ANGEL
CERULIA IN MEMORIAM
¿Cómo pudiera devolvérselos sin desfigurarlo y que
puedan reconocerlo? No me pidan mucho, no les exijan demasiado a mis agotadas
neuronas, ellas se van prestando las muletas mientras rotan sus horas de
servicio sin cobrar nada adicional. Les comento y tratarán de complacerme con
una sola condición, no debo someterlas a sacrificios extremos.
La penúltima vez que me encontré
con él, renqueaba un poco. Me contó que lo había golpeado un
auto y mientras me narraba su desgracia renuncié a prender un cigarro cerca de él,
su aliento destilaba alcohol puro y temí perder la vida por una explosión. Sentí
mucha pena, dolor luego ausente entre nosotros, aquella vieja familia de
marinos que se iba extinguiendo.
Cerulia era un tipo simpático, no solo en sus
relaciones con cualquiera que se le acercara a pedirle un favor, ayuda algo
barata, como solicitarle que te friera un par de huevos cuando la comida no era
de tu agrado. ¡Oh! Que difícil fue para otros poder complacerte en tiempos
posteriores, no por la ausencia del huevo, digamos que por la falta de voluntad
o solidaridad humana. Él fue simpático en aquellos memorables tiempos donde el
hijoputa luchaba por imponerse y luego venció. Era simpático físicamente también,
no era feo como su socio de labores y aventuras, ya le dediqué unas páginas a
Chartrand, su pala inseparable. Era algo bajo de estatura, mulato de pasa
suave, oriental de origen, pero nada que ver con esos palestinos que visten
uniformes de policías en La Habana. Puede afirmarse que era bien parecido, observación
realizada sin pajarerías, solo un reconocimiento muy varonil. No era de
afeitarse diariamente y lo delataban sus eternos cañones. A veces, solo cuando
andaba empinado, olvidaba darse una ducha y lo notabas a la mañana siguiente.
No poseía mucha ropa para presumir, alardear, especular como hacían muchos
marinos, gran parte de su pacotilla la cargaba en su barriga. Así era feliz, ¿por
qué envidiarlo o condenarlo? No recuerdo si tenía hijos que lo condenaran -como
a muchos- cargando una insaciable listica de necesidades.
Algo distinguía a Cerulia de la media humana y lo era
su olfato, detectaba la existencia del alcohol a tres cubiertas de la suya. Era
capaz de distinguirlo entre los olores a sofritos que dominaban el espacio
caliente de la cocina, y cuando menos lo esperabas, ahí estaba el muy cabrón tocándote
la puerta con un plato de saladitos sin ser solicitado. ¡Ojo! Que tampoco era
una virtud, Ceru no distinguía entre buenos o hijoputas a la hora de luchar un
trago. Creo mas bien fuera el defecto padecido por millones de seres alcohólicos,
individuos a quienes el vicio o la enfermedad les consumía la vergüenza en esos
instantes de desesperación por sonarse un trago. Menciono esto con conocimiento
de causa, estando Wilfredo Tamayo de Primer Oficial en el buque Pepito Tey,
individuo detestado por toda la tripulación por su trato déspota y extremista,
el Ceru viajaba con frecuencia a prestarle el servicio mencionado.
Ese mismo viaje este tipo, me refiero a Tamayo,
desfiguró a Merceditas la camarera en un acto de violencia pasional, ahora le
llaman así en los noticieros, yo continúo identificándolo como en mis viejos
tiempos, una verdadera hijaputada, porque otro nombre no merece golpear a una
mujer. Pues cuando sancionan a este cabrón encontrándonos atracados en el
astillero de Barcelona, donde permanecimos reparando durante tres meses y medio
después de una explosión en máquinas, el Capitán Cordoví me asciende a Primer Oficial,
convirtiéndome de esa manera en el privilegiado de turno. Por mucho que le pedí
a Cerulia que no era necesario llegar a mi camarote con aquellas fuentes de
saladitos, poco entendió. Llegaba, la colocaba sobre la mesita de la salita, se
sentaba y se servía un trago sin necesidad de autorización. Es que en aquellos
tiempos yo les ofrecí a mis subordinados el permiso de hacerlo sin protocolos,
quienes me conocen saben que me gustaba compartir con mis soldados cuando las
condiciones del viaje lo permitían. Se sentaba, se servía y bebía con
tranquilidad mientras yo, quizás, continuaba mis labores. Así fue el Cerulia
que yo conocí.
