LAS MEMORIAS DE UN SARGAZO.
DESCUBRIR UN NUEVO MUNDO.
Motonave "Habana", escenario de esta historia,
Cuando el sobrecargo me
entregó la llave del camarote él se encontraba de franco, acomodé mis pocas
pertenencias sobre la litera y me puse ropa de faena. El contramaestre no era
una persona amable, no recuerdo haya respondido el saludo y tampoco le di mucha
importancia. Su ropa se encontraba en estado deplorable y apestaba a tres
metros de separación. Sostenía presionado entre los dientes un mocho de tabaco
y hablaba por un costado de su boca, su aliento me invitó a mantener distancia.
Le ordenó al pañolero que me entregara una piqueta, rasqueta, cepillo de alambre
y una lata con minio. Lo seguí por la cubierta principal hasta la bodega número
tres, como andaba delante de mí, observé un extraño tic nervioso en su hombro
izquierdo que le daba cierto aire de títere infantil. Lanzó un grueso
escupitajo color ámbar que chocó con violencia en el trancanil de la bodega,
luego subió por la escalerilla hasta las tapas seguido por mí. Allí se
encontraban varios marineros repiqueteando sobre ellas, el eco de aquellos
picotazos descargados sobre verrugas de óxido viajaba hasta las profundidades
de la bodega como campanadas de cualquier iglesia.
-Esta tapa es tuya. Fue
todo lo que dijo y se marchó en dirección a la superestructura, lo vi escupir
nuevamente y se perdió por el pasillo de acceso a la cubierta principal.
-¿Estás enrolado?
Preguntó un flaco bigotudo muy próximo a mí, era la reencarnación de Tres
Patines. -Yo me llamo Menéndez, pero todo el mundo me dice “El Sapo”.
-Sí, vengo enrolado de
agregado de timonel.
-¿Y qué camarote te
dieron?
-Voy a vivir con un
timonel que se llama Manso, pero hoy se encuentra de franco.
-¡Muchacho!, te ganaste
la lotería, no hay quien se meta a ese individuo.
-¿Por qué?
-Es insoportable,
gritón, autosuficiente y sobre todas esas cosas, no resiste a las nuevas
generaciones.
-A esta gente hay que
sacarlas de los barcos a patadas por el culo. Intervino otro de los marineros
que formaba parte del grupo. -Partía de contrabandistas de mierda, hay que
sacarlos al carajo, nosotros somos el futuro de este país, mi nombre es
Eduardo. Lo saludé, comprendí su mensaje, pertenecía a la generación que una
vez pensó y luego se privara de esa virtud que posee la mente humana. Ya había
trabajado en otros barcos dando mantenimiento y tenía una idea clara de lo que
debía hacer.
-Llégate al pañol y dile
al pañolero que te de unos espejuelos contra impactos, vas a perder un ojo. Me
recomendó El Sapo.
-Esta es tu cama, aquí
está tu gaveta. La abrió para mostrarme que se encontraba vacía, solo había dos
debajo de su litera y me pertenecía la derecha, no existía posibilidad de
equivocación. -Esta es tu taquilla. Abrió la puerta para mostrar que se
encontraba en igual condición y comprobé de paso el reducidísimo espacio
disponible para acomodar mis pertenencias. Tampoco necesitaba mucho más,
contaba con una sola muda de ropa para salir y dos uniformes, ya había
sacrificado el pantalón en peores condiciones para las labores de
mantenimiento. -Tu botiquín es el de la derecha. Abrió la puertecita y vimos
que quedaban algunos objetos de su anterior ocupante. Manso los sacó y arrojó
al cesto de la basura
-Y la ropa sucia de
trabajo, ¿dónde la guardamos?
-Ahora te enseño un
pañol donde nos cambiamos, no debes traerla para el camarote. Lo seguí por el
pasillo hasta una puertecita muy próxima al baño, la abrió y fue como activar
una bomba lacrimógena, una combinación de gases reprimidos penetró
profundamente por nuestras narices y sentí náuseas.
-¡Cojones, que peste!
