TREINTA DÓLARES DE FELICIDAD
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-Y eso, ¿qué fue? Preguntó mi yerno algo alarmado
mientras desayunábamos, el agotamiento se reflejaba en su rostro y en el mío
tal vez, solo lo ocultaba mi incontenible deseo de salir a cubierta.
-Es muy probable que hayan arrancado un generador. Le
respondí mientras observaba las vibraciones del vaso de jugo de naranja.
-¿Es normal?
-¡Claro! Si todo funciona como está establecido en el
programa, la maniobra de salida debe producirse a las ocho de la mañana y
necesitan más electricidad. El consumo aumentará cuando comiencen a utilizar el
molinete de proa, el cabrestante de popa y algún winche independiente que tenga
el buque para los springs de proa y popa. Él continuó desayunando un poco más
calmado, tal vez confiando en mi experiencia como marino. Mi nieto se levantó
de la mesa hacia los estantes donde se exhibían los productos que se podían
consumir a voluntad en el bufete de aquel desayuno comprendido en el precio del
pasaje.
Todos estábamos agotados menos él, su viaje desde Bal
Harbour hasta Fort Lauderdale en el auto lo había realizado durmiendo. Tuvimos
que madrugar para arribar a las seis de la mañana como indicaban las
orientaciones de la compañía Luego, la cola para realizar los trámites ante las
autoridades de inmigración resultó infinita y me recordó a un país
relativamente cercano. Estuve a punto de renunciar, pero me contuvo la alegría
que sentía mi hija por el regalo que estaba a punto de realizar. El buque se
estremeció y todos fijaron la mirada en mí.
-Es la máquina principal, es probable que estemos
desatracando. En el muelle se encuentran los autos de los caberos. Les dije
mientras cortaba un pedazo de aquella tortilla de queso elegida entre las
ofertas.
-¿Quiénes son los caberos? Preguntó mi nieto con toda
la inocencia de su edad y el fantasma de nuevas palabras que debería agregar a
su español.
-Son los hombres que sueltan los cabos que mantenían
al buque atado al muelle. ¡Eso es! Ya nos estamos separando. ¡Mira por la
portilla!
-¿Por dónde?
-Por la ventana, fíjate que la grúa se está moviendo,
realmente somos nosotros. No te demores, quiero que disfrutes este espectáculo.
No creo lo haya motivado esa disimulada desesperación mía por salir. Su apetito
se oponía a mi interés por mostrarle parte de ese mundo que una vez me
perteneció, muy distinto al suyo.
Yo creo que fui el primero en salir a cubierta, tenía
dos urgencias, fumarme un cigarrillo y disfrutar la salida del puerto. La costa
se encontraba a unas dos millas por la popa, la estela del barco terminaba en
modernas edificaciones que brindaban la imagen majestuosa de una ciudad con
raíces poco profundas en esa corriente del golfo tan estudiada y medida por los
navegantes. Respiré profundamente y hasta mis pulmones viajaron confundidos aquellas
partículas de nicotina que me condenan a muerte y ese salitre ausente durante
diecisiete años que siempre me nutrió de vida y dio escamas a mi cuerpo. Mi
gente continuaba ausente y no le presté atención. No deseaba que interrumpieran
ese encuentro con aquella novia de tantos años. Mi vista se perdía entre el
vaivén de las olas de aquel romance infinito y el choque de su brisa fueron
caricias rescatadas del olvido.
Luego me dijeron que habían alquilado un pequeño
camarote con la intención de bañarse al regreso y tal vez dormir algo para
amortiguar los efectos de la madrugada en desvelo, nada de eso me importaba.
Volaban gaviotas paralelas al rumbo del buque y viajé
con ellas hasta Hawaii, volé incansablemente y salté en picada sobre peces
voladores que devoraba en pleno vuelo. Traté de calcular la velocidad del buque
a ojo de buen cubero, como si de ello dependiera mi vida. Miraba el humo que
despedía la chimenea, deseaba conocer los efectos sobre el rumbo producido por
el viento, tomé varias posiciones imaginarias para construir un triángulo de
abatimiento. Le ordené al timonel calzar el rumbo dos grados a babor para
compensar la caída, aspiré con cierta violencia la última bocanada de aquel
cigarrillo y me consolé un poco, yo no era el que estaba de guardia.
