los otros muchachos, pero como no ocupaba plaza alguna a nadie debía preocupar su comportamiento. Otra cosa era lo que yo me encontraba una década después, me enfrentaba a un individuo de muy pobre nivel profesional que trataba de cubrir su falta con métodos casi siempre arbitrarios y caprichosos. Era narcisista y se celebraba constantemente, al extremo de creer que toda mujer que embarcara en su buque le pertenecía. Nada de eso era importante cuando lo comparábamos con su falta de ética profesional, trataba y recibía a los subordinados para atender problemas laborales o personales, ignorando la presencia del Primer Oficial como jefe inmediato de la tripulación. Es de suponer que no toda la marinería gozaba de ese privilegio, solo el ejército de aduladores que tenía a bordo y del que no escapaban los secretarios de las organizaciones políticas existentes. Su camarote era frecuentado por esos individuos que le llevaban todos los dimes y diretes que ocurrían a bordo, no importaba el rango del individuo ni su actitud ante el trabajo, Miguel se alimentaba con todas esas chivaterías.


Partimos a cargar azúcar a granel en el puerto de Guayabal con destino a Japón, ese viaje teníamos planificada una reparación general en Yokohama y gracias a Dios, me conocía la nave mejor que mi casa. En ese puerto oriental tuvimos un percance digno de cualquier teatro bufo, tres marinos del buque habían secuestrado una guagua. Se habían ido de parranda para el central azucarero “Amancio Rodríguez” y los sorprendió altas horas de la noche en aquel pueblo. Como no tenían maneras de regresar al buque, sus borracheras les dieron por entrar a la terminal de ómnibus y robarse una guagua. A mitad de camino fueron interceptados por la policía y dos de ellos ofrecieron resistencia, me refiero al contramaestre Mayor Guerrero y el marinero de cubierta Juan Corales. El otro acompañante era un timonel cojo y jorobado como Lagardere, no quiso intervenir en la bronca y eso le costó una condena de por vida de sus compañeros de trabajo y tripulación durante todo el viaje. Lograron escapar con una multa y partimos de viaje.


A mitad de camino entre Panamá y Hawaii, observo que la marinería tenía aliento etílico a tempranas horas de la mañana y llamo al contramaestre. Para sorpresa mía, me lleva directamente al sitio donde tenían escondido su tesoro. Habían llenado los tanques de agua de los botes salvavidas con alcohol en el puerto de Guayabal, ya he escrito sobre este acontecimiento en otros trabajos. No me preocupó porque estaban cumpliendo con su trabajo y el plan trazado para el mes no se veía afectado por un trago más o menos, solo insistí en evitar cualquier tipo de accidente laboral y en cambio, Guerrero me pidió absoluta discreción sobre su escondite, viajaron muy felices.


Equipo del Departamento de Cámara compuesto por Rufino, El Chino, Piris Bragado y Braulio, excelentes trabajadores.


Si para los japoneses resultaba una pesadilla la presencia de buques cubanos en cualquiera de sus puertos, bien difícil se la veían los hombres con mandos a bordo de nuestras naves. El raterismo al que no estaba acostumbrado el pueblo nipón, hizo acto de presencia con nosotros y provocó un profundo rechazo por parte de su población. No había bicicleta, paraguas, coches de niños y otros artículos, que pudiera esperar tranquilo por sus propietarios en las afueras de cualquier comercio. Nuestra gente barría con lo que encontrara a su paso y las visitas de la policía a nuestras naves se hicieron más frecuentes. 


No satisfechos con sus fechorías, nuestros tripulantes se dividían en pequeñas pandillas que salían de noche a realizar sus travesuras. Cuando la población les quedaba lejos y no tenían medios para llegar hasta ella, como ocurrió en esos atraques donde se debía utilizar los servicios de lanchas, sus acciones se desviaron hacia “el basurero” de Tokio. Esto que les cuento parecería una exageración o difamación de mi parte, pero los que navegaron en esa época en buques cubanos saben perfectamente que me ajusto a la verdad. Una noche, desviaron un camión cargado de muebles, al parecer pertenecientes a un correo u oficina donde los clientes escriben parados y me llenaron toda la cubierta de botes de aquellos tarecos. Lo penoso de todo lo que ocurría ante nuestra impotencia por evitarlo, era que esas acciones eran efectuadas en su mayoría por militantes del partido y la juventud comunista. Eso no era lo peor, ellos tenían la potestad y poder para perjudicar a cualquier tripulante que no militara en sus organizaciones. Como era lógico, mis facultades como mando del buque se limitaban cuando ellos realizaban una reunión partidista, donde con solo levantar la mano y hacer constar que la decisión fue aprobada “por unanimidad” podían joder mi carrera. Era una verdadera vergüenza encontrarse al mando de gentuza como aquella y la situación no sería tan grave si no existieran capitanes como Miguel Haidar que las tolerara a cambio de información y chivaterías de su clan. ¡Por supuesto! Una vez en alta mar, le ordené a Mayor Guerrero lanzar al agua toda aquella mierda depositada en la cubierta de botes.