-No te asombres, hay
gente que no lava la ropa de faenas durante todo el viaje.
-Eso es una cochinada.
-Regla número uno. El
sueño de los tripulantes es sagrado, si no tienes sueño sale del camarote y te
vas al salón, pero a la gente que hace guardia de madrugada hay que protegerla.
Cero ruidos, silbidos, luces encendidas, música, tirones de puertas, gritería
por los pasillos, etc. Antes del mediodía no se realizan trabajos cerca de la
superestructura, grábate todo esto para que evites problemas.
-No creo que tenga
muchas dificultades para cumplir esas reglas, ¿hay algo más?
-Regla número dos. Cero
pajas…
-¡Coño! De eso no me
habían hablado. Le interrumpí algo asombrado por la regla que acababa de
dictar, creo que eran aportes privados.
-Bueno, quiero decir
cuando estemos los dos en el camarote. Cero revistas pornográficas, si te
agarran con una vas preso y te botan de la marina.
-¿Y cómo se la han hecho
ustedes hasta ahora?
-Mucha imaginación,
muchas fantasías, pero nada de eso cuando estemos los dos juntos en el
camarote.
-Ya sé, eso se cae de la
mata.
-Regla número tres.
Tienes un puesto fijo en el comedor de tripulantes, hay que esperar por la
llegada del contramaestre para sentarse y servirse después de él. Esta regla es
inviolable y forma parte de nuestras tradiciones. Al comedor hay que entrar
limpio, nunca en ropa de faena.
-¿Y si estoy de guardia
de bodegas?
-Agarra el plato y comes
en la popa, son las reglas del juego.
-Pero debo entrar a
servirme.
-Le dices al camarero
que lo haga, es parte de su trabajo. Regla número cuatro…
-¿Aún hay más? Volví a
interrumpirlo y parece que no le gustó mucho.
-Los relevos de las
guardias deben hacerse puntuales, no hay razones para llegar tarde al puente.
Las posiciones que ocuparás en las maniobras son fijas, sea en proa o popa.
-Tienes razón, aquí no
hay que agarrar guagua para llegar al trabajo.
Manso medía unos seis
pies de estatura, pero esa altura era superada por el volumen y tono de su voz.
Cada uno de nosotros era bautizado con un apodo, yo no poseía ninguno en esos
momentos y las razones eran obvias, acababa de hacer mi entrada. Al pasar los
años nunca me enteré cómo rayos me llamaban. Manso era conocido como “La voz
más alta de Caibarién”, supuse entonces que su origen radicaba en aquel pueblo
marino de la costa norte de Cuba.
No podía quejarme, creo
más bien haberme comprendido entre los más afortunados de mi grupo y motivos
sobraban. Había sido enrolado en una motonave en tiempos donde parte de nuestra
flota estaba integrada por viejos vapores de la Segunda Guerra Mundial. Su
línea de viajes era muy disputada entre los marinos, cada dos meses y medio se
encontraba de regreso y siempre tocaba el puerto de La Habana.
El buque había sido
construido en Inglaterra el año 1959 y contaba solamente con nueve años,
relativamente joven cuando se comparaba con el resto. No todo era color de rosa
tampoco, existían ciertas incomodidades propias de la época a las que nos
adaptábamos sin otras opciones. Los camarotes del personal subalterno eran
compartidos y los baños de uso colectivo. El agua de consumo era racionada
durante las navegaciones y el aire acondicionado no funcionaba.
Como medios de
entretenimiento poseíamos un juego de dominó, un radio de onda corta y un
proyector ruso de 35 mm para proyectar una película semanal. Recuerdo que
aquellas películas con imágenes de contenido erótico, siempre se quemaban en la
misma parte ante las peticiones de los tripulantes para que la detuvieran.
Fuera de esto, dependíamos de las tertulias que se producían en la popa y las
historietas narradas por los propios protagonistas, el tiempo restante se
empleaba en leer.
