Yo sabía que el viaje iba a ser malo antes de
abandonar el último faro de la isla, no era predicción, era el resultado de la
experiencia adquirida durante tantos años. Los pocos momentos de felicidad que
podían existir en un barco, eran los tres instantes que nos sentábamos a la
mesa del comedor. Momentos cada día más reducidos en la medida que, hasta
nuestras gambuzas llegaban los efectos desastrosos de lo que sucedía en el país.
Durante nuestra estadía en La Habana, el Sobrecargo
no gestionó el abastecimiento del buque, era probable que el almacén de CUBALSE
estuviera flojo de mercancías para que no lo hiciera. Pudo ser también que las
cosas salieran mal en su cuadre con los despachadores. Era muy normal que parte
de aquellos víveres tomaran otro rumbo distinto al del barco, casi siempre
arribaban con faltantes que desembarcaban en las casas del Sobrecargo, el
Capitán, el chofer, y hasta la del administrador de la empresa proveedora. Pudo
haber sido otra la causa, como nos explicara a mitad del viaje el Sobrecargo, que,
en oportunidades, los proveedores de Camagüey se encontraban mejor surtidos que
los de la capital. Razón que tampoco dejaba sin efecto lo relacionado al hurto,
pero en esta ocasión le fallaron los cálculos y partimos escasos de comida en
un viaje para Túnez.
Estaba convencido de las dificultades que encontraría
el tiempo que durara esa travesía, el estado de ánimo de los subordinados era
muy importante para mí. No es muy sencillo lidiar con seres que se amargan la
vida desde que se sientan a desayunar. Llevábamos en las bodegas unas 12 000
TM. de azúcar a granel, y lo normal sería que la descarga de ese producto
tomara una semana a lo máximo. Pero nos equivocamos, ocurrió otra de las
sorpresas que siempre encontramos por el mundo. Antes de iniciar las operaciones
de descarga embarcaron decenas de trabajadores, solo comprendí las razones de
aquella invasión cuando comenzaron a meter dentro de las bodegas sacos vacíos.
De esa forma se procedería a descargar el buque, o sea, todos aquellos hombres
la meterían en sacos para descargarla posteriormente, los ánimos se avinagraban
y aquel puerto se convirtió en una especie de cárcel para nosotros, estuvimos
retenidos más de un mes.
La comida empeoró mientras se consumían días
interminables, las raciones se redujeron al acostumbrado plato de arroz,
frijoles casi sin sazonar y cualquier producto enlatado para el almuerzo. En
las comidas la sagrada sopa de cada tarde, arroz y cualquier sorpresa, las
ofertas de carnes iban desapareciendo de la mesa. El desayuno fue limitado al
simple vaso de café con leche, y para agravar aún más aquellas penurias,
teníamos un cocinero malísimo que detestaba satisfacer los escasos pedidos de
los marineros, mientras accedía gustoso a complacer los de la oficialidad. Esas
solicitudes se limitaban a dos huevos fritos en sustitución de pescado u otro
producto que algún tripulante no consumía. El individuo siempre respondía de
mala forma los pedidos llegados del comedor de tripulantes. Le llamé la
atención en varias oportunidades y se lo comuniqué al Sobrecargo, ambos eran
subordinados míos, nada mejoró y el clima era cada vez más tenso. Los muchachos
de la UJC y el Sindicato del buque solicitaron una reunión con el Capitán, yo
me enteré por ellos mismos.
También observé indiferencia por parte del Sobrecargo
y el Capitán en solicitar víveres en Túnez, yo sabía perfectamente cual era la
razón. El barco tenía como próximo puerto de carga Wismark en la RDA, y estaban
esperando arribar al canal de Kiel para hacerle el pedido al proveedor de
Holanda. Era lógica esta deducción, en Túnez el proveedor les daría el 2% de la
comisión en la moneda de ese país, mientras en Kiel se las entregarían en
dólares.
-Esta noche tengo una reunión con la gente de Cámara
a pedidos de la UJC y la CTC, pero no hace falta que participes. Me dijo el
Capitán en una de mis pasadas por su camarote para discutir el problema que
estaba presentando el buque con los cables de las grúas.
-No sé, pero creo que estás equivocado. Le respondí
con cierta familiaridad.
-¿Por qué dices eso? Preguntó con algo de sorpresa.
-Porque yo soy el jefe de ese departamento.
-Pero va a estar presente Nerey que es el Sobrecargo
y jefe directo de ellos.
