Motonave Renato Guitart, escenario de esta historia.
-Tony, te pedí que le trajeras un cubano a Natasha.
Se lo dijo en inglés, ella era de las poquísimas personas en aquella ciudad que
lo hablaba. Él se sintió sorprendido, no solo por la reclamación que le hacía
Nadiezhka sin culminar el último gemido, su amiga permanecía totalmente desnuda
junto a la cama y esperaba una respuesta
-¡Coño! Francisquito es cubano ciento por ciento, te
lo aseguro. No pudo traducir el coño y lo soltó como siempre lo había
pronunciado. Natacha se retiró y Tony continuó concentrado en la fabricación de
placeres.
Francisquito era un tipo que hablaba poco, yo diría
que era un tanto introvertido, medio existencialista, eso sí, no comía miedo de
ningún tipo. Amaba las botas de vaquero y andar en jean, algo muy raro en
aquellos tiempos. El hombre usaba melena siendo militante de la juventud
comunista, actitud desafiante o valiente para el ambiente reinante. Las
críticas y esas boberías de la desviación ideológica le entraban por un oído y
le salían por el otro sin tocar nada de su materia gris. Se bañaba de vez en
cuando, solamente cuando tenía guardia en cubierta, la frecuencia era de tres
días, durante la navegación ese ciclo era impredecible. Te dabas cuenta al
verlo con el pelo mojado y bien ensortijado, no creo que usara mucho el peine.
Sus camisas eran estrafalarias, de figuras llamativas, muy extravagantes. En
aquellos tiempos se impusieron las del cuello largo que colgaban como picos
casi hasta el pecho, no tenía muchas y las repetía cada dos o tres salidas.
Después del baño se vaciaba un pomo de perfume en el cuerpo, casi siempre era
de Galardón o Tulipán Negro, se compraba en España por litros y eran bien
baratos. El perfume nunca pudo ocultar ese olor rancio de aquellas camisas
guardadas sin lavar durante varios días, él estaba convencido de que podía
engañar a la gente, nosotros no.
Todo se le perdonaba a Francisquito y los tripulantes
lo respetaban por ese silencio que lo acompañaba, era un perro que no ladraba y
por lo general andaba solo. Francisquito era mi timonel de guardias en el
puente, siempre prefirió el turno de doce de la noche a cuatro de la madrugada,
era la más tranquila y nunca la cambió. Las horas con él eran aburridísimas, ya
les dije que no hablaba nada, su hermetismo era férreo
Nos conocíamos desde el año sesenta y siete que
entramos juntos en la marina, probamos de cerca los sinsabores de aquel año
gastado en labores agrícolas y su comportamiento era como un desquite por todas
aquellas miserias humanas sufridas. Su vida era una constante fiesta y nada
material lo ataba a tierra, nunca se sintió atraído por la pacotilla, su
felicidad superaba las incomodidades de la austeridad. Era de los primeros en
bajar por la escala real cuando atracábamos, luego, se le podía localizar en
cualquier bar o club de la ciudad rodeado de putas. Nunca supe cómo rayos podía
comunicarse con la gente en tan diferentes lenguas, pero se le observaba en
animadas conversaciones hasta que desaparecía de nuestras vistas.
En Cuba su conducta no cambiaba, continuaba siendo el
mismo aventurero, pero un poco más empercudido. Andaba de fiestas desde que
recalábamos hasta la partida, podías chocar con él en cualquier sitio
frecuentado por los marinos, aunque su lugar preferido era el Salón Rojo del
hotel Capri. El ambiente de ese club era el perfecto para sus gustos de hippie,
tolerado inexplicablemente en una sociedad cada vez más cercada a la influencia
extranjera. Cuando lo hallabas, se encontraba en los límites de la sobriedad
con un paso al lado de la borrachera, siempre acompañado por Elisa, su mujer.
Hacían una pareja muy linda, resultaba difícil encontrar tanta armonía en
aquellos tiempos, tal para cual, actuaban en la misma frecuencia. Eran
divertidos, sucios, alcohólicos, felices en todo momento, pero muy peligrosos a
la hora de pagar. Puede afirmarse que siempre andaban arrancados y solo
asistían a esos lugares para descargar las borracheras adquiridas en sus casas
con ron barato. Imponían la prudencia y debía evitarse cualquier gesto de
gentileza, invitarlos a tu mesa podía significar un hueco muy profundo en el
bolsillo, no tenían límites para beber. Como no tenían hijos, ellos gozaban esa
libertad que solo ofrece una juventud desvinculada del mundo, la que solo
reconoce espacio para gozar. Cuando el barco salía a puertos del interior, Francisquito
repetía su ciclo de putas en cualquier ciudad. Luego, salía nuevamente de viaje
con su carga de deudas contraídas, nada de eso le preocupaba mucho, era muy
buen pagador.