Aquella tripulación con
la que atravesé por primera vez el Atlántico se dividía en dos grupos muy bien
definidos. Por un lado, aquellos que se aferraban a la vieja escuela y
tradiciones de la profesión. Algunos de ellos con rasgos pequeño burgueses que
comenzaban a pintar anacrónicos, pero excelentes como marinos y navegantes. El
otro grupo se encontraba formado por los “Marinos Embajadores”, así se refirió
Castro a nosotros en un discurso, luego, esas “sagradas” palabras fueron
utilizadas en esa especie de bautizo fatal. Los primeros, dedicados por entero
a su trabajo y amor por la nave que tripularan en su momento. Los segundos,
envenenados con las corrientes ideológicas de la época y dedicados a destruir
todo lo que perteneciera al pasado, incluyendo a esos hombres que supieron
introducirnos en el mundo marino con sus ricas experiencias. Creo haber
participado en una de las épocas de oro de la marina cubana donde sobrevivían
aquellas costumbres que luego desaparecerían para siempre junto a sus hombres.
-¡Aboza! Me gritó un día
en la proa durante una maniobra de atraque y no supe cómo hacerlo. Le dio unas
vueltas de más al cabo sobre el tambor del molinete y vino hasta mí. –¡Observa
bien, no te lo voy a repetir! Seguí cada movimiento de sus manos sobre aquella
gruesa estacha de henequén. -¡Sujeta aquí! Regresó nuevamente al molinete.
-¡Reconoce! Gritó el
contramaestre por un lado de su boca y luego mordió más fuerte el mocho de
tabaco. Manso fue lascando poco a poco el cabo hasta que todo su peso y presión
cayó sobre la boza. -¡Firme! Volvió a gritar el contramaestre seguido de un
grueso escupitajo que chocó con uno de los manguerotes de ventilación del
pañol.
-Este tipo tiene
escupidas por todas partes del barco. Dije bien bajito al Sapo y Eduardo
mientras le daban vueltas en ocho al grueso cabo en una de las bitas.
-Después que tenga tres
vueltas puedes aflojar la boza. Me dijo Manso, no le hagas mucho caso a los
escupitajos del Bicho. Así le decían al contramaestre. –Hay que adujar todo ese reguero de cabos
y tratar de mantenerlo alejado de la persona que se encuentre cobrándolo en el
tambor del molinete. Cualquier estrechonazo que dé el cabo puede accidentar al
hombre que esté trabajando con él. Cada una de sus palabras era el fruto de
toda la experiencia acumulada en su vida de lobo de mar y llenaban ese vacío
que siempre dejan las escuelas. Fue un gran maestro que no solo trasmitía esos
conocimientos, pertenecía a un grupo de hombres que sufría cada avería,
indolencia, indiferencia, arañazos por impactos contra el casco en las
maniobras de atraque.
Durante la navegación empleaba
su tiempo de descanso en leer, consumía todo tipo de literatura. Era muy normal
encontrar mezcladas sobre la mesita del camarote obras de la literatura
universal con novelitas rosas, cowboys, policíacas, revistas de cualquier
género, etc., Manso era una polilla insaciable. Asombrosamente, este hombre era
de muy bajo nivel educacional, es muy probable que no haya vencido un sexto
grado, sin embargo, la riqueza de su cultura era incomparablemente superior a
la del hombre nuevo que conocí en el futuro. Te daba una disertación literaria
sobre cualquier obra o autor de una manera sorprendente.
Si existían cosas que me
molestara durante ese tiempo que compartimos camarote, se destacaba la cantidad
de basuras que compraba en el exterior y apenas dejaba espacio por donde
movernos. Un viaje iba con el camarote repleto de gomas de uso para su viejo
carro, otras veces un refrigerador del año del descubrimiento de América y por
último, sacos de arroz, frijoles, cajas de puré de tomate, condimentos, etc.