-Parece que hace rato no visitas el reglamento de la
marina mercante.
-No te entiendo.
-Nerey es el jefe del personal subalterno, pero yo lo
soy del Dpto. de Cámara y Cubierta, todos ellos son subordinados míos y mi
ausencia en esa reunión va a limitar mis poderes, eso no lo voy a permitir.
-Bueno, en eso tienes razón, solo te lo decía para
evitarte molestias.
-¡Olvídalo! Para mí no resulta ninguna molestia velar
por el buen funcionamiento del buque y existen problemas que deseo enfrentarlos
en esa reunión.
A las ocho de la noche se presentaron en el salón del
Capitán todo el personal de Cámara, el secretario de la UJC y el de la CTC.
Entre los puntos que plantearon se encontraba la mala confección de la comida y
el mal trato del cocinero, participaron casi todos los presentes mientras yo
permanecía en silencio para dar el tiro de gracia.
-Parece mentira que ustedes, los miembros de la UJC, que son la reserva de la que se nutre el Partido, sean los primeros en plantear quejas por la comida del buque. Hasta ahora se está comiendo bien, y si comparamos la situación del buque con la de tierra, podemos afirmar que somos unos privilegiados, tao, tao, tao, tibiri tábara. La misma baba que ustedes conocen. Esa fue la intervención de Nerey, creo que ocupaba también una de las secretarías dentro del núcleo del partido.
-Bueno, ¿tienen algo más que plantear? Miré a todos
los participantes y aquel silencio rotundo fue la respuesta. Cuando al parecer
el Capitán pretendía dar por terminada la reunión, paré en seco su intención.
-¡Un momento! ¡Creo que ya todos han expuesto sus
puntos de vista y quiero resumir como jefe del departamento! Todas las miradas
se dirigieron hacia mí.
-Tiene la palabra el Primer Oficial. Dijo el Capitán.
-Bueno, como ya todos han hablado y nadie ha sido
interrumpido, espero que ocurra lo mismo mientras hablo. En primer lugar, creo
que no se ha llegado a ningún acuerdo y considero sin validez esta reunión. Yo
por mi parte les digo una cosa, en cuanto llegue este buque a La Habana voy a
solicitar el relevo de este cocinero. Lo voy a excluir de las brigadas de
guardia y no puede permanecer un segundo más a bordo de este buque. ¿Saben por
cuales razones lo haré? En primer lugar, por ser muy malo como cocinero, yo
diría que malísimo. En segundo lugar, por ser complaciente con la oficialidad
mientras maltrata a sus compañeros de trabajo, y me asombra aún más de que sea
militante del partido, pero esto último no es de mi incumbencia... Hice una
breve pausa para dar oportunidad a cualquiera que quisiera intervenir, pero el
silencio fue más rotundo todavía, pocos segundos después el cocinero reaccionó.
-No se preocupe, yo sé que soy el cáncer de este
barco y en cuanto llegue a La Habana me voy a ir. Intervino en un tono algo
desafiante.
-Claro que te vas de este barco, pero no será por tu
voluntad, sencillamente no cabes entre nosotros y tienes bien amargada a la
tripulación con tu mala forma y los sancochos que cocinas. Voy a ocuparme muy
bien de que esto se cumpla, así que llegando a Cuba me le entregas las llaves
de la gambuza al segundo cocinero. El Capitán quiso suavizar el ambiente y no
le di oportunidad a ello.
-Sobrecargo, con relación a lo que mencionas sobre
comer bien, habría que averiguar cuál es tu concepto de esto, porque hasta
ahora estamos comiendo bastante mal y esto no es responsabilidad de los
tripulantes. Salimos mal abastecidos de Cuba y eso es parte de tu trabajo. Con
relación a lo que mencionas sobre la situación de Cuba para vincularla a la
nuestra, permíteme decirte que ese no es nuestro problema. Yo tengo a un grupo
de hombres rompiéndose el lomo en la cubierta y ellos lo único que desean es
comer bien, esa es tu responsabilidad aquí en el buque, esto no es un problema
político.
