LA
ADUANA DE CUBA
La historia de la Aduana y sus vínculos con las
tripulaciones de las diferentes flotas, muy bien contienen etapas que merecen
la atención de los más jóvenes. Siempre, siempre se comportó como verdugo de
todos los hombres de mar y visitantes que arribaban a la isla. Depredadores
vistos como enemigos que abusaron amparados en las leyes y decretos aplicados
para regular mercancías de importación, cobrándoles impuestos injustos al no
tratarse de productos con objetivos comerciales. Esta arbitrariedad se ha
mantenido hasta nuestros días y no se ajusta a los usos o costumbres en
infinidad de países en el mundo por las razones expuestas, no estamos hablando
de importaciones con propósitos comerciales y se trata de cantidades
insignificantes muy bien reguladas por ellos.
Se hace necesario retroceder hasta la década de los
sesenta y verificar como era su trabajo en ese vínculo con nuestras
tripulaciones. Hasta finales de la década de los sesenta o principios de los
setenta, toda la pacotilla de las tripulaciones se almacenaba en un salón que
se sellaba y fumigaba. Pasadas unas cuarenta y ocho horas aproximadamente, no
estoy muy seguro, toda esa pacotilla era trasladada por una lancha de la Aduana
hacia su sede justo al lado de la Casilla de Pasajeros. Solo cuando se recibía
una autorización de esa entidad, los tripulantes o escasos pasajeros que
arribaban en nuestras naves, podían pasar a retirar su pacotilla luego de ser
clasificada, revisada y aforada. Se pagaban los impuestos o aranceles que ellos
imponían y solo así podías salir con ella a la calle. Este proceso podía
demorarse en dependencia de las cantidades importadas por las tripulaciones y
no escapaba absolutamente nada. Hacia la Casilla de Pasajeros eran trasladadas
las cajas con mercancías, efectos electrodomésticos, muebles, etc. Solo quedaban
bajo custodia todo tipo de discos musicales de acetato, fueran de 45 RPM o 33
RPM. Allí podían permanecer más de una semana, tiempo en el que ellos lo
estudiaban para descubrir si contenían mensajes del enemigo. Ese estudio
consistía en pasarlos a diferentes velocidades y en muchas ocasiones entregaban
el disco rayado a su propietario. De más está decir que para esa época, había
una lista de cantantes, cuyos discos tenían la entrada a la isla totalmente
prohibidos. Yo mismo me vi obligado una vez a regresar a una tienda en Montreal
para devolver un disco de Elvis una vez que fuera advertido por otros
tripulantes, corría el año 1971 y estaba enrolado en el buque “Jiguaní”. La
lista era amplia y comprendía tanto a artistas nacionales como internacionales.
Bueno, esta medida tan extremista o paranoica, perteneciente a una época donde
veíamos al fantasma de la CIA en los cuatro puntos cardinales, pudo morir
finalmente con la aparición del casete. De menor tamaño y fácil de esconder en
el cuerpo, mucho más barato que los discos de acetato, fueron bienvenidos por
los marinos cubanos. ¡Oh! No puedo olvidar que las cintas magnéticas, padres o
abuelos del diminuto casete, debían ser entregados a la Aduana para el mismo
estudio “contrainteligente”.
Como escribí en una oportunidad, la Casilla de
Pasajeros era utilizada por los marinos cubanos, sus familiares para
esperarlos, así como también los pocos pasajeros que arribaban a la isla o las
tripulaciones de los buques arrendados en aquellas fechas por CUFLET. Nunca se
produjeron situaciones que alteraran cualquier norma de convivencia y de la
noche a la mañana nos expulsaron de allí. Acción ejecutada sin ningún tipo de explicación
y aceptada con toda la mansedumbre o pasividad que nos ha sido característica. La
privación de aquellas comodidades disfrutada por nuestra familia y tripulantes debió
ocurrir después del año 1970, puedo afirmarlo sin equivocación, porque recuerdo
haber coincidido con una pasajera cubana que viajó a bordo del buque “Jiguaní”
desde Montreal. Aquella viejita que llevaba varias décadas sin visitar a su
familia y deseaba cumplir “Tres deseos”, como narré en otro trabajo, estaba
derrumbada en lágrimas por el decomiso de una gran parte de la pacotilla que traía
para su familia. Sentí una pena y vergüenza terrible ante el abuso que se cometía,
la población enfrentaba los efectos del primer “Periodo Especial” aplicado en
la isla con el nombre de “Ofensiva revolucionaria”.
