jueves, 6 de febrero de 2020

TREINTA DÓLARES DE FELICIDAD


TREINTA DÓLARES DE FELICIDAD




-Y eso, ¿qué fue? Preguntó mi yerno algo alarmado mientras desayunábamos, el agotamiento se reflejaba en su rostro y en el mío tal vez, solo lo ocultaba mi incontenible deseo de salir a cubierta.


-Es muy probable que hayan arrancado un generador. Le respondí mientras observaba las vibraciones del vaso de jugo de naranja.


-¿Es normal?


-¡Claro! Si todo funciona como está establecido en el programa, la maniobra de salida debe producirse a las ocho de la mañana y necesitan más electricidad. El consumo aumentará cuando comiencen a utilizar el molinete de proa, el cabrestante de popa y algún winche independiente que tenga el buque para los springs de proa y popa. Él continuó desayunando un poco más calmado, tal vez confiando en mi experiencia como marino. Mi nieto se levantó de la mesa hacia los estantes donde se exhibían los productos que se podían consumir a voluntad en el bufete de aquel desayuno comprendido en el precio del pasaje.


Todos estábamos agotados menos él, su viaje desde Bal Harbour hasta Fort Lauderdale en el auto lo había realizado durmiendo. Tuvimos que madrugar para arribar a las seis de la mañana como indicaban las orientaciones de la compañía Luego, la cola para realizar los trámites ante las autoridades de inmigración resultó infinita y me recordó a un país relativamente cercano. Estuve a punto de renunciar, pero me contuvo la alegría que sentía mi hija por el regalo que estaba a punto de realizar. El buque se estremeció y todos fijaron la mirada en mí.


-Es la máquina principal, es probable que estemos desatracando. En el muelle se encuentran los autos de los caberos. Les dije mientras cortaba un pedazo de aquella tortilla de queso elegida entre las ofertas.


-¿Quiénes son los caberos? Preguntó mi nieto con toda la inocencia de su edad y el fantasma de nuevas palabras que debería agregar a su español.


-Son los hombres que sueltan los cabos que mantenían al buque atado al muelle. ¡Eso es! Ya nos estamos separando. ¡Mira por la portilla!


-¿Por dónde?


-Por la ventana, fíjate que la grúa se está moviendo, realmente somos nosotros. No te demores, quiero que disfrutes este espectáculo. No creo lo haya motivado esa disimulada desesperación mía por salir. Su apetito se oponía a mi interés por mostrarle parte de ese mundo que una vez me perteneció, muy distinto al suyo.


Yo creo que fui el primero en salir a cubierta, tenía dos urgencias, fumarme un cigarrillo y disfrutar la salida del puerto. La costa se encontraba a unas dos millas por la popa, la estela del barco terminaba en modernas edificaciones que brindaban la imagen majestuosa de una ciudad con raíces poco profundas en esa corriente del golfo tan estudiada y medida por los navegantes. Respiré profundamente y hasta mis pulmones viajaron confundidos aquellas partículas de nicotina que me condenan a muerte y ese salitre ausente durante diecisiete años que siempre me nutrió de vida y dio escamas a mi cuerpo. Mi gente continuaba ausente y no le presté atención. No deseaba que interrumpieran ese encuentro con aquella novia de tantos años. Mi vista se perdía entre el vaivén de las olas de aquel romance infinito y el choque de su brisa fueron caricias rescatadas del olvido.


Luego me dijeron que habían alquilado un pequeño camarote con la intención de bañarse al regreso y tal vez dormir algo para amortiguar los efectos de la madrugada en desvelo, nada de eso me importaba.


Volaban gaviotas paralelas al rumbo del buque y viajé con ellas hasta Hawaii, volé incansablemente y salté en picada sobre peces voladores que devoraba en pleno vuelo. Traté de calcular la velocidad del buque a ojo de buen cubero, como si de ello dependiera mi vida. Miraba el humo que despedía la chimenea, deseaba conocer los efectos sobre el rumbo producido por el viento, tomé varias posiciones imaginarias para construir un triángulo de abatimiento. Le ordené al timonel calzar el rumbo dos grados a babor para compensar la caída, aspiré con cierta violencia la última bocanada de aquel cigarrillo y me consolé un poco, yo no era el que estaba de guardia.


