LOS MENSAJEROS
No he podido precisar en
qué fecha se estableció el uso obligatorio de los equipos de comunicación VHF
en la marina mundial. Si estoy convencido de que en la marina mercante cubana sucedió
en la década de los 70 y tomo como referencia la instalación de ese equipo en
la motonave “Jiguaní”. Este barco perteneciente a un lote conocido entre la marinería
como “Los Gallegos”, fue construido en España en el año 1966 y arribó a la isla
sin ese equipo. No fue hasta el año 1970 que se le instaló en Montreal-Canadá,
cuando se le hicieron otras adaptaciones adicionales para que pudiera navegar
por los Grandes Lagos. Se convirtió así en el primer buque cubano en realizar
esas travesías que, luego repetimos en cinco oportunidades con destinos a
Toronto, Hamilton y Port Weller.
Antes de que eso
sucediera, las comunicaciones entre los buques cubanos con distintos puntos de
la tierra donde debían recalar, se realizaban exclusivamente con el equipo de radiofonía
o telegrafía. Fue el fin de una época donde aun se utilizaban las
comunicaciones por banderas, lámparas de señales, pitos y campanas. Algo lejana
quedaba aun la aparición de aquellos walky-talky de tamaños descomunales y
antenas exageradas para la comunicación interna.
Debe suponerse entonces
que, no existía el “Puesto de Mando Mambicuba” con sede en la Empresa de
Navegacion Mambisa y que la comunicación entre el buque que arribaba y los Prácticos
de La Habana, se establecía en las proximidades del Morro por izadas de
banderas que poseían un código local. Una vez dentro del puerto, ¿cómo se mantenía
comunicación entre las oficinas de la empresa armadora y el buque? Este es el
tema de hoy que muchos no conocieron y algunos han olvidado.
Durante varios años, yo diría
que a lo largo de la existencia de la flota, los marinos que se quedaban de
vacaciones y una vez que ellas eran consumidas, fueron destinados a diferentes
trabajos mientras esperaban por una plaza en los buques que arribaban o el suyo
cuando se impuso las “tripulaciones fijas”. Los de buena suerte trabajarían como
“integrados” en las naves surtas en puerto hasta que ellas partieran. Los de
mala suerte podían ser destinados a trabajos agrícolas o a las nacientes
microbrigadas de Alamar. Yo compartí esa mala suerte durante la construcción de
los primeros edificios construidos por la marina mercante cerca del garaje de
ese barrio.
Bueno, no avancemos
mucho y retrocedamos un poquito en el almanaque. ¿Se acuerdan de Cordero? Estoy
convencido de que solo lo recordaran los mas viejos en la flota. Era un flaco
con pinta de gallego que trabajó durante largo tiempo en el Departamento de
Personal, luego llegaría a ser uno de sus jefes. Pues en los finales de la década
de los sesenta, Cordero tenía la responsabilidad de distribuir a todo ese
personal flotante que esperaba ubicación en las naves disponibles en la bahía.
No contaba con oficina
alguna, disponía de una especie de cajoncito o cubículo de aproximadamente 1.5
metros cuadrados, donde incluso, debía permanecer de pie para realizar su
faena, aunque carecía de importancia porque la realizaba en cuestión de
minutos. Tenía a mano una lista de los buques que solicitaban personal de refuerzo
y otra con el personal disponible, fueran de maquinas o cubierta. Ese cajoncito
se mantuvo largo tiempo en la acera de la esquina localizada en la calle San
Pedro o Avenida del Puerto en su intersección con la calle Santa Clara,
exactamente donde existió una piloto cervecera de mala muerte y hoy radica la
iglesia ortodoxa.
Esa esquina fue el
centro de encuentro de muchos amigos separados por las grandes navegaciones,
razones por las que abundaron los abrazos, apretones de manos, piropos a las
chicas que se dirigían a sus escuelas o trabajo y por supuesto, esa bulla tan característica
entre cubanos, bañada por el denso humo dejado por las guaguas y camiones a su
paso.
Los mas afortunados eran
destinados a las labores de mensajeros, ellos eran los encargados de mantener comunicación
entre los buques y las oficinas de la empresa. Bueno, también tenían sus
desgracias, no olviden que la bahía era algo grande y los buques podían estar
atracados en puntos distantes. No se les suministraba medio de transporte
alguno, las ultimas bicicletas “Niagara” se habían importado en 1959 y ya
ustedes conocen la inestabilidad que siempre mostró el transporte público.
Tampoco vamos a
observarlos como víctimas de la situación imperante en su momento, ya saben
ustedes de la pata que cojeamos los cubanos. Algunos de ellos eran verdaderos
cabrones, solo llegaban con la demora aceptable las citaciones o comunicados
urgentes. Las de poco interés eran recibidas generalmente a la hora de almuerzo
a bordo de nuestras naves. Ya deben imaginarse, se presentaban sudados, sedientos,
agitados, agotados y hambrientos, muy hambrientos. Y bueno, si se le ofrecía alimentos
a una pila de inspectores descarados que también llegaban a la misma hora, ¿Por
qué negársela a uno de esos cabrones?
Yo recuerdo que una vez me
agarraron para ese trajín, solo que en sentido inverso, o sea, del buque a la
empresa. Fui enrolado accidentalmente como Tercer Oficial a bordo del buque “Playa
Larga”, cuando arribó de Chile después del golpe de Pinochet. ¿Qué les cuento? Cuando
su Capitán, el brasileño, me envió por tercera vez con recaditos o papelitos,
aproveché ese viaje para solicitar mi desenrolo en Cuadros y me enviaron para
el buque “Victoria de Girón”, allí se encontraba Caminos de Primer Oficial.
Nada, se equivocó el cangaceiro, parece que me vio cara de cartero o mensajero.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2019-12-09
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