Busqué en el horizonte y encontré a varios buques
navegando de vuelta encontrada, les maniobré de acuerdo con las reglas
internacionales, babor con babor. Uno de ellos pasó por estribor, pero iba
franco. Por la aleta de estribor viajaba otro con un rumbo paralelo al nuestro,
no me preocupaba, nuestra velocidad era superior.
-¿Qué, embarcado en los recuerdos? Fue mi hija, tal
vez haya perdonado, quizás olvidó que ese mar tan hermoso fuera la causa de mis
ausencias. No es rencorosa, razones le sobran para odiarlo, pudo haber elegido
otro lugar para vivir en Miami y lo tiene allí, frente a su balcón, recibiendo
su aroma y el susurro que le traen las olas.
-¿Y tu marido?
-Se tiró un rato en el camarote, es un poco flojo
para estos trotes. ¿Te gustó la idea del viaje?
-¡Ves aquel barco! Es muy probable que venga de
Europa, este es el camino que tomábamos nosotros. Recalábamos al sur de Gran
Abaco y luego reconocíamos la costa de la Florida muy cerca de Fort Lauderdale.
Nos pegábamos a dos millas de tierra buscando la contracorriente, así
bordeábamos el resto de la península hasta poner un rumbo en demanda del puerto
de La Habana. ¡Claro! Los buenos navegantes calculaban el triángulo de deriva
que consideraba los valores de esta fuerte corriente del golfo.
-¿Te gustó la idea? No le respondí en ese momento, yo
sabía que ella era feliz disfrutándome en ese éxtasis amoroso. Tenía fuertes
razones para despreciar cualquier contacto con él, sin embargo, sacrificaba con
humildad aquellas viejas pesadillas para satisfacer los placeres de un pez,
porque eso he sido yo, aunque viva en el medio del continente.
-¿Dónde vas? Preguntó mi esposa cuando vio que
invitaba a mi nieto a recorrer el buque.
-¡Al carajo! Voy al carajo con mi nieto, quiero
mostrarle el barco.
-¡Ten cuidado! ¿Cómo rayos no iba a tenerlo? La miré
y no le respondí, él se prendió de mi mano y partimos por el pasillo de una
cubierta de botes alfombrada.
-¡Estos son los botes salvavidas! Este tiene
capacidad para noventa personas, fíjate que todos tienen el nombre del barco.
-¿Para qué sirven? Preguntó mientras se fijaba en el
grupo de ellos que se mantenía disciplinadamente alineados en ese pasillo.
-Imagínate que tengamos una avería o colisión y
debamos abandonar el buque, los botes son para eso.
-¿Y por qué hay que abandonar el buque?
-¡Porque se hunde, compadre, hay que salvarse! ¿Tú
ves ese cable que rodea al bote? Pues hay que darle un golpe al gancho de
seguridad para liberarlo, cuando eso ocurre el bote está libre, entonces,
vienes hasta esos pasadores pintados de rojo, ¿lo ves? Bien, retiras esos
pasadores que bloquean el descenso del bote por el pescante y solo tienes que
levantar la palanca del freno que los mantiene en esa posición. Cuando tú
levantes esa palanca, el bote comenzará a descender hasta el mar.
-Y la gente, ¿dónde monta el bote?
-Pueden hacerlo allá arriba, pueden hacerlo cuando el
bote se encuentre al nivel de esta cubierta o, suponiendo que a la gente no le dé
tiempo de embarcar, ¿tú ves ese bulto cubierto por una lona?
-Sí, esa cosa grande.
-Pues bien, eso se descubre y lo lanzas por el
costado, es una escala de gato.
-¿Es para los gatos?
-No, compadre, ese es el nombre que le dan los
marineros, existe un vocabulario especial entre los hombres de mar. ¿Por dónde
andamos ahora?
-Por el lado derecho del barco, abuelo.
-Ya ves, todo es diferente a bordo de un buque. Ahora
marchamos por la banda de estribor. Esto que estás observando y se parece a
unos huevos gigantes son las balsas salvavidas.