Busqué en el horizonte y encontré a varios buques navegando de vuelta encontrada, les maniobré de acuerdo con las reglas internacionales, babor con babor. Uno de ellos pasó por estribor, pero iba franco. Por la aleta de estribor viajaba otro con un rumbo paralelo al nuestro, no me preocupaba, nuestra velocidad era superior.


-¿Qué, embarcado en los recuerdos? Fue mi hija, tal vez haya perdonado, quizás olvidó que ese mar tan hermoso fuera la causa de mis ausencias. No es rencorosa, razones le sobran para odiarlo, pudo haber elegido otro lugar para vivir en Miami y lo tiene allí, frente a su balcón, recibiendo su aroma y el susurro que le traen las olas.


-¿Y tu marido?


-Se tiró un rato en el camarote, es un poco flojo para estos trotes. ¿Te gustó la idea del viaje?


-¡Ves aquel barco! Es muy probable que venga de Europa, este es el camino que tomábamos nosotros. Recalábamos al sur de Gran Abaco y luego reconocíamos la costa de la Florida muy cerca de Fort Lauderdale. Nos pegábamos a dos millas de tierra buscando la contracorriente, así bordeábamos el resto de la península hasta poner un rumbo en demanda del puerto de La Habana. ¡Claro! Los buenos navegantes calculaban el triángulo de deriva que consideraba los valores de esta fuerte corriente del golfo.




-¿Te gustó la idea? No le respondí en ese momento, yo sabía que ella era feliz disfrutándome en ese éxtasis amoroso. Tenía fuertes razones para despreciar cualquier contacto con él, sin embargo, sacrificaba con humildad aquellas viejas pesadillas para satisfacer los placeres de un pez, porque eso he sido yo, aunque viva en el medio del continente.


-¿Dónde vas? Preguntó mi esposa cuando vio que invitaba a mi nieto a recorrer el buque.


-¡Al carajo! Voy al carajo con mi nieto, quiero mostrarle el barco.


-¡Ten cuidado! ¿Cómo rayos no iba a tenerlo? La miré y no le respondí, él se prendió de mi mano y partimos por el pasillo de una cubierta de botes alfombrada.


-¡Estos son los botes salvavidas! Este tiene capacidad para noventa personas, fíjate que todos tienen el nombre del barco.


-¿Para qué sirven? Preguntó mientras se fijaba en el grupo de ellos que se mantenía disciplinadamente alineados en ese pasillo.


-Imagínate que tengamos una avería o colisión y debamos abandonar el buque, los botes son para eso.


-¿Y por qué hay que abandonar el buque?


-¡Porque se hunde, compadre, hay que salvarse! ¿Tú ves ese cable que rodea al bote? Pues hay que darle un golpe al gancho de seguridad para liberarlo, cuando eso ocurre el bote está libre, entonces, vienes hasta esos pasadores pintados de rojo, ¿lo ves? Bien, retiras esos pasadores que bloquean el descenso del bote por el pescante y solo tienes que levantar la palanca del freno que los mantiene en esa posición. Cuando tú levantes esa palanca, el bote comenzará a descender hasta el mar.


-Y la gente, ¿dónde monta el bote?


-Pueden hacerlo allá arriba, pueden hacerlo cuando el bote se encuentre al nivel de esta cubierta o, suponiendo que a la gente no le dé tiempo de embarcar, ¿tú ves ese bulto cubierto por una lona?


-Sí, esa cosa grande.


-Pues bien, eso se descubre y lo lanzas por el costado, es una escala de gato.


-¿Es para los gatos?


-No, compadre, ese es el nombre que le dan los marineros, existe un vocabulario especial entre los hombres de mar. ¿Por dónde andamos ahora?


-Por el lado derecho del barco, abuelo.


-Ya ves, todo es diferente a bordo de un buque. Ahora marchamos por la banda de estribor. Esto que estás observando y se parece a unos huevos gigantes son las balsas salvavidas.


