POLIZONES
A BORDO
Hace unos años pasaban por la televisión de Miami un anuncio
comercial de una compañía de seguros que decía más o menos así; “Yo soy la mala
suerte y en cualquier momento podría cruzarme en tu camino”. Debo confesar que
muchos de los ejemplos de “mala suerte” que ellos pasaban por la tele me
resultaban simpáticos, eran variados y recreativos, cargados con una sana dosis
de humor que se acercaban a la realidad.
Yo siempre he guardado conmigo dos ejemplos de lo que
puede resultar tremenda “mala suerte” en el mar, ya una vez escribí sobre esto
y bien vale la pena recordarlo. Imagine por un instante que usted sea una
gaviota y se encuentre en el medio del Océano Pacífico. Estas aves viven largos
períodos de sus vidas en el mar y solo van a tierra en la época de celo o reproducción.
Bueno, usted es una de esas gaviotas con un excelente sentido de la orientación
-como todas- y un día se cansó de la terrible soledad que se vive en medio del océano,
la falta de televisión, carencia de Internet, las jevas que se dan tremenda
lija, los tiburones jodiendo y tratando de comerte, los peces voladores que se
largaron al carajo y todas esas desgracias que vienen juntas para amargarte la
vida. En medio de esta angustiante situación -y como eres una gaviota cabrona
de la calle- decides levantar vuelo. Había llegado el momento de cambiar el menú,
te gustaban los pedazos de pizzas que la gente te arrojaba, trozos de McDonald's
y cuanta chuchería comen los seres humanos para engordar. Bueno, disfrutabas también
volar sobre la gente y cagarlas, porque entre otras cosas, también eres una
gaviota un poco hijaputa.
Levantas el vuelo una mañana y no encontrabas el
rumbo exacto hacia donde debías volar, se te había roto el GPS o estabas con el
bobo de guardia. Vuela, vuela, vuela, vuela y no aparecía tierra por ningún
lado. Una semana volando y tus reservas de energías se iban agotando, temías lo
peor. Entonces, cuando comenzabas a desfallecer y perdías todas las esperanzas,
aparece en el horizonte un barco. ¡Coño, me salvé! Dios aprieta, ¡pero no
ahorca! Gritaste en medio de aquel océano y decidiste gastar las últimas
fuerzas que te quedaban para alcanzar aquella tabla de salvación. Cuando
estabas a escasos metros de la nave distingues que las portillas (ventanas) de
los camarotes se encontraban abiertas y eliges entrar en una de ellas. ¡Me jodí!
Gritaste con desesperación mientras estabas acorralado en un rincón del
dormitorio por tres gatos hambrientos. Este es un ejemplo de lo que es tener
muy mala suerte, ¿quién coño va a pensar que en medio de un océano vivan tres
gatos dentro de un camarote?
Bueno, un ejemplo mas humano de lo que es tener
tremenda mala suerte les sucedió a cinco africanos. Se trataba de seres
desesperados por escapar de su país y utilizarían un barco surto en puerto para
esa fuga. Uno a uno fue subiendo por los cabos de amarre en popa hasta la
cubierta principal, era de noche y ninguno de ellos se detuvo a leer el nombre
de la nave y el puerto de matrícula. De haber leído el nombre “Bahía de
Cienfuegos” y que se encontraba registrado en La Habana, quizás hubieran
cancelado aquel escape. Es muy probable también que no leyeran lo que estaba pintado
en la popa porque fueran analfabetos, ¿quién sabe?
Se escondieron, probablemente en los botes salvavidas
y una vez en altamar salieron a la luz, puede que el hambre los haya
traicionado. ¡Uffff! ¡Qué clase de candela se buscaron aquellos negros!, quienes,
entre otras cosas, eran bastante fuertes. No quiero haber estado en la mente de
su Capitán Miguel Haidar, sabe Dios cuántas ideas hayan pasado por su cabeza,
donde salía a flote la palabra “sanción”. Bueno, todo esto me lo contó su
cuñado y Tercer Oficial Miguel Cosme Carrillo, yo había dejado el barco ese
viaje. No hubo forma humana de convencer a esos polizones de nada, no hablaban
inglés y nadie a bordo sabia una palabra de francés. Hubo que aplicar la fuerza
y me contaron que aquellos hombres eran bastante agresivos, gracias al Señor
que andaban desarmados. Lograron someterlos y encerrarlos en el entrepuente de
la bodega Nr.5 Allí viajaron hasta Buenos Aires donde las autoridades se
negaron a desembarcarlos y tuvieron que partir nuevamente hacia Europa con
aquella conflictiva carga. No recuerdo si fue España la que aceptó recibirlos,
no me viene a la mente el Konec de esta novela o ejemplo de mala suerte. Lo es,
porque se requería estar loco para aventurarse a embarcar en alguna de las
naves cubanas de aquellos tiempos.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2022-09-17
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