jueves, 13 de julio de 2017

NAVEGANDO POR AGUAS MINADAS.


NAVEGANDO POR AGUAS MINADAS



Motonave ¨Renato Guitart¨, escenario de esta historia.


Siempre entraba silencioso al puente, no importaba la hora, lo hacía con mucha frecuencia de madrugada, apenas dormía. Dice la gente que lo conocía de atrás, era un problema pendiente con su conciencia. Él participó en aquellos tribunales revolucionarios que juzgó a mucha gente a principios del proceso, sabrá Dios cuántos fueron fusilados, es probable sea esa la razón de sus desvelos. No hacía ruido con los zapatos, los pocos que formaban parte de su equipaje eran sandalias con suela de goma, tampoco usaba medias. Generalmente andaba con esos shorts anchísimos que ahora usan los raperos, no lo eran en sí, ni estaban de moda. Los contados que utilizaba en un viaje de seis meses, eran pantalones de uniformes cortados a la altura de la rodilla. Tenía las canillas flacas y desproporcionadas con la caja de su cuerpo. Su figura era sumamente ridícula e infeliz, sin embargo, todo parece indicar que se sentía muy cómodo con aquella estrafalaria vestimenta. Parecía un globo sujeto a tierra por par de palitroques metidos dentro de dos camiones, porque esa es la definición más apropiada a sus descomunales sandalias. Además de ser canillúo era lampiño y ese detalle empeoraba aún más su aspecto. Sus patas, porque no podemos hablar de unas piernas humanamente concebidas, eran de una blancura enfermiza, describían con facilidad la existencia de algunas venas que corrían como traviesos riachuelos de norte a sur solamente. Por suerte para él, nació hombre, una pequeña rajita entre las piernas lo hubiera condenado a una soltería perpetua. Hay feas repulsivas que han escapado de ese castigo a la soledad por otras virtudes, pero en su caso muy pocas cosas eran atrayentes. Estaría clasificado entre las mujeres sin caderas, uniformes, tubulares, rectas, planchadas de culo y de carnes flácidas, porque ni un solo pellejo de su cuerpo podía hablar de ejercicio alguno. ¿Gracia? Ninguna, sus padres fueron los últimos en llegar a la cola donde la repartieron, era de esos pocos cubanos que nació sin salero para contar un chiste, reírse, ser feliz por encima de todas las desgracias. Con todos esos defectos, no se puede negar que era un tipo dichoso.

 

Esa tarde abrió la puerta con exagerado cuidado, como esperando sorprender a la guardia del Segundo Oficial hablando mal de él. El timonel no tuvo tiempo para avisarle a Tony de su presencia y no se preocupó. El Capitán fue directo hasta el radar y allí se detuvo silencioso. Cambiaba insistentemente las escalas de distancia, buscaba algo, el oficial no salía del cuarto de derrota. Luego se aproximó hasta el repetidor del ecosonda y leyó la información que brindaba, le dio unos golpecitos con las uñas. Oteó el horizonte y segundos después se encontraba inclinado sobre la mesa de ploteo. No hubo un cruce de buenas tardes entre las partes, actuaban como si no se conocieran. Cuando terminó de comprobar la posición del buque, el Capitán se dirigió al librero del puente y seleccionó un ejemplar. Se sentó a leer en el sofá y cruzó las piernas con pájara delicadeza, femeninamente, como tratando de ocultar el blúmer. Pasó varias hojas mojándose la yema de los dedos con la lengua, regresó nuevamente hasta el índice del libro. Repentinamente saltó como un tigre de su asiento y empujó a Tony, quien no tuvo tiempo para reaccionar ante la sorpresa. El Capitán tomó las reglas paralelas y trazó una línea a partir de la escala de latitudes muy cerca de la costa. Giró la regla perpendicularmente y marcó otra línea desde la escala de las longitudes hasta cruzarla con la anterior, marcó un punto apretando con rabia la punta del lápiz. Repitió esa operación hasta determinar cuatro puntos y salió gritando como una loca del cuarto de derrota.

 

-¡Todo a babor! ¡Todo a estribor! ¡Todo a babor! ¡Todo a estriboooor! ¡Todo a estribor! Douglas no lo comprendió muy bien, solo se limitó a quitarle el seguro al timón y desconectar el piloto automático.