-¿Balsas?
-Sí, hacen las mismas funciones de los botes y se
encuentran avitualladas para que las personas soporten varios días abandonados
en el mar. Tienen medicina de primeros auxilios, alimentos especiales, agua,
equipos de pesca y medios para hacer señales.
-¿Cómo se inflan?
-Tirando de aquella soguita, pero ellas están
diseñadas para inflarse cuando el buque se hunde. ¿Ves aquella pieza tan
extraña?
-Sí, ¿cómo se llama?
-Se llama cornamusa y se utiliza para hacer firme los
cabos. Aquello que ves allá arriba girando es la antena del radar.
-¿Para qué sirve?
-Esa antena envía una señal electromagnética que al
chocar con un objeto rebota y es recibida por la propia antena. El receptor
analiza y calcula el tiempo transcurrido entre la emisión y recepción de la
señal. Como es conocida la velocidad en las que viajan esas ondas, el equipo
calcula la distancia entre la antena y el objeto. No solo eso, lo refleja en
una pantalla y le da forma.
-¿Igual que en un piespí?
-Así mismo, ni te rompas la cabeza. ¡Fíjate! De aquí
pa’llá no podemos pasar, este es el puente del barco y no es accesible a los
pasajeros. Este es el lugar donde yo trabajaba cuando era oficial de la marina.
-¿Y hay gente ahí?
-Por supuesto, se encuentra el oficial de guardia y
el timonel en estos momentos, solo que no puedes observarlo desde esta
posición. Regresamos por la banda de babor y el paisaje era repetido, no me
detuve a explicarle nada, la música había comenzado.
-¿Dónde se metieron? Estábamos preocupadas. Dijo la
abuela del niño con esa alarma molesta que produce el exceso de protección.
-¡No jodas!
Varios animadores encendieron el ambiente en la
cubierta de botes, eran bastante profesionales. Los camareros molestaban con su
excelente servicio y amabilidad, prácticamente te acosaban con su disposición a
servirte. Pude comprobar por los trucos hábilmente utilizados para hacer
participar a los viajeros en sus actividades, que casi el setenta por ciento de
los pasajeros a bordo eran de origen canadiense. Era gente como nosotros, seres
que deseaban escapar un poco del cansancio que produce ese blanco casi puro que
cubre como manto nuestra tierra, porque esa era la mía desde hacía varios años.
Freeport tiene muy poco que mostrar a una persona que
haya conocido varios países, pudiera decir que es como un pequeño cayo del
archipiélago cubano, solo que en esa pequeña porción de tierra o arena se
respira prosperidad. El atraque se realiza de popa y sin ayuda de remolcadores,
fue en esos instantes donde descubrí que el buque tenía una propela en la proa.
-Ahora están dando máquinas atrás y el timón se
encuentra a estribor, vamos para la banda contraria para que veas salir la
turbulencia del agua. ¿La ves? Bien, no es una regla, pero es una teoría
aplicada a casi todos los buques. Cuando esa turbulencia de agua alcance la
mitad de la eslora del buque, puedes considerar que el buque ha parado su
marcha, es el freno que poseen los barcos. Si continúas dando máquina atrás no
dudes que el barco comenzará a retroceder.
-¿Por qué no continuaste en este mundo?, esta es tu
vida. Mi yerno pudo leer lo que veían mis ojos, descubrió una mirada diferente
a la de cualquier turista.
-Es duro de explicarte y nunca lo comprenderás. Perdí
inútilmente veinticuatro años de mi vida en este giro para desembarcar en un
país con la ropa que tenía puesta, es una carga de millones de frustraciones
que nunca entenderás, amor y odio que se conjugan con un solo color. ¡Qué
bárbaro! El atraque ha sido perfecto, sabe Dios cuántas veces lo repiten en el
año.
El taxista era un papagayo negro con los dientes
viajando fuera del parabrisa del minivan, muy amable e interrumpido en varias
oportunidades por mi yerno. Detenía la grabación en esos momentos y continuaba
ese discurso rayado cuando encontraba una pausa. Nos explicaba lo que era legal
hacer y cuándo se violaban las leyes, nos recomendaba sitios que muy bien
pudieran pertenecer a sus parientes, la defensa era permitida. El tráfico se
regía por las reglas británicas, sin embargo, más del ochenta por ciento de los
vehículos cruzados en el camino eran con timón a la izquierda. Por suerte no
había mucho tráfico en aquel pedacito de tierra, pero no deja de ser un
peligro.