El sombrío panorama
económico que afectaba a la isla provocó un cambio dramático en la conducta de
esos hombres que, años atrás, sus vidas fueran dedicadas al libertinaje de
cualquier marino. Las putas y el alcohol pasaron a ocupar un segundo plano,
mientras se mantenía en vigencia el contrabando, muy perseguido y delatado en
aquellos tiempos. En la medida que pasaban los viajes y transcurría el tiempo,
aumentaba también la presencia de militantes del partido abordo y eso
significaba el desenrolo o la expulsión de aquellos hombres. Sin muchas
explicaciones encontré al Bicho de pañolero en los muelles Aracelio Iglesias,
lo habían separado de la flota por “no confiable”, muchos otros siguieron su
camino, Manso logró sobrevivir.
Salimos rumbo a Nicaro
con la finalidad de cargar níquel y después regresaríamos a La Habana para
rellenar las bodegas con tercios de tabaco, jugos enlatados, ron, tabacos
torcidos y otros productos vetados al consumo del pueblo cubano. El tiempo iba
pasando lentamente y mi desesperación por salir en esa aventura pendiente
aumentaba. Ese afortunado día llegó y partimos hacia lo desconocido por más de
la mitad de la tripulación. Mi plaza había sido un invento, nunca existió, como
tampoco el salario a devengar por ocho horas de trabajo bien empleadas. Me
subieron el salario a $75.00 pesos cubanos como Agregado de Timonel y cobraría
en el extranjero unos $2.50 dólares semanales descontables del mencionado
salario. Si sumamos el pago de los radiomensajes, cigarros y la divisa recibida
en el exterior, no quedaba mucho dinero disponible para otros gastos propios de
cualquier joven. No me resultaba interesante esa operación de resta en un país
que se encontraba sometido a una rigurosa ley seca y con escasos espacios
disponibles para la juventud como distracción.
Izq,
a der. Abreu, Levi Tur, Correa, Cabrera, Ricardo Puig y El Bicho. 1968 a bordo del buque "Habana".
La nave iba comandada
por uno de los mejores capitanes con los que tuve el privilegio de navegar,
decían que Julio Justiz Calderón había sido Comodoro de la Marina de Guerra, no
puedo afirmarlo o desmentirlo. Solo sé que era una de las personas más educadas
que conocí a bordo de nave alguna. Tan educado era, que resultaba muy peligroso
serlo dentro un mundo irracionalmente machista como el cubano y el marino por
exceso. El resto del equipo de cubierta estuvo integrado por el Primer Oficial
José Meléndez (Alias El Gallego Meléndez), como Segundo Oficial José Levi Tur y
como Tercer Oficial Ricardo Puig Alcalde.
El Contramaestre era Francisco (Alias Pancho, El Bicho), Pañolero Miguel
Ramos Bringuez (Alias Pachiro), Timoneles Manso, Bernardo (Alias El Sapo), un
timonel del que no recuerdo su nombre o figura y yo, aunque iba enrolado como agregado
de timonel como expliqué anteriormente. Los Marineros de Cubierta eran Eduardo
Lobaina y Menéndez (Alias El Sapo) apodo repetido porque ambos venían de las
filas del MININT y formaban una yunta perfecta. Como Mayordomo viajaba Vicent,
calificado desde entonces como uno de los mejores en la flota, nominación
disputada por el Negro Baró, ambos eran estrellas en sus trabajos. No recuerdo
con exactitud si Nocedo hijo iba como Segundo Cocinero y el guajirito Eudis como ayudante de cocina. Como Camareros
viajaban el feo Chirinos y el santiaguero Cardona. Como Camarotero iba un mayor
algo canoso que no limpiaba nada y viajaba con un librito de los Fundamentos
del Socialismo en Cuba debajo del sobaco. Un viejo militante, vago y chivatón,
quien el viaje siguiente fuera relevado por el negro Emilio Garro. Por el
Departamento de Máquinas recuerdo solo a unos pocos, Su Jefe era Terrero, creo
que Cancio iba de Segundo Maquinista, Abreu de Tercer Maquinista. Hubo un viejo
maquinista que tuvo fama de cleptómano, pudo ocupar la plaza de Cuarto
Maquinista. El Ayudante de Máquinas era Mario ( muy amigo de Vicent),
sustituido el siguiente viaje por Bolaños. Como engrasadores Zuaznabar, Víctor
García, El Moro. De Primer Electricista viajaba el viejo Murillo y El Sordo era
el Segundo Electricista. El Telegrafista era el viejo Rigo, perteneciente a la
vieja guardia. Viajaba con varios Agregados, Roberto Antúnez, Eduardo Ruiz del
Viso y un mulatico llamado Mayito que después perteneció a Obras Marítimas. Viajaba
como Sobrecargo el viejo Correa y llevaba de agregado al mulato Cabrera, quien
varios años más tarde llegara a oficial de cubierta. De todos los mencionados
solo existía una nota discordante en una sinfonía casi perfecta, me refiero al
Gallego Meléndez. Sé que estas líneas no serán del agrado de algunos que
pertenecieron a su promoción, fueron sus vecinos en poblado de Regla o
pertenecieron a su plante de Abakuá. Lo lamento, señores, El Gallego era redomado
extremista que gozaba maltratando y humillando a sus subordinados desde estas
fechas, año 1969.
