miércoles, 30 de agosto de 2017

CUANDO YA NO ESTEMOS


CUANDO YA NO ESTEMOS


Motovapor "Río Jibacoa"


Siempre he admirado a aquellos grandes navegantes que nos antecedieron, su gloria me embriaga y viajo con ellos. Consumo cuanta historia cae en mis manos y les doy vida en mis pensamientos. Solo nosotros, los navegantes, podemos entender la magnitud de sus proezas. Salir hacia la nada sin cartas y a vela, pudo ser el mayor aporte a la humanidad de esos hombres temerarios y soñadores, porque eso somos los marinos a partir de ellos, sueños que han viajado a golpe de remos y velas, vapor y pistones. Fueron grandes navegantes, dice la historia. Fueron gigantes, decimos nosotros, quienes luego heredamos el fruto de sus conocimientos. Grandes cartógrafos, dominantes de los cielos cuando aún no existía el sextante, no me imagino bajando los astros con una ballestilla. ¿Y las corrientes? Todas desconocidas, ignorados los vientos reinantes y el valor de la variación magnética para cada rincón del planeta. Hambre, sed, escorbutos, incertidumbres, dudas, perdida de esperanzas por llegar a un nuevo punto, la muerte en muchos casos, naufragios. No solo llegaron un día, fueron capaces de recorrer el mismo camino para regresar al punto de partida con las cartas por ellos confeccionadas, esa fue su grandeza.

El mundo gira constantemente y en sus vueltas arrastra multitudes, civilizaciones se revelan y el hombre evoluciona. Nada es igual, nada lo será, cada generación vivirá atrapada en el momento exacto de su época y luego, bueno, siempre quedara algún recuerdo, una leve marca que identifique nuestro paso por la tierra. Hoy me detengo en esas largas singladuras y navego con mis recuerdos, siempre me llega una pregunta, martilla la sien, molesta, incomoda, desvela. ¿Hablarán de nosotros cuando ya no estemos? No es necesario esperar a desaparecer, vivimos tan apurados, que los testigos de esos cambios experimentados en nuestro mundo, todavía estamos vivos.

En el puente, un hombre cómodamente sentado espera el paso del próximo satélite. Se aburre, el tiempo no avanza y está desesperado por terminar la guardia. El cielo se encuentra totalmente despejado y lo mira de vez en cuando, no encuentra nada, solo una alfombra de punticos brillantes. El sextante, uno que sobrevivió, se encuentra prisionero dentro de uno de los armarios, se le oxidan las superficies de bronce. Recuerda haberlo sacado el viaje anterior y lo observó como si se tratara de una pieza de museo. Nunca lo ha utilizado, tampoco sabe si existen tablas o el almanaque náutico, quizás nunca escuchó hablar de esas publicaciones. Me le acerco y le susurro al oído algunas rutinas de nuestro trabajo. -¡Toma la latitud a la hora de la meridiana! ¡Trata de tomar el corte del vertical primario, una recta de rumbo, una recta de velocidad, círculos de igual altura! ¡No olvides calcular el error del compás cuando el sol muerda el horizonte! Me escucha y vira su rostro, me observa y deja escapar una mueca. No comprende, tal vez piensa que le hablo en ruso. ¿La luna? Hoy tiene luna llena y se encandila con ella, nada le viene a la mente. ¡Oh, sí! Recuerda a la chica que tuvo en el último puerto, su penúltima aventura, no hay diferencias en este aspecto. ¿La luna? La luna es, vamos a ver, la luna es para los enamorados, para el desvelado poeta que no encuentra otra inspiración que esa enorme bola blanca. ¿La luna? Dicen que provoca cambios de marea. No sabe cuántas veces la usamos para determinar nuestra posición, no todos, sus cálculos eran los más complejos de todos los astros. ¿Paralaje? Se me queda mirando de nuevo, piensa que le hable en árabe.

Regresa al puente y todo está cubierto por una densa niebla, coloca su asiento junto al radar. Ajusta la distancia que se le antoja para que suene la alarma cuando pase un barco. Media hora después la alarma se activa y un bombillito rojo hace una señal intermitente. Distancia, rumbo y velocidad de la nave en encuentro, vaya maravilla de la modernidad con esos radares computarizados. ¿Nosotros? Ni se lo imagina, quizás escuchó hablar de la rosa de maniobras y las posiciones continuas para determinar lo que le dijo el radar. ¿El radar? Primero de bombillos, había que encenderlos media hora antes para calentarlos. Continua sentado, tal vez encendió su pequeño radio o escucha música con el celular.

No le gusta la música, es un tipo aburrido hasta el cansancio, tampoco lo traen al mundo en que vive aquellos tic,tic, tac que se escapan del cuarto de telegrafía. Es que ese cuarto ya no existe, las llaves y el código Morse fueron guardados en un museo. El satélite redujo la nomina y perdimos a un compañero, sus fantasmas recorren el puente, lo sentimos sirviéndose café de nuestro termo. Nadie sabe hacer señales con la lámpara Aldis, sabemos que existieron por viejas películas.