 

-¡Timón a la vía! Gritó Tony desde el cuarto de derrota.                -¡Timonel, mantén el rumbo! Douglas no respondía las órdenes recibidas como estaba establecido, aquellas reacciones inesperadas del Capitán y oficial de guardia lo tenían confundido. El Capitán entró nuevamente al cuarto de derrota y se produjo una fuerte discusión, el buque avanzaba.

 

El Capitán es la suma de su tripulación, me dijo una vez Calderón cuando yo era muy joven y no comprendí muy bien el significado de aquellas palabras hasta que pasaron muchos años. Este había dejado de serlo desde el instante que su voz no era respetada y se convirtió en el centro del choteo de su tripulación, no sumaba.

 

-¡Llama al Contramaestre! Me dijo aquella tarde que éramos perseguidos por un destructor en el Golfo de Guinea. -¿Qué dice, qué dice? Preguntó muy nervioso mientras yo trataba de descifrar las señales que nos hacían con la lámpara Aldis.

 

-¡Stop engine! Eso es lo que dicen, que pare máquinas.

 

-¡Llama, llama al Contramaestre y al secretario del partido!

 

-¿Y al secretario del partido para qué? Él es cocinero y no sabe un carajo de maniobras.

 

-Dile al Contramaestre que prepare los botes salvavidas. El buque de guerra había aumentado la velocidad y se aproximaba con mucha rapidez paralelo a nuestro rumbo.

 

-Manda al timonel a izar la bandera de popa, iza la numeral del buque, ¿qué dice, qué dice?, llama al secretario del partido, busca al Contramaestre.

 

-¡No jodas! Si izo la numeral no puedo leer que dicen y si observo las señales no puedo mandar a buscar al Contramaestre. ¡Relájate y déjate de pendejadas! Estamos en aguas internacionales y no hemos violado nada. El alerón del puente se vio concurrido por algunos curiosos que disfrutaban de aquella oportuna comedia, el timonel se había encargado de llamar a las personas solicitadas por teléfono.

 

-¡Contramaestre! Prepare los botes salvavidas para ser arriados.

 

-¡Oye! ¿Y esa locura? Aquí no ha pasado nada. Le respondió Bonachea y le tiró a jarana su orden.

 

-Si este tipo se apendeja y para la máquina vamos a quitarle el mando. Nos dijo el secretario del partido al Primer Oficial y a mí. Expósito era un tipo que no andaba en puterías, era un blanco de unos seis pies de estatura y guapo de Regla.

 

Los problemas personales en aquel tiempo se resolvían a trompadas y finalizada la bronca todo regresaba a la normalidad. Durante su período como secretario del partido no se realizaban reuniones ni círculos de estudios, él estaba con los pies sobre la tierra y sabía que todo aquello era una perdedera de tiempo innecesaria. Cuando el viaje estaba próximo a terminar, los secretarios de los distintos frentes se reunían y llenaban todo ese vendaval de papeles y orientaciones que les entregaban antes de partir, siempre llegábamos con las metas cumplidas y sobre cumplidas.

 

Aquella tripulación del Renato Guitart fue una de las menos conflictivas con las que navegué, hizo historia al ganarle una demanda a la Empresa de Navegación Mambisa estando Macías de Capitán, luego, los separaron a todos. ¿Tenía poderes para convocar a una acción de este tipo? Sabe Dios las orientaciones que ellos poseen para enfrentar casos similares. De acuerdo con el reglamento entonces vigente, solo se podía proceder de esa manera cuando la decisión fuera tomada por una Junta de Oficiales. ¡Claro está!, luego debía justificarse esa acción ante un tribunal y si ésta fue aplicada erróneamente, todos los oficiales podían ser condenados por traición, motín, rebelión, etc. Expósito lo manifestó con mucha tranquilidad y no dudó de los poderes que les otorga el partido para enfrentar esos casos. Poco importa su rango a bordo, la experiencia nos demostró años posteriores la capacidad que poseían para destruir a cualquiera, incluso al Capitán de la nave.

 

-¡Ese barco es ruso, caballeros! Dije cuando descubrí una estrella roja pintada en la proa.

 

-¡Manda a subir la bandera soviética! Trata de comunicarte por VHF, hazle señales con el blinker, ¿ya izaron la numeral?

 

-¡Oye, relájate! Esta gente no es nadie para mandarnos a parar en el Golfo de Guinea, yo no voy a hablar con ellos ni timbales, si quiere, que lo haga el Primer Oficial.

 

-Yo me voy pal carajo. Respondió Pineda y desapareció por la escala de la cubierta de botes. Una vez paralelos a nosotros, el buque de guerra tocó fin de zafarrancho y sus cañones regresaron a sus posiciones de descanso.