Puedo considerarme muy
afortunado al contarme entre los testigos que vivieron el final de una época
dorada en la marina mercante cubana. Época que se evaporó en muy corto tiempo y
fuera sustituida por la acción destructiva de todo un pueblo que, siguió
ciegamente a un líder enfermo y empeñado en borrar la historia legada por
nuestros antepasados. Nadie es inocente, quien no destruyó con sus acciones, lo
hizo con su silencio y cobardía. Los resultados finales de esa obra es lo que
dejamos como herencia a un pueblo arruinado económica y moralmente. Todavía hay
quienes levantan su mano para aprobar esta desgracia o los aplauden como
premio.
Gozaban los marinos de
un estatus privilegiado cuando se comparaba con la población, pero las
diferencias entre ambos eran abismales. Ese pueblo no estaba sometido a los
sacrificios que se sufren en una aventura marítima, donde se tiene fecha para
zarpar y no existen garantías de su regreso. Se contaba con un presupuesto que
satisfacía las necesidades de cada departamento y el consumo de sus
tripulantes, todo un lujo en épocas futuras bien cercanas hasta que dejaron de
existir. Imagino que muchos capitanes de esa etapa hicieran un consumo
razonable de esos recursos, la corrupción y depauperación moral que se vivió
posteriormente no los había afectado todavía.
Calderón era un ser
exquisito a la hora de exigir buenas condiciones para su tripulación, tanto lo
fue, que el mayordomo debía presentarle semanalmente un menú donde no se
repitiera plato alguno. A bordo de los buques se comía como Dios mandaba y poco
importaba si la nave se encontraba en puerto cubano, la alimentación era
sagrada. Tres campanadas que satisfacían plenamente a los tripulantes y donde
nunca se abusó de alimentos enlatados. Una merienda disponible para las
guardias y para el personal cuando finalizaban maniobras de atraque, salidas o
pasos por canales. Los cigarros y tabacos eran vendidos sin límites de
cantidad. Se pagaban las horas extras, horas extras pesadas (cuando se
realizaban trabajos de limpieza de bodegas) y se le pagaba también una dieta a
los marinos cuando no consumían los alimentos que, les pertenecían por derecho
cuando se encontraban de francos en sus casas.
La flotilla de aviones
con las que contaba Cubana de Aviación era muy pobre y compuesta por viejos
aparatos. Tampoco volaban muchas compañías extranjeras a una isla que, además
de estar “bloqueada” por el imperialismo, su máximo líder había suspendido todo
tipo de viajes turísticos. Razones por las que en esos tiempos se usaran con
mucha frecuencia nuestros buques en la transportación de pasajeros. Ese viaje
iba con nosotros una viejita gallega que había visitado a sus parientes, muy
cariñosa y sociable. Siempre se sentaba en la puerta de salida a la cubierta de
botes por la banda de babor, alguien le colocaba una silla donde pasaba
infinitas horas de contemplación, iba ocupando el camarote del Armador.