Debo aclararles una cosa, esta posibilidad de
manifestarme abiertamente solo la poseían aquellos oficiales que no militábamos
en el partido. En el caso del Capitán del barco y por su condición de militante
le era casi imposible. Digo esto, porque esa maquinaria existente en el país lo
condenaba al silencio. Si él planteaba las cosas con la misma claridad y sin
titubeos, luego era atacado en el seno del partido por los mismos que cometían
violaciones laborales, y lo peor, podía salir del buque con un informe o
evaluación política que provocara su democión del cargo. ¡Claro! Hubo
excepciones a las reglas del juego y conocí a Capitanes que supieron ponerse
los pantalones para imponerse como tales, pero en su gran mayoría preferían
mantenerse aislados de esos problemas que surgen en una navegación,
convirtiéndose en simples camioneros.
Después de aquella reunión las condiciones se
mantuvieron iguales, la comida empeoró en la misma medida que disminuían
nuestras reservas, ambos personajes se negaban a comprar víveres en Túnez por
las razones antes expuestas. Uno de esos días llega el Tercer Oficial a mi
camarote para decirme que el Capitán se encontraba en muy malas condiciones,
que no podía moverse de la cama y se había quedado como paralítico. Subí
inmediatamente acompañado de él.
-Me dijo el tercero que no puede moverse.
-Bueno, el problema es que padezco del lumbago y de
verdad que no puedo levantarme, no me siento las piernas.
-Sabes que en esas condiciones debo mandarte para el
médico, pero antes debes redactar un acta de entrega del cargo, no vaya a ser
que te mueras en el camino. Le dije en bromas.
-No hay problemas con eso, pero fíjate que me manden
a un hospital cualquiera, no quiero provocar gastos.
-¡Compadre! ¿Cómo rayos vas a creer que te voy a
mandar para un hospital árabe, estás loco? Dile al tercero donde se encuentra
el file de las actas de entrega para que redacte una.
-Abre la puertecita de la derecha del buró y allí la
encontrarás. Le indicó al Tercer Oficial.
-Deja el espacio de la cantidad de carga y
combustible a bordo en blanco hasta que llegue el reporte al mediodía. Le dije
al Tercer Oficial, mientras el hombre se dirigía hacia mi camarote para usar la
máquina de escribir.
-Sabes que hay un dato que no puede aparecer en el
acta de entrega, pero estás obligado a decírmelo ahora que voy a ocupar tu
plaza.
-¿A qué te refieres?
-No vamos a darle vueltas al trompo en divagaciones,
sabes que me refiero al clavista, ¿quién es el clavista del barco? Aquella
pregunta lo sorprendió y reinó un breve silencio.
-¿Crees que sea necesario este detalle?
-Mira compadre, para que no te asustes, yo fui
clavista también y sé cómo funciona esto. Sabes perfectamente que tienes que
informarme, así que estate tranquilo que eso solo será de mi dominio hasta que
envíen un Capitán de relevo.
-Es Nerey. Me respondió a secas y no sé por cual
razón sentía ahora más desprecio por este tipo, bueno, si sabía las razones.
Habíamos navegado en el Aracelio Iglesias y sabía de la pata que cojeaba. En
eso llegó el Tercer Oficial con el Acta de Entrega, el Capitán la firmó como
saliente apoyando el papel en el mismo file, y yo firmé como entrante.
-Dile al tercero donde se encuentra el file con las
direcciones de las agencias y embajadas.
-Está entre los files sobre el buró.
-Muy bien, ahora voy a llegarme hasta la agencia para
solicitar que envíen una ambulancia.
Invité al Tercer Oficial para que me acompañara, al
pasar por el portalón algunos tripulantes me dijeron Capitán en bromas, ya la
bola se había corrido por el barco con la indiscreción del Tercer Oficial.
Solo permanecí el tiempo necesario en la agencia
después de solicitarle a la agente, una bella mujer que al parecer no
practicaba la religión musulmana por la manera en vestirse, que enviara al
Capitán a la mejor clínica de la capital. De regreso al buque llamé al
sobrecargo a mi camarote y le ordené que entregara cien dólares para gastos de
comida al Tercer Oficial, éste viajaría acompañando al Capitán. Media hora más
tarde llegaría la ambulancia y lo bajarían en una camilla ante las miradas de
gran parte de la tripulación reunida en el portalón. Aproveché esa oportunidad
para llevar a Nerey hasta la popa.
-Ya sé que eres el clavista del buque, pero no te
preocupes, eso no consta en el acta de entrega y yo lo fui también, es solo de
conocimiento mío. El hombre mantuvo silencio y lo dejé pensativo. Fui hasta el
puente y solicité una llamada vía VHF con la embajada de Cuba en Túnez.