Ya en otro trabajo mencioné que Cerulia y Chartrand
se bebían todo el Vino Seco que recibían para cocinar. Bueno, antes de, se
llamaba Vino Seco El Mundo. Después de, lo bautizaron con el nombrecito de Vino
Seco Edmundo, ya saben de ese vicio -no alcohólico- por borrar vínculos con el
pasado. No poseía muchos grados de alcohol, pero al menos te regalaba la ilusión
de estar chocando quizás con un Mojito. En mis tiempos de desgracias lo bebi también
y fue la bebida disponible para inaugurar mi apartamento en Alamar, no tenia
plata para comprar una botella de ron y aquel vino seco me regaló ese sueño. Lo
cierto de esta historia que pueden corroborar o afirmar, quienes participaron
en los viajes compartidos con estos simpáticos personajes, lo fue el hecho de
que casi siempre ambos trabajaron con los ojos inflamados, las lenguas
enredadas y uno que otro bandazo producido con mar en calma. Así, medio en
notas, resultaban más simpáticos aun y nos regalaban parte de su etílica felicidad.
Increíblemente, era cuando más rico cocinaban este par de cabrones.
La penúltima vez que me encontré con él, renqueaba un
poco. Salía yo de la Empresa de Navegacion Mambisa y me abordó en la esquina de
Obispo con San Ignacio. Me pidió, casi me imploró que le pagara un trago “para
matar el ratón”, yo sabia que el animal cargado en su cuerpo era mayor y mas
agresivo que un león. Me partió el alma verlo en aquel lastimoso estado y
estuve a punto de negarle el favor que me pedía, muy bien pensé que contribuiría
a dañarlo todavía más, pero me venció su imagen mendigando por algo que aliviaría
su pena por unas horas nada más. Lo acompañé hasta la cafetería La Luz, esa que
se encontraba frente a la entrada al Ministerio de Educación y pedí dos tragos
dobles de ron. La buya y peste del local eran infernales, el ambiente era
dominado por ese vaho parecido al de las viejas destiladoras usadas cuando la
Ley Seca. Lo vi sostener su vaso con movimientos telúricos que unos segundos
mas tarde experimentaron algo de calma, yo sabia lo que sucedía, fui alcohólico
también, pero no dependiente como él. Mientras se calmaba sentí alivio y
arrepentimiento, lo había calmado, pero esa calma era volátil y daría origen a
otra galerna insaciable. Bebía y lo escuchaba narrarme una historia sin
importancia que me heria, me dolía verlo en aquella penosa situación siendo un
hombre joven y abandonado a su suerte. ¡Sí! Después pudieron aparecer centros
donde trataran esto que ya era una enfermedad. Así nos hicieron creer cuando el
caso del famoso “Pánfilo” y su reclamo por “Jama”, pudo ser. Solo que en los
tiempos de Cerulia donde la gente simpática luchaba en una batalla desigual
contra los hijoputas, hasta que ellos vencieron, no existían esos centros de
tratamientos y ellos eran lanzados al tanque de la basura. ¡Sí! Hubo centros
para tratar al drogadicto y pedófilo de Maradona por ser hueleculo de Castro,
mientras muchos Cerulias se perdieron para siempre. ¡No jodan! Ese penúltimo día
le deje algo de dinero y lo abandoné después del segundo trago, yo sabía que lo
había ayudado, yo sabía que lo había perjudicado.
La ultima vez que lo vi, estaba sentado en el quicio
de una puerta tan destruida como él en La Habana Vieja, no recuerdo si fue en
San Ignacio u otra paralela. Esta vez no tuvo fuerzas para levantarse y estuve
conversando con él un minuto, yo andaba apurado y creo que le dejé algo de
dinero. Esta última vez me partió no solo el alma, estuve marcado durante mucho
tiempo por aquella triste imagen. Ya no era Cerulia lo que quedaba de él, era
su triste fantasma con dificultad para hablar y explicarme algo del dolor que lo
iba sepultando con los ojos abiertos, respirando. ¿Dónde cojones andaban la
solidaridad humana de nosotros, los humanos, los cubanos, los marinos? ¡Vayan
al carajo con tanta muela bizca!
La última vez que lo vi ha sido hoy y trato de
rescatarlo, como a tantos otros. ¿Qué historiador de mierda se encargará de
dedicarle unas líneas a un cocinerito borracho? Solo nosotros los marinos,
aquellos a quienes con tanto cariño nos complacían friéndonos dos huevos cuando
la comida no nos gustaba. Algo tarde me enteré de que había muerto atropellado
por un auto, hubiera preferido un naufragio como escenario o arropado por
enormes olas, aunque fueran de ron.
La última vez que lo vi ha sido hoy y trato de
rescatarlo. Lo veo junto a Chartrand cocinando en un bidón de 55 galones
relleno de leña, llevamos doce días sin probar un bocado caliente y fueron tan
buenos cocineros estos cabrones, que gracias a esa magia de ellos pudimos zamparnos
unos pollos medio podridos, y lo jodido, nos supo a gloria, pero olían algo feo.
¡Una pitada larga!
¡Una jarra de cerveza!
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2021-11-08
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