Diariamente me encontraba con ella y le dedicaba unos minutos antes de
continuar la marcha hacia el puente. Siempre me hacía la misma pregunta y llegó
a molestarme; Si el barco se hundiera, ¿cómo podríamos salvarnos? En las
primeras ocasiones le respondía con mucha paciencia y le hablaba de los botes
salvavidas, balsas inflables y los chalecos. Pocos días más tarde trataba de evadir
la respuesta desviando su atención hacia temas banales.
En medio del océano Atlántico se desata una
galerna con una altura de las olas superior a los 12 metros. Aquella nave tenía
una eslora de 101 metros, fue convertida por el mar en un simple barquito de
papel. La vida resultó insoportable durante varios días, no se podía dormir y
cuando tocaban la campana en horarios de comidas, todo se reducía a un simple
sándwich y un vaso de jugo o leche condensada. Gracias a Dios, nuestros barcos
eran suministrados todavía con algunos productos que, luego serían considerados
exóticos y desaparecieron de nuestro menú. Podrán imaginar el inmenso miedo
sentido durante todos aquellos terribles días y el espanto experimentado cuando
el buque escalaba la cresta de una ola y luego su proa desaparecía bajo el mar.
Siempre pensé que aquella no era la vida elegida por mí y me prometí firmemente
abandonar lo que resultó convertirse en una pesadilla.
Luego de dos o tres días
de constantes cabezadas y con un empeoramiento notable del estado del tiempo.
Calderón decide maniobrar para darle la popa a la galerna y disminuir de esa
manera los sacrificios innecesarios a los que estaba sometiendo al barco, tripulación,
carga y pasajeros a bordo. Yo no me encontraba de guardia en ese momento y solo
me limité a cumplir las órdenes impartidas a todos los que estábamos a bordo
por medio del intercomunicador interior del buque. Teníamos que presentarnos en
la popa con los chalecos salvavidas puestos y aferrarnos a cualquier estructura
del buque. Allí coincidimos todos, incluyendo la viejita gallega que viajaba de
pasajera y a la que tratamos de proteger. Durante uno de los descensos de la
nave por una de aquellas monstruosas olas, pudimos notar el cambio de rumbo a
estribor y luego sufrir una de las peores escoras vividas en ese viaje. En la
popa, el agua logró superar la altura de su cubierta, si observan la fotografía
que pongo de esa nave, comprobarán que la popa se encontraba a una altura
superior a la de la cubierta principal. Nunca me había encontrado tan cercano a
la muerte como en aquel temerario giro, yo era un jovencito con apenas 18 años.
Como no tenía los conocimientos técnicos adquiridos en años posteriores, no me
encontraba capacitado para hacer una evaluación de aquel momento que me
marcaron de por vida, había nacido otra vez. Hoy, encuentro muy positiva la
decisión de Calderón en avisar a toda la tripulación y ordenarles que vistieran
su chaleco salvavidas.
-¡Mijito! ¿Tú crees que
podamos salvarnos de ésta? Me pregunta la ancianita gallega. Siempre la misma
pregunta mientras me dirigía a mis guardias, hasta un día.
-Mi vieja, no se
preocupe, tenemos los botes salvavidas y las balsas inflables, los chalecos,
¿ya se los ha probado? Ella me respondía que sí, luego continuaba con mi penosa
marcha hacia el puente. Pero me sobrecargó de preocupaciones un día con la
misma pregunta, creo que se la hacía a todo el que se dirigiera al puente.
-¡Mire, vieja! Trate de
encomendarse a Dios, ya usted ha vivido bastante. El motor del bote de estribor
no funciona, el de babor es de remos y de poco servirá en esta tragedia. Las
balsas inflables están descontinuadas, y no le digo nada de esos chalecos de
fibra. ¡Nada, mi vieja! Hay que rezar mucho, ¿usted cree en Dios? La pobre
viejita no tuvo energías o voluntad para contestarme, vi como se dirigió con
dificultad hasta su camarote, por suerte estaba a solo unos metros de la
escala. Nunca más me salió al paso.
