viernes, 28 de julio de 2017

MASACOTE


MASACOTE 


En la Bahía de la Habana.

                                                                                                               
La Habana tenía al “Caballero de París” recorriendo sus calles con aquella pesada carga de papeles y una digna mendicidad que ganó el cariño y respeto de sus ciudadanos. Uno de sus últimos campamentos se encontraba en los portales de la pizzería de San Lázaro e Infanta. Allí nos regalaba cualquier disparatado relato a cambio de un cigarrillo, no pedía mucho y nos detenía con recortes de viejas revistas, fotos gastadas y alguno que otro escrito realizado con su puño en uno de esos momentos de éxtasis, donde la locura y la cordura se abrazan para darle riendas a la imaginación. Su cultura era asombrosa, muy superior a la de muchos de los que se apiadaban por su triste figura, él en cambio, no sentía lástima de sí y premiaba a todos con esa sonrisa siempre dispuesta a flor de labios. Nadie sabe dónde consiguió aquella capa negra que le diera ese donaire de verdadero caballero y mantuviera atrapado sus agrias pestes, las que compartía sin egoísmo con quienes se le acercaran. Hoy se encuentra inmortalizado en bronce y detenido en una de nuestras aceras para disfrute de los turistas y curiosos, muy lejos de su última guarida.

La Habana tiene su bahía y ésta no sería nada sin su Masacote. No fue un mendigo declarado en un país donde la mendicidad se convirtió en profesión, era un simple lanchero que llegó a disfrutar las mismas simpatías del Caballero de París. Vestía de gris, el color elegido para los lecheros, guagüeros, marineros, camioneros, lancheros y casi todo lo que llevara ese “eros” a veces molesto. Era un poco más limpio, solo un poco. Los días de sol ardiente él despedía un fuerte olor rancio y en la isla son pocos los días nublados. Su rostro siempre estaba brillante y empercudido, sudoroso y con los poros muy dilatados. Su boca no poseía un solo diente y en eso se parecía mucho a los Sábalos, tal vez era descendiente de esa especie. Sin embargo, masticaba con la ligereza de un escualo cualquier cosa que le ofrecieras, hasta el pan que se fabricaba en esos días, no el que estaba acabado de sacar del horno, el del siguiente día, el que es blindado. Masticaba, masticaba, masticaba y tragaba con asombrosa facilidad, no necesitaba agua que lo auxiliara, tragaba, como los Sábalos.


Masacote era el patrón de una lancha de la Empresa de Servicios Marítimos, nadie sabe cómo obtuvo el título de patrón, pudo ser por la misma vía de aquel noble Caballero que deambulaba toda La Habana. Extremadamente servicial con los marineros, incondicional y fiel a los que no eran nada, lealtad conseguida a golpes de ruedas de cigarros.


-¡Masacote! ¡Deja a ese capitán embarcado, es un hijoeputa! Le gritaba cualquier marino dentro de la lancha y él no preguntaba. La lancha se estremecía cuando daba toda atrás y se alejaba de la escala real.


-¿Quién es el capitán? Preguntaba cuando recobraba lucidez y se dirigía al Muelle de Luz.


-¡Es Coya Prats! Le respondía alguien y todos reían.


-¡De aquí no me muevo hasta que no llegue la jama! Se escuchaba por el VHF aquella voz inconfundible.


-¡Mira, Masacote! Habla el Práctico, ¿qué trabajo te cuesta llevar a los caberos hasta el muelle? Estamos en maniobras y voy a tener que abortarla.


-¡De aquí no me muevo hasta que no llegue la jama! Repetía con valentía o locura, lo hacía con ambas.


-Masacote, necesito bajar un refrigerador del barco.


-¿Dónde se encuentra fondeado?


-En Regla… En la refinería… Frente al dique… Las respuestas eran variadas, pero no se hacía de rogar, solo unos minutos después partía al destino y la gente le pagaba con cualquier cosa.


-¿Quién es Robertico… Pedrito… Manuel? Preguntó muchas veces junto a la escala real, mientras las lanchas de Capitanía se mantenían abarloadas durante el tiempo que duraba los trámites de arribada.


-¡Yo… yo… yo… está de guardia en máquinas! Le respondían desde el portalón.


-¡Qué no baje! En el muelle se encuentra la esposa y la querida. Díganle que las dos están embarazadas, ¡que se joda!, nadie lo mandó a estar metiendo el rabo por todos lados! No había mejor mensajero que Masacote para traer noticias malas, todas se convertían en una broma.


-¿Quién es La Blanquita?


-¡Está sirviéndole el café a las autoridades!


-¡Díganle que no baje! El marido se enteró que le estaba pegando los tarros este viaje!


Sin darnos cuenta pasaron los años, muchísimos de ellos y aquel personaje tan pintoresco comenzó a formar parte del paisaje de la bahía habanera. Nadie sabe si se encuentra vivo o si ya está muerto, ¿quién pudiera preocuparse por una persona tan insignificante? Solo nosotros, los marinos.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal, Canadá.
2009-04-26



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