Mis funciones como Primer Oficial no terminan donde comienza la pacotilla, considero haber sido muy responsable y exigente en ese aspecto. Llegar a Tokio o cualquier puerto japonés, provocaba el contagio casi generalizado de la tripulación por un virus contra el cual no estábamos vacunados. La gente olvidaba todo, hasta los valores éticos y morales del ser humano. En la mente de la mayoría solo existía como obsesión a enfrentar a toda costa, la adquisición de cualquier efecto eléctrico de uso y una bicicleta, poco importaba si debía ser robada. Los camarotes se llenaban de mierda recogida en las calles, tarecos de todo tipo que luego eran desarmados para venderlos en la isla como piezas de repuesto. Daba pena y asco inspeccionar los camarotes, apenas se podía caminar dentro de ellos. Colecciones de televisores que se acumulaban hasta el techo, hileras de paraguas dispuestos como si se encontraran en exposición, gomas de bicicletas y partes de ellas, lavadoras que no sabían si funcionaban, refrigeradores enanos, gigantes, antiguas consolas musicales. Cualquier cosa venía bien a los ojos de aquellos depredadores, hasta pianolas y guitarras eléctricas. Solo me faltó encontrar cajas de muertos, pero al parecer no son botadas por las funerarias. 


Las guardias en esos puertos y aún durante el período de reparaciones resultaron una molestia que no pudiera describirles. Como oficial a cargo de la tripulación, carga y reparaciones, no sabía donde ocupar mi limitado espacio de tiempo. Pasabas por la cocina y encontrabas a los cocineros vestidos de sucio manipulando alimentos y desarmando bicicletas en la popa. Debía llamarle la atención al jefe del comedor de tripulantes por permitir al camarero servirles con su vestimenta asquerosa. Tenía que ordenarle a la mayor parte de la marinería que aliviaran en contenido las porquerías acumuladas inclusive encima de sus camas, todo era una locura. Cuando recordaba mis primeros viajes a Japón, sentía una profunda vergüenza por el presente que vivía en cada uno de mis últimos viajes y siempre me preguntaba, ¿dónde coño está el Partido? Todos aquellos cabrones que pusieron en tan desagradable situación nuestro prestigio, precisamente eran militantes.


Creo haber salido un solo día a la calle en Yokohama, como expresé con anterioridad, un Primer Oficial que se cuide no puede legar en nadie sus responsabilidades, no debe confiar ni en su sombra. Fui un verdadero esclavo de aquellas reparaciones que incluyeron casco, cajas de cadenas, tapas de bodegas y arboladura. Como no existió otro aspirante, ni moral para estudiar el tiempo dedicado a las mencionadas reparaciones individualmente, fui elegido el “trabajador vanguardia” de ese mes. Son razones para cagarse de la risa, yo solo cumplía con mi deber, nada extraordinario que se apartara de mis obligaciones, solo que los demás se encontraban entretenidos con la pacotilla.





Una de esas mañanas y durante mis frecuentes recorridos por la cubierta, encuentro al timonel Regino colgado de un mástil en una guindola personal. Cuando le solicité al contramaestre que bajara al cojo del palo, manifestó haberlo colgado intencionalmente para ver si se caía. Tanto era el odio experimentado por la marinería al personaje en cuestión, que insistió mantenerlo en aquella peligrosa faena. -¡Te vas a arrepentir! Manifestó Guerrero cuando repetí mi orden de bajarlo inmediatamente. Nunca utilicé el trabajo como un arma de venganza contra nadie, aún cuando se tratara de verdaderos hijos de putas como este individuo, siempre pensé que su familia no era culpable ni debía pagar sus errores. Unos meses después y a bordo de otro buque, me arrepentí de no haber dejado al cabrón cojo en aquel palo, recordé mucho las palabras de Mayor Guerrero.