 

-En cuanto lleguemos a Bulgaria compraremos el resto de los víveres, tenemos una asignación más amplia en moneda del CAME para hacerlo. Dijo el Capitán en la asamblea realizada antes de recalar a Las Palmas de Gran Canaria.

 

-¡En Bulgaria, ni cojones, aquí! Manifestó enardecido un tripulante en medio de aquella reunión.

 

-Ya nos jodiste el viaje pasado con ese cuentecito, los víveres aquí y el resto de las mierdas allá. Expresó otro sin ningún tipo de temor.

 

-¡No, man! No nos vamos a meter otro viaje comiendo judías porque te salga de los huevos, si hay dinero asignado para hacer víveres en Canarias, hay que comprarlo aquí. No mentía aquel hombre, nadie sabía cuál era el panorama que encontraríamos en el Campo Socialista y todos apostaron por lo mejor, desgraciadamente no fue así. El Capitán tampoco lo hacía con ese fondo subliminal de conciencia “revolucionaria”, se comportaba como un gran número de capitanes de la flota que, sometían a sus tripulaciones a sacrificios injustificados con el único propósito de acumular méritos personales. En el informe de viaje reflejarían un ahorro de divisas que sería muy bien recibida por la dirección de la empresa y partido, pero nadie se detendría a investigar el precio pagado por esa acción. La realidad fue muy dura, potaje de judías en el almuerzo, sopa de judías en la comida, judías fritas como plato fuerte y frituras de judías en el desayuno. El Campo Socialista tenía muy pocas ofertas para satisfacer nuestras necesidades y la gente se negaba a repetir la historia.

 

-Capitán, yo le entregaré la lista de víveres que necesitamos al sobrecargo y usted procederá a comprarlos, cualquier duda que tenga lo discutimos en La Habana. Se respiró en el aire cierto tono de amenaza, La Habana y sus trucos comenzaban a ser muy temida. Aquellas palabras de Expósito devolvieron la tranquilidad a la reunión, pero pertenecieron a una etapa que desapareció de nuestra marina. Muy poco tiempo después, personajes como este Capitán se multiplicaron o fueron el resultado de una clonación masiva que, se extendió hasta los barcos de otros países con tripulaciones cubanas.

 

-¡Y esto! ¿Qué carajo es?

 

-Pan negro, papón, pan negro. Respondió el Cabronazo en tono de bromas, él siempre era así, le encontraba humor hasta a la muerte.

 

-¿A quién se le ocurrió esta locura? Casi grité del encabronamiento que me produjo ver la cesta de pan repleta de rebanadas oscuras que nunca pertenecieron a nuestra dieta.

 

-Los rusos ganaron la guerra consumiendo este pan. Se le ocurrió manifestar al Capitán, lo hizo con una alta dosis de cinismo y mi reacción fue más violenta.

 

-¡Qué cojones me importan los rusos ni su guerra! ¡Esto es una mierda!

 

-¡Tranquilo, papón, relájate!

 

-¿Cómo carajo me voy a relajar?

 

El caso de este Capitán fue suigéneris y se adelantó a una época preñada de limitaciones y férrea austeridad. Él era miserable de nacimiento y lo fue consigo mismo, todos tratábamos de comprenderlo. Hablo de un tiempo donde los capitanes tenían una asignación ilimitada por gastos de representación que, siempre era utilizada en gastos personales y justificaban con la presentación de facturas falsas. Las agencias representantes de nuestra flota, les entregaban tickets para la utilización de taxis y otros beneficios. Él era un tipo que siempre andaba a pie, mal vestido, mal alimentado y no era un cargador de pacotilla hacia la isla. Sus gastos se limitaban casi siempre a los setenta y cinco centavos de dólar que ganábamos diariamente.

 

-¿Quieres un trago? Me preguntó una tarde cuando fui a entregarle unos documentos.

 

-Ni se te ocurra, cuando quieras invitarme a un trago, me das la botella sellada. Él sabía perfectamente las razones de mi rechazo y calló. Un día y después de concluida la reunión de arribada con las autoridades del puerto, tuve que ir a su camarote por razones de trabajo. -¿Qué haces? Le pregunté sorprendido cuando lo vi regresando a las botellas el resto de los tragos dejados por los visitantes en sus copas.

 

-¡Hay que ahorrar, hay que ahorrar! Respondió nervioso y corrí la voz entre mis amistades. A pesar de su ruindad era dichoso.