Miente el marino que
manifieste no haber sentido miedo alguna vez, somos seres humanos normales y
con sentimientos como los demás. Esos momentos que limitan con el pánico no te
abandonan nunca y asisten con mayor rapidez durante las noches. De día tienes
la posibilidad de ver la dirección por la que te atacan las olas y calcular
visualmente la escora del buque, algo casi imposible de noche. Olas como
aquellas no había visto en película alguna, ver desaparecer la proa en cada
cabezada me aferraba más al timón y rezaba interiormente. Sentí un miedo
indescriptible y cumpliría la promesa de renunciar a esta vida elegida
accidentalmente en una cola. Poco me importaba lanzar por la borda el año
gastado en la agricultura, solo abrigaba una idea ante la imposibilidad de
regresar, debía aguantar como un hombrecito y evitar a toda costa vender la
imagen de un cobarde.
Cada vez que acudía a la
guardia debía pasar por el camarote del Segundo Oficial, llevaba varios días
sin hacer guardias y estaba a punto de deshidratarse por los constantes
vómitos. Junto a su cama se observaba un cubo que, bien pudo virarse varias
veces por los bandazos y cabezadas. El olor a vómitos, sumados a las de una
persona sin bañarse durante varios días, despedía por aquella puerta una peste
infernal que inundaba todo el pasillo. Ese fue el último viaje de Levi Tur, no
pudo continuar la profesión a la que destinara cuatro años de estudios en la
Academia Naval del Mariel. Grande tuvo que ser el grado de frustración
experimentada, algo había de cierto, una persona que sufría con esa gravedad
los efectos del movimiento del buque no servía para tripularlo y podía costarle
la vida.
En aquellos tiempos las plantillas de nuestras
naves no contaban con la existencia de un enfermero naval, era precisamente el
Segundo Oficial la persona encargada de prestar los primeros auxilios,
situación que llevada a la realidad se traduciría en repartir aspirinas. En los
estudios de la carrera se incluía la asignatura Higiene Naval, pero creo que se
aprobaba con el objetivo de no suspender la carrera solamente. Ningún navegante
tenía alma o vocación de enfermero, ni estaba preparado para aplicar una inyección
intravenosa o simplemente dar puntos a una herida que lo requiriera. Fueron
tiempos muy duros donde los marinos debían encomendarse a Dios.
Aquella galerna extendió
la travesía donde se consumían normalmente unos 17 días hasta los 22 o 23, no
puedo recordar exactamente, fue un terrible castigo al que nos sometiera
Neptuno para medir nuestro valor y capacidad de resistencia. El mar vino a
calmarse por el Golfo de Vizcaya, ya escuchábamos música por la radio del
saloncito de tripulantes, único medio de entretenimiento disponible, señal de
que nos encontrábamos cerca de tierra. También era muy frecuente el
avistamiento de otras naves y la navegación comenzó a ser más entretenida,
nuestra primera escala la realizaríamos en Inglaterra.
La recalada al río Támesis
no se vio adornada por aquella temida niebla consumida en casi todas sus
películas de terror. Era una mañana soleada y me encontraba al timón. Manso
subió al puente inesperadamente para relevarme, desconozco si se lo solicitaron
y le entregué la guardia cuando ya estábamos próximos a entrar en una esclusa
en la rivera norte del rio. Una vez atracados nos pagaron y yo recibí dos o
tres libras de esterlina solamente, mis amigos me recomendaron guardar ese
dinero hasta que llegáramos a Holanda si deseaba comprar algo. ¡Claro que
deseaba comprar algo! No solo eso, lo necesitaba con urgencia, viajaba con una
sola mudita de ropa en estado precario. Además, ¿qué podía adquirir por esa
cantidad de plata en un país caro? Nos limitábamos a caminar por las cercanías
del muelle y todo era decepcionante, no existía atracción alguna y era lógico,
los puertos mercantiles no son lugares turísticos.