Braulio era un viejo de unos seis pies de estatura y de rostro parecido al del cómico cubano “Candelario tres patines”, uno de los mejores camareros que navegó conmigo en toda mi historia. Culto, limpio, cuidadoso, meticuloso en su trabajo y muy cumplidor de todas las órdenes que se le impartían. Sin embargo, su camarote era lo opuesto a esa imagen que nos brindaba diariamente durante las tres sagradas campanadas que se escuchan en un buque. Los tarecos por él colectados llegaban hasta el techo y se debía caminar de lado por un estrecho trillo dejado entre el mamparo y su cama. Braulio recogía cuanta mierda aparecía en su camino y la colección de paraguas andaba cerca de la veintena. Coincidí con su hija cuando le tocó el turno de bajar su pacotilla en La Habana y ella estaba muy avergonzada. Los aduaneros abrían una y otra caja de las que se encontraban estibadas en un viejo camión, sacando de vez en cuando algunos de sus contenidos. Por llevar, Braulio había declarado hasta pomos de conservas vacíos, no había nada de valor dentro de todo aquel cargamento. Su hija sudaba copiosamente y no sabía dónde poner la cara, él continuó inmutable, tenía el rostro de acero.





Nos destinaron a Tokio como puerto de carga con destino a Cuba, me alegré en el alma, tenía en mente abandonar inmediatamente aquella madriguera de rateros y chivatos en cuanto llegara a la isla. La experiencia de los años acumulados en diferentes plazas y ese ojo observador que siempre tuve, me ayudaron enormemente a vencer demasiadas dificultades. La principal de ellas, era sobreponerte a la incompetencia del Capitán al cual estuvieras subordinado. Nos asignaron cargar unas grúas destinadas a la minería con el timbre “prioridad del Estado”, cuando el anuncio de un cargamento llega premiado con ese sello postal, casi todos los incompetentes se cagan y aceptan sin condiciones. Luego, tratan de imponer su voluntad con el criterio de que es una urgencia del gobierno a la que no puedes presentar ningún tipo de justificación para rechazarla, aún cuando se trate de un alto precio como el costo de vidas humanas y el sacrificio del buque. Estúpidos como esos, tuve que soportar durante toda mi vida de marino, solo que cuando me hice oficial conocí de cerca el riesgo a los que fuimos sometidos


Inmediatamente me opuse a la carga de esos equipos sobre cubierta y tapas de bodegas como había sugerido Miguel Haidar. No fue una decisión caprichosa, estuve durante un tiempo calculando la resistencia de las cubiertas y ellas no soportaban tal sacrificio, lo demostré con números y los japoneses me comprendieron. Decidieron desarmar aquellas enormes grúas y embarcarlas por partes, cada una de las esteras pesaba algo más de dieciséis toneladas. Luego vendría otra parte muy importante, las recomendaciones de los supervisores para trincarlas con la condición de la extensión de un certificado de garantía. Nada de eso debe convencer a un Primer Oficial y debe estar atento, sugerir y ordenar cuando lo estime pertinente, un refuerzo a todo ese trincaje. Ningún certificado otorgado por la mejor de las compañías, resolverá los problemas que se puedan enfrentar en altamar. 


Nos quedaron dos entrepuentes libres para rellenar en un puerto de la costa oeste de Japón y confiado en la capacidad demostrada en todo momento por el contramaestre, no pasé inspección al buque cuando ordené ponerlo a “son de mar”. ¿Qué les cuento? Fuimos sorprendidos por una tormenta y durante las cabezadas del buque, las tapas de la bodega Nr. 4 no habían sido bajadas y se abrían y cerraban a su antojo en cada cabezada. No pueden imaginar el susto experimentado y el peligro al que fuimos sometidos por aquella negligencia. Hubo que realizar un cambio de rumbo para evadir las cabezadas y nos permitiera maniobrar con aquellas tapas alocadas. Ese día aprendí algo nuevo y le retiré mi confianza a Mayor Guerrero. Pudimos terminar el recorrido sin otra novedad y con la gente entretenida en sus cacharreos.





Jorgito, un gordo rancio que viajaba como primer cocinero e incondicional del Capitán, muy amigo también del secretario del sindicato y militante del partido, el mismo “Angafio” que mencioné como Ayudante de Máquinas. Se emborrachó un día y golpeó sin piedad al segundo cocinero, una persona sumamente noble e inofensiva. Dicen que “El Chino” había sido guerrillero de la tropa del “Che”, no se me ocurre pensar que un individuo que haya participado en la guerra se deje golpear por un animal como aquel cocinero. Me enteré a la mañana siguiente y bajé inmediatamente a la cocina, creo que alguna vez escribí sobre esto. Encontré al infeliz hombre lleno de morados por todo el rostro y le pedí que me acompañara. Lo conduje hasta la enfermería y le dije a la doctora que me extendiera un certificado médico como establece la situación. Con ese certificado cité a Jorgito junto al secretario del partido y al Angafio como secretario del sindicato. Delante de ellos le pedí una explicación y luego de escucharla le dije que procedería a confeccionar un informe. El Angafio era uno de los que se encontraba bebiendo con ese individuo en horario de trabajo y el secretario del partido trató de proteger a su militante, ninguno pudo convencerme de que no procediera como estaba establecido.


