miércoles, 31 de agosto de 2022

LA MERIENDA



LA MERIENDA 


 

No era fácil recalar de madrugada a un país frío y recibir aquella molesta voz; ¡Ocupando puesto de maniobra! ¡Ocupando puesto de maniobra! Ya el contramaestre se había adelantado y nos despertaba con treinta minutos de anticipación, tiempo empleado para forrarnos con papel de periódico para enfrentar lo que nos esperaba en el exterior. No había un cabrón país que nos enviara hacia el fondeadero, todos disponían de atraques. Bueno, solo habíamos visitado países del primer mundo, unos años más tarde pudimos encontrarlos en el área socialista y con la presencia del contramaestre junto a otro marino en la proa, era suficiente para lanzar el ancla, escapábamos.

 

Marchábamos inflados hacia proa y popa, crujíamos a cada paso dado, los periódicos se congelaban un poco con las bajas temperaturas. Lo peor llegaba cuando subías al castillo de proa y te ordenaban preparar un cabo para ofrecerlo al remolcador. Aquella orden nos llegaba siempre acompañada de una coletilla; ¡Que sea el mejor disponible! Los íbamos observando o sacudiendo de alguna manera la leve capa de nieve para identificarlos. -¡No lo piensen más, carajo! Aquel es el más nuevo, preparen ese. Nos gritaba el contramaestre y con él teníamos que fajarnos. Cuando intentabas llevarlo hasta el Panamá, el tipo se resistía a dejar el sitio donde se encontraba cómodamente adujado y para jodernos, decidía salir en forma de un rígido muelle. No era fácil enderezarlo y se necesitaba aplicar toda la fuerza de tres hombres -quienes para entonces- solo sumábamos el poder de uno solo, arrastrábamos todas las calamidades y miserias vividas en tierra. Gastábamos largo rato en aquella tragedia de enderezar al puto calabrote para sacarlo por el Panamá y disponer de otro tramo para arriarlo cuando lo solicitara el remolcador, debíamos disponer de otro tramo para hacerlo firme en las bitas cuando ellos lo pidieran. Aquella orden nos llegaba desde la popa del remolcador por la señal que nos hacía uno de sus marinos, quizás el contramaestre. Era una señal internacional que no aparecía en ningún manual de marinería, muy sencilla, el hombre cruzaba los brazos sobre su cabeza en forma de X y el oficial a cargo de la maniobra se apuraba en gritar; ¡Firme el cabo! ¡Firme el cabo! Alla íbamos de nuevo nosotros, los débiles hombres entregados por la sociedad a una ruda profesión y nos fajábamos nuevamente con el puto y rebelde calabrote. Por fin lográbamos darle unas tres o cuatro vueltas en las bitas y observábamos cuando nuestro oficial -algo orgulloso- se viraba en dirección hacia el remolcador e izaba las manos cruzadas sobre su cabeza en forma de cruz también.

 

No sé si me entiendan hasta ahora porque no les he explicado lo peor, aquellos calabrotes y estachas eran de henequén y nosotros -posiblemente- seríamos los últimos marinos del mundo en utilizarlas, se fabricaban en Matanzas. El problema de aquellos artefactos prehistóricos radicaba en que cuando se mojaban pesaban una tonelada y cuando se congelaban requerían de esfuerzos extraordinarios para dominarlos. Otras de sus desventajas era que se hundían, no ocurría lo mismo con los cabos elaborados de nylon, polietileno o polipropileno usados alrededor del mundo, mientras nosotros insistíamos en ignorarlos para “ahorrar divisas”. ¡Nosotros, no!

 

La culminación de nuestras desgracias ocurría unos segundos después de que nuestro oficial le hiciera la señal convenida al remolcador. Aquellos cabrones les imponían todo el poder de su máquina avante, podíamos escucharlos por la cercanía a nuestra proa y nos bañaban de paso con esa nube de carbono molesta de respirar. Cuando eso ocurría, sentíamos un fuerte estrechonazo y un sonido muy parecido al disparo de una pistola, habían partido el cabo, lejano nos llegaban sus risotadas. -¡Vamos a cobrarlo! Ordenaba nuestro oficial algo defraudado. ¡Alguien que le haga un As de Guía! ¡El jibilay, el jibilay! ¡Vamos a darles el mismo cabo! Mientras lo sacábamos de las bitas y extendíamos su chicote por cubierta para ofrecerlo nuevamente, se iban agotando las pocas energías disponibles. Realmente no estábamos diseñados para trabajar más allá de nuestras fuerzas u ocho horas gruesas, porque nunca las trabajamos netas.

 

Otra vez el jibilay y el cabo con el As de Guía, un enorme nudo lo hacía aún más pesado y eso no les agradó a los marinos del remolcador. La misma señal de los brazos cruzados, vueltas en la bita, brazos cruzados de nuestra parte, el full avante, nube de carbono irrespirable, el disparo, el cabo partido, las risas y un ¡Coño de tu madre! Que ellos no entendían y nos obligaba a repetir la puta maniobra para entregarles el mismo cabo, supuestamente el mejor. Algo estaba claro, pero muy oscuro para nuestra patriótica comprension, ellos estaban tratando de ayudarnos -y nosotros- masoquistas o idiotas, los rechazábamos. Esa pesadilla se repitió una y otra vez hasta que decidieron -los que mandan- ponernos a tono con el mundo.

