CARMEN ROSA.
ATENCIÓN A TRIPULANTES DE SANTIAGO DE CUBA.
¡No hay mal que por bien
no venga! Reza un viejo refrán de origen anónimo, como la mayoría de ellos,
siempre guardando parte de la sabiduría, experiencias, usos y costumbres de
cada pueblo en la generación que nacieron. ¡Cuánta razón nos han trasmitido!
Ayer tuve un encontronazo
con un miserable parásito que trabajó en el Departamento de Atención a
Tripulantes en la Empresa de Navegacion Mambisa y luego de una extensa y bien
merecida respuesta, me trajo a la memoria a una hermosa negra que realizaba la
misma labor en el puerto de Santiago de Cuba.
Hermosa era y no me
refiero a sus atributos físico, creo que carecía de ellos. Hablo de una vieja
negra cuya belleza trascendía más allá de su envoltura. Para más desgracia
suya, Carmen Rosa había sufrido una radical de mamas que no logró doblegarla, nunca
cambió en sus relaciones con cuanto marino arribábamos a ese puerto.
¿Qué marino de mis
tiempos no la recuerda con cariño? Siempre nos visitaba y gastaba parte de su
tiempo con nosotros, lo hacia como una madre mas o nuestra abuela. No pedía nada
a cambio, nunca insinuó necesitar nada, ella era por naturaleza insobornable y
todo lo que ofrecía lo hacia con su corazón, órgano que con el tiempo fue
mutilado de nuestros cuerpos.
Nos reíamos ante sus
ocurrencias, porque si algo brillaba en su personalidad, era aquel carácter campechano,
ocurrente y sincero. Carmen Rosa no solo atendía a los marinos que estábamos en
transito por Santiago de Cuba y eso lo sabe la gente de mis tiempos. NO
abandonaba a nadie a su suerte y ayudaba a nuestra gente con problemas
familiares, viviendas, laborales, etc. Razones sobraban para querer a esa dulce
mujer que siempre se identificó con nuestras penas.
Ella resolvía todo lo
que estuviera a su alcance y movilizaba a cualquiera en sus propósitos, era muy
respetada por el círculo de personas que colaboraban en cada una de sus metas o
tareas. Si le pedíamos una guagua para ir a la playa, la enviaba con cantantes
incluidos, ya mencioné una de esas aventuras en mi escrito “Fantasmas del Hotel
Casa Granda”.
Una vez arribé con el
buque angolano “N'Gola” a esa ciudad y le comenté nuestras sospechas sobre el
estado de salud de la tripulación, además del temor a que fueran a contagiar a
nuestra población. No se hizo esperar y menos de rogar. A la mañana siguiente
estacionó una guagüita Girón junto a la escala del buque y se llevó a todos los
marinos angolanos para el hospital. Allá detectaron que varios de ellos estaban
infectados de paludismo y se les prohibió bajar a tierra. El daño ya estaba
hecho, nosotros habíamos tenido una escala en La Habana y ellos estuvieron
expuestos a las picaduras de mosquitos, su vector de contaminación.
Carmen Rosa estuvo
vinculada a la construcción del bello motelito de la marina mercante construida
al borde de la bahía santiaguera, obra desarrollada con mano de obra
constituida por marinos. Un complejo de cabañitas con bar restaurante incluido que,
cuando no existía demandas por parte de nuestra gente, se alquilaba a la población
de Santiago. Se les aclaraba muy bien de que, si llegaba algún marino, debían
abandonar inmediatamente la cabaña. Cuando hacías una reservación tenias
derecho a una caja de cerveza, yo llegué a disfrutarlo. Se trataba de un paraíso
puesto a nuestro alcance en una ciudad donde solo existían dos posadas y
resultaba casi imposible lograr una habitación en cualquiera de sus hoteles.
No era ella sola quien
trabajaba en ese departamento en Santiago de Cuba, todos saben que allí laboraba
también Gladys Venegas, pero nada que ver o comparar con nuestra negra de oro.
Ella vivía, como muchos, explotando su condición de vieja guerrillera si mal no
recuerdo. Tampoco era de mantener esas relaciones tan familiares con nosotros.
Cada uno de los que
pasaron por Santiago de Cuba en la época que les narro, debe tener alguna anécdota
sobre esta maravillosa mujer quien, quizás hoy permanezca sepultada por el
olvido inmerecidamente. Le decía yo en mi respuesta a este miserable de
apellido Vallín, que todos los que trabajaron en ese departamento en Navegacion
Mambisa eran unos parásitos mantenidos por nosotros los marinos. Razones no me
faltaron para expresarme de esa manera, todo su contenido de trabajo se consistía
en viajes al interior del país a bordo de los autos Volga que poseía la marina,
cobros de hospedajes, dietas, etc., solo para dedicarse a sus infinitas
pachangas, borracheras y templetas. Era un verdadero eufemismo llamar Atención a
Tripulantes a ese departamento.
...-¡Muchachitas, no se
fajen, hay maridos para todas! Gritaba la pobre negra en medio del pasillo de
aquella estrecha guagua tratando de separar a dos santiagueras. Recuerdo
aquella escena y me río, ella era única, ella era Carmen Rosa...
Sirvan estas líneas como
un merecido homenaje a una de las negras mas bellas de Cuba, esa humilde mujer
que nos atendió con mucho cariño cuando arribábamos a Santiago de Cuba.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2020-03-26
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