-¿Balsas?


-Sí, hacen las mismas funciones de los botes y se encuentran avitualladas para que las personas soporten varios días abandonados en el mar. Tienen medicina de primeros auxilios, alimentos especiales, agua, equipos de pesca y medios para hacer señales.


-¿Cómo se inflan?


-Tirando de aquella soguita, pero ellas están diseñadas para inflarse cuando el buque se hunde. ¿Ves aquella pieza tan extraña?


-Sí, ¿cómo se llama?


-Se llama cornamusa y se utiliza para hacer firme los cabos. Aquello que ves allá arriba girando es la antena del radar.


-¿Para qué sirve?


-Esa antena envía una señal electromagnética que al chocar con un objeto rebota y es recibida por la propia antena. El receptor analiza y calcula el tiempo transcurrido entre la emisión y recepción de la señal. Como es conocida la velocidad en las que viajan esas ondas, el equipo calcula la distancia entre la antena y el objeto. No solo eso, lo refleja en una pantalla y le da forma.


-¿Igual que en un piespí?


-Así mismo, ni te rompas la cabeza. ¡Fíjate! De aquí pa’llá no podemos pasar, este es el puente del barco y no es accesible a los pasajeros. Este es el lugar donde yo trabajaba cuando era oficial de la marina.


-¿Y hay gente ahí?


-Por supuesto, se encuentra el oficial de guardia y el timonel en estos momentos, solo que no puedes observarlo desde esta posición. Regresamos por la banda de babor y el paisaje era repetido, no me detuve a explicarle nada, la música había comenzado.


-¿Dónde se metieron? Estábamos preocupadas. Dijo la abuela del niño con esa alarma molesta que produce el exceso de protección.


-¡No jodas!


Varios animadores encendieron el ambiente en la cubierta de botes, eran bastante profesionales. Los camareros molestaban con su excelente servicio y amabilidad, prácticamente te acosaban con su disposición a servirte. Pude comprobar por los trucos hábilmente utilizados para hacer participar a los viajeros en sus actividades, que casi el setenta por ciento de los pasajeros a bordo eran de origen canadiense. Era gente como nosotros, seres que deseaban escapar un poco del cansancio que produce ese blanco casi puro que cubre como manto nuestra tierra, porque esa era la mía desde hacía varios años.






Freeport tiene muy poco que mostrar a una persona que haya conocido varios países, pudiera decir que es como un pequeño cayo del archipiélago cubano, solo que en esa pequeña porción de tierra o arena se respira prosperidad. El atraque se realiza de popa y sin ayuda de remolcadores, fue en esos instantes donde descubrí que el buque tenía una propela en la proa.


-Ahora están dando máquinas atrás y el timón se encuentra a estribor, vamos para la banda contraria para que veas salir la turbulencia del agua. ¿La ves? Bien, no es una regla, pero es una teoría aplicada a casi todos los buques. Cuando esa turbulencia de agua alcance la mitad de la eslora del buque, puedes considerar que el buque ha parado su marcha, es el freno que poseen los barcos. Si continúas dando máquina atrás no dudes que el barco comenzará a retroceder.


-¿Por qué no continuaste en este mundo?, esta es tu vida. Mi yerno pudo leer lo que veían mis ojos, descubrió una mirada diferente a la de cualquier turista.


-Es duro de explicarte y nunca lo comprenderás. Perdí inútilmente veinticuatro años de mi vida en este giro para desembarcar en un país con la ropa que tenía puesta, es una carga de millones de frustraciones que nunca entenderás, amor y odio que se conjugan con un solo color. ¡Qué bárbaro! El atraque ha sido perfecto, sabe Dios cuántas veces lo repiten en el año.


El taxista era un papagayo negro con los dientes viajando fuera del parabrisa del minivan, muy amable e interrumpido en varias oportunidades por mi yerno. Detenía la grabación en esos momentos y continuaba ese discurso rayado cuando encontraba una pausa. Nos explicaba lo que era legal hacer y cuándo se violaban las leyes, nos recomendaba sitios que muy bien pudieran pertenecer a sus parientes, la defensa era permitida. El tráfico se regía por las reglas británicas, sin embargo, más del ochenta por ciento de los vehículos cruzados en el camino eran con timón a la izquierda. Por suerte no había mucho tráfico en aquel pedacito de tierra, pero no deja de ser un peligro.