El ambiente de aquellos tiempos era muy sano en la
marina mercante, quedaban restos de lo que fueran aquellos hombres curtidos por
la sal y curados con alcohol. El marino no se encontraba afectado por los
vicios propios de la política, el sexo, aventura y contrabando serían nuestras
prioridades, placeres impostergables. No existía nada más importante que el
presente para nosotros, el pasado era agua corrida que no nos interesaba
regresar o detener, el futuro era incierto y cargado de peligros. Rescatar el
tiempo perdido durante una navegación, ese que se deja de vivir, era una meta fija
en la mente de aquellos hombres. Nadie se detenía a estudiar los defectos o
virtudes de cada cual, solo nos importaba vivir, y la vida carecía de interés
si nos faltaba una mujer acompañada de una botella de ron. Las tripulaciones
eran muy unidas entonces, nos confundíamos con una familia, éramos realmente
una verdadera familia y nos protegíamos, después todo cambió.
Coincidimos dos o tres veces durante nuestras salidas
en Cienfuegos y Santiago de Cuba. En esta última ciudad fue mi relevo con una
enfermera pelirroja, una mujer muy fogosa e incansable. Hablo de aquella que se
pasaba toda una noche empinando el codo y teniendo sexo, luego partía tan
fresca como una lechuga a cumplir sus obligaciones diarias en el hospital.
Siempre le pregunté si no padecía de fuego uterino, ella me contestaba con una
pícara sonrisa. Salí de franco para La Habana y cuando regresé una semana más
tarde, la encontré sentada con Francisquito en el bar del hotel Casa Granda.
Nadie se puso nervioso, nadie se ofendió, no existían compromisos formales que
obligaran a nadie a esperar a nadie, nuestro comportamiento era extremadamente
civilizado para los tiempos que corrían.
-¿Te gusta? Le pregunté en uno de nuestros viajes al
baño.
-Es bien caliente, insaciable, ¿qué fue lo que más te
gustó de ella?
-Su pendejera roja, nunca la había visto similar, es
bellísima, parece un nido de calandracas. Le respondí mientras orinaba y
evitaba ser salpicado por el orine viejo acumulado en el urinario, detuve la
mirada en un anillo de sarro formado al mismo nivel del orine atrapado, tenía
la imagen de un oasis con sus aguas podridas.
-Verdad que la tiene linda.
-Y a ti, ¿qué es lo que más te ha gustado?
-¿A mí? La gritería que forma cuando se va a venir,
se vuelve como loca.
-Es verdad que grita con algo de exageración, como si
la estuvieran matando.
-Yo creo que está medio loca.
-Sí, de la cintura pa’bajo. Regresamos a la mesa y
ella se levantó para ir al baño, ambos la vimos andar hasta que desapareció por
la puerta de salida del bar.
-Está algo planchada de culo. Le dije por decir algo
y romper ese silencio que solo él supo imponer en cualquier circunstancia.
-Sí, está algo desculada, pero acostada boca’rriba no
se nota.
-Es verdad.
Otro día coincidimos en el mismo bar, no es que fuera
un lugar exclusivo de los marinos, Santiago no ofrecía muchas opciones a pesar
de ser la segunda capital del país. Unos pocos clubes, bares y tres posadas de
mala muerte donde poder hacer el amor sobre una cama. Poco tiempo después
cerraron la posada de los Chinos que se encontraba casi al final de la calle
Enramada, templar resultó un sacrificio en aquella ciudad.
Argüelles se encontraba sentado en la barra, era el
sobrecargo del barco y nuestro banco ambulante. Gordo, noble, bonachón y
borracho, era bastante querido por la tripulación, uno de los pocos en ese
cargo que no robaban. Donde quiera que lo encontraras podías pedirle un
préstamo, casi siempre cargaba dinero de la caja chica del barco con él y lo
ponía al servicio de los marineros. Los tripulantes iban llegando y encargaban
una ronda para la mesa, los primeros pagamos poco por esa costumbre existente
en nuestra tripulación del “Renato Guitart”, al cabo de unas tres horas hubo
que pegar varias mesas y sumábamos unos quince, las invitaciones resultaban más
caras, pero nadie le prestaba atención, lo importante era pasar un buen rato.