-¡Aló! Sí, fíjese que le habla el Primer Oficial del
Buque Bahía de Cienfuegos. Ya lo había conocido en persona en una visita
reciente al barco, no era exactamente el embajador.
-Buenos días Primero, ya lo recuerdo, ¿cómo se
encuentra Ud.?
-Muy bien, gracias. Bueno, las razones de esta llamada
son para informarle que el Capitán se encuentra enfermo y acabo de enviarlo a
una clínica acompañado del Tercer Oficial.
-¿Es algo grave?
-No sé qué decirle, pero hoy amaneció sin poder
moverse y sin sentirse las extremidades inferiores, totalmente paralizado.
-Imagínese usted, el problema es que no puedo dar
otro viaje hasta ese puerto porque no tengo gasolina.
No me sorprendió nada de lo expresado, la situación
de las representaciones cubanas en el exterior estaba sufriendo también los
embates del mal tiempo ocurrido en La Habana. Días anteriores habían pasado por
el buque y el Capitán les hizo una factura de granos y productos enlatados. Esa
historia se repetiría posteriormente en muchos puertos que visitáramos.
-No se preocupe, yo lo envié para la capital y le di
su teléfono al Tercer Oficial.
El puerto de Bizerte contaba con una ciudad bastante
pequeña en aquellos tiempos, y deduje que los servicios hospitalarios serían de
calidad inferior a los brindados en la capital del país. Fue esa la razón de mi
decisión por enviarlo con ese destino y siempre recalcándole a la agente que
fuera asistido en la mejor clínica privada. No confiaba en los servicios de
salud de ninguno de los países árabes visitados.
Serían las tres de la tarde cuando regresaron
nuevamente al buque, el Tercer Oficial no podía ocultar la indignación y me
contaba que el Capitán quiso mantenerlo sin comer durante todo el día para no
darle uso a los cien dólares que le había entregado. Todo regresó a la
normalidad y continuamos viaje con nuestra carga de dificultades hasta el Canal
de Kiel donde se compraron algunos víveres. De Wismark continuamos viaje para
Polonia en uno de los viajes más divertidos que di en la flota.
El viaje siguiente fue alrededor del mundo, luego de
un recorrido por Malasia, Singapur, Birmania y Costa de Marfil, recalamos al
puerto de Santander donde efectuaríamos las reparaciones de garantía. En el
pueblecito de Astillero permanecimos durante mes y medio aproximadamente, no
sin abandonar las dificultades, ellas se iban incrementando. Uno de esos días,
me avisan que el camarero de los tripulantes se encontraba enfermo y pasé por
su camarote. En aquellos instantes otro tripulante le picaba un pedazo de carne
y le llevaba la comida a la boca como a cualquier niño. Era un negro de unos
seis pies de estatura y no puedo negar que me asusté al verlo en aquellas
condiciones.
-Capitán, ¿usted sabe algo sobre la enfermedad de
Rogelio?
-Sí, ya el enfermero me había dicho algo de eso.
-¿Y qué piensa hacer?
-Ya le dije al enfermero que le diera medicamentos y
tratara de controlarlo.
-Pero el asunto es que el enfermero es solo eso, yo
creo que es mejor mandarlo a un hospital, ese hombre se encuentra muy jodido.
-El problema es que no podemos estar incurriendo en
gastos adicionales, ¿y si es algo contagioso y declaran en cuarentena al buque?
-¡Mire! A mí me importa un comino si se gasta dinero
o no, me importan tres pepinos si declaran al barco en cuarentena. Aquí lo que
no puede suceder es que se nos muera ese hombre. ¿Usted está loco o qué coño le
pasa? No pude convencerlo y ese día pasé en varias oportunidades por el
camarote del camarero, no presentaba ninguna mejoría. Por otro lado, si yo
llamaba a las autoridades españolas podía despedirme de mi cargo y puesto en la
marina para siempre. Tenía que esperar al siguiente día por la presencia del
representante de la empresa. A primera hora y después de desayunar lo esperé en
el dique, deseaba hablar con él fuera del ambiente del barco donde ya acumulaba
demasiados problemas.
-Manolito, quiero hablar contigo antes de que subas a
bordo. Manolito “Huevo de Toro” y yo nos conocíamos desde mi estancia unos años
atrás en el barco “Renato Guitart” cuando me enrolé, él ocupaba la plaza de
Jefe de Máquinas.