-¡Me pagan al regreso! Le dijo el taxista a mi yerno y me asombré. Teníamos una hora fijada para abordar nuevamente el minivan, aquel asombro era injustificado, no existían muchas opciones en ese pedacito de tierra que pertenece a otro país.


El regreso fue más pausado, tal vez algo vencidos por el cansancio y el descanso que nos ofrecieron con la música exterior. La gente se acomodó en salones interiores, discoteca, casino y camarotes. La cubierta se mantuvo algo vacía y los pocos que decidieron permanecer en el exterior, lo hicieron abrigándose con una temperatura superior a los veinte grados. Disfrutamos de un increíble bufete a la hora de la cena que también estaba incluido en el precio del pasaje.


-¿Ves cómo está la luna?


-Sí, parece una lasca de queso. Respondió mi nieto y pude ver el brillo de sus ojos, no me estaba engañando y la observaba de verdad.


-Perfecto, pero no sabes en cuál fase se encuentra.


-¿Cómo es eso, abuelo?


-Si la luna saliera todos los días a la misma hora su tamaño sería el mismo, ¿no te has fijado en el sol? Todos los días sale a la misma hora y es redondo, pero la luna, no. Ella sale diariamente entre cuarenta y seis o siete minutos más tarde, eso se llama retardo lunar. Ese movimiento hace que unas veces se encuentre recibiendo la luz solar a plenitud y otras, esa luz sea interrumpida por la sombra de la tierra, eso lo aprenderás estudiando astronomía. Pero bueno, para que identifiques en algo las fases de la luna solo tienes que memorizar este estribillo. Panza al poniente, cuarto creciente. Panza al levante, cuarto menguante.


-¿Y cuál es la panza?


-La barriguita que le notas en estos momentos, los cuernos son las dos punticas. ¿Viste aquella estrella que brilla mucho y sobresale sobre las otras?


-Sí, abuelo.


-No es una estrella, es el planeta Júpiter.


-¡Wow! La maestra nos habló de él y lo vi en el planetarium cuando fuimos de visita.




-Pues, grábatelo en la memoria, lo estás viendo en vivo. En Montreal es muy difícil verlo por el resplandor de las luces de la ciudad, esa es la ventaja que nos ofrece el mar. Disfruta de este paisaje que es único, todo ese manto maravilloso de estrellas que observas es la Vía Láctea. No pudo sobrevivir a mi empeño y su curiosidad, cayó rendido de sueño a los pocos minutos en uno de los sillones acomodados muy próximo a la chimenea. Su imagen infantil era plateada y le daba cierto aspecto de una estatua de mármol, era la primera vez que dormía bajo la influencia de la luna. Salí a caminar, las luces de Fort Lauderdale iluminaban la proa del barco. Una lancha se aproximaba con dos luces inconfundibles, blanca y roja, era el Práctico.


-Esas luces con destellos verdes y rojas, ¿qué significan? No me había percatado de la presencia de mi yerno, llegó silencioso.


-Es el canal de entrada a Fort Lauderdale.


-¿Y esa lancha que se acerca?


-Es el Práctico, fíjate que cuando embarque se encenderán las mismas luces en el mastelero, eso indicará que tenemos Práctico a bordo.


-¿Las verdes deben quedar por la izquierda y las rojas por la derecha?


-No, exactamente. De acuerdo con las regulaciones de este puerto, eso ocurrirá solamente con los barcos que se encuentren de salida. En nuestro caso es contrario, la roja nos queda por estribor y la verde por babor. ¡Ojo! Debe existir una luz de enfilación para tomar el centro del canal. En La Habana tomábamos como referencia las luces del mechón de la refinería, pero estamos en un país desarrollado y eso no puede faltar.


-¿Tú crees?