Por fortuna, el Capitán
Calderón coordinó con la embajada un viaje turístico para la tripulación a la
ciudad de Londres. ¡Wow! Esta expresión no se usaba en aquellos tiempos y la
aplico con carácter retroactivo. Londres resultó impresionante y recorrerlo
durante todo un día, me obligó a cambiar de opinión ante lo que devoraban mis
ojos. El palacio de Buckingham, Piccadilly Street, el Puente de la Torre,
Trafalgar Square con su columna al Almirante Nelson, el Palacio de Westminster
con su Big Ben, Museo de Cera, La Estación Central de Trenes, los edificios de
la Scotland Yard. ¡Wow! Todo lo devoraba mientras escuchaba mentalmente
aquellas inolvidables melodías de The Beatles. ¡Coño! Yo estaba en su tierra y
no podía creerlo. ¡Cuántas cosas tengo para contarles a mis amigos del barrio
Juanelo! Yo volaba, soñaba, acababa de descubrir un viejo mundo muy nuevo para
mí. ¡Si! Muy pronto recordé aquel refrán que dice; “Todo tiene un precio en la
vida”. Yo había pagado el mío con aquella horrible galerna para conocer a un
“capitalismo agonizante” y me encuentro que los que estábamos a punto de morir
éramos nosotros. ¡Al carajo! No renuncio y que vengan galernas. Después de
aquel contacto con el primer mundo en el viejo continente, conocer se convirtió
en una obsesión para mí, una adicción peor que la impuesta por cualquier droga.
De Inglaterra partimos
para Amberes en Bélgica, Hamburgo en la Alemania Federal, Rotterdam en Holanda
y terminamos ese tour en La Coruña, España. No podía pedir más para una primera
experiencia, había sido contagiado por un virus que no me abandonó nunca en la
vida, ni ahora que soy viejo y libre para viajar. Solo que acá se necesita
plata para hacerlo y la manera más económica para cualquier pobre es siendo
marino. ¡Ojo! Que no me refiero a los marinos en términos generales, fuimos muy
pocos los que disfrutamos esos viajes, la mayoría se dedicó exclusivamente a la
pacotilla, esos no viajaron, fueron solamente a tiendas y placitas.
Regresé a la isla
vestido y calzado, no solo eso, lo hice apestando a Tulipán Negro comprado a
granel en España. ¿Cómo les explicaría la manera en que lo logré honradamente?
No fue tan difícil hacerlo, como sería comprenderlo por las nuevas
generaciones. No olviden que solo ganaba $2.50 dólares semanales, y que en un
viaje de dos meses y medio solo recibiría unos $25 dólares. ¡Está duro de roer!
El cambio de la peseta española en esos tiempos andaba por las 60 pesetas por
un dólar, sin embargo y sin conocer las razones, se nos pagaba entre 70 y 75 si
la memoria no me traiciona.
Regresé vestido y
calzado, transformado en una persona ante los ojos de los demás. Ojos estúpidos
que solo valoran el envase y olvidan la calidad del contenido, hablemos de un 90
% de la población de aquellos tiempos. De pronto, me transforme gracias a
cuatro trapos baratos en un objetivo por conseguir, el novio o marido perfecto.
La felicidad dura poco
en casa del pobre, eso dicen por ahí. Fui desenrolado antes de que el buque
partiera nuevamente y me sume a esa población de marinos flotantes que
abundaban en La Habana esperando barco. Mientras tanto, esa espera era
consumida haciendo integraciones en las naves surtas en la bahía. Aquella
espera debió tener una duración de dos meses y medio.
Estando atracados en el
extranjero, Roberto Antúnez y yo debíamos presentarnos cada tarde ante el Capitán
Calderón con escobas y trapos. Luego de una educacional arenga dirigida a dos
muchachones, nos ponía a limpiar diferentes áreas del puente. Antes de hacerlo
tenia la costumbre de hacernos alguna pregunta relacionada con la profesión y
una de aquellas fue sumamente interesante.
-¿Qué es un Capitán?
Ambos respondimos de acuerdo con nuestras interpretaciones y cuando terminamos,
Calderón nos dio una de las definiciones más simple y hermosa de lo que
significaba esa palabra. Siempre la usé como divisa a lo largo de mi vida como marino.
“ EL CAPITÁN ES LA SUMA
DE LA TRIPULACIÓN ”
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2020-05-31
xxxxxxxxxx
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