Una hora más tarde me llama Miguel Haidar y prácticamente me pide que hiciera constar en mi informe que Jorgito le había dado un beso en la boca al Chino. Indudablemente le manifesté mi desacuerdo, yo nunca le había hecho un informe a tripulante alguno, pero en este caso de abuso me dispuse llevarlo hasta las últimas consecuencias. No solo por el abuso cometido, lo haría por tratarse de un individuo que pertenecía al clan. Después de ese tira y encoge extendido a varios días, llegamos al acuerdo de que Jorgito se desenrolaría inmediatamente de llegar a Cuba y que si yo debía intervenir para hacerlo, lo haría hasta lograr su expulsión de la empresa por el abuso cometido. Hubo acuerdo de las partes que se cumplió inmediatamente a nuestro arribo, Jorgito planteó un problema familiar y escapó para satisfacción de su Capitán y partido.


La cosa con Miguel Haidar no se detuvo allí, tuvo el descaro de llamarme para casi ordenarme que le hiciera una mala evaluación a la doctora Dora, eso ya lo escribí en alguna parte. Como Primer Oficial y cumpliendo las normas establecidas a bordo de nuestros buques, yo estaba obligado a evaluar el trabajo de todos los oficiales subalternos. En su caso no podía hacer una evaluación técnica, pero podía opinar sobre su actitud ante el trabajo y mi opinión era tomada en cuenta. La discusión con Miguel fue acalorada, yo no participaría nunca en ese tipo de mariconerías y se lo hice saber. Las razones de aquella solicitud se fundamentaban en la negativa de la doctora a tener relaciones con él, ella estaba comprometida con mi compañero Aidel y luego llegaron a casarse. Le hice una evaluación fenomenal y le indiqué que no firmara ninguna que apareciera en el camino, nada de eso le gustó a Miguel y me convertí en una especie de pesadilla. Dora y Aidel continuaron siendo muy buenos amigos conmigo, por supuesto, nada de esto se lo conté a Aidel, yo lo conocía muy bien y evité de esta manera una tragedia.


Navegar con socotrocos fue muy beneficioso para mí, sin darse cuenta colaboraban con mi desarrollo allí donde ellos sentían temor a penetrar. Haidar no escapó de esos casos y siempre apeló al recurso “para que te practiques” cuando la realidad era otra. Evadió los momentos difíciles como las recaladas a Tokio por su mal dominio del inglés y luego otras que aparecerán a bordo de otra nave. Sin embargo, no puedo negar que tuvo momentos de lucidez y la hombría regresó a su cuerpo, ya lo mencionaré en otro instante porque no corresponden a la etapa del Aracelio Iglesias.


Motonave "Aracelio Iglesias"


Una vez en La Habana solicité vacaciones y me fueron concedidas por tener tiempo suficiente acumulado. Hubiera preferido continuar en aquella nave que tanto me gustaba un tiempo más, pero el ambiente existente no se ajustaba a mi modo de actuar y pensar. Es muy cierto que tuve subordinados excelentes y no puedo recordar el nombre de cada uno de ellos, sin embargo, regresan a mi memoria el marinero de cubierta Robertico, el negro Guerra y el timonel Rojitas. Todos ellos hacían un magnífico equipo junto a ese borrachín con el que más tarde compartiera pergas de cerveza en El Golfito de Alamar, su contramaestre.


Parte de la tripulación del Aracelio Iglesias fue seleccionado para ir a buscar al buque “Bahía de Cienfuegos”, yo me encontraba entre los premiados. Ir al extranjero a buscar un barco era algo soñado por cualquier marino, todos sabían que durante la espera de la terminación de la nave, serían hospedados en casas modestas y baratas, pero recibirían una dieta diaria que aunque no era numerosa, posibilitaba un aumento de la pacotilla tan necesaria para la familia. Increíblemente renuncié a ese privilegio y dejé a muchos con la boca abierta. Fui citado al departamento de Cuadros de Navegación Mambisa y cuando averigüé quién era el Capitán nominado para ese buque, insistí en ser borrado de la lista, era Miguel Haidar. En mi lugar enviaron al Primer Oficial Jonás Gaínza Figueredo, antiguo compañero de estudios del Viet Nam Heroico y un amigo con el que mantengo muy buenas relaciones aquí en Montreal. 


Al bajarme del Aracelio Iglesias, contaba en mi expediente haber permanecido enrolado por un período superior a los seis meses durante el año en curso, detalle que no debe ser olvidado por acontecimientos posteriores. Tomé mis vacaciones, esta vez tratando de limpiar todo el tiempo acumulado en naves anteriores, creo que sobrepasaban los seis meses. Un tiempo después, fui con la novia de Cosme a recibirlos, habían arribado a bordo del Bahía de Cienfuegos.









Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2010-06-13


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