-¡Me pagan al regreso! Le dijo el taxista a mi yerno
y me asombré. Teníamos una hora fijada para abordar nuevamente el minivan,
aquel asombro era injustificado, no existían muchas opciones en ese pedacito de
tierra que pertenece a otro país.
El regreso fue más pausado, tal vez algo vencidos por
el cansancio y el descanso que nos ofrecieron con la música exterior. La gente
se acomodó en salones interiores, discoteca, casino y camarotes. La cubierta se
mantuvo algo vacía y los pocos que decidieron permanecer en el exterior, lo
hicieron abrigándose con una temperatura superior a los veinte grados.
Disfrutamos de un increíble bufete a la hora de la cena que también estaba
incluido en el precio del pasaje.
-¿Ves cómo está la luna?
-Sí, parece una lasca de queso. Respondió mi nieto y
pude ver el brillo de sus ojos, no me estaba engañando y la observaba de
verdad.
-Perfecto, pero no sabes en cuál fase se encuentra.
-¿Cómo es eso, abuelo?
-Si la luna saliera todos los días a la misma hora su
tamaño sería el mismo, ¿no te has fijado en el sol? Todos los días sale a la
misma hora y es redondo, pero la luna, no. Ella sale diariamente entre cuarenta
y seis o siete minutos más tarde, eso se llama retardo lunar. Ese movimiento
hace que unas veces se encuentre recibiendo la luz solar a plenitud y otras,
esa luz sea interrumpida por la sombra de la tierra, eso lo aprenderás
estudiando astronomía. Pero bueno, para que identifiques en algo las fases de
la luna solo tienes que memorizar este estribillo. Panza al poniente, cuarto
creciente. Panza al levante, cuarto menguante.
-¿Y cuál es la panza?
-La barriguita que le notas en estos momentos, los
cuernos son las dos punticas. ¿Viste aquella estrella que brilla mucho y
sobresale sobre las otras?
-Sí, abuelo.
-No es una estrella, es el planeta Júpiter.
-¡Wow! La maestra nos habló de él y lo vi en el planetarium
cuando fuimos de visita.
-Pues, grábatelo en la memoria, lo estás viendo en
vivo. En Montreal es muy difícil verlo por el resplandor de las luces de la
ciudad, esa es la ventaja que nos ofrece el mar. Disfruta de este paisaje que
es único, todo ese manto maravilloso de estrellas que observas es la Vía
Láctea. No pudo sobrevivir a mi empeño y su curiosidad, cayó rendido de sueño a
los pocos minutos en uno de los sillones acomodados muy próximo a la chimenea.
Su imagen infantil era plateada y le daba cierto aspecto de una estatua de
mármol, era la primera vez que dormía bajo la influencia de la luna. Salí a
caminar, las luces de Fort Lauderdale iluminaban la proa del barco. Una lancha
se aproximaba con dos luces inconfundibles, blanca y roja, era el Práctico.
-Esas luces con destellos verdes y rojas, ¿qué
significan? No me había percatado de la presencia de mi yerno, llegó
silencioso.
-Es el canal de entrada a Fort Lauderdale.
-¿Y esa lancha que se acerca?
-Es el Práctico, fíjate que cuando embarque se
encenderán las mismas luces en el mastelero, eso indicará que tenemos Práctico
a bordo.
-¿Las verdes deben quedar por la izquierda y las
rojas por la derecha?
-No, exactamente. De acuerdo con las regulaciones de
este puerto, eso ocurrirá solamente con los barcos que se encuentren de salida.
En nuestro caso es contrario, la roja nos queda por estribor y la verde por
babor. ¡Ojo! Debe existir una luz de enfilación para tomar el centro del canal.
En La Habana tomábamos como referencia las luces del mechón de la refinería,
pero estamos en un país desarrollado y eso no puede faltar.
-¿Tú crees?