 

-¡Hazle señas a la estación del Práctico! Me dijo ese día cuando llegaba a la guardia y busqué la caja donde se guardaba la lámpara Aldis.

 

-¿Hacia dónde se encuentra la estación? Le pregunté sin consultar la carta náutica, mi vista se perdió entre los buques que recalaban y salían de Estambul.

 

-¡Por la amura de babor, por la amura de babor! Respondió con su acostumbrado nerviosismo. Este pasaje ya lo había contado en otra oportunidad, pero vale la pena repetirlo porque corresponde a su colección particular. Conecté el cable a la toma de baterías y salí al alerón de babor. La temperatura era fría para nosotros, extremadamente húmeda y con la ayuda de la brisa calaba los huesos. Titaaa, titaaa, titaaa, titaaa, titaaa. Estuve insistiendo por más de diez minutos sin recibir respuesta, me enfrié y entré al puente a calentarme un poco. Tony no esperó mucho tiempo y partió si entregarme la guardia como estaba establecido.

 

-¡Sitúate!, dime a qué distancia se encuentra ese barco, toca el tifón con una pitada larga, hazle señas a los Prácticos. ¡Toca el pito, toca el pito, toca el pito!

 

-¡Oye, cálmate! ¿Qué carajo hago primero?

 

-¡Toca el pito, toca el pito, hazle señales a los Prácticos, posición, posición, posición.

 

-Te vas al carajo con esas pendejadas. Sonó una larga pitada y salí nuevamente hacia el alerón de babor. Titaaa, titaaa, titaaa, titaaa, titaaa. Nadie respondía y entré nuevamente al puente. Fui hasta el radar y tomé una posición, entré a la derrota para plotearla en la carta.

 

-Toca el pito, toca el pito, toca el pito, hazle señales a los Prácticos, hazle señales, hazle señales, dime la distancia al barco, la distancia.

 

-¡Oye, no jodas más! Vuelves loco a cualquiera con esas pendejadas. ¿Dónde me dijiste que estaban los Prácticos?

 

-¡Por babor, por babor, por la amura de babor!

 

-¡Allí no está! Eso es una mezquita, relájate. Enfilé la lámpara hacia la amura de estribor y comencé a enviar la letra A repetidamente. Titaaa, titaaa, titaaa, titaaa. Desde aquel punto me respondieron con una raya, era la invitación a establecer la comunicación y les envié la numeral del buque. Pocos segundos después los escuchábamos por el VHF y nos indicaban la banda por la que deseaban que se colocara la escala.

 

-¡Todo a babor! ¡Todo a estribor! ¡Para máquina! ¡Toda atrás! Salió de la derrota dando gritos histéricos y saltos. Dice Douglas que parecía un sapo y no acababa de comprender de dónde sacaba tanta elasticidad. Estuvo a punto de chocar con el techo del puente. Saltaba y corría de banda a banda sin control, repetía las órdenes que nadie cumplía. -¡Ay, Antonio, me has embarcado! ¡Ay, Antonio! ¡Vamos a volar! ¡Vamos a volar! ¡Todo a babor! Antonio salió del cuarto de derrota y lo agarró por el cuello con sus enormes tenazas, casi lo arrastró hasta el cuarto de derrota y lo lanzó sobre el sofá. ¡No me des! ¡Ay Antonio, no me des! Dice Douglas que Antonio no hablaba, solo se escuchaban las súplicas del Capitán.

 

-Me quedé con el puño en el aire, me inzpiró láztima aquel pendejo que ze portaba como una mujerzita y lo dejé ezcapar, lo boté del puente. ¡Habráz vizto zemejante maricón de Capitán. Tony siempre hablaba con la zeta como los gallegos y ese detalle aumentaba la gracia de su cuento.

 

-¿Qué fue lo que ocurrió, Tony?

 

-¡Nada, pajaz míaz! Cuando preparé la derrota para entrar a Varna no conzulté el Nemedri, ya sabez que en eze libro está la información zobre las zonas minadas. ¡Mira, muchacho! Ez peor los ataquez de hizteria de este cabrón que haber volado con una mina.

 

La última vez que lo vi andaba de Capitán en los remolcadores de Matanzas. No sé si seguirá luchando con el fantasma de su conciencia.

 

 

 

Los años han logrado ablandar mi corazón, lo he perdonado un poco omitiendo su nombre.

 

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá. 

2009-03-15

 

 

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