martes, 11 de julio de 2017

TRES DESEOS


TRES DESEOS


Motonave "Jiguaní", escenario de esta historia.


Perdidos entre magnesias y amnesia, el patriarca había prohibido la entrada de turistas. El tiempo tampoco estaba para turismo entre nosotros, se defendía el futuro de la patria. La puta patria, siempre tan indefensa y amenazada desde el extranjero, nos mantenía ocupados en su defensa. Como la flota aérea era escasa y los pasajeros apenas existían, algunos de ellos realizaron sus viajes en nuestros barcos. Recuerdo a una viejita gallega que llevamos en la motonave Habana para La Coruña, pobre vieja. Nos sorprendió una galerna en medio del Atlántico y aquel barquito de solo cien metros de eslora se convirtió en un simple papalote que el mar empinaba para todos lados. Al subir a mi guardia, la viejita me esperaba sentada junto a la escalera aferrándose a los pasamanos y preguntaba algo. 

-Oye Esteban, ¿si esto fuera a hundirse cómo nos salvamos? 

-Mi vieja, encomiéndese a Dios con mucho fervor, ya usted ha vivido bastante, así que olvide cualquier esperanza de salvación. Después no preguntó más nada, no creo que haya sido muy convincente o amable mi respuesta.

En Montreal embarcó una anciana que había abandonado la isla en el 61, nueve años llevaba sin ver a su familia y el permiso para ir a la isla lo obtuvo por medio de la Cruz Roja Internacional. Era mulata clara, muy conversadora, casi siempre andaba sentada en la cubierta de botes oteando el horizonte, aquella fue su primera experiencia marítima. No recuerdo de cual parte de La Habana era aquella viejita que despertó muy pronto una singular simpatía hacia ella. Cuando salía de mis guardias, pasaba por la cubierta a conversar un ratico con aquella dulce mujer. Siempre le advertí que si venía alguien no me hiciera preguntas sobre Cuba y menos aún de su sistema político, se lo repetía diariamente porque sabía que a los viejos les patina la memoria. Disfrutando de aquella casi secreta intimidad que nació entre seres de distantes generaciones, le fui describiendo la situación actual del patio. No comprendía mucho y me vi obligado a repetirle las explicaciones. ¡No es el patio de mi casa, señora! Le hablo de la isla, continuaba sin entender y se me agotaba la paciencia, no conocía una sola de las nuevas palabras utilizadas en nuestro vocabulario. Al finalizar cualquier historia se perdía en extrañas lamentaciones. 

-¡Terrible, no te creo, imposible, no puede ser! Entonces, su mirada vagaba por todo el horizonte tratando de buscar algo. Varias veces la dejé abandonada durante aquellas extensas pausas. 

-Ya lo comprobará mi vieja, pero recuerde que no puede comentar nada de esto con otros tripulantes, me pueden expulsar de la marina. 

Uno de esos días soleados y de calma chicha que se disfruta cuando te aproximas a los trópicos, la viejita me dice que iba a la isla a cumplir tres deseos y le puse mucha atención a sus palabras. 

-¡Pues, fíjate! Quiero ir hasta la iglesia de la virgen de Regla y echarle unos quilitos prietos al mar, ¿tú crees que sea posible?

-Pues claro mi vieja, la iglesia existe, solo que se han suspendido las procesiones y los cabildos. Yo recuerdo que ese día iba con mis primos a vender ramitos de Paraíso que la gente usaba para despojarse frente al cementerio, pero ya nada de eso existe, todas esas manifestaciones religiosas se prohibieron. ¡Ah! Cuando vaya al emboque de Regla para echarle los quilitos prietos al mar, ni se le ocurra meter los pies en el agua.

-¿Y eso por qué, también lo prohibieron?

-No mija, ni hace falta hacerlo, pero te aseguro que si lo haces vas a perder los pies con la contaminación que existe en la bahía.

-Pero tú no me digas, ni te imaginas las veces que crucé esa hermosa bahía en la lanchita de Regla y Casablanca. Saltaban las sardinas, los sábalos y estaba siempre repleta de traviesas gaviotas.

-Olvide el tango y cante bolero mi vieja, se encontrará la bahía repleta de barcos esperando atraque, verá como flotan pequeñas islas negras de fuel oil y como el agua apesta.

-¡Qué pena! Luego quisiera ir al Rincón a cumplir una promesa y dejarle mis quilitos prietos al viejo Lázaro. ¿Crees que se pueda ir?

-Si mi vieja, puede ir hasta el Rincón con un poco de dificultad si no tiene auto su familia, y si no están cortos de gasolina, porque hasta eso se reparte por cupones, pero no se preocupe, la gente inventa en la bolsa negra. El viejo Lázaro está allí, no ha podido abandonar la isla por su cojera, creo también que le han robado las muletas. Ella sonrió con mi ocurrencia mientras observábamos la costa de la Florida, allí nos pegábamos bien a tierra para navegar en la contracorriente.

-Después cumpliré uno de los deseos más grande de mi vida.

-¿Y cual es ese mi vieja?

-Llegaré hasta una guarapera y me tomaré un vaso bien grande de guarapo, tal vez dos.

-¿Y no le ha dicho nada su familia?

-¿Sobre qué?

-Creo que anda un poco perdida, mi vieja, y de los tres deseos solo podrá satisfacer dos.

-No te entiendo muy bien.

-Para que me entienda le seré franco, irá como le dije a echarle los quilitos prietos a la vieja Reglita, visitará al cojito de Lázaro en el Rincón con la ayuda de Dios, pero el guarapo, el guarapo tendrá que ir a tomarlo a casa del carajo.

Dos días después, vi a la pobre vieja llorando mientras le decomisaban parte del tesoro que llevaba para su familia en la aduana de La Habana. No quise ni saludarla, tenía miedo me acusaran de tener relaciones con gente del extranjero y me sacaran de la marina. Imagino que ya aquella dulce viejita haya muerto, pero dudo que su dulzura fuera aumentada con un vaso de guarapo.




Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canada 
2003-08-30


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