La situación económica a partir de esa “Ofensiva” era
grave y alcanzaba cada rincón del país, creo que pudiera haber tocado las
puertas de cada casa y muy bien pudiera considerarse el punto de partida a una corrupción
agresiva y galopante que no a podido detenerse hasta nuestros días. Los depredadores
aduaneros tuvieron que reinventarse o evolucionar para mal, tuvo que ser en
esas fechas cuando además de expulsarnos de la Casilla de Pasajero, ellos
decidieran aforar la pacotilla a bordo de las naves. Comenzaron a realizar esa operación
en los salones de los buques y no conformes o satisfechos con el objetivo
perseguido, esa acción comenzó a ejecutarse en los camarotes de manera
individual. ¡Voilá! Gozarían de mucha mas privacidad y un campo abierto a todo
tipo de delitos que se extendió hasta mi partida de Cuba. El soborno fue el más
común de todos, ellos aceptaban todo tipo de ofrecimientos, fuera en especias o
dinero.
Nace por esas fechas la aplicación del número “8”, así
le decíamos los cubanos a cualquier informe negativo que pudiera cargarse
eternamente en el expediente laboral. Vale recordarles que no fue hasta después
de mediados de los ochenta que, esos “expedientes” o condenas a penas perpetuas
desde que eras estudiante hasta la vida laboral y que nunca caducaran,
comenzaron a tener fecha de vencimiento en esta década. Pero no es ese el
numero “8” al que hago referencia y era conocido por cualquier marino. Se trata
de la cantidad límite a las importaciones impuestas por la aduana cubana, o
sea, 8 blumes, 8 pares de medias, 8 calzoncillos, 8 pares de zapatos y en este
punto, como no especificaban sexo o edad, los marinos los distinguían de mujer,
hombre, niño, etc. Para todo lo demás se aplicaba ese maldito número que en la
charada significa “muerto” si no me equivoco. Hubo sus protestas aduanales,
pero fue aceptado finalmente porque el decreto o ley no establecía especificación
alguna. Un “8” para todo fue aplicado rigurosamente y las cantidades excedentes
eran decomisadas. ¡Claro! Sin conocerse el destino final. ¿Qué pasó? Los
marinos no eran tan tontos y los aduaneros sufrían las mismas necesidades de la
población, se nadaba en la danza de los millones y cualquier mercancía tenía
salida en el mercado negro. Al marino le interesaba vivir y al aduanero también;
“El tiburón se moja, pero salpica”. Dentro de nuestras pacotillas siempre
viajaban las piezas destinadas a comprar conciencia, se comenzó por la aduana y
luego abarcó a todo tipo de prestación de servicios por donde debíamos pasar.
Transporte, aeropuertos, hoteles, restaurantes, cabarés, etc., probaron el
sabor de los sobornos en ese tráfico intenso de favores que ha movido a esa
maldita isla. El aduanero experimentó un mimetismo sin precedentes en toda su
historia gracias a los niveles crecientes de corrupción. De ser un franco
enemigo nuestro, se convirtió en cómplice de nuestros contrabandos. Nunca adquirió
la categoría de amigo, porque en Cuba no se puede confiar o creer en nadie. Lo
cierto es que se podía arribar a la isla con decenas o cientos de artículos repetidos
que, ellos salían por la puerta de cualquier aduana en enormes cajones
debidamente sellados por quienes despacharon la pacotilla. Era de suponer que
ese tránsito se realizaba con tranquilidad gracias a la complicidad que existía
entre ellos.
Otros artículos eran férreamente controlados por medio
de una libretica expedida por la aduana, se trataba de la destinada a los
efectos electrodomésticos. Ellos eran regulados de acuerdo con los criterios de
algún güevon, quien dispuso, influenciado por su nivel de envidia o desprecio
hacia nosotros, el tiempo en el cual podías importar otro equipo. Nunca se tuvo
en cuenta que para esas fechas los marinos solo los podíamos adquirir de uso y
en demasiadas oportunidades se trataba de equipos con un gran kilometraje. En
este caso el “Toque” exigido era mas caro, yo mismo cedí un refrigerador de uso
japonés para poder introducir una radiograbadora doble casetera nueva que
deseaba regalar a mi hijo, esa gestión fue realizada por medio del Sobrecargo
Lesmes. Para esas fechas los refrigeradores japoneses de difusores que no hacían
hielo eran una novedad en Cuba y su precio rondaba los $1500 pesos cuando la
moneda nacional tenía algo de valor y el cambio era de $15 pesos X $1.00 dólar.