Separada unos dos asientos de Argüelles se encontraba
una mujer entrada en años, nadie se había fijado en ella. Era la única mujer
presente en aquel bar y en ese tiempo no era muy común que una dama estuviera
bebiendo sola en una barra. No recuerdo quién propuso la idea de invitar a la
vieja solitaria para nuestra mesa, varios nos opusimos de inmediato alegando
distintas razones. A cada rato surgía de nuevo la convocatoria para traer a la
dichosa mujer, se cancelaba ese deseo por votación unánime, casi todos los que
allí nos encontrábamos teníamos pareja para salir más tarde. Estando en ese
constante debate y sometiendo a votación democrática el asunto de la susodicha
vieja, tuve que partir en busca de mi amiga y prometí regresar al bar.
Media hora más tarde y cuando intento entrar de
nuevo, el portero me pide que no lo hiciera porque estaban esperando a la
policía. Al preguntarle el ¿por qué?, el tipo me dice que había tremenda bronca
entre unos marinos y una vieja. Yo le dije a la muchacha que me esperara para
poder sacar a mis compañeros, ella no me entendió muy bien y la mandé al
carajo. Los fui sacando uno a uno, pero cuando me tocó hacerlo con
Francisquito, el tipo estaba tan acalorado que por poco me agrede, la muchacha
no me esperó, ese no era su ambiente. Nos declararon indeseables en ese bar y
no pudimos volver por allí, al menos en ese viaje. En el parque Céspedes me
explicaron que finalmente llevaron a la vieja para la mesa.
-¿Sabes qué? Tienes tipo de mariconcito con esa
melenita. Fue su carta de presentación, ella continuaba arrastrando los
prejuicios de los años sesenta donde a los melenudos los consideraban
homosexuales o contrarrevolucionarios.
-¿Sabes qué? Maricona es la puta de tu madre. Le
respondió Francisquito y le lanzó el contenido de su vaso de cerveza por el
rostro. La cosa no se quedó así, la vieja que tan mala espina me había causado
desde que la vi sola en aquel bar, sacó de su cartera una navaja de barbero y partió
de su asiento directo hacia donde estaba Francisquito, desde ese instante el
bar se puso bueno.
Salimos para la Unión Soviética, era una de las cosas
que más deseaba desde hacía varios años, ya conocía gran cantidad de países
capitalistas, pero de los socialistas nada. Ellos llevaban la carga destinada a
Cuba en sus barcos, siempre tuve la impresión de que se quería evitar a toda
costa viéramos cuál sería nuestro futuro.
Una vez atracados en uno de los muelles de
Novorossisky, comenzó el dilema al que estaríamos acostumbrados desde hacía
muchos años. En la aduana nos quisieron meter dentro de una caseta a
Francisquito y a mí para revisarnos como lo hacían en Cuba con los marinos
griegos. Nosotros les decíamos a esos gorilas que éramos cubanos, pero ellos no
entendían nada en inglés y nos ordenaban quitarnos la ropa. Cuando les
mostramos nuestros pasaportes comprendieron nuestro origen, supieron que
nosotros éramos sus camaradas, sus hermanos de lucha. Volvieron en sí,
cambiaron el programa de computadora que tenían dentro de sus mentes y nos
dijeron tovarich kubinsky, nos dejaron salir.
Las muchachas de Novorossisky eran sumamente bellas,
nada que ver con aquellas rusas de las patas peludas que vimos en La Habana. En
la medida que pasaban los días y con la ayuda de nuestros recorridos por
aquella pequeña ciudad, vi muchas cosas que me asombraron y otras que ya
habíamos importado en Cuba. Los servicios en restaurantes eran pésimos y
nosotros éramos sus alumnos más aventajados. Teníamos una capacidad incalculable
para copiar y aprender todo lo malo que nos traían desde muy lejos. Se debía
sobornar al portero con algo de plata para poder entrar, cerraban a las once de
la noche y sin ningún tipo de explicación las camareras te retiraban los platos
sin haber terminado de comer. Fue necesario llevar a un tripulante al dentista
para practicarle una extracción y al escuchar los gritos desesperados de una
mujer salió corriendo de aquel consultorio dental. El asunto era que las
extracciones las hacían sin el uso de anestesia, nos explicó el traductor.