-Busca por la misma proa, debe existir dos luces
potentes, una encima de la otra cuando estás enfilado. Pero como no se encuentran
a la misma distancia ni en el mismo palo, te dirá sin error cuando te
encuentras fuera de su eje. Él se mantuvo atento durante varios minutos y yo
estaba convencido de que no distinguiría aquellas luces dentro de todas las que
formaban las edificaciones de la ciudad. ¡No te rompas la cabeza y mira en esta
dirección! Allí se encontraban dando destellos, cuando el buque se apartó un
poco del centro del canal comenzaron a observarse destellos rojos y se los
mostré. Muy próximo a los muelles que se encuentran perpendiculares al canal de
entrada, el buque cayó todo a babor y nos desorientó un poco, no podíamos
identificar el lugar de donde habíamos partido. Luego comenzó a estremecerse,
era indudable que sus máquinas estaban dando atrás.
-Esta debe ser la cubierta del magistral, pero qué
raro. Le dije mientras buscaba algo perdido entre la gente. Estamos encima del
puente y no veo el compás magistral, eso que ustedes conocen como brújula.
-¿Y todavía lo usan?
-¿Qué si lo usan? Ninguna de esas antenas de navegación
y comunicación por satélites, ni la mejor de las computadoras ha podido
expulsarlo del buque. ¿Sabes por qué? Cualquiera de esos tarecos puede dejar de
funcionar por millones de razones, pero la brújula, no. Para que eso ocurra
tiene que desaparecer el magnetismo de la tierra y por el momento es algo
impensable. Me separé un poco del bulto de gente y la descubrí. ¡Ven! Esto que
ves protegido por esa lona es el compás magistral, el timonel puede observarlo
allá abajo por una especie de periscopio, pero puede tener también repetidores
en los alerones del puente, algo que dudo mucho en este tipo de barco tan
moderno. ¡Qué bárbaro! Han atracado el buque de popa con más rapidez de la que
yo estaciono mi auto, sabe Dios cuántas maniobras de este tipo realicen por
años.
Bajamos hasta el camarote para recoger las pocas
pertenencias y esperar por el aviso de desembarcar. La cola realizada ante las
autoridades de inmigración fue un poco más bondadosa, mi nieto se durmió
inmediatamente que abordamos el auto. Finalizaba de esa manera una aventura de
unas quince horas por el que se pagó la ridícula suma de treinta dólares, lo
mismo que se paga por tres cajetillas de cigarro.
-¿Sabes cuántos países conoce Yeyo? Le preguntó mi
nieto a su hermanita, ese día viajaban solos conmigo.
-No sé. Respondió ella con aquella vocecita de
princesa que escondía a una fierecilla.
-Yeyo conocía cincuenta países, pero este viaje
fuimos hasta Bahamas en barco y sumó otro a su colección. ¿Sabes en qué
trabajaba Yeyo antes de venir para Canadá?
-No.
-Él era oficial de barcos.
-Entonces, ¿sabe manejar barcos?
-¡Claro! Él me fue explicando muchas cosas cuando
estuvimos en ese viaje.
-Y tú, ¿cuántos países conoces? Preguntó ella.
-Yo conozco cuatro, Canadá, Cuba, Estados Unidos y
Bahamas, pero dentro de poco tenemos pensado ir a España o Italia.
-Yo conozco tres, Canadá, México y los Estados
Unidos. Dice papá que el mes que viene nos vamos para Miami y daremos el paseo
en barco hasta Bahamas.
-Entonces te vas a empatar conmigo. Tuve deseos de decirles
que el país de origen no se contaba, pero me mantenía concentrado en las
maniobras del timón y extremaba precauciones por la acumulación de nieve en la
calle. Luego recordé una deuda que tenía con mi hija, no le había respondido
aquella pregunta que insistentemente me hizo en el barco. Desde la primera vez
tuve deseos de decirle que su idea había sido genial, que ese era el mejor
regalo recibido en estos últimos diecisiete años, que aquellos treinta dólares
de felicidad viajarían conmigo hasta el final de mis días. No le respondí para
joderla un poco, pero yo sé que ella lee mis disparates.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2009-01-26
xxxxxxxxxxx
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