-Busca por la misma proa, debe existir dos luces potentes, una encima de la otra cuando estás enfilado. Pero como no se encuentran a la misma distancia ni en el mismo palo, te dirá sin error cuando te encuentras fuera de su eje. Él se mantuvo atento durante varios minutos y yo estaba convencido de que no distinguiría aquellas luces dentro de todas las que formaban las edificaciones de la ciudad. ¡No te rompas la cabeza y mira en esta dirección! Allí se encontraban dando destellos, cuando el buque se apartó un poco del centro del canal comenzaron a observarse destellos rojos y se los mostré. Muy próximo a los muelles que se encuentran perpendiculares al canal de entrada, el buque cayó todo a babor y nos desorientó un poco, no podíamos identificar el lugar de donde habíamos partido. Luego comenzó a estremecerse, era indudable que sus máquinas estaban dando atrás.


-Esta debe ser la cubierta del magistral, pero qué raro. Le dije mientras buscaba algo perdido entre la gente. Estamos encima del puente y no veo el compás magistral, eso que ustedes conocen como brújula.


-¿Y todavía lo usan?


-¿Qué si lo usan? Ninguna de esas antenas de navegación y comunicación por satélites, ni la mejor de las computadoras ha podido expulsarlo del buque. ¿Sabes por qué? Cualquiera de esos tarecos puede dejar de funcionar por millones de razones, pero la brújula, no. Para que eso ocurra tiene que desaparecer el magnetismo de la tierra y por el momento es algo impensable. Me separé un poco del bulto de gente y la descubrí. ¡Ven! Esto que ves protegido por esa lona es el compás magistral, el timonel puede observarlo allá abajo por una especie de periscopio, pero puede tener también repetidores en los alerones del puente, algo que dudo mucho en este tipo de barco tan moderno. ¡Qué bárbaro! Han atracado el buque de popa con más rapidez de la que yo estaciono mi auto, sabe Dios cuántas maniobras de este tipo realicen por años.


Bajamos hasta el camarote para recoger las pocas pertenencias y esperar por el aviso de desembarcar. La cola realizada ante las autoridades de inmigración fue un poco más bondadosa, mi nieto se durmió inmediatamente que abordamos el auto. Finalizaba de esa manera una aventura de unas quince horas por el que se pagó la ridícula suma de treinta dólares, lo mismo que se paga por tres cajetillas de cigarro.


-¿Sabes cuántos países conoce Yeyo? Le preguntó mi nieto a su hermanita, ese día viajaban solos conmigo.


-No sé. Respondió ella con aquella vocecita de princesa que escondía a una fierecilla.


-Yeyo conocía cincuenta países, pero este viaje fuimos hasta Bahamas en barco y sumó otro a su colección. ¿Sabes en qué trabajaba Yeyo antes de venir para Canadá?


-No.


-Él era oficial de barcos.


-Entonces, ¿sabe manejar barcos?


-¡Claro! Él me fue explicando muchas cosas cuando estuvimos en ese viaje.


-Y tú, ¿cuántos países conoces? Preguntó ella.


-Yo conozco cuatro, Canadá, Cuba, Estados Unidos y Bahamas, pero dentro de poco tenemos pensado ir a España o Italia.


-Yo conozco tres, Canadá, México y los Estados Unidos. Dice papá que el mes que viene nos vamos para Miami y daremos el paseo en barco hasta Bahamas.


-Entonces te vas a empatar conmigo. Tuve deseos de decirles que el país de origen no se contaba, pero me mantenía concentrado en las maniobras del timón y extremaba precauciones por la acumulación de nieve en la calle. Luego recordé una deuda que tenía con mi hija, no le había respondido aquella pregunta que insistentemente me hizo en el barco. Desde la primera vez tuve deseos de decirle que su idea había sido genial, que ese era el mejor regalo recibido en estos últimos diecisiete años, que aquellos treinta dólares de felicidad viajarían conmigo hasta el final de mis días. No le respondí para joderla un poco, pero yo sé que ella lee mis disparates.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2009-01-26


xxxxxxxxxxx

No hay comentarios:

Publicar un comentario