 

En lo que el cabo iba o venía, podía suceder que el Mayordomo enviara a uno de sus camareros a proa y popa con una cafetera conteniendo ese humeante néctar de los dioses. Café de verdad, no la mierda de chícharo molido que adornó nuestras mesas en el comedor o llenó termos del puente y máquina años posteriores. ¡Café! El alivio ante el frío que se sufriera era pasajero, pero bueno, calmaba un poco saber de esos sentimientos solidarios que sobrevivían. Otras veces, el Capitán enviaba una botella de ron para la proa y otra para la popa, gesto aplaudido en aquellos tiempos donde se iban imponiendo sentimientos egoístas y avaros en nuestra gente. Tampoco podía diferenciarse entre el remedio o la enfermedad, es cierto que el ron nos ofrecía una sensación momentánea de calentamiento, pero con el estómago vacío los daños colaterales superaban sus beneficios, podía marearnos y ralentizar nuestros movimientos o reacciones ante las acciones que se estaban haciendo.

 

El premio llegaría después de colocar el último guardarratas y recoger los jubiláis usados en la maniobra. Sin recibir orden alguna regresábamos a la superestructura por la banda del buque pegada al muelle. No se sentía el crujir de los papeles de periódicos usados para protegernos del frio, los sentíamos mojados y pegados a nuestros cuerpos por el sudor que se produjo durante aquellos esfuerzos sobrehumanos. Nuestros pasos se dirigían directamente a la cocina del buque, allí nos esperarían sonrientes el Mayordomo, cocinero y camareros para ofrecernos una ganada y merecida merienda. La seriedad y angustia iban cediendo al placer sentido en cada masticada que bajaríamos con la ayuda de un delicioso chocolate capaz de calentarnos el alma. ¡Oye, les hablo de un bocadito con todas las de la ley! Jamón, queso, pepinillos agridulces y sobre una mesa un pote de mayonesa y otro de kétchup para servirse a gusto. No digo yo si aquel ladrillo disparado a un estómago vacío lograba cambiarnos de humor, es que no se trataba de un estómago vacío, estamos refiriéndonos a individuos que entraron en la marina con tripas nuevas sin estrenar, insaciables.

 

¿Quién pudiera acordarse de aquellos generosos bocaditos que nos daban de merienda? ¡Uf! Pero esa felicidad no duró mucho, la mala suerte -muy muda ella- comenzó a cernirse sobre nosotros y no nos percatamos de su poder destructivo. Al carajo el pan unas veces, al carajo el jamón en otras, el queso guardando luto, nunca se ponían de acuerdo, es como si se odiaran. ¡Divide y vencerás! Vencieron. Entonces quisieron convertir a la merienda en un arma ideológica del enemigo, rezagos del pasado, vicios de la burguesía. ¡Hay que eliminarla! Comentaban bajito, como si se tratara de una conspiración aquellos hijoputas hambrientos y envidiosos. ¡Coño! No era mejor gritar; ¡Merienda para todos! Hubiera sido lo perfecto, pero cuando hablamos de los cubanos todo se confunde. El cubano ha sido educado para luchar buscando objetivos inversos, él no quiere disfrutar de tu confort, satisfacción, buena vida. El cubano lucha para que tú estés tan jodido como él, o sea, pelea por la igualdad de clases donde todos se revuelquen en la mierda del proletariado. Casi, casi se jode la merienda. Las fuentes que viajaban hacia el puente o cuarto de máquinas eran cada vez mas pobres o ridículas, pantomimas o caricaturas de lo que fuera una verdadera merienda. Algunas veces resumidas en desagradables inventos concebidos con toda la voluntad del mundo por nuestros cocineros.

 

¿Qué les cuento? ¡Qué tiempos aquellos! Pues resulta que en un barco tuvimos que reunirnos los “factores” (palabrita muy usada hasta el empalago en aquella tierra), aquella acalorada reunión se dedicó exclusivamente en defensa de la merienda. De una parte y asumiendo el papel de abogados defensores se encontraban los jefes de los departamentos de cubierta y máquinas. Como fiscal y deseando condenarla, se encontraba un corrupto y ladrón sobrecargo. Atenuantes, agravantes y presunción de inocencia viajaban en el enrarecido ambiente sobrecargado de patriotismo y condena al bloqueo norteamericano. -¡Es más, la merienda no se encuentra contemplada en la dieta de los marinos! Casi gritó victorioso aquel hijo de la gran puta. -Puede que no esté comprendida en esas asignaciones, tampoco lo están las mercancías que se pierden antes de llegar al barco cuando lo están avituallando o, las que toman un rumbo diferente a nuestra alimentación estando atracados. Silencio total, gaveta repleta de cucarachas, ganó la merienda. Se mantuvo hasta mi deserción, claro, vestida de una pobreza horrible. Llegó el momento donde el enemigo se había ensañado sin piedad con nuestros marinos y como he contado en otras oportunidades, no se recibía el dinero para comprar comida a miles de millas de nuestros puertos de matrícula. Ya para esos tiempos de cólera, las bandejas subían al puente conteniendo material peligroso y un líquido negro sin olor o sabor que llamaban café. Pero todo tiene solución y aquel problema desapareció de nuestro mundo, nos quedamos sin flotas y ya no era necesario aquel gasto de contenido burgués conocido como merienda.

 

 

 

Esteban Casañas Lostal.

Montreal..Canadá.

2022-08-31

 

 

 

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