-Ya estamos hablando, loco. Me lo dijo con la misma
familiaridad de siempre, era un tipo que no había cambiado mucho con su ascenso
a inspector de la empresa.
-Prefiero que sea en privado. Él se dio cuenta que
debía ser un asunto muy importante y les dio instrucciones a dos de sus
acompañantes. Solo cuando los vi embarcar pude hablar con toda confianza y le
conté lo antes expresado. En la medida que lo hacía pude notar la ira que
sentía y embarcamos inmediatamente. Lo llevé hasta el camarote del tripulante
enfermo y comprobó que no le mentía. Yo lo acompañé hasta el camarote del
Capitán para estar presente.
-¿Usted es comemierda? ¿Qué coño espera para llevar a
ese hombre al médico?
-Mira, Manolito, el asunto es que si llevamos a ese
hombre al médico…
-Capitán, ahora mismo agarre ese teléfono y pídale al
agente que venga inmediatamente para que lleve a ese tripulante a un hospital.
Esta situación se la voy a comunicar a su jefe de grupo.
Le dio la espalda y yo salí tras él para ayudar a
preparar al camarero, sentí una profunda pena al verlo en aquel estado de
debilidad que le imposibilitaba permanecer de pie mucho tiempo. Pocos días
después era embarcado con destino a La Habana vía Madrid. Desde el aeropuerto
fue conducido hasta la clínica de enfermedades tropicales donde le detectaron
paludismo, Rogelio salvó así su vida. Meses posteriores moría el tripulante de
otro buque por similares causas, había contraído la enfermedad en el puerto de
Abidján, el mismo lugar donde fuera contagiado el camarero de nuestro barco,
pero aquel tuvo menos suerte.
Al regreso de aquel viaje, me vi enredado en uno de
los casos más sonados ocurridos en la historia de la marina mercante. Fue el
mismo viaje donde se me pidió la separación de la flota por no reunir las
condiciones políticas necesarias para ser miembro de ella. Rogelio era sin
embargo tan militante como el Capitán, la misma persona a la cual yo enviara a
la mejor clínica en Túnez cuando fui Capitán por medio día.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal, Canadá
2004-06-02
xxxxxxxxxx
Este es un caso totalmente diferente al expuesto en mi trabajo,
el Capitán quiso proceder de acuerdo con la emergencia que se le presentó en
ese viaje y fue el estado cubano quien le prohibió actuar. Esta nota la dejo el
autor en el grupo de Facebook “Graduados de las Academias Navales de Cuba…” y
por su interés o valor testimonial decidí agregarlo a esta historia.
… Manuel Valdés Rojas
La historia se repite:
Siendo yo alumno del buque escuela "José Martí" y
navegando de regreso por el Atlántico desde Canadá hacia Cuba. El capitán pidió
la ayuda del US Coast Guard, como establece el mundo marítimo internacional,
debido a que uno de los cocineros llevaba más de 24 hrs con una hemorragia
incontenible. A pesar de tener a bordo un excelente médico que incluso estuvo
realizando su profesión en guerra y al ver que aquello se le escapaba más allá
de su conocimiento, se lo hizo saber al Capitán. La vida del cocinero peligraba
y solo enviándolo a tierra se podía salvar. El Cap. inmediatamente se puso con
contacto con las autoridades marítimas de New York, pues era el lugar más
cercano a nuestra posición.
El Coast Guard recomendó un rumbo hacia ellos y en uno contrario
ya venía un helicóptero de rescate. Después del cambio de rumbo, el capitán
comunicó lo sucedido al jefe de la empresa en Cuba. Este le respondió que ¿cómo
había hecho eso? Eso no podía suceder. Esa era el buque insignia de la marina
de guerra y como iba a ser rescatado un hombre por los americanos ¿...?
El Capitán detuvo momentáneamente la comunicación y mando a
buscar una grabadora portátil a su camarote y cuando llego al puente continuo:
Yo como Capitán pedí la ayuda del USCG porque es lo habitual y lo establecido
ante tal situación de emergencia. Si ud. Me ordena como jefatura de la empresa,
que rechace la ayuda, entonces no me hago responsable de la vida del tripulante
que ya está en muy mal estado.
Todos los que estábamos en el puente nos miramos con mucha seriedad
y el ánimo en el piso y en mi interior me preguntaba a mí mismo: ¿cómo la
política decide por la vida? ¿con que derecho?
La peor parte fue escuchar la frase del buque a tierra:
"Your
assistence is no longer required"...
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