Necesitábamos comprar gas para el equipo de
refrigeración del buque y la respuesta que recibimos fue asombrosa, no lo
podían suministrar porque no estábamos contemplados en los planes quinquenales
de la fábrica. La comida que nos vendieron fue escasa y de muy mala calidad. En
fin, aquello comenzaba a llamarme mucho la atención, desmentía asquerosamente
la existencia del paraíso que diariamente nos vendían de la Unión Soviética. Yo
tenía la posibilidad de establecer comparaciones, pero el pueblo cubano no,
dependía totalmente de la información que le brindaba el gobierno a través de
su prensa.
Entre una y otra aventura se nos fue un mes para
descargar lo que normalmente se hacía en Japón o cualquier país desarrollado en
una semana, no nos importaba mucho, definitivamente la estábamos pasando
requetebién. Tarde en la noche y después de cerrar los restaurantes, las
rusitas hacían el resumen en la playa, se desnudaban en presencia de
cualquiera, no tenían prejuicios ni complejos.
Casi al final de nuestra permanencia en Novorossisky,
Tony se empata con una rusa muy hermosa. Ella vivía con una amiga bastante
bonita también y le pidió a la novia de éste que le presentara un cubano. Se me
olvidaba decirles que Tony era el Primer Oficial del buque, muy chévere el
socio en aquellos tiempos. Me propuso esa salida y la rechacé por tener otro
compromiso. Casi desesperado fue hablando con todos los jodedores del buque,
pero como la permanencia en aquel puerto había sido extremadamente prolongada,
la mayoría tenía sus relaciones formales y cuando llegaba la noche, la gente
partía para sus casas como si estuvieran en Cuba. Francisquito se encontraba de
guardia en esos momentos y para resolver aquella emergencia Tony lo liberó de
ella, claro, luego de cuadrar con el oficial al frente de la brigada. Eso sí,
antes de partir le exigió que se bañara y se vistiera con sus mejores trapos.
Yo los vi descender muy felices por la escala, durante el trayecto recorrido
por el muelle, Tony gesticulaba mucho, como si estuviera impartiéndole órdenes
a su compañero de aventuras.
Temprano en la mañana me llama la atención ver a
Francisquito desayunando en el comedor y le pregunté si no había cuadrado con
la rusa que le presentó Tony la noche anterior, el tipo no respondió y tampoco
quise presionarlo, era más difícil de abrir que una caja fuerte.
Cuando Antonio llegó se formó la gran jodedera, según
contó, el problema grande ocurrió a media noche. Después que habían comido y
bebido opíparamente, cada cual se retiró a su cuarto, pero a la media hora de
eso, Natasha se apareció desnuda en el cuarto donde él se encontraba haciendo
lo suyo.
-Tony, te pedí que le trajeras un cubano a Natasha.
- Te traje un cubano como te había prometido.
-Tú me perdonas, pero este melenudo no es cubano.
- Te repito, Francisquito es cubano cien por ciento.
-Y yo te digo que no lo es.
-Chica, ¿por qué tú dices eso?
-Tony, porque todos los cubanos maman, eso es lo que
se comenta en toda la Unión Soviética. Natasha salió muy enojada y dio un
fuerte portazo, cuando llegó a su cuarto ya Francisquito se había marchado
Salimos después de un millón de dificultades rumbo a
España y durante la guardia decidió contarme lo sucedido aquella noche. Creo
que fue algo terrible para él, dijo este loco que una vez en la cama y mientras
se besaban, ella lo agarró por la cabeza y trató de forzarlo a bajar. Mientras
más se resistía, más presión aplicaba ella sobre su cabeza en una sola
dirección. Él tomó la determinación de no complacer los deseos de aquella mujer
y la rusa explotó, Francisquito se asustó con aquel arranque de violencia, no
logró comprenderla. Ella lo sabía, la noticia le llegó por la boca de una rusa
que se había enterado por otra rusa. Todas le daban credibilidad a la
información y ansiaban locamente vivir la experiencia. Esa bola corrió por
muchos pueblos de la Unión Soviética y era la principal atracción que poseían
los cubanos, no es exageración.
Francisquito se marchó hace muchos años con su
enredada melena y el carné de la juventud comunista en el bolsillo, la isla se
le hizo pequeña. Los bolos se marcharon de Cuba, no solo ellos, se marcharon
los comunistas de pacotilla cuando les apretó el cinturón, aquellos que se
alimentaron de nuestro sudor. Yo llegué a Cuba hablando mierda de Rusia,
mierdas de su sistema, la gente que me escuchaba decía que yo estaba loco.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
1999-09-25
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