No puede decirse que todos los aduaneros tenían “búsqueda”
por igual, todos llegaron a corromperse, pero no todos podían enchumbarse. Existía
una camarilla de depredadores elegidos entre ellos con acceso directo a este
roce con la plata o especias. Ellos eran los que aforaban las pacotillas, podían
seguirles en ese orden los que realizaban sus guardias en los muelles donde
atracaban buques recién llegados. Sin embargo, existieron muelles sin la menor
posibilidad de que atracaran barcos recién arribados y es en estos puntos donde
el trapicheo ocurría entre ellos y los estibadores a cambio de especias
solamente. Uno que otro se prestaba mediante pago a introducir los contrabandos
de tabaco que deseábamos sacar del país o también -en muchos casos- se dejaban
sobornar para sacar material robado en nuestras naves. La corrupción tuvo un
desarrollo veloz en la misma medida que aumentaron las necesitades para la población
de la que ellos formaron parte y nacieron modus operandis más refinados. Los
buques debían enviar fotocopias de los Bill of Lading (Conocimiento de Embarque)
y Cargo Plan (planos de carga) antes de arribar a la isla para agilizar los
preparativos de descarga. Esos documentos eran recibidos también por la Aduana
y eso dio lugar a la aparición de un estilo de robo “único”. Una vez se
aparecieron en el barco mientras estábamos fondeados un pequeño grupo entre los
que se encontraba un aduanero y me pidieron permiso para acceder a una bodega e
inspeccionar un cargamento determinado. No les presté mucha atención, aunque se
tratara de una primera vez, el resultado de aquella supuesta inspección arrojó
como resultado el robo cometido contra una caja con artículos de valor. Una vez
atracados, se detectó el hurto y se pretendió culpar
a los estibadores del delito cometido. Otro estilo muy particular de robar y
donde pudieron estar involucrados elementos de la Aduana, lo pude detectar en
el robo a contenedores que salían de la isla. Los mismos eran violados durante
la navegación y una vez robados, les colocaban un sello nuevo. Esta práctica me
obligó a estibar los contenedores puertas contra puertas para que no pudieran
abrirse.
Si nos remontáramos en los recuerdos o máquina del
tiempo para hallar a las Aduanas mas extremistas y temidas de Cuba, el primer
lugar se lo ganaría la de Santiago de Cuba y la seguirían en orden Nuevitas y
Mariel. Los demás puertos no eran importantes porque generalmente se trataba de
puertos para cargar azúcar, níquel, etc. Luego sufrirían una horrible
metamorfosis y se convertirían en los más corruptos o voraces. Para esas fechas
ellos habían cerrado filas con la mayoría de los capitanes y sobrecargos
corruptos de la flota. Los capitanes gozaban de cierta inmunidad y no se les
revisaba el “portafachos” en ninguna aduana. Privilegio del que no disfrutaban
los sobrecargos, pero eran estos los dueños de las llaves que guardaban
nuestros cigarros y alimentos, razón suficiente para ser considerado un rey dentro
de un país carente de todo. Cuando los contrabandos de esos individuos eran
voluminosos, los veíamos embarcar delante de nuestras narices en las lanchas
que los conducían directamente a la Aduana, convertida en “zona libre” para
ellos. ¡Claro! Nada se hacía gratis.
Una vez desaparecidas las flotas cubanas o fuentes de
las que se nutrieron todos esos inmorales, debieron haber sufrido un horrible impasse
en sus vidas. Tuvieron que haberse sentido en un estado de orfandad nunca
experimentada y se verían obligados a imponer nuevos estilos de robo.
Paralizados los puertos a partir del famoso “Periodo Especial”, todo el campo
de acción de estos delincuentes que militaban en el partido se trasladó hacia
los aeropuertos que recibían a la comunidad cubana y turistas. La internet está
repleta de videos grabados en esos aeropuertos, donde se muestran los
atropellos cometidos contra la comunidad cubana y los privilegios concedidos a
los turistas. No conformes con este campo, las manos de la Aduana se encuentran
involucradas en la recepción de las encomiendas enviadas por los cubanos desde
el exterior a los hambrientos y necesitados de medicamentos en la isla. Por
Internet abundan también las denuncias por robo que -solo unos pocos- se han
atrevido a publicar, aunque se tratan de decenas de ellas, no son todas. Hoy
estamos hablando de los nietos de aquellos corruptos hijos de putas que nos
explotaron, estos de hoy son peores y mas feroces, son mucho más hambrientos.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2022-09-10
xxxxxxxxxxx
No hay comentarios:
Publicar un comentario