Hay mal tiempo, es necesario un parte meteorológico, dice el Capitán antes de abandonar el puente. Lo recibe por facsímil o satélite, todo masticado, listo para digerir. ¿Nosotros? Llega el telegrafista con una hoja en la mano, todos sabemos de qué se trata y nos cae mal que la traiga en nuestra guardia. -¡Ahí tienes la lotería! Es una loto que no da premio alguno, es el parte del tiempo cifrado. Media hora para ir descifrándolo y plotearlo en la carta. Frente frio o caliente, vaguada, depresión, aviso de galerna, huracán más abajo con su latitud, longitud, rumbo y velocidad. ¡Alerta! Estamos cerca y tenemos poca velocidad.

El Primer Oficial se sienta frente a su computadora, comprueba las condiciones de estabilidad del momento, solo le toma unos diez minutos. ¿Nosotros? Cronógrafo en las manos midiendo cada uno de los bandazos, calculamos el periodo de balance de la nave. Nos sentamos detrás del buró y comenzamos a revisar los cálculos de estabilidad que ya habíamos hecho, el de salida y llegada, nos toma un largo rato, nos roba sueño. Caemos rendidos cuando comprobamos que la nave se comporta de acuerdo a lo calculado.

Navegamos por la costa, posiciones por ángulo horizontal y marcaciones, cuatro cuartas y ocho cuartas, distancia a tierra por ángulo vertical a una elevación, un faro que nos quede cerca. -¡Través! Grito para mí y salgo corriendo desde la alidada hasta el radar, memorizo el valor de la marcación y tengo en cuenta el error del giro. Se lo digo bajito al oído y me mira sorprendido, como si le hablara en árabe. ¿La alidada? Se oxidó sobre el alerón del puente, no salgo del aire acondicionado o calefacción, no me agrada la brisa marina, he perdido las escamas.

Debo llegar con el plano de carga listo al próximo puerto, me siento frente a una computadora que me lo dice todo, solo meto líquidos y carga por compartimento. Quince minutos, solo ese tiempo para aplicarle el factor de estiba y el broken stowage al cargamento, la computadora se encarga del resto y ella es más rápida. ¿Nosotros? ¿Quién pudiera acordarse de aquello? Las horas variaban en dependencia del tipo de buque. ¡Ayyyyy! Esos Dniepers rusos de mierda, bien complicados los hijoputas y nosotros disponiendo solamente de una calculadora. ¡Puro número! Y no me interrumpan, que si me equivoco en un solo signo debo comenzar de nuevo.

Tengo deseos de ir al baño y jalo la cadena al terminar, ya el agua no trae la peste a podrido de la bahía, el buque tiene destiladora y produce más agua de la que consumimos. ¿Nosotros? Quince minutos de agua al despertarte, otros quince a la hora de almuerzo, media hora para bañarte. Bueno, en los barcos de vapor eran aun más estrictos, no digo yo si nos salían escamas. Amarro la ropa de faena con un jibilay y lo lanzo por la popa para que suelte algo de churre. ¡Coño! Se me olvido sacar el pantalón y se deshizo con tantas millas navegadas. ¡Y aquellos camarotes compartidos! Tengo necesidad de masturbarme y debo cazarle la pelea al que vive conmigo, cuando se vaya a la guardia le paso el pestillo a la puerta y me boto una paja, no aguanto más.

Veo un documental y los maquinistas trabajan en una cabina insonora con aire acondicionado, bueno, allí se encuentran cuando deben entregar la guardia. La mayor parte del tiempo permanecen de noche en sus camarotes con las alarmas disponibles y activadas. ¡Qué inteligentes son esos barcos! ¡Pobres maquinistas nuestros! Se han quedado sordos más de la mitad de ellos por trabajar sin protectores entre tantos decibeles cabrones.

Dale para Viet Nam, partes para el Líbano, corre para Angola o Etiopia. ¿Las bombas? ¡No te preocupes! Jesucristo es cubano y para más dicha marinero. ¡Mira que tuvimos suerte! Todavía estamos vivos para contarlo.
Hoy navego por el rio San Lorenzo, lo hago desde su orilla, me queda cien metros de la casa. No huele igual, es que no huele a marisma ni nada parecido. Nadan patos que llegan todos los años, las gaviotas han desviado sus vuelos hacia las pizzerías y sitios turísticos, no quieren pescar. 

Siento nostalgia por la vida pasada, la que no logra desprenderse de nuestras almas, es como un embrujo que persigue a cualquier marino y pienso. Tendrán que hablar algún día de nosotros, será algo lejano, pero lo harán. Fuimos de otra época, pertenecimos a un mundo muy romántico del hombre de mar, un universo encerrado entre cuadernas muy cargado de sueños. Veo como unos bombillitos encandilan y ciegan toda la poesía de mis tiempos y los aparaticos sepultan a la astronomía. ¿Qué dirán de nosotros cuando ya no estemos? Y si van a decir algo, por favor, no olviden mencionar que fuimos una generación tan bohemia, que navegamos en esas condiciones por el salario semanal de cinco dólares. Había que amar al mar de verdad.




Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá.
2015-11-15


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